domingo, junio 29, 2025

Extraña experiencia en un lupanar

Alfeo Piesplanos intentaba ganarse la vida como vendedor de seguros.

Imagen de Phil Reese en Pixabay


Cualquiera cuya actividad principal sea la de vendedor, sabe que ser un vendedor, - de cualquier cosa, producto o servicio -, es una de las tareas más arduas que existen. Pero el culmen de la dificultad es el denominado sistema de “puerta fría”. Esto es, vender a pecho descubierto, sin anestesia, a personas totalmente desconocidas que, por supuesto, en cuanto das los buenos días, comienzan a recelar de ti y a preguntarse por dónde se la vas a colar. 

Decía Winston Churchill que “el éxito, consiste en ir de fracaso en fracaso, sin que por el camino desfallezca el ánimo”. Estoy totalmente convencido de que el viejo león conoció a un vendedor de seguros en el que apoyar su sentencia. Porque efectivamente, es así. Y cuando finalmente consigues firmar  una póliza, es como aquel que le decía un amigo a otro: ¿A ti te gusta el póker? Y su amigo le responde “me encanta”. ¿Y ganas mucho?  Bueno ganar, debe ser la leche. 

Dada la competencia en el sector a Alfeo le pareció una buena idea aprovechar sus conocimientos de inglés, para dedicarse a los extranjeros, principalmente, alemanes. En el extranjero sí existe una mayor aceptación del concepto de seguro, y además, los alemanes, conocían perfectamente la compañía para la que trabajaba. Pero no se dedicó sólo a los germanos. Tuvo ocasión de charlar con chinos, senegaleses y hasta un indio del Punjab, con su turbante y todo, aunque no llevaba la daga al cinto. 

Manejaba un amplio abanico de posibilidades: seguros de vida, de ahorro, pensiones, entierro…En general, cada grupo se las ingeniaba para organizarse entre ellos, montando sus propios sistemas de cobertura en caso de necesidad. Por ejemplo, los senegaleses, si uno de ellos moría, el resto de amigos y compañeros financiaba mediante una aportación los gastos de sepelio, o bien, de envío de los restos a su país. Los chinos, todo se lo gestionaban entre ellos. Como los del Punjab.

En cierta ocasión, el bueno de Alfeo entró en un todo-a-cien y solicitó hablar con el propietario. El dependiente, indio (o pakistaní) que apenas hablaba inglés, avisó al dueño. Aparece entonces un señor súper amable, que habla un inglés entendible. El hombre vestía un jersey con unos agujeros que daban ganas de comprarle uno en unas rebajas. Alfeo pensó, que no desentonaba con el ambiente que se veía en la tienda, que era lamentable. Casi lúgubre. Se dijo a sí mismo que allí poco iba a rascar. 

El hombre aceptó que le formulara una serie de preguntas para poder hacerle un borrador de propuesta, y una de esas preguntas fue el importe aproximado de lo que facturaba la tienda al año. Fue entonces cuando, después de escuchar la respuesta, Alfeo tuvo que pedir que le confirmara lo que había oído: ¡tres millones de euros! 

Alfeo seguía pensando que no podía ser, que lo había escuchado mal y que el hecho de que el indio llevara un jersey con unos agujeros por los que cabía un puño, era la prueba irrefutable de tamaño desatino. Pero no. Facturaba tres millones de euros al año, en una tienda de todo a cien. Y tenía otra, en otra localidad.

Otro de los casos por los que Alfeo se hizo famoso en la oficina, fue el de un cirujano alemán. Se había comprado un barco del siglo XVII o así. Al menos, se había comprado lo que quedaba de él. Se lo había traído desde Escocia, y lo estaba reconstruyendo en base a los planos originales. O sea, una bagatela de afición. Lo que quería era un seguro que cubriera esa construcción. La lástima era que las embarcaciones, la compañía las aseguraba cuando tocaban el agua. No antes. Ahí fue cuando su jefe le dijo que tenía una extraña habilidad para encontrar casos curiosos.

En el apasionante mundo del seguro estás obligado a “disparar a todo lo que se mueve”. Lo mismo le haces un seguro de vida y accidentes a un obrero que maneja maquinaria de obras públicas, que a una abogada que quería cobrar por si se ponía enferma, o le hacías un seguro a la clínica de un dentista alemán. 

