viernes, mayo 02, 2025

Mi vida por un selfi.

En los últimos 15 años más de 500 personas han perdido la vida por hacerse una foto en lugares demasiado arriesgados.



De vez en cuando los medios de comunicación nos sorprenden con noticias que, a mí, personalmente, me dejan estupefacto, incrédulo. Jóvenes que se suben a rascacielos, se encaraman a una barandilla para hacerse una foto y terminan abajo, muertos. Otro que decide bajar una montaña en bicicleta a toda velocidad para grabarlo en vídeo, y termina dándose un trompazo de padre y muy señor mío y con la mitad de los huesos rotos. Una joven de 26 años que se arrima a la escollera para hacerse una foto y termina cayendo entre las piedras, al mar y rescatada medio muerta por los servicios de emergencia, que, de paso, también se estaban jugando la vida.

Los hay que prefieren escalar edificios sin más herramientas que sus manos. Otros deciden tirarse en paracaídas a un agujero profundo y oscuro, en el que su escasa anchura, lo convierte en algo extremadamente peligroso. Otros deciden volar con un traje especial a modo de ardilla voladora, y llevan sobre su casco una cámara que lo va grabando todo. Y en ocasiones, el sujeto calcula mal y se estampa contra una montaña.

Y todo eso, ¿para qué? ¿Para ser famoso en Instagram o en Youtube? ¿Para reclamar atención y conseguir más visitas a mi canal personal, donde lo único que hago son estupideces? ¿Tan imprescindible se hace la necesidad de ser invadido por un tsunami de adrenalina?

Parece evidente que la percepción del riesgo, en cuanto a actividades lúdicas, - no laborales-, brilla por su ausencia. Da la impresión de que se creen inmortales, que nada les puede suceder.

“Estudios en psicología sobre la adopción de comportamientos seguros o peligrosos concluyen que las actitudes y las creencias son factores determinantes en la adopción de un comportamiento, donde una percepción adecuada de los riesgos puede conducir a la adopción de comportamientos seguros (Kouabenan, 2006). “

En este sentido, existe un muy interesante estudio llevado a cabo por la doctora “Stajnolovic, Milena (2015). Percepción social de riesgo: una mirada general y aplicación a la comunicación de salud. Revista de Comunicación y Salud. Vol. 5 pp. 96-107.”  

De este estudio voy a extraer unas líneas que creo que ilustran muy bien el estado mental de estos individuos.

“La falta de la percepción de riesgo se considera una de las formas de resistencia a los mensajes persuasivos más frecuentes entre los receptores, especialmente cuando se trata de comportamientos adictivos.  Esta tendencia se basa típicamente en la creencia de que uno es único e invulnerable ante las consecuencias negativas de cierto comportamiento (falta de percepción individual de probabilidad de daño, o percepción de invulnerabilidad). Esto le lleva consecuentemente a la resistencia al mensaje persuasivo porque el individuo supone que este no se refiere a él/ella (Moyer-Gusé y Nabi, 2010).  La invulnerabilidad percibida representa un “sesgo optimista” independiente del nivel de conocimiento e información sobre una cuestión de salud del que individuo dispone. Debido a la invulnerabilidad percibida, los individuos se involucran en comportamientos de riesgo, a pesar de amplio conocimiento que tienen sobre las consecuencias nocivas que estos conllevan (a modo de ejemplo, practican el comportamiento sexual de riesgo, abusan de sustancias lícitas e ilícitas, etc.). Asimismo, los individuos pueden considerar que las consecuencias de una conducta no recomendada no son tan severas como para renunciar a ella, en comparación con el placer o los beneficios que conlleva (percepción de ausencia de severidad).”

A la conclusión de que esos individuos se sienten invulnerables, ya habíamos llegado todos de modo intuitivo. Lo que no sabíamos bien era si se trataba de algún virus contagioso o de la incomprensible decisión de miles de seres humanos alienados.

Hace unos días, en uno de esos macro botellones, la periodista preguntaba a unos jóvenes y una de ellas pretendía justificar estas ansias de salir y divertirse, argumentando que, como consecuencia de la pandemia, los jóvenes son los que más han sufrido psicológicamente al estar encerrados en casa. Según esta teoría, a todos los demás no nos ha podido afectar porque ya somos mayores y no tenemos esas necesidades. No necesitamos salir a la calle, ni hablar con amigos, ni que nos dé el sol, ni tomarnos una tapa en un bar, ni nada de eso, ni abrazar a las personas que queremos.

Habida cuenta de que los mensajes que se envían a la sociedad, es evidente, que a todos estos les resbala por el impermeable, ¿qué solución habría que adoptar? Pues si las recomendaciones no surten efecto y queremos atajar las consecuencias, sólo resta la mano dura. ¿Daría resultado? No creo. A no ser que del macro botellón fueran directamente internados en un campo de concentración y pasaran la cuarentena allí.

Yo, siempre que aparece una noticia de este tipo, de alguien que se sube a algún sitio para hacerse un selfi y termina muerto, sostengo una sentencia: “la Naturaleza es sabia y elimina a los más débiles”.

miércoles, abril 30, 2025

Despedida de soltero.

Era una buena oportunidad para reencontrarse con sus antiguos compañeros de trabajo, aunque lo que menos le atraía de la fiesta era que se trataba de una despedida de soltero; aunque fuera la primera vez que asistiría a una.




Nunca había sido partidario de tener que cumplir con ciertos protocolos preestablecidos en determinadas fechas, precisamente, por ser esa fecha. Así, por ejemplo, estaba bien lo de celebrar la Nochevieja con los amigos, pero nunca entendió que fuera obligatorio hacerlo durante toda la noche o emborracharse hasta no saber dónde estabas. Uno podía, perfectamente, pasarlo genial hasta las tres o las cuatro, o la hora que fuere, y después marcharse a casa contento, alegre, pero sobrio. Y con la idea de la despedida de soltero pensaba lo mismo: era una buena manera de encontrarse con amigos, pasarlo bien y poco más, pero no pasaba por su cabeza imitar a esos personajes de películas, que se corrían una juerga indecente en Las Vegas y que después sacralizaban esa famosa frase: “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”.

Además, cuando supo la dirección del lugar en donde sería la fiesta, lo primero que se le pasó por la cabeza fue que sería un antro de mala muerte; algo lúgubre y sórdido, en el que las meretrices pulularían alrededor de los hombres como un oso entorno a un panal de miel. La idea, desde luego, no era muy sugerente, pero acudió de todas formas; siempre le quedaba la opción de marcharse si aquello adquiría un tono que no encajaba con sus gustos.

Cuando llegó al lugar indicado le sorprendió el aspecto: en lo alto de unas escaleras de tamaño considerable, unos focos iluminaban la entrada como si se tratara de dar la bienvenida a alguna estrella de Hollywood. Desde luego, si alguien acudía a ese lugar en busca de privacidad, no era aconsejable que accediera por la puerta principal.

