domingo, septiembre 28, 2025

Publica tu libro

Raro es el momento del día en el que no te encuentras con un mensaje así: “publicamos tu libro”; “abierto el período de admisión: envíanos tu manuscrito”, “descarga este conjunto de plantillas para publicar tu libro”; así hasta el infinito.



A cada paso que das te encuentras con mensajes a cada cual más y más sugerente, más atractivo, más provocativo, más tentador. Los problemas vienen después, cuando decides investigar un poco qué hay detrás de tanta promesa de éxito. En ocasiones es tan simple como intentar venderte un libro donde supuestamente te dicen qué debes hacer para terminar como Dan Brown o J.K. Rawling y el truco no es otro que comprar ese libro, con lo que estás haciendo es convertir en rico al que lo ha escrito. Pero la mayor parte de las veces se trata de que el autor financie, de una manera o de otra, la publicación de su propio libro. Eso, y que de forma voluntaria proporciones tus datos para que, a continuación, no dejen de bombardearte con spam.

A veces, detrás de ese anuncio tan atractivo no hay ni siquiera una página web que sustente la supuesta editorial, ni nadie que se haga responsable de los derechos de autor. Las más de las veces ofrecen al autor diversos planes para cubrir las distintas etapas de la publicación del libro, a cambio de un costo económico, por supuesto. También los hay que te ofrecen bajo contrato la posibilidad de que el autor se comprometa a abonar un cierto presupuesto que será amortizado cuando se hayan vendido un número determinado de ejemplares, lo cual, por cierto, nadie asegura, como es lógico. En ocasiones el propio autor debe comprometerse a la adquisición de un número determinado de ejemplares, y después, debe intentar colocarlos entre sus amigos, allegados, familiares, vecinos y conocidos.

Ahora, el último grito en el intento de captar escritores noveles desesperados por ser como Pérez Reverte, consiste en intentar convencerte de que la calidad del libro tampoco importa tanto; lo que importa es “conocer el algoritmo” que produce que tu libro tenga más visibilidad y si se consigue, entonces tu libro se venderá más. La consecuencia, claro, es que al final el autor abona por unos servicios informáticos que no aseguran la venta del producto, tan sólo que se vea más.

Tanto estas como otras tantas – llamemos- artimañas o trucos de marketing, no tienen otro objetivo que seducir a autores ansiosos de notoriedad. Juegan, en el amplio sentido del término, con la sana ambición de alcanzar unos objetivos económicos que les hagan sentirse orgullosos; alimentan las legítimas aspiraciones de fama y, sobre todo, de reconocimiento a su talento.

Mientras tanto, los escritores deciden seguir a lo suyo, escribir; y de paso, realizar personalmente la máxima difusión de su obra, bien sea mediante el continuo bombardeo en redes sociales, en grupos especializados, o bien, contactando con las editoriales, quienes, por descontado, se ven saturadas de obras de autores que nadie conoce.

Queda otra alternativa: la de presentarse a alguno de los concursos literarios disponibles que aparecen cada mes. Lo que sucede es que, entre las cláusulas y requisitos, en ocasiones, se esconden contratos leoninos que esclavizan al ganador del concurso con un contrato de permanencia que va desde los 3 o 5 años, hasta los 10. Más bien parecen condiciones disuasorias para evitar la afluencia masiva de juntaletras.

Y, por supuesto, siempre nos quedará el consuelo de que Van Gogh no vendió un cuadro en su vida, que Mozart murió arruinado y enterrado en una fosa común, o que Vargas Llosa fue rechazado por todas las editoriales, menos una.

domingo, septiembre 21, 2025

La generación de los flojos

Día sí y día también aparecen noticias relacionadas con el mundo laboral, según las cuales, muchas empresas, de diversos sectores económicos, se quejan de la dificultad de cubrir las vacantes que ofrecen. Los datos oficiales hablan de que en el año 2024 el número total de vacantes de empleo no cubiertas ascendió a unos 150.000, la mayoría de ellos (88%) en el sector servicios.



Las profesiones que presentan más vacantes de difícil cobertura son: (fte: SEPE) 

 

Según estas mismas fuentes “hay puestos que no se cubren porque no hay personas con el perfil adecuado o porque no quieren ocuparlos en las condiciones ofrecidas”.

