sábado, noviembre 02, 2019

Tres euros de diesel, por favor.


Desventurado García era un buen hombre al que la vida no es que le hubiera golpeado, es que le estaba vapuleando. Era como si le hubieran hecho subir al ring a enfrentarse a Casius Clay en sus mejores tiempos, y no hacía más que recibir golpes por todas partes, que le mantenían en un estado catatónico, grogui, pero en pie, por lo que seguía recibiendo estopa de lo lindo. Podría haber optado por tirar la toalla, rendirse, hacerse el muerto, o salir huyendo de aquel combate en las que llevaba las de perder, pero su pundonor y su carácter indomable se lo impedían. En el fondo de su inocente alma, pretendía que, o bien Casius Clay se aburriría de su superioridad, o bien, que terminara por cansarse físicamente. El caso es que Desventurado, sobrevivía peleando como un jabato contra una mole invisible, cuyos golpes, a pesar de todo, dolían.

Subsistía en un apartamento del que sabía que tendría que salir más pronto que tarde, porque sus escasos ingresos apenas alcanzaban para comer, pagar la calefacción, la luz, internet, el mínimo uso del móvil, el seguro del coche y la escasa gasolina que usaba, a no ser que fuera absolutamente necesario para trasladarse a alguna entrevista de trabajo, que realmente, eran pocas o ninguna. Es decir, mantenía los servicios mínimos, imprescindibles, para poder seguir buscando trabajo, tarea que le llevaba más de diez horas diarias desde hacía más de un año. 

Había reducido la ingesta de alimentación a una ración semejante a la de un eritreo, lo cual, había contribuido a tener una figura algo más estilizada. 

A pesar del frío de aquel invierno, no se podía permitir dormir con la calefacción encendida. Así es que por las noches, se escondía bajo la sábana y el edredón con los que se cubría, y procuraba no moverse demasiado ni sacar mucho la cara, no se fuera a gangrenar algo. Lo malo era cuando tenía que levantarse en mitad de la noche al baño. Afortunadamente, el suplicio no duraba mucho porque el baño lo tenía enfrente del dormitorio y cuando salía de su cubículo calentito, procuraba taparlo para sentir algo de calor a su regreso. 

Había desarrollado unas normas de estricto cumplimiento, casi de disciplina militar. Cada día, se levantaba a las nueve, encendía la calefacción y se disponía a desayunar un café y dos madalenas, para posteriormente, cuando ya había entrado un poco en calor tanto él como el apartamento, meterse en la ducha y disfrutar del agua hirviendo que le ayudaría durante algún tiempo a mantener una temperatura asequible. A pesar de todo, el único radiador del que disponía el apartamento en el salón, estaba estropeado y no calentaba lo suficiente, lo que obligaba a Desventurado, a permanecer con el plumas puesto, la mayor parte de su jornada. 

Después de asearse, se sentaba delante de su ordenador, con la vana esperanza de ver si tenía alguna respuesta a las docenas de currículos que había enviado en su bandeja de entrada. Una vez verificado el silencio por vía del correo, como cada día, se disponía a navegar por internet en busca de ofertas de empleo, en España y en el extranjero, tarea a la que dedicaba la mayor parte del tiempo. 

En alguna ocasión, abandonaba la obsesiva búsqueda de empleo tan sólo unos minutos, a fin de trasladarse al supermercado más cercano a comprar lo imprescindible para subsistir. 

A pesar de su lacrimógena situación, había conocido a una mujer a la que, al parecer, por alguna extraña razón, no le importaba mucho la situación tan precaria por la que Desventurado estaba atravesando. Es más, él sintió desde el principio que ella estaba su lado, le apoyaba, le aconsejaba y le animaba a no desanimarse. Dado que ella trabajaba, sólo podían verse los fines de semana y su plan, la verdad sea dicha, no es que fuera como para tirar cohetes.

Desventurado García, pasaba los viernes por la tarde por casa de su nueva amiga que afortunadamente, no distaba mucho de donde él vivía, con lo que el gasto de gasolina, era mínimo.  Luego, regresaban al apartamento de Desventurado y si el tiempo lo permitía, daban un ligero paseo por la zona, antes de cobijarse en la casa, donde como único lujo, se tomaban una copa, veían la tele o algún DVD, cenaban espaguetis y después hacían el amor. Lo peor de todo, es que de madrugada, Desventurado debía devolver a su chica a su casa, más que nada porque la cama de Desventurado era individual y a duras penas cabían los dos y así, era imposible dormir. La operación, con escasas variaciones, se repetía los sábados y los domingos.

Pasaba el tiempo y la situación de Desventurado ni mejoraba ni tenía visos de que fuera a hacerlo a corto plazo, lo cual, suponía una carga emocional importante en su ánimo. La situación económica fue empeorando, hasta hacerse casi insostenible. Hasta que un día llegó al máximo de lo ridículo.
Desventurado, como cada viernes, debía ir a buscar a su chica, pero el depósito de gasolina de su coche, estaba casi en el nivel de asfixia. Claro que su cuenta corriente, estaba aún peor y no tendría ingresos hasta el día siguiente. De la tarjeta, mejor ni hablar. Así es que la alternativa era o no ver a su chica o gastar algo de dinero en gasolina. Estuvo haciendo cálculos infinitesimales y logarítmicos acerca de cuánto podría gastar su coche en los trayectos, habida cuenta de que la verdad, es que el coche gastaba poco, pero lo que se le iba a pedir al vehículo, rayaba la proeza y la entrada en el libro Guiness. Finalmente, tomó la decisión.

Se presentó en la gasolinera más cercana a su domicilio y con extremo cuidado - no fuera a pasarse- , rellenó el depósito con 3 euros! No tres litros, tres euros. Eso le daba para algo más de dos litros y esperaba que fuera suficiente. 

Con más orgullo que vergüenza, pasó por caja y el dependiente debió quedarse estupefacto al comprobar que había mecheros que gastaban más. Es de suponer que el hombre debió pensar que no iba a ir muy lejos, y lo cierto es que Desventurado, también se lo temía. El caso es que se dirigió a buscar a su chica, a velocidad reducida para consumir menos y tuvo la suerte de que el coche no le dejara tirado por falta de combustible.

Desde entonces está seguro que ostenta el record mundial de echar menos gasolina en un coche y que no se pare.

Como fue la última vez que utilizó esa gasolinera, también está convencido de que el dependiente piensa que se quedó tirado en mitad de ninguna parte.

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