En cierta ocasión, Alfeo entró en una tienda de regalos y de objetos de decoración, que pertenecía a una cadena y era de las más grandes de la capital. La persona de contacto accedió a colaborar a ver si se le podía mejorar las condiciones del seguro que tenía, y dijo que además de esa tienda, tenía otra, más grande, en otra localidad. La negociación le llevó a Alfeo seis meses, pero finalmente consiguió a ese cliente y una felicitación por parte de su jefe. Por pesado, claro.

Pero la situación más surrealista la vivió tiempo después.

Por la oficina apareció un buen día un señor, conocido de alguno de los agentes que ya estaba trabajando por allí. Hay que decir que el índice rotatorio de las personas que se dedican a esto de la venta de seguros, es altísima, toda vez que tienes que ir, como decía Churchill, de fracaso en fracaso y sin perder el ánimo. Tan pronto aparecen los supuestos agentes como desaparecen sin dejar rastro. Pues bien. Al bueno de este señor, un día se le ocurre la feliz idea de vender un seguro de ahorro a las meretrices. 

Cuando Alfeo escuchó aquello se quedó estupefacto. No sabía si era una broma o si el tipo lo decía en serio. Y entonces, empezó a razonar su idea y al menos, tenía cierta coherencia y lógica. 

El caso es que después de comprarle la idea y de acordar que en cualquier caso, irían Alfeo y él, juntos - por si acaso - la pregunta era obvia:

    - ¿Y adónde vamos a ir? - pregunto Alfeo ante su total desconocimiento de ese “sector”.

La respuesta de su nuevo camarada le dejó aún peor que la propia idea.

        -  Conozco a un menda que es el dueño de uno muy grande. Ha estado una buena temporada en la cárcel, pero ahora creo que está fuera.

A Alfeo después de escuchar aquello se le cerró el píloro. O sea, que la idea era ir a visitar un burdely hablar con el dueño, que era un tipo que no estaba claro si estaba en el trullo o ya lo habían soltado. Y el compañero de Alfeo conocía a gente así.

Pero había que intentarlo.

        -     ¿Y cómo has pensado que lo podíamos hacer? - le preguntó.
   - Pues déjame que le llame, le anuncio cuáles son nuestras intenciones, le pido permiso para hacerlo y quedo con él un día. Y luego quedamos tú y yo.

A Alfeo la idea de entrar - por primera vez en su vida - en un burdel, ya le ponía los pelos como escarpias. Pero si además, a eso le unes que el dueño, era un ex convicto - que vaya usted a saber las razones por las que entró en chirona - el estómago se le hacía cada vez más pequeño. 

Al cabo de unos días su nuevo colega le informa que había obtenido el permiso del proxeneta y que podían ir cierto día a cierta hora.

Y ahí tienes a Alfeo Piesplanos, vestidito todo formal con su chaqueta y su corbata, como cada día que tenía que hacer alguna visita. Con su cartera en la mano, que parecía el cobrador del frac, llena de papeles y formularios, esperando en una calle - de un barrio al que jamás habría llegado por iniciativa propia-, a que llegara el descerebrado de su colega para entrar a un puticlub a venderle seguros de ahorro a las lumis que por allí se buscaban su jornal. 

Después de esperar un rato, llegó el ideólogo del negocio y juntos entraron en el lupanar. Y si hasta entonces el mero hecho del planteamiento teórico de semejante idea parecía un desatino, la visión de lo que allí había, fue descorazonadora y sobrecogedora a un tiempo. 

Nunca lleguó a saber quién estaba más sorprendido de ver a quién. Las mujeres estaban sentadas en una fila interminable, pegadas a la pared, como en las fiestas de los bailes antiguos de los pueblos. El espectáculo era dantesco. Alfeo se preguntaba cómo era posible que alguien pagara por esas mujeres que de agraciadas no tenían nada. Y entonces imaginó a los hombres y casi se puso a llorar.

Mientras avanzaban por el local en dirección a lo que se suponía iba a ser el despacho del proxeneta, ellas los miraban como si fueran de Inmigración y les fueran a pedir papeles. Alfeo procuraba no mirar demasiado a ninguna, no fuera que alguna se sintiera incitada al pecado y tuviera que lidiar con el problema.  

