Desde hace algunas semanas los ecos de los tambores anunciando la guerra recorren la vieja Europa de una esquina a otra. Quién nos iba a decir a los europeos que nos íbamos a ver a las puertas de una nueva guerra. Y eso, a pesar de que los mensajes de los expertos vienen avisando de ello desde hace tiempo. Concretamente desde que en 2014 Putin decidió invadir parte de Ucrania como paso previo para la guerra total que desató después.
Pero el tema de las alarmas, de los avisos, de las advertencias, funcionan sólo en base a la distancia que hay con respecto a la supuesta amenaza.
La
amenaza es bien sabido, que es Rusia. Por eso, una encuesta reciente ha dejado
muy claro que aquellos países que están más cerca de la frontera con su
belicoso vecino, están mucho más concienciados y preocupados que lo que podamos
estar en Cáceres, por poner un ejemplo.
Al
poco de iniciarse la guerra de Ucrania tuve la ocasión de conocer a un señor
finlandés. Era un señor ya mayor que, como muchos otros, había decidido
construirse su residencia definitiva en Marbella. Como Finlandia tiene unos
1.300 kms de frontera directa con Rusia, y este caballero no era el primero que
me encontraba con ganas de salir huyendo de allí, pues hablamos del asunto de
la guerra y su respuesta, me dejó bien claro, el fino humor nórdico. El señor
me dijo «nosotros en Finlandia, hemos aprendido una frase en ruso, cuya
traducción viene a ser algo así: ¡levanta las manos, hijo de puta!».
Sin
duda alguna la cercanía a la fuente del problema determina el grado de
preocupación y la rapidez y contundencia a la hora de tomar medidas, sean del
tipo que sean. Esto hace que tanto los países bálticos como Finlandia – cada
vez veo más coches con matrículas de esos países circulando por aquí –– países
que comparten frontera con Rusia, o esos otros como Suecia o Polonia, que
aunque no tienen frontera directa están a un tiro de misil del oso loco, hayan
adoptado medidas, tales como, asegurarse un espacio protegido o agenciarse un
kit de supervivencia, que incluye tabletas de yodo para poder resistir las
primeras 72 horas después de un ataque, supuestamente nuclear, porque si no
fuera así, lo de las tabletas de yodo no tendría sentido.
Este
tipo de medidas a los españoles nos puede parecer una exageración. Aquí, ahora
mismo estamos a otras cosas. Aquí, en esta adormecida, anonadada y aletargada
España, estupefacta por los infinitos casos de corrupción que afectan al
gobierno, al PSOE, al presidente y a su familia, nos sorprende mucho más esta
actualidad que la de empezar a buscar un bunker en el que meternos cuando
suenen las sirenas. Y ya hay empresas que los están fabricando.
Y
tarde o temprano las sirenas van a sonar y entonces, recordaremos lo familiar
que se volvió escucharlas cuando nos lo contaban en los telediarios que se
emitían desde Kiev.
La
amenaza es tan a corto plazo y tan seria, que ya se está hablando de organizar
una fuerza europea que, por primera vez en su historia, sea un frente común y
unido contra un agresor, en lugar de lo que ha sido a lo largo de la historia:
una fuente de conflictos bélicos de unos contra otros.
Pero
a ese inexistente pero necesario ejército, hay que armarlo. Y, también por
primera vez en muchos años, Europa no puede contar con la sempiterna ayuda de
los EE.UU. Es más, ahora mismo, EE.UU. es parte del enemigo porque se ha
declarado amigo de Rusia, de Putin, y enemigo de Europa a quien acusa de modo
falaz, de haberse aprovechado de los EE.UU. Un patético argumento con el que
pretende fundamentar su incomprensible cambio de bando, similar al que ya
usaron en distintos momentos de su historia como cuando la guerra de Cuba
contra España o la supuesta agresión a un navío norte americano en el Golfo de
Tonkin, lo que sirvió de excusa para la Guerra de Vietnam.
Como
en todo proceso prebélico los sucesos se van produciendo a mayor velocidad de
la que somos capaces de asimilar.
De
repente, el secretario general de la OTAN nos advierte públicamente que lanzar
un misil contra Varsovia o contra Madrid, es sólo cuestión de 10 minutos. Así
es que me temo que, ante esta incontrovertible realidad, el supuesto argumento
de la distancia y de la seguridad ha saltado por los aires. Ya no es válido ese
argumento que utilizan algunos aduciendo que “esa guerra no es la nuestra”. Hoy
no hay distancia que garantice la seguridad de nadie y, por tanto, en realidad,
da igual que vivamos en Cádiz, provincia donde se encuentra el municipio de
Rota y su base naval hispano-americana, o en Kiev. Sólo es cuestión de tiempo;
de poco tiempo.
Por
otra parte, como en todo proceso caótico, surgen diferentes tipologías de
individuos defendiendo las posturas más dispares.
Están
los supuestos pacifistas, enemigos a ultranza del rearme de la Unión Europea,
de una supuesta carrera armamentística, etc. etc. etc. En primer lugar, no
recuerdo haber escuchado a ninguno cuando Rusia atacó el este de Ucrania en
2014. Ni tampoco cuando se desató la guerra total hace unos años. Me pregunto
si cuando escuchen las sirenas advirtiendo de un ataque con drones o misiles
van a salir corriendo en busca del bunker más cercano o se quedarán en la calle
lanzando sus soflamas pacifistas.
Es
como si un individuo pensara que, si se encuentra en mitad de la Sabana
africana con un león hambriento, éste no se lo iba a comer, por la sencilla
razón de que el hombre es vegetariano.
Y
aunque pueda parecer una broma de mal gusto, también están los ecologistas. Éstos
surgen para protestar por la posible explotación de diversas minas distribuidas
por toda España, que pueden proporcionar minerales indispensables para la
fabricación de armas con las que poder dotar a los que nos vayan a defender,
pertenezcan a un solo ejército o a los 26 (Hungría no cuenta).
Argumentan
que dicha explotación dañaría el medio ambiente. Suena a broma que ante la
clara amenaza de que no haya supervivientes en una zona atacada, alguno se
preocupe por el medio ambiente. Otros a los que me gustaría preguntar qué harán
cuando oigan las sirenas.
Y
mientras tanto, el caos se va expandiendo lenta pero inexorablemente: ¿Hay que
enviar soldados? ¿Cuántos? ¿Con qué objetivos? ¿Qué país? ¿Con qué armas? ¿Cómo
se va a financiar?
Hace
cinco años nadie nos advirtió del peligro del COVID a pesar de que el gobierno
había sido oficialmente notificado por la OMS. Es más, se nos dijo que en
España habría “un caso o dos” y que se irían tomando medidas sobre la marcha.
No
soy capaz de imaginar cuán lejos huiría Sánchez ante un ataque, si cuando le
tiraron un palo en Paiporta corrió como si alguien tuviera la lepra. En la
Guerra Civil, sus colegas se fueron a Valencia y alguno, después, a México,
bien pertrechado con parte del oro que robaron del Banco de España.
Y los tambores de guerra continúan enviando un mensaje inequívoco: habrá guerra.