Tras subir las escaleras se encaminó hacia la entrada principal, donde el portero le franqueó el paso al tiempo que le daba las buenas noches. Nada más traspasar el umbral se escuchaba música que provenía del interior del local, al otro lado de unas cortinas enormes de terciopelo rojo.

Le pareció que se encontraba en el hall de uno de esos cines donde antiguamente la gente acudía a ver películas, antes de que se inventaran los multicines, los centros comerciales, los videoclubs y Netflix, en una sucesión interminable de novedades cuyo único objetivo común parecía la de erradicar el glamour y la liturgia de acudir a las salas de cine tradicionales.

A su espalda había dejado la entrada principal. A su derecha un mostrador largo y con un grueso cristal protegía a las personas que estaban detrás del mismo y que suponía que eran las encargadas de cobrar las entradas de los clientes. Delante de él, las cortinas de terciopelo eran tan gruesas y pesadas que conseguían amortiguar la música que había al otro lado. Allí, al pie de esas pesadas cortinas, había otro hombre, que le recordó a la figura del acomodador de antaño.

Mientras el moderno acomodador le informó del importe que debía satisfacer si quería pasar al interior, él le respondió que había quedado con unos amigos para una despedida de soltero, al tiempo que buscaba el dinero solicitado en su cartera.

    - En ese caso, pase, por favor – dijo el hombre al tiempo que con su mano izquierda apartaba la pesada cortina.

Al otro lado de las cortinas le sorprendió un espacio inmenso, semi en penumbra y con forma de tubo, que finalizaba en un escenario profusamente iluminado y con una barra en mitad del mismo que iba desde el suelo al techo.

Mientras intentaba averiguar dónde podrían estar sus amigos, uno de ellos se adelantó a saludarlo. Estaban justo a su izquierda, en la barra del bar. Era el último que había llegado y enseguida se dio cuenta de que sus amigos llevaban más de una ronda y le esperaban con cierta ansiedad.

Desde allí, desde la barra, pudo ver que todo el espacio hasta el escenario, estaba ocupado por mesas dispuestas para cenar – en primer término-, así como otras – las más cercanas al propio escenario – para tomarse una copa mientras se disfrutaba del espectáculo.

Tras unos minutos de animada charla abandonaron la barra y se sentaron a cenar en una de las mesas adyacentes.

La música los acompañó desde que entraron en el local y continuó mientras cenaban; todo lo cual no impedía que sus amigos pudieran comunicarse y continuar la charla durante la cena.

Llevaba más de una hora hablando con un colega con el que, además, compartía su pasión por el fútbol y habían jugado juntos. En ese momento, otro del grupo les llamó la atención sobre lo que estaba sucediendo en el escenario, al fondo del local.

Por un instante, aparcaron su conversación e intentaron prestar atención a ver qué era eso tan impactante que sucedía sobre el proscenio. Agudizaron la vista y fue solo entonces cuando se percataron de que había una chica bailando y haciendo piruetas agarrada a la barra del escenario. Y unos segundos más tarde, comprobaron, no sin cierto agrado a la vez que, con cierta sorpresa, que la chica en cuestión realizaba sus ejercicios en topless.

    - Y nosotros, aquí, de palique, dale que te dale y el espectáculo está allí – le dijo su compañero levantando la mandíbula y dirigiendo su mirada al fondo de la sala, justo antes de abandonar la conversación y centrarse en lo importante.

Tras la cena y el abono de la cuenta, se acercaron al escenario para ocupar un par de las mesas que lo rodeaban. Desde allí tenían una visión privilegiada del espectáculo que se levantaba un par de metros sobre el suelo, y, por tanto, de las chicas que saldrían a la palestra.

Una vez sentados en su nueva ubicación y mientras esperaban las bebidas que habían pedido a la camarera, echó un vistazo alrededor y pudo comprobar que, a su derecha, pegados a la pared, había una serie de reservados, no demasiado espaciosos pero apartados del resto de asistentes con unos velos semitransparentes, que, al mismo tiempo permitían vislumbrar lo que sucedía, pero con una iluminación tan tenue que invitaba a no prestar demasiada atención.

La mera contemplación de unos cuerpos jóvenes, bien formados, en topless, contoneándose con movimientos provocadores alrededor de la barra del escenario, hizo subir la temperatura en algunos miembros del grupo; pero eso quedó en nada cuando las tres chicas que realizaban el show, bajaron del escenario y se dirigieron al grupo de la despedida de soltero.

Con total naturalidad se mezclaron entre ellos realizando los movimientos más sensuales y provocativos que una mente calenturienta y deseosa pudiera imaginar. La siguiente fase fue que las tres chicas, que realmente eran hermosas, se sentaron a horcajadas sobre algunos de los del grupo, - uno de ellos el novio - y prácticamente metieron la cara de aquellos pobres diablos entre sus pechos. Los elegidos, probablemente, lo fueron a juicio de esas experimentadas antropólogas y psicólogas, que intuían quién podría crear problemas y quién no.

El instinto, el deseo, la tentación, el alcohol, las hormonas y un montón de factores más, hizo reaccionar al novio, el cual, tenía sus manos sobre los apoyabrazos de la silla y los levantó levemente con la intención de acariciar los pechos de la bailarina, que tenía sobre él. Afortunadamente para él, la chica estuvo rápida de reflejos, acostumbrada a dar esa voz de alarma, y más que un consejo le dio una orden que el novio comprendió a la primera:

    - ¡No! Si me pones la mano encima, te van a sacar a ostias de aquí.

El pobre se quedó paralizado, frustrado y probablemente con una cierta molestia testicular. Teniendo tan cerca un cuerpo como aquel, tan insinuante, con su cara metida casi entre sus senos menudos, ni grandes ni pequeños, en una milésima de segundo tuvo que renunciar a disfrutar del tacto de su piel y quién sabe si de algo más, a cambio de conservar la vida y, sobre todo, la integridad física.

Las chicas fueron rotando en el grupo, para que todos pudieran disfrutar del show. La chica que había tentado al novio, después hizo lo mismo con él. En esta ocasión él se limitó a levantar las manos como si un policía le hubiera ordenado que las pusiera a la vista y aguantó estoicamente los movimientos de sus caderas sobre su pelvis. Vio que la piel de ella brillaba por las gotas de sudor que cubrían su cuerpo. También sintió un perfume muy agradable, suave y fresco y soportó tener sus pezones duros a escasos milímetros de su cara, a punto de ser devorados. Fue entonces cuando levantó su mirada y se encontró con unos inmensos ojos verdes y una sonrisa capaz de fundir el Polo Sur. A pesar de la peluca rubia que llevaba, sus cejas eran de color negro, así es que, era morena. Ella, se acercó tanto que él pensó que le besaría o que le rozaría la cara, pero al final, le dejó allí sentado, con la respiración agitada, las manos en alto, el corazón a punto de salir andando, una erección considerable y su perfume impregnando su ropa.