Finalmente, después de recorrer un pasillo que le pareció interminable, llegaron al lugar desde donde el chulo ejercía su autoridad. 

Una mesa y media docena de mujeres le rodeaban, como si se tratara de un harén o un grupo de guardaespaldas. Su aspecto encajaba perfectamente con el perfil que le había comentado su colega:  hombre curtido en mil peleas en las prisiones, con una coleta bastante larga que recogía un pelo lacio y repleto de canas, de aspecto fornido y probablemente tan sorprendido o más que Alfeo de verlos por allí y tan formalmente ataviados.

Dado que había sido el colega el que había hecho los honores de establecer contacto, Alfeo dejó que fuera él quien terminara de cerrar la operación. Mientras tanto, aguantaba estoicamente las miradas de las que tenía delante de él y rodeaban al chulo, así como, probablemente, la de las que tenía detrás, también. Al cabo de un par de minutos se acerca el tontoelhaba del colega y dice:

    -  Me dice el jefe que por su parte no hay problema. Que podemos hablar con las chicas, pero que cree que no tenemos nada que hacer. Que estas tías, suelen convivir varias en una casa para ahorrar y en cuanto ganan algo por la noche, a la mañana siguiente lo mandan a sus países para sus hijos.

¿Y para ese viaje necesitábamos alforjas, gilipollas? - pensó. 

    -  Vámonos,- le dijo sin darle más opciones.

Y deshicieron el camino de entrada con las mismas miradas inquisitoriales de las que seguían sentadas y pegadas a la pared.

De su nuevo colega el agente, nunca más se supo.

viernes, junio 27, 2025

El suicidio.

De acuerdo a la información proporcionada por el portal datosmacro.com, “en 2023 se registraron en España 4.118 suicidios, 110 menos que en 2022. Esto supone que cada día se suicidan en España una media de 11 personas”.




En el período 2020-2023, el número total de suicidios ascendió a 16.292, a pesar de lo cual, la relevancia que le otorgan los medios de comunicación a este asunto es cero. Es un asunto invisible. Tan invisible que los últimos datos estadísticos en este portal datan de 2023. Aunque es aún peor la importancia que le dan al asunto en el Instituto Nacional de Estadística, ya que el último año del que guardan registros es 2006.

Pero para revelar este misterio basta con que se suicide algún famoso. Entonces, todos los medios acuden al lugar, toman imágenes y realizan panegíricos; hablan de supuestos planes de prevención para evitar semejantes circunstancias, de ayuda psicológica profesional, del papel de la familia, de los amigos, etc. Sirvan como ejemplo los casos de Blanca Fernández Ochoa, Verónica Forqué o Miguel Blesa (CEO Caja Madrid), por citar sólo a algunos.

Es en esos momentos cuando los TD empiezan a hablar del gran problema que tiene la sanidad española en el ámbito de la salud mental. Hablan incluso de déficit estructural.

Esta actitud de soslayar un problema de estas dimensiones, contrasta con la que se mantiene en relación a las víctimas de violencia de género.

Es frecuente que en el momento de dar la noticia de que una mujer ha sido asesinada por su pareja o ex pareja, se haga referencia al número total (discutible) de mujeres asesinadas desde que se tiene registro, es decir, desde el año 2003. Según fuentes del ministerio, el número total de mujeres asesinadas entre 2003- 2021 fueron 1.121. Una auténtica salvajada. Deleznable. Intolerable.

Sin embargo, y por contraste, el número de personas que se han suicidado en España en ese mismo período de tiempo 2003-2021 es de 70.407 según el INE.

¿Alguien recuerda algún anuncio de famosos diciendo “contra el suicidio tolerancia cero”? ¿Alguien recuerda que aparte los casos de famosos las televisiones hayan hablado de alguno de esos 70.000 suicidas? ¿Alguien recuerda algún “Informe Semanal” sobre el tema? No.

Todos están muertos, pero se les trata de manera diferente. A unas víctimas, primeras páginas, imágenes en TV, minutos de silencio en la plaza del ayuntamiento, manifestaciones de condena, programas especiales. A los otros, la nada, exactamente la misma nada, el mismo vacío, que les dio el último impulso para abandonar este mundo.

