jueves, agosto 14, 2025

Me encanta hacer planes ...

Hace tiempo que acuñé una frase, que dice: “me encanta hacer planes para saber exactamente lo que NO va a pasar”.



Nuestro plan de vacaciones estaba diseñado al detalle, como el Día D: los itinerarios, tanto el de ida como el de vuelta, las visitas turísticas, las paradas obligadas. Todas las reservas confirmadas.

Dado que la distancia hasta nuestro destino final sobrepasaba los mil kilómetros, era más prudente hacer un alto en el camino y pernoctar en un lugar que ya conocimos el año pasado. Un lugar de ensueño, un oasis de paz, de quietud; donde, mientras tomas una copa de bienvenida de vino blanco en su jardín, no escuchas ningún sonido, ni siquiera el de los pájaros, los grillos o las cigarras, que parece que han decidido enmudecer para no perturbar el descanso. Un lugar en el cual, hasta el tañer de la campana de la iglesia cercana, se realiza con tanto mimo, que cuesta un poco escucharlo. Se diría que el campanero pide perdón con cada golpe de tan suave que es. Un lugar que invita al recogimiento y a pasear por sus extensos y bien cuidados jardines. O si lo deseas, también puedes disfrutar de su piscina, de los vinos y quesos que producen en la finca y de la cerámica que ofrecen a los huéspedes.

A la mañana siguiente la tentación de la variedad del bufet del desayuno hacía difícil cualquier elección, ya fuera dulce, salado o una mezcla de ambos. El servicio por parte del personal, magnífico como siempre y encantadores. Tras el generoso desayuno retomamos nuestro camino y nos dirigimos a nuestro destino a unos 400 kilómetros, en tierras gallegas.

La primera sorpresa al llegar al hotel fue el parking. Estaba alejado de la entrada principal y no había espacio para todos los coches. Eso te obliga a buscarte la vida por los alrededores y acarrear con las maletas por jardines y aledaños hasta llegar a la Recepción. Como medida más prudente, fuimos andando. Después, ya veríamos.

Eran las 14.30 y habíamos cumplido nuestro objetivo de llegar a tiempo para la hora de la comida.

La segunda sorpresa fue comprobar que la habitación no estaría disponible hasta las 15.00. En ese caso, lo que procedía era ir al comedor.

La tercera sorpresa fue el restaurante. En un hotel de 4 estrellas no me esperaba que todas las comidas fueran estilo bufet. La impresión fue que había regresado a mis tiempos en el servicio militar.

Después de comer subimos inmediatamente a la habitación para ver si todo estaba en orden. Aunque el cuarto de baño era de dimensiones reducidas y para entrar en la bañera necesitabas la ayuda de un sherpa, todo parecía correcto; así que, regresamos adonde habíamos aparcado el coche a recoger las maletas.

Con todo el trajín de ir y venir cargados con las maletas, arrastrándolas como Robert De Niro arrastraba en la película “La Misión”, estábamos sudando como en una sauna.

Una vez en la habitación y mientras deshacíamos las maletas y organizábamos todo, empezamos a comprobar que el aire acondicionado no enfriaba. Cuando terminamos de organizar la habitación, bajamos a recepción a preguntar qué pasaba y allí se empezó a formar el follón.

La señorita de recepción nos dijo que el aire se había estropeado el sábado (en ese momento era lunes por la tarde) y que estaban esperando a que los técnicos lo arreglaran. Hubo algunos huéspedes que comentaron en un tono demasiado alto que eso era intolerable y lo cierto es que, en realidad, se estaba mucho mejor en la calle que en la habitación.

Al no funcionar el aire acondicionado la alternativa era abrir la ventana para dormir frescos por la noche. El problema era que justo al lado, había una torre de refrigeración que hacía un ruido infernal. Alternativa descartada.

Fuimos a dar un paseo por el pueblo, minúsculo hasta decir basta. Entramos en la iglesia. Estaba desierta, pero eso no era obstáculo para que el campanero siguiera con su concierto.

Encontramos un bar a la sombra y pedimos algo de beber. Tal vez, con algo de alcohol y un poco de tranquilidad se nos fuera pasando el cabreo.

Durante todo el tiempo estuvieron tañendo las campanas. Y lo malo es que parecía que sonaban a muerto. Y efectivamente, algo más tarde, pasamos de nuevo por la iglesia y vimos cómo había un coche fúnebre y un grupo de personas esperando a que introdujeran el féretro en el templo.

Regresamos a la habitación y finalmente comprobamos que allí íbamos a pasar una mala noche. Sin aire acondicionado y con la ventana cerrada por obligación.

Bajamos al restaurante sin muchas ganas de cenar. Había un numeroso grupo de personas esperando en la puerta a que algunos de los que estaban cenando dentro, se levantaran y se fueran. Ante semejante perspectiva y dado que el menú tampoco era como para tirar cohetes, decidimos buscar un sitio donde tomar una tapa mientras disfrutábamos de una noche fresca y agradable.

Comprobamos que los dos tugurios que había más cerca del hotel estaban llenos. Al final, volvimos al mismo sitio donde habíamos tomado la copa por la tarde. Se estaba de maravilla, lo cual, parecía un contrasentido: era difícil de entender que estuvieras mejor en una cafetería que en tu habitación de un hotel de 4 estrellas.

A la mañana siguiente bajamos a desayunar y hablamos con recepción, otra vez, y nos informaron que estaban esperando a que llegaran los técnicos para arreglar el problema. Les informamos que nosotros habíamos contratado un hotel con todos sus servicios y que, en esas circunstancias, cancelábamos nuestra estancia.

Conseguí averiguar el truco para acercar el coche hasta la puerta del hotel. Metimos las maletas en el coche y empezamos nuestro regreso a casa.

La primera decisión era si íbamos a parar a mitad de camino, tal y como habíamos previsto en un principio, en Ávila; pero el problema era que la reserva en Ávila era para el día 20 de agosto. Llamamos y nos dijeron que no podían cambiar la fecha porque el parador estaba completo. Una alternativa era intentar encontrar algo a modo de improvisación, pero tal y como se nos habían dado las cosas, parecía algo arriesgado intentar encontrar un hueco para una noche en un sitio desconocido. Opción descartada. Tan sólo quedaba la más terrorífica: hacer todo el trayecto entero y sin pernoctar. Más de 1.100 kms.

Para hacerlo más entretenido, le llevamos la contraria al GPS, que nos enviaba por Portugal, tal y como hizo a la ida. En esta ocasión decidimos que el camino más apropiado era Orense-Zamora-Salamanca-Cáceres-Sevilla y a casa.

Lógicamente, recorrimos la A52 y la A66. Hoy, 14/08/2025 ambas vías, junto con otras carreteras nacionales, han estado cortadas varias horas debido a los graves incendios que asolan la región. A nosotros, el GPS nos advertía el martes del riesgo de incendios, pero en vez de fuego, lo que nos cayó del cielo fue un Diluvio, de tal calibre, que tuvimos que refugiarnos debajo de un puente porque no sabíamos si lo que se estrellaba contra el cristal eran gotas como elefantes o granizo.

Después de sortear amagos de incendios, principio de inundaciones y tras unas 15 horas de viaje, conseguimos llegar a casa sanos y salvos.

A veces, los planes no salen bien.