domingo, junio 26, 2022

La amoto y el caballo.

De vez en cuando nos vemos sorprendidos por hechos, acontecimientos o situaciones que nos llaman la atención, ya sea por unas razones u otras. La apariencia de algún visitante, un coche de época, una caravana de moteros…en definitiva, algo que se sale de lo habitual. Y esta es precisamente la situación de la que voy a hablar ahora.

Circulaba yo tranquilamente por el centro de Jerez de la Frontera en mi camino a Rota, cuando de la manera más inesperada veo aparecer una figura berlanguiana, de auténtico esperpento, como sacada de una película del neorrealismo italiano.

Subido en su escúter, mientras con una mano conducía su vehículo, con la otra llevaba las riendas de un caballo. ¡Sí, sí! ¡Un caballo! La imaginación no me alcanza a comprender la razón última por la cual, el jinete motorizado no decidió ahorrar gasolina, -que está a precio de favor sexual -, y subirse a la grupa de su montura, si es que lo que pretendía, como así parece indicar la imagen, era que tenía que sacar al equino para que hiciera ejercicio. Parece lo lógico que, si el caballo debe ejercitarse, le pongas la montura y salgas a pasearlo subido en él. Lo que no había visto nunca, era que un individuo tirase de las riendas de un caballo, subido en una moto. El tío, no el caballo.

El animal le seguía dócilmente. Al menos es lo que pude ver fugazmente por el retrovisor, aunque me imagino que en cuanto apretara un poco el acelerador de la moto, ambos saldrían disparados en una suerte de carrera desenfrenada entre el animal, que huiría despavorido en un galope sin sentido y sobre asfalto, y el de la moto, que, por cierto, no llevaba casco.

Intento imaginarme la cara de la patrulla de la Guardia Civil que, alertada por algún conductor asustado, les hubiera puesto en antecedentes. La patrulla se acercaría y vería que mientras el conductor de la moto la conduce con una mano, no lleva el casco puesto y con la otra mantiene a un sorprendido caballo al que el individuo obliga a llevar un trote “alegro ma non tropo”.

Una vez recuperados ambos agentes de la sorpresa y del ataque de risa por ser testigos de semejante escena, obligarían a parar a la pareja. El caballo, relinchando después del trote al que le habría sometido su paseante, agradecería el descanso. El otro, el de la moto, debería enfrentarse a los civiles.

¾     ¿Usted no sabe que para conducir una moto hay que llevar el casco? – le diría uno de los agentes.

¾     Verá usted, es que he salío un momentito a pasear al bischo; que es que mi cuñao no le venía bien y me ha disho, ¡ea, ve con Damián!

¾     ¿Con Damián? – le preguntaría el civil.

¾     Damián. Aquí está. ¡Es más güeno el animal!

¾     ¡Ah! Damián es el caballo.

¾     Sí señor.

¾     ¿Tiene usted la documentación?

¾     ¿La del caballo?

¾     ¡A que te meto, gitano! Menos guasa a ver si pego un tiro al aire y te pasas una semana buscando a Damián por el Puerto de Santamaría.

¾     Pos mire usté, señor agente. Es que ma pillao un poco asín, ¿sabe? He salío mu deprisa y me se ha orvidao.

¾     Ya. O sea, que ni documentación, ni casco, ni conducir la moto con las dos manos en el manillar, ¿no?  ¿Y no será que acaba usted de robar este animal?

¾     No señor.

¾     Bueno, de momento venga a la comandancia y así lo aclaramos todo.

¾     Pero, hombre, señor agente, ¿qué hago con Damián?

¾     Saque usted la mano por la ventanilla y mantenga las riendas. Damián nos acompaña. ¿No tenía que hacer ejercicio?

¾     Ya. ¿Y con mi amoto? Si la dejo aquí no la vuelvo a ver.

¾     Que la recoja su cuñado.

 

 

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