Al regresar las chicas sobre el escenario dieron por concluida su actuación y se llevaron una ovación de los asistentes desapareciendo entre bambalinas, mientras otra compañera las sustituía en la tarea de alegrar a los parroquianos.

Al tiempo, uno de sus amigos propuso ir a otro lugar en donde, al parecer, allí sí podrían satisfacer las necesidades que les habían despertado, pero él dijo que se retiraba. Que vivía lejos, y que, para él, era suficiente.

Al despedirse se prometieron intentar volver a verse, ya fuera jugando al fútbol, o alrededor de una mesa. Nunca más volvieron a coincidir. De hecho, tampoco fue invitado a la boda…si es que tuvo lugar.

Se dirigió a donde había dejado el coche aparcado. Metió la mano en el bolsillo derecho de su chaqueta para coger la llave y se encontró con que además había algo: un papel. Extrañado, lo cogió y lo leyó: Silvia y un teléfono.

domingo, abril 27, 2025

Los cromos.

Era una tienducha pequeña y estrecha, algo claustrofóbica, en la que la puerta de acceso a la calle, con un cristal y escalón mediante, representaba su única fuente de luz. Detrás del pequeño mostrador, situado a la izquierda de la entrada, un anciano de andares inseguros, voz cansada, pelo blanco y boina, atendía a los escasos clientes que franqueaban la entrada en busca de los productos que allí se ofrecían: revistas antiguas, libros usados, figuras recortables para los niños, cuadernos de dibujo infantiles, juguetitos…y cromos.


Imagen de Petra Ohmer en Pixabay

Hasta donde alcanzaba la vista, - y no era mucho - todo aquel espacio estaba atiborrado de una diversidad de objetos y material impreso dando una sensación de agobio. Moverse en ese espacio era difícil. Daba la impresión de que, en cualquier momento, si hacías un movimiento equivocado, todo se vendría abajo atrapándote. Más que una tienda al uso parecía un almacén o un trastero, cuyos objetos se ponían a la venta para aliviarlo. Seguro que hoy en día al anciano le habrían obligado a realizar numerosas y cuantiosas adaptaciones por los riesgos sobre la salud, la seguridad en el trabajo, incendio y un sinfín de cosas más.

La estrella de aquel abigarrado expositor eran las colecciones de cromos. Los cromos en aquella época eran como el internet de hoy en día. En un mundo con un único canal de televisión en blanco y negro y con un horario de emisión casi de funcionario, un cromo era una ventana a lo desconocido. Un internet en foto fija y papel. Una Wikipedia breve. Algo que podías tocar y pegar en tu álbum.

Luego, si además tenías la suerte que esa misma colección de mariposas del mundo o de coches, también la hacía un compañero del colegio, siempre tenías la opción de intercambiar los que tenías repetidos por otros que te faltaban. Era una forma de socializar, no como hoy que se intercambian fotos eróticas por las redes sociales con desconocidos.

Los cromos que vendía el anciano aquel, tenían un precio ridículamente bajo, incluso para una economía de guerra como la mía. Aun así, pude completar dos: una de mariposas y otra de coches.

Pensando en retrospectiva me pregunto de dónde sacaría aquel hombrecillo aquellos cromos, quién se los proporcionaría y si realmente era posible ganar dinero vendiendo a ese precio. También me pregunto dónde viviría, cómo sería su casa, su habitación, su cama; si vivía solo, y qué hacía los fines de semana cuando la tienda estaba cerrada. Nuestra relación a lo largo de los años fue meramente comercial: de anciano vendedor a niño comprador. Nunca llegamos a intimar. Además, en aquella España, casi nadie hablaba del pasado por lo que pudiera pasar. Sólo habían pasado unos 25 años del final de la guerra civil y si hoy en día, hay quienes se pasan el día hablando de ella y no la vivieron, me imagino que los que sobrevivieron se andarían con mucho cuidado de no dar datos innecesarios, por lo que las relaciones personales, se llevaban con extremada cautela.

Los cromos venían en una especie de sobre que tenías que abrir rompiendo por la línea de puntos que tenían. Todavía recuerdo la emoción de comprarlos y la ilusión de ir colocándolos en su lugar en el álbum. El día que tocaba comprar cromos era casi mejor que el día de comprar helado, que no recuerdo ninguno. Luego, a medida que la colección se iba completando, la ilusión consistía en esperar que entre las nuevas adquisiciones se encontrara alguno de los cromos que no tenías para cubrir esos huecos. Pero eso, era cada vez más complicado y la desesperanza de poder terminarla se afianzaba cada vez que comprobabas una y otra vez, que los cromos eran los mismos de siempre. Y lo malo es que, en esos momentos, a pesar del irrisorio precio que tenían, la amenaza de dejar de comprarlos definitivamente volaba sobre mi cabeza al considerar que para terminar la colección sería necesario seguir comprando y comprando cromos repetidos. Años más tarde comprendí que era como la lotería de Navidad, a la que somos ingenuamente fieles, a sabiendas de que casi con toda certeza, no nos va a tocar el gordo.

Hoy ya no existen esos cromos. Tiempo después se hicieron muy populares los de futbolistas, una fuente inagotable de imágenes. Pero incluso esas colecciones también terminaron por desaparecer. Las colecciones de hoy son maquetas de vehículos de todo tipo que te las entregan por partes cada vez que compras un periódico.

Los niños de ayer, compartían intereses al completar las colecciones de cromos. Los de hoy, se aíslan del resto pegando la nariz a su dispositivo portátil, y convirtiendo a los niños, en adictos a la tecnología y asociales.

 

jueves, abril 24, 2025

El imperio de los mediocres.

Día sí y día también los ciudadanos honestos y decentes que se levantan cada día para ganarse el pan con su esfuerzo, se ven sorprendidos por un nuevo escándalo protagonizado por políticos. La tipología de estos escándalos cubre una amplia gama en la que, por supuesto, no falta el sexo, las prostitutas, el alcohol y las drogas. Aunque lo que predomina es el nepotismo; eso que hace que lo que más escuece no sea la falta de escrúpulos, de valores o de principios de esos individuos, sino, la constante falsedad de sus inexistentes títulos académicos, habiéndose convertido tal artimaña en casi una norma.



En la mayoría de los casos esas fulgurantes carreras de algunos de esos políticos parece que obedecen exclusivamente y como único mérito, a la lealtad inquebrantable al líder, a unas siglas, una bandera o a un individuo, bien del partido o del sindicato. Dichos individuos disfrutan de unos privilegios inalcanzables para el resto de la población: puestos de máxima relevancia, remuneración muy por encima del salario del común de los mortales, gestión de presupuestos mastodónticos – cuando no se tiene constancia de que sepan sumar-, poder de nombrar asesores personales hasta que se les gangrene la mano de firmar, coche oficial, chofer, secretaria, despacho, vacaciones pagadas para él y su familia, incluso en ocasiones para los amigos, etc. etc. etc. Pero la sorpresa devenga en irritación y afrenta personal cuando el pobre ciudadano descubre que el susodicho politicastro de turno, ese que se expresa de forma torpe a base de frases hechas y, en ocasiones, con inolvidables quebrantos al diccionario de la RAE, que miente cada vez que abre la boca, no tiene cursados más estudios que los de bachillerato, y si los tiene.