Las empresas, entidades y expertos encuestados por el Observatorio de las Ocupaciones del SEPE, señalan que las principales razones por las que se produce estas vacantes sin cubrir son:

          ·         Falta de formación

          ·         Candidatos insuficientes

          ·         Carencia de experiencia laboral

          ·         Escasez de competencias técnicas

          ·         Condiciones laborales poco atractivas

          ·         Carencia de competencias personales y transversales

 

Al hilo de estos datos oficiales me planteo ciertas cuestiones. La primera de todas es, qué clase de formación estamos impartiendo en nuestro sistema educativo que ni siquiera somos capaces de cubrir puestos como los descritos más arriba. Se podrá afirmar que en España no pretendemos formar camareros, conductores o personal de limpieza y que a lo que nos dedicamos es a formar a ingenieros, médicos o abogados, por poner algunos ejemplos, pero la realidad indica que también esos sectores hay unas serias carencias de recursos y que, en muchos casos, esos profesionales emigran a otros países después de haber sido formados en España.

Por lo que respecta a la cantidad insuficiente de candidatos que se presentan para ciertas vacantes, la verdad es que me sorprende que suceda en un país con 2,5 millones de desempleados, de los cuales el 33%, aproximadamente, son jóvenes y otro tanto por ciento grande, mayores de 50 años.

Me parece perfecto que alguien decida no aceptar una oferta si considera que no se adapta a sus esquemas, sean estos los que sean. Pero esto me lleva a continuación a confrontar esta situación con otro dato bastante significativo. Según el informe "Panorama de la educación 2025" que elabora la OCDE, España se sitúa a la cabeza europea en ninis, - jóvenes que ni estudian ni trabajan - por detrás de Rumanía y por delante de Italia y Grecia. En concreto, casi un 18% de los jóvenes españoles entre 18-24 años, ni estudia ni trabaja.

Por intentar aclarar un poco la situación, resulta que en un país con 2,5 millones de parados – probablemente muchos más – hay más de 150.000 ofertas de empleo que se quedan sin cubrir, por diversas razones, al tiempo que un 18% de los jóvenes ni estudian ni trabajan. Y todo esto me lleva a plantearme la pregunta básica: ¿Y de qué viven estos? ¿De dónde sacan el dinero para pagarse el móvil, internet, las cervezas y demás?

Hoy mismo – no importa la fecha – han realizado una encuesta callejera a pie de obra. El responsable de la misma ha afirmado ante la cámara que, en muchas ocasiones, su empresa se retrasa en la ejecución de los trabajos por la escasez de recursos humanos y que de vez en cuando, tienen que renunciar a otras por no poder contar con profesionales debidamente formados. Y para terminar ha apostillado: “A los jóvenes españoles no les interesa trabajar en la construcción. De hecho, todo el personal del que dispongo, no son españoles y desde luego, no son jóvenes”.

Por último, voy a poner un ejemplo que he vivido en primera persona recientemente.

La localidad de Rota, en la provincia de Cádiz, es famosa, entre otras cosas, por albergar la base naval de los EE.UU. Por tanto, es muy habitual cruzarse por las calles, en los restaurantes, con personal americano adscrito a la misma y como es lógico, a lo largo de los años, algunos locales de ocio han pretendido adaptarse a los gustos norteamericanos para satisfacer a una población numerosa y estable.

Uno de los establecimientos más emblemáticos de la localidad, era – ya no lo es - una coctelería al más puro estilo americano, llamada “El Dardo”. La única en todo el pueblo y regida desde hace casi cincuenta años por “Chicho”. Cada vez que he ido a Rota, visitar el local formaba parte del protocolo.

Entrar allí no siempre era fácil. En ocasiones estaba tan abarrotado que había que esperar turno, mientras tras la barra, Chicho, despachaba cócteles a un ritmo frenético, acorde con su electrizante personalidad.

