Recientemente, hemos hecho un viaje recorriendo algunos puntos de Galicia.
Por
un lado, mi mujer no había estado por allí nunca, salvo una breve visita a
Monforte de Lemos siendo niña. Por otro, tengo una vinculación especial con esa
región. De muy niño solía pasar los dos meses de verano en un pueblito de la “mariña”
lucense, Foz, y de esa corta época, guardo recuerdos imborrables. Lo de que
tengo primas que viven por allí es secundario, porque como suele suceder a
veces, son parte de esa familia a la que no has visto casi nunca. Y en esta
ocasión, tampoco.
Como
ya tenemos una cierta edad, en la programación del viaje y los alojamientos,
descartamos el uso de mochilas, campings, albergues y demás. Nos regimos, pues,
por estrictos motivos de salud y comodidad. Por ello, decidimos peregrinar modestamente
de Parador Nacional en Parador Nacional, comenzando por el de Baiona.
Vivir
en la costa del Sol tiene bastantes ventajas, excepto cuando te planteas viajar
en coche justo al otro lado del país. Entonces empiezas a darte cuenta de la
cantidad de kilómetros que vas a tener que hacer. Además, en las fechas que
teníamos previstas, las previsiones del tiempo auguraban lluvia todos y cada
uno de los días que íbamos a estar, a pesar de lo cual, no nos amilanó en
absoluto y lo afrontamos con un espíritu positivo y gallardo.
Nuestro
primer objetivo, como ya he dicho, era el Parador de Baiona, o lo que es lo
mismo, más de mil kilómetros y unas diez horas de conducción ininterrumpida
desde casa, lo cual, de facto se convertiría en unas doce o así. A mí me gusta
conducir, pero nunca he apostado por heroicidades al volante y jamás he tenido
la tentación de participar en las 24 horas de Lemans. Así es que, se hacía
necesario que, antes de completar la primera etapa, debíamos encontrar un punto
a mitad de camino. La sorpresa fue que en Portugal hay un alojamiento
perteneciente a la red de Paradores Nacionales. Se trata de “Casa de Insua”,
situado en la localidad de Penalva do Castelo, a la módica distancia de 767 kms
y unas ocho o nueve horas conduciendo, incluyendo las paradas técnicas.
A
medida que ascendíamos hasta Ciudad Rodrigo el cielo se fue oscureciendo,
aunque la lluvia nos dio la bienvenida al traspasar la frontera con Portugal y -con
mayor o menor insistencia- ya no nos abandonó hasta que llegamos a nuestro
destino.
A
pesar de que no era demasiado tarde, como en nuestro país vecino llevan la hora
de Canarias, llegamos de noche cerrada y lloviendo. Y entonces sucedió algo muy
curioso. Estábamos en un patio central rodeado de edificios y con una fuente en
el medio. Pero entre la lluvia, la oscuridad y las escasas indicaciones, no
alcanzaba a adivinar por dónde estaba la entrada a Recepción.
Después
de sacar las maletas y mientras conseguíamos averiguar dónde estaba la entrada,
nos cobijamos de la lluvia bajo un arco de uno de los edificios. Desde allí,
justo enfrente, podíamos ver una entrada a otro edificio, pero el hecho de que
hubiera una escalera nos inducía a pensar que ese no era el camino más natural
para llegar hasta Recepción. No parecía lógico tener que acarrear con el
equipaje mientras subías unas escaleras.
Aquello
estaba oscuro, lloviznaba y no se veía un alma. Así es que no me quedó más
alternativa que llamar por teléfono al establecimiento para pedir socorro.
Imagino que el recepcionista se sorprendió al recibir mi llamada preguntando
dónde estaba la entrada. Pues la entrada estaba justo donde parecía que no era
lógico que estuviera: subiendo las escaleras. Así es que cruzamos casi a
tientas hasta el otro edificio donde un diligente recepcionista había
descendido desde su despacho hasta la puerta de entrada a recibirnos y
ayudarnos con el equipaje.
Después
de inscribirnos nos acompañó por un laberíntico recorrido hasta nuestra
habitación. Tras tomar posesión de ella, nos arriesgamos a salir en busca de la
cafetería-restaurante. Necesitábamos relajarnos y la copa de bienvenida que te
ofrecen en todos los Paradores parecía lo ideal.
La
encontramos sin necesidad de volver a llamar al joven de Recepción y nos
sentamos a la espera de que apareciera algún camarero. Estábamos solos. Cuando
apareció el camarero le pedimos un par de copas de vino del que ellos mismos
producen. En el entorno del Parador, también tienen producción propia de
quesos, miel de distintas clases, cerámica y diversos productos típicos de la
zona. Al cabo de un rato, apareció otra pareja, también españoles. Éramos los
únicos hospedados en el hotel, así es que tanto el recepcionista como el
camarero, podíamos decir que estaban a nuestro servicio exclusivo. Esto lo
pudimos confirmar al día siguiente durante el desayuno. Un espléndido bufet, en
un amplio y luminoso comedor donde sólo estábamos nosotros y el camarero de la noche
anterior.
Tras el desayuno nuestra intención era visitar las dependencias adyacentes para ver si nos llevábamos de recuerdo algún queso, algún tarro de miel o alguna botella de vino.
Lamentablemente, la lluvia nos empujó a tomar la decisión de continuar
nuestro camino en dirección a Baiona.
Aún a riesgo de parecer un discapacitado mental, he de confesar que, al salir de la habitación en busca de la salida, me perdí. La total ausencia de indicaciones que orienten a los huéspedes junto con una distribución algo tortuosa, fueron las razones. Todo fue una confabulación en mi contra.
Por
puro orgullo personal, me negué a volver a llamar otra vez al recepcionista
para solicitar su ayuda y que nos condujera a la salida. Fue justo antes de
decidir usar el ascensor cuando descubrimos una puerta semiabierta y nos
avalanzamos en busca de aventuras. Y allí estaba: el recepcionista de la noche
anterior, cómodamente instalado tras su mesa de despacho. Tan solo nos quedaba
intentar bajar las malditas escaleras, con las maletas a cuesta y no dejarnos
los dientes – o algo peor - en el empeño. Conseguimos llegar sin novedad hasta
el coche.
Después
de colocar el equipaje en el maletero, le indicamos al GPS que nos sacara de
aquel precioso lugar y nos condujera hasta Baiona. Pero algo iba mal. El móvil
no conseguía acceder a internet. Algo que no tenía sentido, porque nos había
llevado hasta allí. Lo intentamos una y otra vez durante algunos minutos.
Finalmente, tuvimos que acudir a los ajustes del teléfono y modificar un parámetro.
Parámetro que nadie había tocado.
Estábamos de nuevo en ruta camino de Baiona.
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