No es una cuestión de envidia. Se trata de pura justicia social. Al ciudadano, - a ese al que le cuesta llegar a fin de mes, mantener a la familia en solitario, o colaborar con su pareja en ello, porque uno sólo ya no puede, que tiene que madrugar cada día, aguantar los atascos de tráfico o el ambiente cargado del Metro o el autobús, aguantar al jefe, que la mayoría de las veces suele ser un cretino, etc.- llegar hasta donde está, le ha costado tiempo, dinero y esfuerzo y por tanto, considera injusto que un individuo/a, con una educación elemental, disfrute de una posición así, al tiempo que en vez de estar dando gracias al cielo o a los españoles por haber sido agraciado/a con la lotería del poder, encima adoptan posturas chulescas, altaneras y despectivas, precisamente contra quien les da de comer.

Este español no puede evitar equiparar el esfuerzo que ha tenido que hacer para llegar hasta allí, con el que ha realizado el inútil del político. A lo que hay que sumar que para mantener su puesto de trabajo lleva aparejado soportar la espada de Damocles de cumplir años, algo inevitable, y que te despidan cuando alcances la edad fatídica. Porque hasta en eso hay diferencias. Cuando se despide a un político de su puesto, enseguida encuentra acomodo en cualquier parte de la cosa pública y a veces, de la privada, con una jubilación asegurada. Mientras tanto, el empleado, incluso los de alto rango, tiene que seguir buscando sus habichuelas.

Pero si además del esfuerzo realizado, empieza a comparar conocimientos y experiencia, el enfado se torna en cólera incontrolada al comprobar que una inmensa nube de mediocres funcionales son los que mejor viven en España. Y entonces uno, cualquiera, se pregunta: ¿Y esto es lo mejor que podemos tener para que tomen las mejores decisiones y nos gobiernen? Y tristemente, esta pregunta y estas mismas sensaciones, se reproducen cada vez más con más frecuencia en las no ya en política, sino también en las empresas. Es lo que se llama la “mediocracia” o el imperio de los mediocres.

La proliferación de incompetentes a costa del erario público no sólo representa una insoportable carga económica para el país; es que, además, supone una metástasis multifuncional y orgánica, al expandirse como un cáncer merced a los nombramientos basados en la amistad, la sangre, la camaradería, el clientelismo, la lealtad y las siglas, pasando por encima de los funcionarios de carrera, los técnicos cualificados y arrinconando valores como la eficacia, el trabajo y los méritos profesionales.

El escritor francés, Alain Denault escribió un libro titulado “MEDIOCRACIA: CUANDO LOS MEDIOCRES LLEGAN AL PODER” ([1]), en el que se verifica que “el rigor y la exigencia han dejado paso al esquema carente de referentes que inspira esta crítica mordaz. Da igual si es el ámbito político, académico, jurídico, cultural o mediático: se mire por donde se mire, se constata el triunfo de lo mediocre”.

¿Algunos ejemplos? “El político ambivalente afín a progresistas y conservadores; el profesor de universidad que ya no investiga, sino que rellena formularios burocráticos; el reportero que encubre los escándalos fiscales y hace ruido en la prensa amarillista o el artista revolucionario, pero subvencionado.”

A esta lista yo añadiría: los títulos académicos tan falsos como Judas - y comprados por el mismo precio-, que otorgan Masters a quien no lo merece con el pretendido afán de parecer más preparado y más listo de lo que es; el falseamiento del historial académico y profesional, que, al descubrirse posteriormente, se elimina de la web y se intenta justificar con la torpe excusa de que ha sido un lapsus; las inexistentes explicaciones o balbuceos a la pregunta de ¿dónde ha trabajado usted antes de dedicarse a la política?, porque no ha trabajado en su vida en ninguna empresa; o comprobar la carrera fulgurante de alguna cajera de supermercado que termina en la cama del líder y después en el Consejo de Ministros.

Y mientras se van conociendo estos “pequeños detalles”, el españolito de a pie, ese que de verdad es el que levanta el país con sus impuestos y su esfuerzo, observa alucinado y boquiabierto cómo un individuo, diputado en el Congreso e imputado en un juicio por atentado contra la autoridad, atiende a una nube de periodistas, peinado con rastas como un jamaicano, vestido con andrajos, mientras resulta evidente que realiza esas declaraciones bajo los efectos de alguna sustancia sicotrópica, pues su mirada perdida y su boca estropajosa le delatan.

Por la boca muere el pez, reza el dicho, y a fe mía que cada día perecen más de cien que, ensimismados por el poder de su posición, pierden el sentido – si es que alguna vez lo tuvieron – cada vez que ven una cámara o un micrófono. Pero, sin embargo, a pesar de las simplezas que sueltan por esa boca; a pesar de las estupideces y contrasentidos; a pesar de las mentiras y contradicciones permanentes, ahí siguen, cobrando su generosa paga por hacer no se sabe muy bien qué.

Y por si no tuviéramos suficiente en el ámbito de lo político y la empresa pública, en la empresa privada, también se dan este tipo de aberraciones. Y eso es lo preocupante: que mientras los torpes florecen y se reproducen, los que valen, emigran. Estamos rodeados de inútiles, de indigentes mentales, de parias enmascarados como valedores, de gentes que incomprensiblemente detentan unos puestos para los que cada día demuestran con sus hechos y sus declaraciones que no están ni remotamente preparados.

El Dr. Luís de Rivera, psiquiatra español, ha estudiado a fondo el asunto de los mediocres y lo ha definido como el “síndrome MIA”, o lo que es lo mismo, trastorno por Mediocridad Inoperante Activa.

En qué consiste y cómo se detecta este síndrome.

La mediocridad, es la incapacidad de apreciar, aspirar y admirar la excelencia. Por tanto, el enfermo de este mal, será un individuo que luche por oscurecer, defenestrar o eliminar en diversos grados, a todo aquel que pudiera destacar en la empresa, - o en la política - dependiendo del grado de infección que tuviera.

El grado más leve, es el más simple. Ni le importa la mediocridad, ni la entiende, y es feliz con la satisfacción de sus necesidades básicas. Son individuos “amorfos”, que no aportan nada, pero tampoco estorban mucho. Algo así como un geranio con piernas.

Luego hay un agravamiento de la dolencia. Se corresponde con el perfil del fatuo, que quiere ser excelente, aunque no entiende en qué puede eso consistir, por lo que sólo puede imitar, copiar o fingir. No es dañino, aunque, si tiene un puesto importante, puede agobiar a los demás con exigencias burocráticas que sólo pretenden dar la impresión de que está haciendo algo importante.