Sin embargo, en mi última visita hubo algo que me llamó la atención. Pasé varios días por la puerta y el local se veía totalmente vacío. Era algo inusitado, tanto para la coctelería como para Rota, un lugar en el que cualquier día, a partir del atardecer, te va a resultar complicado encontrar un sitio libre en cualquier bar o restaurante, salvo que estés listo y te adelantes. Todo está lleno todos los días. Por eso, me llamó tanto la atención ver “El Dardo”, completamente vacío.

A los pocos días tuve la ocasión de encontrarme con Chicho en una de las tiendas del pueblo. Y claro, hablamos sobre el asunto: “Es que he traspasado el negocio. He decidido jubilarme y creo que después de 49 años en la brecha, me lo merezco”.

      -     Pero ¿quién lo lleva ahora, tu hijo?

     -     No. Mi hijo estuvo unos años ayudando, probando, pero al final ha decidido aceptar una oferta de un hotel y trabaja ahí. Ha dicho que no está dispuesto a dedicarle 12 horas diarias al negocio y los fines de semana 15.

     -     Y entonces, ¿quién lleva el negocio?

    -     Lo han cogido un par de cocineros. No saben nada de coctelería. Yo les he dado un par de clases y les he dejado una lista de cócteles para que puedan arrancar.

Nos picaba la curiosidad a mi mujer y a mí acerca del motivo por el que el local había pasado de ser un referente de la noche de Rota a convertirse en un desierto. Y un día nos decidimos a descubrir la razón. Y no hay nada más sencillo de entender: no tienen ni repajolera idea de hacer un cóctel más allá de un Margarita, un San Francisco o un cubata. Lo del Manhattan les queda lejos. Personalmente, no le auguro mucho futuro a los nuevos propietarios con el negocio.

Y por lo que respecta al hijo de Chicho, al menos en este caso, el hombre había optado por aceptar otro empleo en donde supuestamente no van a exigirle tanto, como el negocio que heredaría del padre. Y como decía Chicho, “con 31 años no puedo decirle qué tiene que hacer”.

Me sorprende la seguridad, la firmeza, de aquellos jóvenes que argumentan que no están dispuestos a trabajar 10 o 12 horas de camareros para ganar 1.200-1.400 euros y rechazan las ofertas de empleo porque el trabajo es muy duro. Y me planteo entonces: ¿de qué viven? ¿Cuál es la alternativa? ¿A qué aspiran exactamente, a un trabajo de 9 a 6 con 100.000 euros al año? ¿Sin formación? ¿Tal vez aspiran a convertirse en influencers, youtubers, expertos en juegos online?

miércoles, septiembre 10, 2025

Guateques vs Tinder

Al menos, en España, el garaje de los chalés tuvo como única finalidad la de guardar el automóvil de la familia. Y digo en España, porque, al parecer en Estados Unidos, se usaba, además de como almacén de todo tipo de trastos, como lugar de nacimiento de micro empresas que, con el tiempo, se convirtieron en gigantes multinacionales.

Como todo evoluciona, en España el uso del garaje también modificó su inicial uso y en muchas ocasiones sirvió como centro de reunión para las fiestas de los adolescentes. Lugares oscuros, al abrigo de miradas indiscretas, evitando que el ruido pudiera molestar a los vecinos. Esas fiestas tenían el carácter más clandestino desde la época de la Ley Seca en EE.UU. Eran los herederos de aquellos famosos guateques.

Los guateques de los años 60, sin embargo, se desarrollaban en la propia vivienda de la familia. Si era lo suficientemente espaciosa, en un área alejada de los padres, lo cual, mantenía la independencia de los participantes, al tiempo que evitaban el incordio del ruido a los padres; pero en general, esas fiestas se organizaban aprovechando la ausencia de éstos, aunque con su anuencia.

Como era costumbre de la época, los jóvenes solían vestir con corbata. ¡Hasta los Beatles vestían corbata! Y ellas, lógicamente, llevaban vestidos acorde y zapatos de tacón más o menos alto. Es decir, nada ajeno a la vestimenta que se llevaba a diario cuando iban a la Universidad, por ejemplo.

