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domingo, septiembre 21, 2025

La generación de los flojos

Día sí y día también aparecen noticias relacionadas con el mundo laboral, según las cuales, muchas empresas, de diversos sectores económicos, se quejan de la dificultad de cubrir las vacantes que ofrecen. Los datos oficiales hablan de que en el año 2024 el número total de vacantes de empleo no cubiertas ascendió a unos 150.000, la mayoría de ellos (88%) en el sector servicios.



Las profesiones que presentan más vacantes de difícil cobertura son: (fte: SEPE) 

 

Según estas mismas fuentes “hay puestos que no se cubren porque no hay personas con el perfil adecuado o porque no quieren ocuparlos en las condiciones ofrecidas”.

Las empresas, entidades y expertos encuestados por el Observatorio de las Ocupaciones del SEPE, señalan que las principales razones por las que se produce estas vacantes sin cubrir son:

          ·         Falta de formación

          ·         Candidatos insuficientes

          ·         Carencia de experiencia laboral

          ·         Escasez de competencias técnicas

          ·         Condiciones laborales poco atractivas

          ·         Carencia de competencias personales y transversales

 

Al hilo de estos datos oficiales me planteo ciertas cuestiones. La primera de todas es, qué clase de formación estamos impartiendo en nuestro sistema educativo que ni siquiera somos capaces de cubrir puestos como los descritos más arriba. Se podrá afirmar que en España no pretendemos formar camareros, conductores o personal de limpieza y que a lo que nos dedicamos es a formar a ingenieros, médicos o abogados, por poner algunos ejemplos, pero la realidad indica que también esos sectores hay unas serias carencias de recursos y que, en muchos casos, esos profesionales emigran a otros países después de haber sido formados en España.

Por lo que respecta a la cantidad insuficiente de candidatos que se presentan para ciertas vacantes, la verdad es que me sorprende que suceda en un país con 2,5 millones de desempleados, de los cuales el 33%, aproximadamente, son jóvenes y otro tanto por ciento grande, mayores de 50 años.

Me parece perfecto que alguien decida no aceptar una oferta si considera que no se adapta a sus esquemas, sean estos los que sean. Pero esto me lleva a continuación a confrontar esta situación con otro dato bastante significativo. Según el informe "Panorama de la educación 2025" que elabora la OCDE, España se sitúa a la cabeza europea en ninis, - jóvenes que ni estudian ni trabajan - por detrás de Rumanía y por delante de Italia y Grecia. En concreto, casi un 18% de los jóvenes españoles entre 18-24 años, ni estudia ni trabaja.

Por intentar aclarar un poco la situación, resulta que en un país con 2,5 millones de parados – probablemente muchos más – hay más de 150.000 ofertas de empleo que se quedan sin cubrir, por diversas razones, al tiempo que un 18% de los jóvenes ni estudian ni trabajan. Y todo esto me lleva a plantearme la pregunta básica: ¿Y de qué viven estos? ¿De dónde sacan el dinero para pagarse el móvil, internet, las cervezas y demás?

Hoy mismo – no importa la fecha – han realizado una encuesta callejera a pie de obra. El responsable de la misma ha afirmado ante la cámara que, en muchas ocasiones, su empresa se retrasa en la ejecución de los trabajos por la escasez de recursos humanos y que de vez en cuando, tienen que renunciar a otras por no poder contar con profesionales debidamente formados. Y para terminar ha apostillado: “A los jóvenes españoles no les interesa trabajar en la construcción. De hecho, todo el personal del que dispongo, no son españoles y desde luego, no son jóvenes”.

Por último, voy a poner un ejemplo que he vivido en primera persona recientemente.

La localidad de Rota, en la provincia de Cádiz, es famosa, entre otras cosas, por albergar la base naval de los EE.UU. Por tanto, es muy habitual cruzarse por las calles, en los restaurantes, con personal americano adscrito a la misma y como es lógico, a lo largo de los años, algunos locales de ocio han pretendido adaptarse a los gustos norteamericanos para satisfacer a una población numerosa y estable.

Uno de los establecimientos más emblemáticos de la localidad, era – ya no lo es - una coctelería al más puro estilo americano, llamada “El Dardo”. La única en todo el pueblo y regida desde hace casi cincuenta años por “Chicho”. Cada vez que he ido a Rota, visitar el local formaba parte del protocolo.