Pero el verdaderamente peligroso es el mediocre inoperante activo, ser maligno incapaz de crear nada valioso, pero que detesta e intenta destruir a todo aquél que muestre algún rasgo de excelencia. Son fácilmente reconocibles por sus comportamientos.

Los análisis sobre la situación del mercado, la eficacia de la compañía que dirige, la calidad del trabajo que se desarrolla, los métodos utilizados, la mejora de la productividad, etc., son conceptos que se le escapan. A lo sumo, puede idear burocracia y más burocracia, en un claro gesto de impotencia, ineptitud y ceguera ante lo más evidente, matando toda clase de buenas perspectivas, desanimando a quienes se involucran con la mejor intención y empobreciendo a la propia empresa.

El afán de aparentar, de darse autobombo, le lleva a intentar asemejarse a un Florentino Pérez, por el simple hecho de disfrutar de un BMW que paga la empresa, lo cual, resulta lastimoso cuando en verdad, tiene el coeficiente de inteligencia de un paramecio.

Los compromisos de estos inútiles profesionales se ciñen, casi exclusivamente, a eventos sociales con quienes se supone que deberían ser sus clientes. A saber:

ü  Jugar al pádel o al golf

ü  Invitar a comer, a copas…

ü  Partidas de mus

En su infinito afán por destruir todo aquello que no comprende – o sea: todo – no encontrará barrera, obstáculo o impedimento alguno, y si fuera necesario, llegará a sabotear cualquier operación beneficiosa para la compañía, si con ello puede intentar conseguir tener algún argumento en contra de quien lo ha intentado, y así, echarle en cara que al final, la operación, no terminó como se esperaba.

Como bien indica el Dr. De Rivera en su artículo, lo peor que puede pasar en una empresa es que un individuo con un trastorno de esta índole, pueda llegar a desempeñar puestos de responsabilidad.

Y ahora, llegados a este punto, ¿a alguno se le ha venido a la mente algún nombre? ¿alguien ha creído identificar a algún enfermo de MIA? ¿reconocemos a alguien del gobierno? ¿hemos puesto nombre y apellidos a ese tipejo de la empresa que nos hace la vida imposible?

El asunto de los mediocres e ineptos, es sólo una parte del enorme problema laboral que tenemos en España.

En febrero de 2018 un artículo del diario Nueva Tribuna decía:” El conocido y prestigioso European Trade Union Institute ha publicado un informe (“Bad Jobs” recovery? European Job Quality Index 2005-2015) sobre la calidad del empleo en los 28 países de la Unión Europea que es demoledor para España. Si consideramos que una de las responsabilidades del Estado en cualquier país es asegurarse que la población pueda aspirar a desarrollar su gran potencial a través del trabajo, entonces la conclusión rotunda de este informe es que el Estado español está fracasando rotundamente”.

 En la mayoría de los indicadores de calidad de empleo utilizados en este excelente estudio -(1) salarios, (2) formas de empleo y seguridad laboral, (3) tiempo de trabajo y equilibrio trabajo-vida, (4) condiciones de trabajo, (5) habilidades y desarrollo en su carrera laboral, y (6) representación sindical-, España aparece en el informe a la cola (repito, a la cola) de toda la Unión Europea, sólo después de Rumanía y Grecia”.

España es un país donde la precariedad laboral alcanza cotas inaceptables y, además, la tendencia es al alza; donde las condiciones de trabajo son las peores de la UE; donde el nivel de desempleo es pavoroso; donde el número de trabajadores pobres es mayor; un país que está entre los que menos atención prestan al mejoramiento del conocimiento y la educación laboral; donde en pleno siglo XXI hemos visto cada día a miles de personas acudir en busca de ayuda para poder comer, cuando hasta hace unos meses atrás, estas personas habían mantenido un empleo con mayor o menor fortuna, pero al menos, les permitía cubrir sus necesidades primarias.

Un país que vive bajo estas condiciones tiene que soportar estoicamente que su clase política, (la misma que le ha enviado a las colas del hambre; la misma que le ha obligado a cerrar su negocio durante meses, pero no le ha ayudado con dinero en efectivo, ni con exenciones fiscales, ni prorrogando el pago de los impuestos), se suba el ya generoso sueldo que disfrutaban, viaje en avión privado pagado por todos los españoles, se salte las restricciones impuestas por ellos mismos al resto de la población por razones de seguridad en la lucha contra el COVID, al tiempo que observa entre atónito e indefenso, cómo una pléyade de mindundis analfabetos, de mediocres insuperables, ocupa puestos de privilegio con sueldos indecentemente altos, como pago a su único logro, que no es otro que ser la pareja de alguien importante, o el compañero de pupitre en el colegio del presidente.

En otras épocas en situaciones así, con el nepotismo más extremo y palmario, los comunistas se pusieron del lado de los oprimidos y mediante sus estrategias de tensión y exacerbación de sentimientos, asaltaron la Bastilla y el Palacio de Invierno de los Zares en San Petersburgo. Luego ya sabemos cómo terminó todo eso. Pero es que hoy, esos que se autodenominan comunistas, se han comprado un chalet de más de un millón de euros y viven en una especie de gueto privado, mantenido por la Guardia Civil, del mismo modo que en su día el Zar Nicolás vivía protegido por la Guardia Imperial. Y eso, también sabemos cómo terminó.

Los españoles asistimos indefensos, confusos, estupefactos, incrédulos, a un despliegue de ineptitud como nunca antes habíamos padecido, hasta el extremo de que un cretino, que jamás ha ejercido de médico, porque fue incapaz de superar el MIR, es capaz de afirmar en una rueda de prensa del gobierno que, en España, el COVID-19 afectará a una o dos personas y 120.000 muertos después, no ha afrontado ninguna responsabilidad ([2]).

Un país en el que cualquier analfabeto puede meter la mano en la caja del dinero, colocar a sus amantes en empresas públicas y que ni siquiera aparezcan por la oficina; a sus amigos y parientes con sueldos que pagamos los demás con nuestros impuestos, o pagarse unas juergas a base de whisky y prostitutas, pagado todo con dinero público, se parece bastante a un país del medievo, donde los señores feudales campaban a sus anchas, imponían sus leyes de modo discrecional y abusaban de sus derechos.

Y aunque parezca mentira, estamos en el siglo XXI y pongamos que hablo de España, parafraseando al cantautor.



[1] Yo tengo ese libro

[2] 31/01/2020 Fernando Simón: "España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado"

lunes, abril 21, 2025

Los llamados minerales raros

 

“Las energías llamadas limpias necesitan recurrir

a minerales raros, cuya explotación es todo, menos limpia”

Guillaume Pitron, periodista.


Aunque este tema ya lo publiqué hace un par de años, debido a las últimas noticias surgidas a este respecto, creo que sigue manteniendo su actualidad.