El guateque respondía a una serie de convencionalismos: la vestimenta – por supuesto – la presencia mínima de bebidas alcohólicas – al menos en teoría – la imprescindible presencia de un tocadiscos, de un miembro de la pandilla encargado de amenizar la fiesta, el comportamiento “decente” de todos los implicados y el cumplimiento de un horario prefijado, que iba desde las 18.00 o 19.00 hasta las 21.30, aproximadamente, ya que “ellas” tenían que estar en casa a las 22.00. Y, por supuesto, la prohibición taxativa de molestar a los vecinos con el volumen excesivamente alto de la música.

Aquellos guateques ofrecían las primeras oportunidades de conocer a alguien del otro sexo con quien poder charlar, aprender a bailar y pedir el teléfono. El fijo, claro. Y tal vez, con el tiempo, hasta surgieron parejas estables. Al menos, fueron estables durante algunos años. ¡Cómo olvidar el primero de aquellos guateques! Y, sin embargo, daría cualquier cosa por borrarlo de mi memoria.

Imagino que, para alguno, estas imágenes en blanco y negro podrían parecer algo casposas, del pleistoceno, a tenor de la versatilidad de la oferta actual a la hora de contactar con personas. Las webs de citas de hoy en día, cubren un amplísimo espectro de finalidades en función de las necesidades de los suscriptores: desde grupos de autoayuda, grupos de lectura, viajes para desparejados, la lucha contra la soledad, sitios para mayores de cincuenta, webs para “gente con clase”, webs para casados infieles, hasta la de encuentros íntimos para satisfacer las necesidades fisiológicas más imperiosas, etc. etc. etc. Y todo ello, a golpe de clic.

Pero justamente, esta inmediatez a la hora de establecer una mera relación sexual, está privando de la aventura de conocer, de tratar, de charlar, de disfrutar de algo que va mucho más allá del sexo: la compañía.

Aunque no sólo se trata de sexo.

Una de mis costumbres cuando estoy sentado en un bar o cafetería, es observar a las personas que me rodean. Soy como un espía y voy anotando mentalmente aquellos aspectos que me llaman la atención.

En estos días he tenido la oportunidad de comprobar el comportamiento de unos jóvenes, de entre 15 y 30 años. La pandilla – entre 3 y seis miembros - sentada en torno a una mesa en un bar o cafetería y la mayoría de ellos pendientes de su móvil, buscando de modo incansable vídeos que después mostraban a sus colegas y que debían servir para animar la reunión.

Será que mi visión de las relaciones personales se ha quedado en ese pleistoceno que mencionaba antes, pero en el caso de que quiera conocer a una persona, no me basta con una foto y una serie de tópicos; necesito algo más, mucho más. Hablo de inteligencia, de buen corazón, de cultura, de saber estar, de la ausencia total de piercings y tatuajes…Claro que, alguno de estos que buscaba vídeos con el mismo afán que un minero busca oro, no tenía piel para un tatuaje más.

No soy un experto en revistas del corazón, pero de vez en cuando veo alguna noticia, bien en la tele o por internet, en la que se anuncia el compromiso o la boda de algún famoso, y, además, se señala que se conocieron en una fiesta de amigos. Es decir, que hoy en día, sigue funcionando el pleistocénico método de conocer a alguien en una fiesta de unos amigos; de establecer un contacto inicial y a partir de ahí que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Cada uno es cada uno, pero yo no entiendo a esas personas – hombres y mujeres – que son capaces de ir a una discoteca como quien va al mercado de La Cebada a comprar carne, eligen a alguien entre la muchedumbre, del mismo modo que los vaqueros de las películas seleccionan a una vaca para marcarla, y terminan teniendo sexo en los lavabos del lugar. Como tampoco entiendo a esos malnacidos que drogan a una mujer para abusar después de ella. ¡Como si fuera difícil contratar a una profesional!

Parece evidente, que todo esto obedece a un cambio de paradigma en nuestra sociedad; una sociedad en la que la interacción social se limita, casi en exclusiva, entorno al sexo, y cuanto más inmediato, mejor. Ahora recuerdo que hubo un tiempo – no sé si sigue actualmente – en el que se puso de moda tener sexo mientras dos personas se cruzaban paseando al perro. ¡Demencial! Y no hace tanto se puso de moda otro “lenguaje” que consistía en colocar una piña en el carrito del súper de una manera determinada.

Supongo que debo ser un romántico.