¿Quién se suicida?

Grupo de edad

2023

 

 

Menores de 15 años

10

De 15 a 29 años

354

De 30 a 39 años

461

De 40 a 44 años

355

De 45 a 49 años

445

De 50 a 54 años

441

De 55 a 59 años

457

De 60 a 64 años

362

De 65 a 69 años

292

De 70 a 74 años

216

De 75 a 79 años

250

De 80 a 84 años

204

De 85 a 89 años

166

De más de 90 años

103

(Fuente: Consejo General de la Psicología de España)

En cuanto a los motivos por los que alguien decide quitarse de en medio son tan diversos como la edad y las circunstancias de cada uno. Poco pueden tener en común un niño de 15 años y un anciano de 90, pero si tuviera que apostar por un denominador común sería la soledad.

El acoso escolar y la vida de un anciano que ha perdido a su pareja, a su familia, a sus amigos o sufre una enfermedad terminal tienen mucho en común: no son capaces de soportar un día más en este mundo porque no le ven sentido. No hay razón para salir de la cama, ir a ninguna parte y luchar por algo que no sabes lo que es ni adonde te lleva. Sólo quieres parar y bajarte del bus.

Hace tiempo escuchaba al célebre psiquiatra forense, D. José Cabrera, afirmar con rotundidad que «de una depresión es absolutamente imposible salir solo, sin ayuda». Y eso es exactamente, lo que lleva a muchas personas a tomar una decisión, no sé si equivocada, pero sí drástica.

A continuación, un cuadro que no necesita más comentarios.  

% POR CADA 100.000 HABS

PSIQUIATRAS

ESPAÑA

11

FRANCIA

23

ALEMANIA

27

GRECIA

26

R. UNIDO

23

PORTUGAL

13

Fuente : España tiene la mitad de psiquiatras que Francia (redaccionmedica.com) (25/06/2021)

 

Con este nivel de desatención por el sistema de salud nacional, parece evidente que existe un déficit a la hora de diagnosticar y posteriormente hacer seguimiento de los pacientes. Con el sistema actual, lo normal es tener 2 meses o más de espera para la primera cita con el psicólogo de la Seguridad Social y después, no recibirás una segunda cita hasta 2 meses más tarde. Todo ello parece evidenciar una muy deficiente gestión de las enfermedades mentales, con las terribles consecuencias que conlleva.

El impacto de las enfermedades mentales en la sociedad no se limita a unas tristes estadísticas, a más o menos suicidios o a recetar más ansiolíticos. Las consecuencias las pagamos todos por la saturación en los servicios de atención, o por tener que acudir al ámbito privado con el consiguiente gasto.

¿Cómo se soluciona este déficit de profesionales?

Pues cambiar la mentalidad de priorizar la contratación de 1.500 inútiles con categoría de Asesor, en el gobierno central, cuando muchos de ellos no tienen más allá el Bachiller Superior, ayudaría bastante.

Eliminar el Ministerio de Igualdad, que nos cuesta algo más de 500 millones al año, también.

Financiar el cambio de sexo de un adolescente que siente que su cuerpo no está en la misma onda que su cerebro, no debería ser más importante que intentar evitar 4.000 muertes por año.

El dentista tampoco está contemplado en la Seg. Soc.

Los probióticos, tampoco, aunque los recete el médico de digestivo.

Resumiendo: es imprescindible un cambio de paradigma y aprender a priorizar lo importante.

De esta forma nos evitaremos tener que escandalizarnos cuando nos enteremos que un famoso ha sucumbido a la depresión y se ha suicidado.

martes, junio 24, 2025

La chica de las medias

El barrio estaba lleno de tiendas de esas que ya no existen, porque el tiempo y la modernidad las han ido borrando del mapa de los negocios.



Había una casquería donde compraban aquellos cuyos ingresos no les alcanzaban para comprar filetes en la carnicería y tenían que conformarse con los despojos. Todo un lujo si lo comparaban con lo que tuvieron que comer durante la guerra.