                   

Me refiero al afán casi desesperado de Trump por hacerse "a toda costa" con las llamadas "tierras raras" pertenecientes a Ucrania, y de paso, las que hubiere en Groenlandia, Panamá, Canadá o donde fuere.

Ese es uno de los puntos más débiles de la gran superpotencia, que para su industria necesita materias primas provenientes de otros países.

Hoy en día, nuestra vida gira alrededor de una serie de materias de las que la mayoría no ha oído hablar en su vida. Se llaman los minerales raros.

Los así llamados minerales, componen una lista reducida de elementos que, aunque la denominación pueda llamar a engaño, no son tan raros de encontrar.

Estos son: Escandio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio

En realidad, el término apropiado es “tierras raras”. Se las califica de "raras" debido a que es muy poco común encontrarlos en una forma pura, aunque hay depósitos de algunos de ellos en todo el mundo. El término "tierra” no es más que un vocablo arcaico que hace referencia a algo que se puede disolver en ácido. Dicho de otro modo, "tierra" es una denominación antigua de los óxidos.

No creo que nadie que no sea un especialista en la materia, haya oído hablar de ninguno de ellos jamás. Yo con el coltán he cubierto mi cupo de minerales raros. Y, sin embargo, estas materias casi desconocidas, son objeto de una guerra silenciosa entre EEUU y China, que en ocasiones afecta a las bolsas. ¿Y por qué? Pues por los diferentes usos y aplicaciones que tiene alguno de ellos y su origen. No hay nada más recomendable para una guerra que uno tenga lo que necesita el otro. Y si no, ahí está la II.G.M. y el petróleo como arma de EEUU para frenar las ansias expansionistas de los nipones.

(Fuente: Expansion 30/05/2019)

A pesar de ser desconocidos para el gran público, tienen unas propiedades magnéticas y electroquímicas claves para el desarrollo de la industria tecnológica. Su presencia es vital en la elaboración de productos tecnológicos como teléfonos móviles y baterías para coches eléctricos, si bien su uso alcanza a sectores tan dispares como el energético, el farmacéutico y hasta el militar.

Hace un par de años, por estas mismas fechas, los mercados financieros sufrieron una severa sacudida por el temor a una escalada en las represalias comerciales entre EEUU y China. Gran parte de las alertas se centraban en las últimas semanas en el sector tecnológico, y es en este ámbito donde cobraba relevancia la amenaza de China de frenar la exportación de minerales raros a EEUU. La medida supondría una 'represalia tecnológica' por el veto de EEUU a Huawei.

La reducción o incluso un hipotético bloqueo de estas exportaciones de China a EEUU representa una amenaza para los gigantes tecnológicos de Wall Street. Apple, por ejemplo, utiliza los minerales raros en componentes para cámaras y altavoces, y admite que son muy difícil de recuperar mediante el reciclaje debido a las cantidades tan pequeñas que incluyen originalmente sus productos.

El problema para las empresas estadounidenses radica en la dependencia del suministro de China. El 80% de todas las importaciones de minerales raros de EEUU procede del gigante asiático. La cuota de otros países es residual, como el 6% de Estonia, o el 3% de Japón y Francia.

El protagonismo que podrían adquirir estos minerales raros en el caso de que China materialice su amenaza de bloquear las ventas a EEUU ha amplificado el espectro de inversores interesados en las empresas especializadas en su explotación.

En el siguiente cuadro, se puede apreciar que el volumen total de estas materias a nivel mundial, es una cantidad finita, lo que da una idea del enorme valor económico y estratégico y, por tanto, del interés inusitado que ha levantado en algunos fondos de inversión y en empresas especializadas, especialmente en China, Canadá y Brasil.

 

Fuente: STATISTA

Así se puede apreciar mejor la guerra entre EEUU y China, siendo este último el que más tierras raras posee, mientras las más grandes empresas norteamericanas dependen de esos minerales y en su país, no disponen de mucho que digamos.

Y la siguiente pregunta es: ¿Y esto para qué sirve? En el siguiente cuadro he resaltado aquellos usos que nos atañe más de cerca. Confieso que el resto he tenido que investigar de qué se trataba porque no me sonaba de nada.

Nombre

Aplicaciones

 

 

Escandio

Aleaciones ligeras de aluminio y escandio para componentes aeroespaciales, aditivo en lámparas de halogenuros metálicos y lámparas de vapor de mercurio,​ agentes de rastreo radioactivo.

Itrio

Usado para producir láseres de granate de itrio y aluminio (YAG), forma la matriz de los fosforescentes de itrio y europio activados, que emiten una luz brillante y roja clara cuando son excitados por electrones, usados en la industria de televisión, se hace añadiendo europio al vanadato de itrio (YVO4), superconductores de alta temperatura de YBCO, circonio estabilizada con itria (YSZ), filtros de microondas granate de hierro e itrio (YIG),​ Bombillas de bajo consumo (parte del revestimiento de fósforo blanco trifósforo en tubos fluorescentes, CFL y CCFL, y revestimiento de fósforo amarillo en LED blancos),​ bujías, camisas incandescentes, aditivos para el acero, tratamientos contra el cáncer.

Lantano

Vidrio de alto índice de refracción y resistente a álcalis, pedernal, almacenamiento de hidrógeno, electrodos de batería, lentes de cámara, catalizador de craqueo catalítico de fluidos para refinerías de petróleo.

Cerio

Agente oxidante químico, polvo para pulir, colores amarillos en vidrio y cerámica, catalizador para hornos autolimpiables, fluido catalizador de craqueo catalítico para refinerías de petróleo, pedernales de ferrocerio para encendedores.

Praseodimio

Imanes de tierras raras, láseres, material de núcleo para lámparas de arco de carbono, colorante en vidrios y esmaltes, aditivo en vidrio de didimio utilizado en gafas de soldadura,​ pedernales de ferrocerio (Metal de Misch) para encendedores.

Neodimio

Imanes de tierras raras, láseres, colores violeta en vidrio y cerámica, vidrio de didimio, condensadores de cerámica, motores de automóviles eléctricos.

Promecio

Baterías nucleares, pintura luminosa.

Samario

Imanes de tierras raras, láseres, captura neutrónica, máseres, barras de control de reactores nucleares.

Europio

Fosforescentes rojos y azules, láseres, lámparas de vapor de mercurio, lámparas fluorescentes, agentes de relajación RMN.

Gadolinio

Vidrios o granates de alto índice de refracción, láseres, tubos de rayos X, memorias de computadora, captura neutrónica, agente de contraste para resonancia magnética, agente de relajación para resonancia magnética, aleaciones magnetostrictivas como el galfenol, aditivo para acero.

Terbio

Aditivo en imanes a base de neodimio, fosforescentes verdes, láseres, lámparas fluorescentes (como parte del recubrimiento de fósforo de tribanda blanca), aleaciones magnetostrictivas como el terfenol-D, sistemas de sonar navales, estabilizador de pilas de combustible.