Entrar allí no siempre era fácil. En ocasiones estaba tan abarrotado que había que esperar turno, mientras tras la barra, Chicho, despachaba cócteles a un ritmo frenético, acorde con su electrizante personalidad.

Sin embargo, en mi última visita hubo algo que me llamó la atención. Pasé varios días por la puerta y el local se veía totalmente vacío. Era algo inusitado, tanto para la coctelería como para Rota, un lugar en el que cualquier día, a partir del atardecer, te va a resultar complicado encontrar un sitio libre en cualquier bar o restaurante, salvo que estés listo y te adelantes. Todo está lleno todos los días. Por eso, me llamó tanto la atención ver “El Dardo”, completamente vacío.

A los pocos días tuve la ocasión de encontrarme con Chicho en una de las tiendas del pueblo. Y claro, hablamos sobre el asunto: “Es que he traspasado el negocio. He decidido jubilarme y creo que después de 49 años en la brecha, me lo merezco”.

      -     Pero ¿quién lo lleva ahora, tu hijo?

     -     No. Mi hijo estuvo unos años ayudando, probando, pero al final ha decidido aceptar una oferta de un hotel y trabaja ahí. Ha dicho que no está dispuesto a dedicarle 12 horas diarias al negocio y los fines de semana 15.

     -     Y entonces, ¿quién lleva el negocio?

    -     Lo han cogido un par de cocineros. No saben nada de coctelería. Yo les he dado un par de clases y les he dejado una lista de cócteles para que puedan arrancar.

Nos picaba la curiosidad a mi mujer y a mí acerca del motivo por el que el local había pasado de ser un referente de la noche de Rota a convertirse en un desierto. Y un día nos decidimos a descubrir la razón. Y no hay nada más sencillo de entender: no tienen ni repajolera idea de hacer un cóctel más allá de un Margarita, un San Francisco o un cubata. Lo del Manhattan les queda lejos. Personalmente, no le auguro mucho futuro a los nuevos propietarios con el negocio.

Y por lo que respecta al hijo de Chicho, al menos en este caso, el hombre había optado por aceptar otro empleo en donde supuestamente no van a exigirle tanto, como el negocio que heredaría del padre. Y como decía Chicho, “con 31 años no puedo decirle qué tiene que hacer”.

Me sorprende la seguridad, la firmeza, de aquellos jóvenes que argumentan que no están dispuestos a trabajar 10 o 12 horas de camareros para ganar 1.200-1.400 euros y rechazan las ofertas de empleo porque el trabajo es muy duro. Y me planteo entonces: ¿de qué viven? ¿Cuál es la alternativa? ¿A qué aspiran exactamente, a un trabajo de 9 a 6 con 100.000 euros al año? ¿Sin formación? ¿Tal vez aspiran a convertirse en influencers, youtubers, expertos en juegos online?

sábado, febrero 04, 2023

La cita previa (y la madre que los parió).

Antes de la pandemia del COVID acercarse a un organismo oficial para realizar tus gestiones era algo muy sencillo. Ibas lo más temprano que podías, cogías tu turno y te sentabas a esperar a que te llamaran. Y ya está. O no. A lo mejor tenías que volver otro día, pero ese era el procedimiento.

De repente nos ataca el COVID19 y nos trastoca la vida entera y se empieza a poner de moda eso de solicitar cita previa para ser atendido. Da igual que se trate del SEPE, de la Seguridad Social, de Hacienda, del carné de conducir, empadronarte en tu ayuntamiento o de tu propio banco. Ahora resulta que, para hacer cualquier gestión, estás obligado a solicitar cita previa. Eso sí, teóricamente puedes solicitarla por internet o llamando a un teléfono.

Y digo teóricamente, porque en la realidad, hay millones de personas que son analfabetos tecnológicos, - dicho sea, con todo el respeto-  , que no pueden valerse por sí mismos para afrontar este desafío de manejar un ordenador y menos aún un teléfono inteligente, para pedir una cita previa, porque el diálogo es imposible: teclee usted su ID, escriba su DNI (como si la gente mayor se acordara de memoria de su DNI,  probablemente caducado; ponga su contraseña, teclee el número de la tarjeta de la Seg. Social; verifique que usted no es un robot y escriba los caracteres captcha que ve y de paso dígame cómo se llamaba el lateral derecho del Oviedo en 1918.

