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sábado, febrero 04, 2023

La cita previa (y la madre que los parió).

Antes de la pandemia del COVID acercarse a un organismo oficial para realizar tus gestiones era algo muy sencillo. Ibas lo más temprano que podías, cogías tu turno y te sentabas a esperar a que te llamaran. Y ya está. O no. A lo mejor tenías que volver otro día, pero ese era el procedimiento.

De repente nos ataca el COVID19 y nos trastoca la vida entera y se empieza a poner de moda eso de solicitar cita previa para ser atendido. Da igual que se trate del SEPE, de la Seguridad Social, de Hacienda, del carné de conducir, empadronarte en tu ayuntamiento o de tu propio banco. Ahora resulta que, para hacer cualquier gestión, estás obligado a solicitar cita previa. Eso sí, teóricamente puedes solicitarla por internet o llamando a un teléfono.

Y digo teóricamente, porque en la realidad, hay millones de personas que son analfabetos tecnológicos, - dicho sea, con todo el respeto-  , que no pueden valerse por sí mismos para afrontar este desafío de manejar un ordenador y menos aún un teléfono inteligente, para pedir una cita previa, porque el diálogo es imposible: teclee usted su ID, escriba su DNI (como si la gente mayor se acordara de memoria de su DNI,  probablemente caducado; ponga su contraseña, teclee el número de la tarjeta de la Seg. Social; verifique que usted no es un robot y escriba los caracteres captcha que ve y de paso dígame cómo se llamaba el lateral derecho del Oviedo en 1918.

Pero queda la alternativa de llamar por teléfono. ¡Ja! Ese teléfono o comunica permanentemente o sencillamente, nadie lo atiende. Las personas pierden horas y días de su vida, intentando contactar con un ser humano inaccesible para resolver algún problema.

Hay personas que llevan meses intentando conseguir de modo infructuoso una cita previa para solicitar su jubilación. Cuando alguno se harta de pasarse el día llamando a un teléfono al que nadie atiende, toma la decisión de personarse en las oficinas de turno, en donde un desagradable guarda de seguridad, protege con su porra y sus malos modos a los funcionarios que hay dentro, haciendo no se sabe muy bien qué, porque si las peticiones por internet no son viables y las citas previas por teléfono tampoco, me pregunto a qué se dedican durante las 8 horas que tienen que estar sentados allí.

Hace unos meses mi mujer tuvo que acudir a la sede central de Hacienda en Torremolinos. Antes de todo este embrollo absurdo de la cita previa, ir allí era como ir a la guerra. La entrada al edificio era un hervidero humano, gente que entraba y salía, que pasaba por los arcos detectores de metales y que después, intentaba ubicar la sección a la que debía ir para ser atendido, no sin hacer acopio de una acrisolada paciencia hasta que era tu turno. Lo tenías asumido. Ibas allí a tirar la mañana. Porque entre que aparcas el coche a unos minutos andando, llegas, haces la cola para los arcos de seguridad, consigues pasar, coges tu turno, te sientas a esperar, te llaman y sales, ha pasado un ratito largo. Luego, para desestresarte te ibas al bar de enfrente a tomarte un café y poner a parir a Hacienda.

Ahora ya no es así. Mi mujer, incomprensiblemente, cogió cita previa sin problemas. Fue tan sencillo que parecía que había truco. Al llegar al edificio, la entrada estaba vacía. No era como antaño con ese ir y venir constante de gente con prisas. No. No había nadie. La dejé en la entrada y me fui a aparcar el coche. Al regresar, ella ya había terminado y salía por la puerta. Sorprendido le pregunté qué pasaba y me respondió: “No hay nadie. Está vacío. No he tenido que esperar ni un minuto”. Y entonces me pregunto: ¿Y cuál es el objetivo de los funcionarios y de todo este sistema? ¿intentar eliminar a los pesados, hacer una criba, trabajar menos? ¿Qué ventajas representa para un ciudadano tener que intentar coger cita durante días o semanas o nunca, en vez de tener que esperar su turno a ser llamado en la ventanilla correspondiente? ¿Quién sale claramente beneficiado de esta situación?

Comprendo que durante la pandemia era necesario tomar las medidas oportunas para intentar evitar las aglomeraciones. Nunca he entendido muy bien porqué ciertas aglomeraciones como las del metro, los aviones o los trenes, eran más benévolas con la salud que aquellas que se daban en los bancos, en los supermercados, en el SEPE o en los centros de salud. Y desde luego ni entiendo ni acepto que ahora mismo, se haya implantado de facto la necesidad de solicitar cita previa para cualquier acto relacionado entre el ciudadano de a pie y cualquier parte de la Administración.

Los ciudadanos estamos pagando un precio demasiado elevado con nuestros impuestos como para que simplemente elevemos la voz cuando se trata de que los bancos nos tratan – a todos, no sólo a los mayores – como a delincuentes, obligando a formar unas colas interminables que salen de la oficina y continúan por la calle, a semejanza de las que hacen otras personas en busca de comida, en las llamadas colas del hambre.

España se ha convertido en un país de colas: colas para pedir sitio en la cola; cola para que te atienda el cajero de tu bando; cola para pagar algún recibo atrasado; cola para comida; cola para pedir un médico; cola para pedir trabajo; cola para pedir el desempleo; cola para pedir un subsidio.

