Poco a poco las personas iban entrando a la
sala del hotel destinada a la reunión y lo hacían con suficiente antelación
para no interrumpir después de que se hubiera iniciado. Todos vestían de manera
formal, ellos con corbata - la inmensa mayoría- y ellas con indumentaria de
trabajo, pues ese justamente era el espíritu que se pretendía imbuir en los
asistentes: que se trataba de un entorno donde hacer negocio. A medida que
entraban, iban ocupando los asientos libres, alrededor de las mesas, componiendo
diversos grupos, entre aquellos que se conocían o que acudían con sus invitados
o amigos.
El hotel estaba ubicado en la parte alta de
la ciudad, en una zona tranquila, donde tenían su residencia habitual gente de
un nivel socio económico medio-alto. A pesar de que a esas horas, - en torno a
las 19.00h- , ya era de noche desde hacía mucho, por encima de los tejados de
los chalets, se podía ver cómo rielaban las luces de la costa en el mar.
Además de las vistas que, sin duda, serían
mucho más impactantes durante el día, otro de los atractivos de esa ubicación
era que se podía encontrar aparcamiento sin dificultad.
La organización de esas reuniones, corría
cargo de un grupo de alemanes, residentes todos ellos desde hacía años en la
isla, y que mantenían lazos de amistad entre ellos, pero que, como era muy
habitual, no hablaban casi nada de español.
El supuesto líder del grupo, era un cabeza
buey con forma de salchicha aplastada y de aspecto algo brutote. Hans, que así
se llamaba, nunca tomaba la palabra, al parecer porque no hablaba absolutamente
nada de español. Su mujer, Doris, sin embargo y a pesar de su confesada timidez,
hablaba bastante mejor. Ella era una mujer enormemente atractiva. Alta, de
espléndida figura, de unos cuarenta años, su estatura se veía realzada por los vestidos
ajustados que solía llevar, junto a unos tacones de vértigo, que la ascendían a
la categoría de diosa inalcanzable. Muchos se preguntaban qué era lo que esa
mujer, de auténtica bandera, había visto en aquel barrigudo y rechoncho hombre
mudo. El hecho de que se comentase que Hans era muy inteligente y que era él
quien había inventado ese negocio de marketing multinivel, nunca terminó de
convencer a ninguno de los caballeros españoles por allí presentes y que
revoloteaban como moscas alrededor de la miel, o sea, de la siempre sonriente y
simpática Doris.
También estaba Eric. Cincuentón, soltero, con
el pelo canoso y de buen aspecto, era un íntimo amigo del matrimonio y quien,
además, tomaba más protagonismo en las reuniones porque era el que más dominaba
el español.
Y finalmente estaba Katerina. Kate para los
amigos. Íntima amiga de Doris, también entorno a los cuarenta, soltera, de
estatura más “asequible” y con una larga melena que le llegaba a la cintura.
El objetivo de aquellas reuniones era
básicamente, crear una estructura multinivel, para vender unos productos
alemanes enfocados a la salud y el bienestar. Allí, todos estábamos porque
algún amigo o conocido, nos había invitado a participar con la idea de ganar
dinero. También era una forma muy agradable de socializar y de conocer a gente
educada e inteligente, con los que se podía establecer diferentes lazos, desde
los estrictamente comerciales hasta la amistad.
Al objeto de ir conjuntando mejor a los
grupos y promover que las personas se fueran conociendo más, con frecuencia, después
de las reuniones, se creaban de forma más o menos espontánea, charlas entre
algunos de los participantes. De manera más distendida y mucho más desenfadada
e informal, en dichas reuniones se abordaban desde temas relacionados con el
negocio directamente, hasta asuntos de índole más personal. Claro que había una
limitación y es que debido a la dificultad de los alemanes con el español, la
conversación a partir de un momento dado, se producía en una especie de Esperanto
o mezcla entre español estilo Toro Sentado e inglés, lo cual, era un factor de
selección de miembros participantes. A veces, esas reuniones terminaban - o
continuaban- alrededor de una mesa, cenando cualquier cosa en el hotel y
ampliando con ello, el círculo de amistades y de contactos.
Así, semana tras semana, durante los últimos
dos meses, todos los miércoles a eso de las 19.00, habíamos establecido la
costumbre de reunirnos en el mismo lugar. Para algunos, sólo el simple hecho de
ver a Doris y a su amiga Kate, ya compensaba el esfuerzo del desplazamiento. Y
así, poco a poco, también pude ir tratando a Kate.
Sólo había un pequeño inconveniente: los
miércoles, eran días de Champions, por antonomasia, aunque la mayoría de las
veces, eran compatibles ambas actividades.
La relación con Kate, a fuerza de la
costumbre, se fue haciendo más cercana. El idioma no era ningún problema.
Uno de esos miércoles, la reunión se extendió
algo más de lo habitual. Justo a la salida de la sala, había un televisor en el
que estaban emitiendo un partido del R. Madrid. Mientras estaba de pie,
ensimismado con Butragueño, Hugo Sánchez, Míchel y compañía, Kate se acercó a
mí y comenzó a hablarme de no me acuerdo qué cosa. Yo, intentaba prestar
atención a ese pedazo de bellezón, que me hablaba en inglés, con acento alemán,
mientras por encima de su hombro, seguía muy atentamente las vicisitudes del
partido. Mientras Kate no paraba de hablar, yo hacía como Gila cuando hablaba
con “su mujer” por teléfono: “sí….sí…sí….sí…pues anda que tu……sí”. Y entonces,
sucedió lo nunca visto. Fue algo sorprendente, inesperado. Algo fuera de lo
común. Jamás hubiera imaginado que algo así podría suceder. Me afectó tanto,
que instintivamente, apoyé mi frente en el hombro izquierdo de Kate mientras
repetía una y otra vez: “no, no, no. No puede ser. Por Dios, no puede ser”. La
pobre Kate, no hizo ningún movimiento como para desprenderse del cabezón que le
machacaba el hombro, pero sin duda, estaba profundamente impactada por la
escena. Su cara y su repentino silencio, así lo atestiguaban. Hasta que ya no
pudo más y preguntó directamente:
- ¿Estás bien?
- No, no, no. No puede ser, Kate. ¡No puede ser! - repetía yo al borde de la desesperación.
- ¿Pero qué ocurre? - preguntaba la pobre Kate que empezaba a preocuparse.
- QUE HUGO SÁNCHEZ HA FALLADO UN PENALTI! ¡UN PENALTI! ¡Hugo Sánchez ha fallado un penalti! En el minuto 85!!!, Kate.