Un poco más adelante, la pollería huevería y la tienda de ultramarinos. La de ultramarinos estaba regentada por dos hermanos que no eran nada agradables; ni entre ellos ni con los clientes. Era allí, en esa tienda, donde había que comprar las coca colas, las botellas de La Casera y donde te cobraban el casco de cristal si no entregabas el vacío a cambio.

El ecologismo no se ha inventado ayer.

Algo más allá, Conchita te ofrecía una amplia variedad de aceitunas y encurtidos, y te los preparaba para llevar envueltos en cucuruchos de papel de estraza hechos a mano al instante con la habilidad de quien lleva toda la vida repitiendo mecánicamente los movimientos. Con el tiempo, amplió la oferta y también añadió bollería industrial, como, por ejemplo, una “bamba”, que era un bollo suizo relleno de nata. Hiciera frío o calor, lloviera, granizara, nevara o cayera el sol a plomo, allí estaba ella al pie del cañón, soportando a pie de calle, sin puertas, las inclemencias del tiempo.

Después de Conchita, había un agujero oscuro y lleno de hollín, en el que un hombre con el rostro y las manos tiznadas, te vendía algo de carbón para el brasero de casa y así caldear algo la habitación en el caso de que no tuvieras calefacción central.

Y en la esquina de la calle, una fábrica de hielo de dimensiones reducidas, donde las amas de casa podían comprar algo – un cuarto de barra, media barra - para mantener los alimentos frescos en casa. Todavía no era asequible para todo el mundo adquirir un frigorífico y la mayoría se contentaba con una nevera, a la que había que suministrar algo de hielo para que conservara el frío.

También había una droguería. Al entrar se percibía una mezcla de olores difícil de definir. Efluvios de perfume de señora, mezclado con disolvente para pintura o aguarrás, te daban la bienvenida. Allí podías comprar toda clase de productos de aseo personal, pinturas para el hogar, colonias o papel higiénico.

Detrás de una larga mesa de madera maciza, algo abombada en el medio por el peso de los años, te atendía Antonio. Era el encargado. A pesar de su juventud – veintiséis años – lucía una esplendorosa calvicie lo que le hacía parecer mucho más mayor de lo que era.

Al entrar, a mano izquierda, había una chica rubia y con unos inmensos ojos azules. Su sonrisa iluminaba aquel espacio algo sombrío mientras te atendía sentada en su silla de ruedas. Al parecer, fue la polio la causante de su postración.

El trabajo de Isabel, que así se llamaba, consistía en reparar las medias de las señoras. En aquellos años, salir a la calle sin medias era considerado casi un sacrilegio. Pero su uso conllevaba algunos riesgos y uno de ellos era que de vez en cuando, se soltaban los puntos y se producía la famosa “carrera”. Cuando se daba esta circunstancia, las señoras tenían dos alternativas: o se compraban unas nuevas o acudían al taller de reparación de Isabel para dejarlas como nuevas.

Isabel era de tez muy blanca, unas manos delicadas, unos dedos largos y finos, adornados con unas uñas muy largas y cuidadas. Siempre ponía mucho esmero en tratar las medias que le entregaban, analizando con sumo cuidado los posibles desperfectos. Para ello, cerraba el puño y escondía sus uñas para evitar dañar aún más lo que le acababan de entregar, mientras con la otra, se ayudaba para ir estudiando cómo de dañada estaba la prenda.

Para su trabajo usaba una aguja eléctrica especial. Colocaba la media en un cilindro hueco de unos diez o quince centímetros de alto, con una base amplia y sólida que aseguraba su firmeza. Después, hacía correr la media empujando hacia abajo, como si se tratara de un profiláctico gigante. El hueco del cilindro era el que usaba para permitir que la aguja atravesara el tejido y así recomponer la media dañada.

Ninguno de estos negocios ha sobrevivido al paso del tiempo. Ese tipo de comercio de barrio, de proximidad, empezó a morir con la llegada de los primeros super mercados y salvo casos excepcionales, fueron desapareciendo por diversos motivos. La propia evolución social y económica de la población borró de un plumazo al vendedor de carbón, al de hielo, a la de las aceitunas, etc. El desinterés de los descendientes, provocó la falta de continuidad del negocio.