Creo que ya ha llegado la hora de exigir que se nos atienda tal y como merecemos por el mero hecho de que pagamos el salario de los funcionarios y lo hacemos para que nos atiendan en persona. Porque a este paso y con los supuestos avances de la Inteligencia Artificial, creo que no vamos a tardar mucho en ser atendidos por una máquina semi inteligente que haciéndose pasar por un ser humano, nos informe via chat, o guasap, o cómo sea, de lo que tenemos o podemos hacer. O sea, como cuando llamas a un Call Center, pero a lo bestia.

Y mientras tanto seguiremos pagando los sueldos de los funcionarios.

viernes, enero 27, 2023

Frío.

Hace frío en España. En el norte la nieve se acumula en las montañas y las personas y negocios que dependen de ella se frotan las manos, en un gesto que cumple un doble objetivo: calentarlas y prever beneficios. Mientras tanto, los demás, aquellos cuyos ingresos no dependen del blanco elemento, se afanan en sobrellevar las incomodidades como mejor pueden. Los conductores, los peatones, los servicios públicos de transporte, los ganaderos, los agricultores, los vendedores ambulantes, los trabajadores al aire libre…

Algunos, que nunca han visto de cerca la nieve, aprovechan para jugar y disfrutar de ella. En sus países de origen, la nieve es tan extraña como tomarse una cerveza con un marciano. Otros, sin embargo, corren prestos a calzarse sus botas, sus tablas de esquí, para pasar el día deslizándose por las laderas de sus estaciones favoritas.

Imagino que cuando estamos en casa calentitos, viendo la tele y las últimas informaciones acerca de la guerra de Ucrania, más de uno pensará “Dios mío, si aquí hace este frío, cómo lo estará pasando esa pobre gente”. Y sí, seguro que lo están pasando mal. Como siempre, como en todas las guerras. Pero una cosa es cierta: no es necesario viajar a remotos lugares para encontrar gente que vive en condiciones penosas. Aquí en España hay miles, tal vez millones de personas que pasan necesidad. Que tienen hambre, que tienen frío.

Según los últimos datos estadísticos hay más de 1.000.000 de familias sin ingresos de ningún tipo. ¿Alguien puede imaginarse lo que deben sentir esas personas cuando un día tras otro ven que no tienen dinero para pagarse un techo, un plato de comida, unos zapatos, un abrigo, comida para sus hijos…? Y, sin embargo, los hay.

En España, en esta España del siglo xxi, siguen existiendo las colas del hambre, una situación que no se debe exclusivamente a un único factor, como la escasez de los alimentos, sino a un cúmulo de factores que se superponen unos a otros y que van pesando como una losa en los más desfavorecidos. Los bancos de alimentos, otrora rebosantes de productos, se ven incapaces de abastecer la enorme demanda que padecen.

El precio de los alquileres se ha vuelto inasequible para una mayoría de la población y no se debe – tal y como quieren hacernos creer algunos – al ansia desmedida de los propietarios en conseguir beneficios inmorales.

Y qué decir de las hipotecas. A veces se han encarecido 200,300 o 600 euros más, cada mes.

El precio de la energía está obligando a miles de familias a renunciar a la posibilidad de calentarse en sus casas, suponiendo que tengan casa. Un aumento de los precios que ya venía produciéndose mucho antes de la guerra de Ucrania y que, como siempre, venía afectando a los más pobres, a los ancianos, a los de las pensiones más bajas, a las familias inmigrantes, sí, pero también a las familias españolas cuyos miembros están en paro.

Y es aquí adonde quería llegar. Porque en esta España del siglo xxi, en esta España de la que el gobierno de Sánchez presume de lo bien que va, hay gente, hay personas, ahora mismo, que pasan frío. Mi amiga M, por ejemplo, me envió ayer una foto en la que abrigada como si fuera a hacer una travesía por el Polo Norte, intentaba no pasar demasiado frío en su casa de Madrid.

Imagino que escuchó muy atenta los sabios consejos de la ministra María Jesús Montero, cuando decía en televisión que si la gente tenía frío que se pusieran un edredón más gordo. A eso lo llaman gobierno de progreso.

Mi amiga M, está en paro. Mujer, pasados los 50, divorciada, y sin trabajo. Al menos, su hija tiene empleo y se ha independizado, lo que representa una carga menos. Pero ella, en la casa que ella misma ha pagado con su esfuerzo y su trabajo – su ex marido tampoco colaboró en esa tarea – pasa frío. No puede encender la calefacción, porque no puede afrontar el gasto. En su caso, si las relaciones familiares fueran diferentes, tal vez sus hermanos podrían hacer frente a esas contingencias, pero no es el caso. Así es que M, pasa frío. No es ucraniana, no es inmigrante, no es una analfabeta. Es licenciada en matemáticas. Ha trabajado desde los 18 años, pero su pecado es haber nacido temprano.

Mientras algunas analfabetas funcionales disfrutan de sueldos indecentes, se sientan en el Consejo de Ministros, visten con firmas de diseño y dan lecciones de cómo tienen que vivir los demás, mi amiga M, pasa frío. No tiene ingresos porque ya se le han terminado los subsidios y no tiene derecho a más porque era autónoma. Otra carga más.

Así es que cuando tengas frío, cuando veas la predicción del tiempo en TV, cuando veas que en Ucrania están a muchos grados bajo cero, compadécete de ellos, pero no te olvides que es posible que tu vecino esté en parecidas circunstancias: pasando hambre y frío.

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