Disprosio

Aditivo en imanes a base de neodimio, láseres, aleaciones magnetostrictivas como el terfenol-D, unidades de disco duro.

Holmio

Láseres, estándares de calibración de longitud de onda para espectrofotómetros ópticos, imanes.

Erbio

Láseres infrarrojos, acero de vanadio, tecnología de fibra óptica.

Tulio

Máquinas portátiles de rayos X, lámparas de halogenuros metálicos, láseres.

Iterbio

Láseres infrarrojos, agentes reductores químicos, bengalas, acero inoxidable, galga extensiométrica, medicina nuclear, monitoreo de terremotos.

Lutecio

Tomografía por emisión de positrones: detectores de escaneo PET, vidrio de alto índice de refracción, tantalato de lutecio para fosforescentes, catalizador utilizado en refinerías, bombilla LED.

 

Hay otros minerales que se suman a la lista de los llamados “raros”, aunque a la hora de señalar en qué se utilizan, enseguida se comprenderá su importancia. Estos son los siguientes:([1])

     - Vanadio, germanio, antimonio, berilio, renio, tántalo, niobio

«Robótica, inteligencia artificial, hospitales digitales, ciberseguridad, biotecnologías médicas, objetos conectados (internet de las cosas), nanoelectrónica, vehículos sin conductor... Todos los sectores más estratégicos de las economías del futuro, todas las tecnologías que duplicarán nuestra capacidad de cálculo y modernizarán nuestra manera de consumir energía, el más ínfimo de nuestros gestos cotidianos, incluso nuestras grandes decisiones colectivas, van a revelarse totalmente dependientes de los metales raros», detalla el periodista francés Guillaume Pitron.

Da igual donde mire: el móvil que tiene en el bolsillo ha sido fabricado con litio (batería); indio, lantano, itrio y europio (pantalla); disprosio, terbio, gadolinio y praseodimio (componentes electrónicos). El esmalte cerámico de la taza en la que se bebió el café esta mañana contiene neodimio; la radiografía que se hizo la semana pasada fue posible gracias al prometio; el coche eléctrico que conducirá el año que viene emplea cerio... Incluso la cultura popular parece interesarse de repente por la minería: la segunda temporada de House ofCards giraba en torno al samario.

Estas nuevas tecnologías van a suponer un cambio radical en términos de geopolítica a nivel mundial. Hasta ahora, los países que dominan el petróleo, disfrutan de una posición preeminente en el concierto mundial. Pero el petróleo se acabará antes o después y en ese momento, con el desarrollo de estas nuevas tecnologías, quien disponga de los materiales para la fabricación, dominará el mundo. O sea, China.

Esto, además del poder de influencia, tiene unas consecuencias nefastas, en general, para occidente. En opinión de Pedro Baños, coronel en la Reserva especialista en geoestrategia, el peligro de que los equipamientos más sofisticados de los ejércitos de Occidente -aviones de combate, robots, ciberarmas- dependan de que Pekín abra o cierre el grifo de los metales raros como si fuera el del lavabo, es una herramienta de coacción más.

Y, además, está el asunto del medio ambiente y la salud. Pitron el mismo reportero que ha visto con sus propios ojos los paisajes desintegrados de la provincia de Jiangxi y los pueblos corroídos por el cáncer de la región autónoma de Mongolia Interior, estima que «mantener el cambio de nuestro modelo energético exige ya duplicar la producción de metales raros cada 15 años más o menos. Es una de las razones por las que deberemos extraer más minerales metalíferos en el curso de los próximos 30 años de los que la Humanidad ha extraído en 70.000».

Es preciso purificar ocho toneladas y media de roca para obtener un kilo de vanadio; 16 para un kilo de cerio; 150 para uno de galio; 250 para uno de lutecio... Las cifras harían llorar a Greta Thunberg. Y luego está el problema de qué hacer con el agua cargada de ácidos y metales pesados resultante del refinado.

¿Alguno de nosotros se para siquiera un segundo a pensar que el móvil también contamina?

La falta de concienciación sobre el coltán hace que la gente no reflexione sobre la violencia que supone su extracción (columbita y tantalita) en ciertas partes del mundo, incluida toda África, donde tienen los mismos teléfonos móviles que en Occidente.

 



[1] JOSE MARÍA ROBLES – El Mundo 26/09/2019

viernes, abril 18, 2025

Los genios sin lámpara.

Si alguna vez me encuentro con un genio salido – emergido, aparecido - de una lámpara, no le pediré una fortuna tan inmensa que no me dé tiempo de gastar. Ni setenta jóvenes vírgenes – yo las prefiero maduras y con experiencia - ni la fogosidad imprescindible para no hacer el ridículo con ellas. Ni siquiera una cena con Charlize Teron. No. Si me encuentro con un genio maravilloso yo le pediría un cerebro privilegiado, uno de esos con los que algunos seres humanos nacen, sin saber exactamente qué es lo que ha determinado que él sí y los demás no.

                                                         

Siempre he envidiado a personas como Leonardo Da Vinci, Isaac Newton, Albert Einstein, Mozart, Stephen Hawkins, Madame Curie. A lo largo de la historia se han conocido a muchos genios hombres, y a pocas mujeres. Tanto es así que no fue hasta 2016, cuando una película interpretada por Kevin Costner, sacó a la luz los nombres de un grupo de mujeres que fueron pieza clave en los primeros años de la NASA, y una con especial importancia. Se trata de Katherine Johnson. Gracias a los cálculos de esta matemática, un estadounidense pudo darle por primera vez la vuelta a la Tierra desde el espacio y el hombre pudo llegar a la Luna. Pero, sobre todo, ella fue una de las primeras mujeres afro estadounidenses en trabajar como ingeniera en la Agencia Espacial de Estados Unidos.

Nacer con un cerebro privilegiado es una lotería. Pero, ¿es un premio que pertenece en exclusiva a su legítimo poseedor o debe ser puesto al servicio de la sociedad?

Hace tiempo leía por ahí un artículo que fue el que me inspiró a reflexionar sobre este tema. El artículo hablaba de un hombre totalmente desconocido para el gran mundo, con un C.I. de 260.

A mí, con esto del C.I. me pasa lo mismo que con las distancias siderales: por encima de cierta cifra asumible por mi única neurona, lo demás se me escapa. Como en la famosa película también de Kevin Costner, Robin Hood, que les persigue un ejército muy numeroso y él les dije a los campesinos: “son cinco o seis” y Morgan Freeman le mira aturdido y él le responde en voz baja: “da igual, no saben contar más allá de cinco”.

Bueno, dejemos el cine – donde, por cierto, algunos famosos disfrutan de un C.I. mucho más que generoso - y regresemos a nuestro hombre anónimo con 260 de C.I.

Se llamaba William James Sidis. El artículo, para contextualizar y establecer comparaciones, hablaba de que Albert Einstein tenía como 160 de C.I. e Isaac Newton 190 o así.