Las tiendas que todavía sobreviven lo hacen sólo en algunos barrios, y por una mezcla entre tradición y especialización. Esas tiendas en las que todos se conocían y se trataban casi a diario, y conformaban una familia muy especial, han sido sustituidas por las tiendas de todo a 100, los chinos – con unos precios, variedad de productos y horarios de apertura imbatibles - , los grandes centros comerciales y supermercados, etc.

Resulta curioso comprobar cómo cambian los tiempos. Hoy en día las chicas más modernas procuran llevar las medias desgarradas, como si hubieran sufrido un accidente y con agujeros en los que cabe un puño. Así que no les hables de que su abuela tenía que visitar de vez en cuando a una chica para que le compusiera las que tenía.

domingo, junio 22, 2025

Neputismo palurdo.

No. No me he equivocado. Lo de cambiar la “o” por la “u” tiene su aquel y lo explico al final.




En ocasiones me sorprendo a mí mismo recordando cosas que estudié en el colegio. Resulta muy curioso la forma en la que trabaja la memoria y las – a veces – extrañas relaciones que establece con palabras, conceptos, eventos o personajes. Y una de esas piezas sueltas que andan rondando entre mis neuronas, es precisamente ese concepto de “nepotismo ilustrado”. O, dicho de otro modo: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Y consultando con Google, dice:

“Fue el intento de las monarquías de conseguir el progreso de su nación aplicando algunas fórmulas de la teoría política de la Ilustración, y generalmente dejando la dirección de la administración a un primer ministro o ministerio ilustrado.”

En principio la idea era buena. Se trataba de mejorar la vida de la chusma, pero manteniendo el estatus de las “castas”, un concepto este de las castas, tan de moda en tiempos recientes en España.

El problema era que quien decidía cómo, cuándo y en qué forma se mejoraba esa vida, eran los mismos que ostentaban el poder y sus más allegados. O sea, los mismos que hacían que la vida de esos plebeyos fuera un infierno.

Aun así, es de suponer que el número de personas favorecidas por los poderosos, los ilustrados, no fuera excesivamente elevado, por cuestiones simplemente demográficas. Había menos habitantes y el analfabetismo era generalizado. Seguía siendo una injusticia, pero de alcance algo limitado.

Sin embargo, en la actualidad ni siquiera somos capaces de hacer un inventario de cuántos chupópteros están comiendo de la mamandurria pública ([1]), ni de cuánto dinero nos cuesta a todos.

No estamos seguros del número de asesores que pululan por la Moncloa. No tenemos constancia de si son 800, 1000 o más. Y, por tanto, tampoco sabemos cuánto nos cuestan. En cualquier caso, en el supuesto de que hagan algo útil, será en modo teletrabajo, porque para reunirse necesitarán el Palacio de Congresos de IFEMA; y eso canta.

Hoy en día, con 20.000 votos en Teruel, se consigue ser Diputado a Cortes, con todas las prebendas que ello conlleva. Incluso, aunque no vivas en Teruel. Al margen, por supuesto, de todos los enjuagues, mejunjes, trapicheos y demás que te proporcione el partido al que des tu voto.

Con poco más de 270.000, ya te da para 5 Diputados del PNV. O lo que es lo mismo el 1,12% de los votos.

Y así sucesivamente.

Hace unos años tuve la ocasión de conocer a una persona a la que llamaré Kiko. El tal Kiko se prestó a hacer de chófer de un amigo suyo que se presentaba a unas elecciones locales por las listas de su partido político. El amigo le había ofrecido ese trabajo no remunerado, a cambio de que, si él conseguía una plaza en algún ayuntamiento, en ese caso, tenía la facultad de nombrar a 2 personas de su confianza a cargo de un salario público.

Es decir, y resumiendo mucho: cualquier mindundi de cuarta regional tiene la facultad de nombrar a dos “cuñados”, que probablemente no saben hacer la O con un canuto, y endosar su sueldo al erario público.

Ahora, imaginemos un número entero para saber cuántos mindundis de cuarta división puede haber en nuestro país. ¿Nos vamos haciendo una idea del número de “ilustrados” que pululan por el espacio?

Es decir, el nepotismo que siglos atrás alcanzaba a una parte limitada de la población, hoy en día, la red de influencias se ha multiplicado como una metástasis.