Pero queda la alternativa de llamar por teléfono. ¡Ja! Ese teléfono o comunica permanentemente o sencillamente, nadie lo atiende. Las personas pierden horas y días de su vida, intentando contactar con un ser humano inaccesible para resolver algún problema.

Hay personas que llevan meses intentando conseguir de modo infructuoso una cita previa para solicitar su jubilación. Cuando alguno se harta de pasarse el día llamando a un teléfono al que nadie atiende, toma la decisión de personarse en las oficinas de turno, en donde un desagradable guarda de seguridad, protege con su porra y sus malos modos a los funcionarios que hay dentro, haciendo no se sabe muy bien qué, porque si las peticiones por internet no son viables y las citas previas por teléfono tampoco, me pregunto a qué se dedican durante las 8 horas que tienen que estar sentados allí.

Hace unos meses mi mujer tuvo que acudir a la sede central de Hacienda en Torremolinos. Antes de todo este embrollo absurdo de la cita previa, ir allí era como ir a la guerra. La entrada al edificio era un hervidero humano, gente que entraba y salía, que pasaba por los arcos detectores de metales y que después, intentaba ubicar la sección a la que debía ir para ser atendido, no sin hacer acopio de una acrisolada paciencia hasta que era tu turno. Lo tenías asumido. Ibas allí a tirar la mañana. Porque entre que aparcas el coche a unos minutos andando, llegas, haces la cola para los arcos de seguridad, consigues pasar, coges tu turno, te sientas a esperar, te llaman y sales, ha pasado un ratito largo. Luego, para desestresarte te ibas al bar de enfrente a tomarte un café y poner a parir a Hacienda.

Ahora ya no es así. Mi mujer, incomprensiblemente, cogió cita previa sin problemas. Fue tan sencillo que parecía que había truco. Al llegar al edificio, la entrada estaba vacía. No era como antaño con ese ir y venir constante de gente con prisas. No. No había nadie. La dejé en la entrada y me fui a aparcar el coche. Al regresar, ella ya había terminado y salía por la puerta. Sorprendido le pregunté qué pasaba y me respondió: “No hay nadie. Está vacío. No he tenido que esperar ni un minuto”. Y entonces me pregunto: ¿Y cuál es el objetivo de los funcionarios y de todo este sistema? ¿intentar eliminar a los pesados, hacer una criba, trabajar menos? ¿Qué ventajas representa para un ciudadano tener que intentar coger cita durante días o semanas o nunca, en vez de tener que esperar su turno a ser llamado en la ventanilla correspondiente? ¿Quién sale claramente beneficiado de esta situación?

Comprendo que durante la pandemia era necesario tomar las medidas oportunas para intentar evitar las aglomeraciones. Nunca he entendido muy bien porqué ciertas aglomeraciones como las del metro, los aviones o los trenes, eran más benévolas con la salud que aquellas que se daban en los bancos, en los supermercados, en el SEPE o en los centros de salud. Y desde luego ni entiendo ni acepto que ahora mismo, se haya implantado de facto la necesidad de solicitar cita previa para cualquier acto relacionado entre el ciudadano de a pie y cualquier parte de la Administración.

Los ciudadanos estamos pagando un precio demasiado elevado con nuestros impuestos como para que simplemente elevemos la voz cuando se trata de que los bancos nos tratan – a todos, no sólo a los mayores – como a delincuentes, obligando a formar unas colas interminables que salen de la oficina y continúan por la calle, a semejanza de las que hacen otras personas en busca de comida, en las llamadas colas del hambre.

España se ha convertido en un país de colas: colas para pedir sitio en la cola; cola para que te atienda el cajero de tu bando; cola para pagar algún recibo atrasado; cola para comida; cola para pedir un médico; cola para pedir trabajo; cola para pedir el desempleo; cola para pedir un subsidio.

Creo que ya ha llegado la hora de exigir que se nos atienda tal y como merecemos por el mero hecho de que pagamos el salario de los funcionarios y lo hacemos para que nos atiendan en persona. Porque a este paso y con los supuestos avances de la Inteligencia Artificial, creo que no vamos a tardar mucho en ser atendidos por una máquina semi inteligente que haciéndose pasar por un ser humano, nos informe via chat, o guasap, o cómo sea, de lo que tenemos o podemos hacer. O sea, como cuando llamas a un Call Center, pero a lo bestia.

Y mientras tanto seguiremos pagando los sueldos de los funcionarios.