Con solo año y medio William ya era capaz de leer el periódico. Con 8 años hablaba ocho idiomas. Pero los consideraba limitados, así que inventó el suyo propio. A los 11 años ya era universitario en Harvard.

Su futuro era prometedor, pero al final, le arrebataron ese futuro y acabó solo, joven y amargado a la temprana edad de 46 años. Su padre – siempre tiene que haber alguien estorbando – quiso convertirlo en una especie de monstruo de feria y aprovecharse de sus capacidades. Eso hizo que su relación no fuera la mejor paternofilial posible, hasta el punto que, cuando años más tarde, su padre fallece, él no va al entierro. Al final, William sacaba carreras universitarias con la misma facilidad con la que un mono se come un plátano y aprendía idiomas como para dejar sin empleo a todos los de la ONU. ¿Y todo eso para qué?

A William le gustaba la soledad, lo cual, hasta cierto punto es totalmente lógico. Si estás rodeado de “subnormales”, si eres “Dios”, ¿qué beneficio te aporta juntarte con esa gente? Así es que decidió mantenerse un poco al margen de los convencionalismos sociales, y en vez de desarrollar tareas que repercutieran de alguna forma beneficiosa en los demás, en la sociedad, se dedicó a trabajar en tareas administrativas, mecánicas, de bajo nivel, mucho más que grises, inadvertidas, y cambiando de empleo con frecuencia, en el mismo instante en el que sus jefes se daban cuenta de que ese chico tenía la capacidad de mejorar todo lo que tocaba. Él no quería prosperar, pero su cerebro le traicionaba. No podía evitar sobresalir y en cuanto sus jefes lo percibían, querían ascenderle. Él no quería responsabilidad de ninguna clase.

Su vida estuvo llena de desgracias y es más que evidente que jamás fue feliz, por varias razones.

Del mismo modo que su padre intentó abusar de sus capacidades, muchos otros, antes y después, hicieron lo propio con sus respectivos hijos, aunque sólo conozcamos los casos de los más conocidos o más recientes. ¡Cuántos padres de deportistas han pecado del síndrome de Pigmalión con sus hijos!

Pero la cuestión es: ¿tenemos algún derecho a exigir a esos privilegiados que se dediquen a aquello que nos vendría bien a nosotros, aunque a él no le guste? ¿Tenemos derecho a hacer lo mismo que hizo su padre, que no fue otra cosa que manipularle? ¿No es eso, precisamente, a lo que se dedicaba la URSS con sus científicos a los que recluía en ciudades secretas y les exprimían las neuronas hasta conseguir lo que buscaban?

Por mucho que nos duela y aunque en el fondo nos reconcoma la envidia, recordemos los versos del poema escrito por William Ernest Henley, que inspiraron a Nelson Mandela a mantener el ánimo durante 27 años en la prisión de Roben Island:

“En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
le doy gracias al dios que fuere,
por mi alma inconquistable.

En las garras de las circunstancias,
no he gemido, ni he llorado.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos,
acecha la oscuridad con su horror,
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.

No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuántos castigos lleve a mi espalda,
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma
”.

 

Cada uno, sea genio o no, es el dueño de su destino.

En España hay una organización llamada MENSA que aglutina a personas con un alto C.I.

Hace ya algunos años, hicieron una entrevista en TV al que por entonces era el presidente o algo así. Era un informático que trabajaba de taxista y si la memoria no me falla, su C.I. era del orden de 140, tal vez más. La periodista le preguntó – claro – cómo era posible que un ingeniero informático, con ese C.I. trabajara de taxista y el hombre respondió: “tras haber trabajado en informática, he decidido que para mí es mucho más importante ser dueño de mi tiempo. Yo elijo cuántas horas trabajo, cuánto tiempo libre tengo para disfrutar de mi mujer y de mis hijos”.

Yo, que he trabajado de informático, le comprendí perfectamente. Él era otro amo de su destino, otro capitán de su alma. Nadie puede disponer de las capacidades de otro, por muy sobrenatural que sea. Y está demostrado que cuando se intenta manipular a alguien así, la cosa no termina bien. Es como encerrar a un animal que ha nacido en libertad en una jaula. Es un abuso y puro egoísmo pretender utilizar el cerebro de un superdotado en algo que el propietario del cerebro no quiere.

Los llamados genios, no nos pertenecen. Y esa frase, también es un guiño a otra película, mi preferida por encima de cualquier otra: Memorias de África. Meryl Streep, entierra a Robert Redford que ha muerto tras un accidente con su avioneta. Termina la lectura de un texto con la frase: “No nos perteneció. No ME perteneció”.

Los genios, por lo general, suelen ser gente atormentada, especialmente sensible y con escasas habilidades sociales. Muchos de ellos al ser conscientes de su superioridad, tratan al resto con desprecio, altanería y soberbia. Yo he conocido a alguno, por desgracia.

Esa es la imagen que se nos ha trasladado a lo largo de la historia. De ahí, tal vez, el éxito de la imagen de Einstein que, lejos de responder a este tópico, hacía alarde de un extraordinario sentido del humor. Un sentido del humor que la historia les ha negado a personas como Steve Jobs, Bill Gates, Howard Hughes o Alan Turing, por poner sólo algunos ejemplos. Ninguno de ellos nos ha transmitido la sensación de que hayan sido felices. O es que, tal vez, nuestro concepto de felicidad, también es diferente al suyo.

Así es que ahora la pregunta es: si se te aparece un genio ¿qué prefieres: ser un superdotado o ser feliz?

La verdad es que, si me encuentro con un genio, le pediría que me convirtiera en un virtuoso del piano. Mi única habilidad con el piano es arrastrarlo y con esfuerzo. Así es que me da mucha envidia cuando veo a alguien sentarse frente a uno y comenzar a sacar música. Y si encima quien toca es un niño o niña prodigio, más todavía. Es lo que me lleva a preguntarme qué hace que un niño toque como un maestro a los tres años. Qué ha sucedido en ese cerebro para que a los trece sea un virtuoso/a. No me atrae el dinero ni la fama que pudiera ganar con los conciertos, suponiendo que decidiera dedicarme a eso. Sería por puro placer. Y ahí, de nuevo, entraríamos a formular la pregunta del inicio: ¿tendría derecho a hurtar a los demás, el espectáculo de verme tocar el piano? Pues sí, porque el piano es mío.

Otra cosa que le pediría al genio es que me enseñara a dibujar. Para mí, un lápiz es más un arma letal antes que algo con lo que se puede hacer arte. En eso creo que lo he heredado de mi padre quien, al parecer, cuando se trataba de dibujar algún órgano o sistema del cuerpo humano (estudió medicina) tenía que poner acotaciones para que se entendiera lo que era. Y, sin embargo, su hermano mayor, trabajaba de caricaturista en ABC. Cosas de los genes y eso.

¿Y tú? ¿Qué le pedirías al genio?

Curiosidades: Estimación del cociente intelectual de 301 genios según Catharine Cox Miles (1926)