Durante la pandemia hubo docenas de licitaciones que fueron asignadas a empresas que comenzaron a existir DESPUÉS de recibir el dinero para la compra de mascarillas y demás. Otras, eran empresas que se dedicaban a la construcción, por ejemplo, y nada tenían que ver con la Sanidad. Y todavía nos queda algún informe de la UCO sobre Armengol, Illa y algunas mascarillas fantasmas, etc.

Recordemos por un instante el COVID.

Cuando el gobierno decretó el ilegal Estado de Alarma, nombró a cuatro personas para que fueran ellas las que asumieran todas las competencias y responsabilidades. Una de esas 4 personas con poder casi ilimitado, era José Luís Ábalos.

Una de las órdenes explícitas que surgieron en ese foro, fue la de que el gobierno, es decir, esas cuatro personas, concentraran todas las compras del material necesario, para, de esa forma, abaratar costes.

Debido a la ineficacia y lentitud en la compra de material, la presidenta Ayuso decidió por su cuenta y riesgo encargarse de semejante responsabilidad.

Al final, la C. de Madrid, es decir, Ayuso, trajo 23 aviones repletos de todo lo necesario para evitar que muriera más gente por la incompetencia del gobierno.

Por cierto, en alguna ocasión el propio gobierno intentó apropiarse del avión – ya en Barajas - que había traído Ayuso. Sin éxito.

Me ha parecido oportuno traer a colación este asunto semi olvidado, a tenor de lo que estamos descubriendo de Ábalos y compañía y los chanchullos y comisiones que se han traído entre manos. Creo que así se entiende mejor la negativa de Ayuso a formar parte del mamoneo de esa gentuza.

Fin de la referencia al COVID.

 

Estos días, los discos duros, los móviles, las memorias USB de Aldama, Ábalos, Koldo y Cerdán, echan humo.

La cruda realidad nos ha enseñado que, gobierne quien gobierne, el “mamoneo” en política diría que es inevitable. Nos hemos visto obligados a tener que asumir que hay licitaciones trucadas, favoritismo, nepotismo, chanchullos, mejunjes y toda clase de trapicheos. Todo ello llevado con cierta discreción es asumible; lo contrario sería pretender vivir en Disneyland.

Mención aparte son las comisiones ilegales. Eso es harina de otro costal.

Pero el verdadero escándalo surge cuando además de todos esos tejemanejes ahora nos enteramos que estamos sufragando las vidas de no sabemos cuántas putas se han pasado por la piedra el hijo del banderillero (Ábalos), el guardaespaldas de puticlub (Koldo) y el electricista (Cerdán).

A ver. Un poco de orden. Pagar comisiones ilegales a los partidos políticos no está bien, ¿vale? Pero asumimos pulpo como animal de compañía. Además, si casi siempre son los mismos.

Pero, ¡coño! Que también tengamos que estar olisqueando las sábanas en busca de pruebas de malversación, hombre no. Es que entonces nos metemos en un terreno escabroso y sórdido.

¿Vamos a tener que pedir a las empresas que han contratado a esas meretrices y a sus departamentos de RRHH que examinen todos los contratos “raros” que han estado haciendo? Y como raros me refiero a contratos realizados exclusivamente a mujeres, sin currículo apropiado para el puesto, en un entorno de edad determinado y que no haya constancia fehaciente de que han hecho algo por la empresa, como no ir nunca al puesto de trabajo o que no firmen los partes de trabajo. ¿Tendrán esos directores de RRHH, responsabilidad penal? ¿Podrán ser acusados de malversación de caudales públicos?

Y como era de esperar, el coeficiente intelectual de estas meretrices, modelos, actrices del cine X, escorts o como quieran auto clasificarse, no da para mucho más que para lo que da.

Así que, lamentablemente y con el devenir de los siglos, hemos pasado de ser dirigidos por una casta ilustrada limitada, a serlo por una banda de infinitos miembros, semianalfabetos y puteros (ni Ábalos, ni Koldo, ni Cerdán son Premios Nobel), a quienes hemos sufragado todos sus vicios y, además, lo hemos hecho con sus mantenidas, que, a fuer de ser sinceros, son nuestras mantenidas.

Por tanto, de ahí viene el juego de palabras: el nepotismo ilustrado de antaño, ha sido sustituido por el neputismo ignorante, de la actualidad.

Lo llaman progresismo.

Oye, y que el Ábalos está en todas.



[1] Sueldo que se disfruta sin merecerlo, sinecura, ganga permanente.

miércoles, junio 18, 2025

La Santa Inquisición en Sigüenza.

Los salones de los grandes hoteles y Paradores Nacionales suelen ser lugares idóneos para celebrar toda clase de eventos y convenciones. Pero la que me encontré en el Parador de Sigüenza era un tanto peculiar. Los allí reunidos pertenecían a laCongregación para la Custodia de la Santa Fe”; o lo que otrora fue conocido con el afamado nombre de la Santa Inquisición.

Imagen de Andreas Lischka en Pixabay

Por cierto, sirva como un simple apunte histórico que Joseph Ratzinger, antes de ser elegido Papa con el nombre de Benedicto XVI, fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Bien, la verdad era que los comensales que poblaban las mesas en el comedor eran cuando menos originales.  

Justo al solicitar el postre, en el pasillo, junto a nuestra mesa, se saludaron dos personas que participaban del congreso. Se mantuvieron así, de pie y charlando unos breves instantes y de pronto, uno de ellos cayó fulminado al suelo, en lo que parecía ser una pérdida de conocimiento, una lipotimia, un ataque al corazón o algo parecido.  La disposición de las personas era tal, que la cara del que había desfallecido, estaba justo a los pies de nuestra mesa y por tanto podíamos comprobar el grado extremo de palidez de su rostro.

Inmediatamente, se congregaron a su alrededor un número enorme de sacerdotes, todos ellos vestidos “de civil”. En un momento dado, uno de ellos gritó “¡a doctor, a doctor!”, mientras otro, procedía a darle sus últimos sacramentos, en inglés, lo que confería a la escena un dramatismo mayor.

Mi amiga, de nacionalidad inglesa, mostró sus más que razonables dudas acerca de si el individuo en cuestión era ya un cadáver o no. En palabras del inefable John K. Tool y su inolvidable personaje Ignatius J. Reilly: “se le había cerrado el píloro”.

Yo aposté a que sí. A que había palmado.

A renglón siguiente, mi amiga, superada por la sitación, se mostró preocupada por el protocolo que debía seguirse en semejantes circunstancias; a saber, si era aceptable terminarse el postre como si nada hubiera sucedido, o si, por el contrario, deberíamos abandonar la mesa y el postre. Mi respuesta fue tajante:

 

           _   Yo el postre no se lo perdono a nadie.

 

Y mi amigo, pareja de la británica, apostilló:


        _Además, como es de la Inquisición, seguro que ya está en El Cielo.

 

Mientras   se   desarrollaba   esta   escena   Berlanguiana más propia de “La escopeta nacional”, un   camarero   con   su correspondiente bandeja, se hacía paso entre la multitud de testigos orantes que rodeaban al que estaba en el suelo y ni corto ni perezoso, pasaba por encima “del difunto”, para seguir cumpliendo con su obligación, lo que terminó por descolocar definitivamente los estrictos esquemas mentales de Tracy, la británica.

Finalmente, después de terminar con los postres y pagar la cuenta y nos fuimos hacia la salida del comedor, eso sí, con sumo cuidado de no pasar por encima del “muerto”, no fuera que ello nos provocara una especie de maldición.

Al llegar a la puerta también allí se había arremolinado un montón de curiosos que deseaban conocer cuál era el motivo de que tanta gente estuviera alrededor de una persona tirada en el suelo, y porqué. De pronto y para asombro de todos, el señor que estaba en el suelo, se levantó, muy pálido eso sí, y comenzó a excusarse con todos los presentes y a dar las gracias a todos los que le habían atendido.

 

_     ¡Es un milagro! - exclamó en voz baja un impresionable testigo que estaba junto a la puerta del comedor.


_     No, señor, - respondió un camarero, que también asistía como espectador a la función-. Es que Sigüenza está a una altura considerable y estos señores, que ya son muy mayores, vienen aquí, comen y beben en exceso y luego pasa lo que pasa. Esto no se crea que es la primera vez que lo veo. Aquí pasa a menudo.