domingo, abril 14, 2013

El madrileño, la gallega y la rusa.

A mi amigo Eduardo se le quedó cara de panoli cuando en mitad de la reunión que tenía todos los miércoles con su pareja y el psicólogo de ambos, aquella le espetó sin previo aviso: "No, si Eduardo se va de casa", a lo que el aludido, sólo pudo añadir: "Hombre, no es que la idea me disguste ni me entristezca, pero la verdad podrías haber tenido un poco más de educación y no decírmelo aquí, ahora y de esta forma".

Pero es que ya se sabe que las gallegas, son así. Son mujeres que, como solía decir Eduardo, "gritan mucho y muy a menudo, como si estuvieran siempre hablando con gente que está muy lejos o estuvieran en un permanente estado de cabreo". 

Dada la nula relación de pareja que venían sufriendo desde hacía años, la ruptura no tuvo más inconveniente que la de iniciar el proceso de búsqueda de un piso en alquiler. El dinero, no era un problema para Eduardo, que disfrutaba de un puesto de trabajo seguro y bien remunerado, así es que, se puso a ello. Las únicas condiciones que se había planteado eran que el piso debía ser amueblado y debía estar cerca de su antiguo domicilio, donde había convivido con Paula, la gallega y con la que había tenido un hijo que por entonces, ya era un adolescente. De hecho, la razón de la cercanía de su nueva vivienda se debía a que quería que su hijo pudiera ir andando de un sitio a otro, sin mayores problemas.

Dicho y hecho. Enseguida se puso a mirar en el Segundamano y encontró uno que podría ser interesante. Era amplio, amueblado, distaba poco de su antigua casa y además, podía ir andando al trabajo. ¡Un chollo! Los típicos chollos de Eduardo, que era capaz de aparcar en la puerta de C&A en Serrano, en plenas Navidades.

Pero claro, la vida no es perfecta. O sí, que diría Rajoy. La propietaria, una señora de mediana edad y con un estado de salud algo delicado y gallega para más señas ("por qué me persiguen las gallegas? se preguntaba Eduardo") le advirtió a mi amigo de un pequeño detalle. Ay, mire usted, es que como estoy mal de salud, tengo a una chica rusa en casa que me cuida y a cambio, ella vive aquí, y me daría mucha lástima que si usted alquila el piso, ella se tuviera que marchar porque no tiene donde ir, la pobre.

A Eduardo, no le gustó nada la idea de tener que compartir su casa con otra persona que no conocía de nada y que encima era rusa!, del otro lado del telón de acero!. Pero lo cierto es que, salvo ese pequeño detalle, la descripción del piso y su ubicación le tenían enganchado.

Venga usted a verlo, hombre, - le dijo la otra gallega con su típico acento. Venga a ver el piso y así conoce a Olga y charlan entre ustedes. Eduardo, un poco a regañadientes y al mismo tiempo con el gusanillo de ver si el piso le gustaba, al final accedió. Él tenía claro que si lo de la rusa no le convencía, la mandaba a freír espárragos en ruso y se acabó.

El piso le gustó un montón. Tenía un amplio salón, 3 dormitorios, una cocina que parecía un campo de fútbol y estaba amueblado y limpio. Fue entonces cuando conoció a la rusa. 

Olga, era pequeñita, gastaba una talla 36/38, sonrisa fácil y su corta melena rubia le tapaba siempre uno de sus dos ojos azules, al más puro estilo Verónica Lake. Tenía un fuerte acento ruso, y dirigiéndose a Eduardo le propuso cuidar de la casa, cuidar de él, hacer la comida, prepara el desayuno, ir a comprar, planchar las camisas y demás, a cambio de permanecer en la casa. Así se las ponían a Felipe II, que diría un castizo. El tío, no sólo alquila un piso cerca del trabajo y de su antigua casa, sino que además, en el precio está incluida la rusa y sus habilidades. Y encima, la rusa no estaba nada mal, que si hubiera tenido un cierto parecido con un sargento de artillería del Ejército Rojo, se lo habría pensado.

Lógicamente, mi amigo aceptó.  Cualquiera lo hubiera hecho, no?

A raíz de entonces, los amigos empezamos a conocer a Olga, que participaba en todos los eventos que Eduardo organizaba en su casa y también, le empezó a acompañar en todos los demás. Eran como una pareja, aunque no lo expresaran abiertamente. Así, pudimos saber que la tal Olga, no era rusa, era de Osetia del Norte, que viene a ser algo así como si a uno de Herri Batasuna, le preguntas que si es español y te dice que no, que él es de Guernika, por ejemplo.  

Decía que tenía dos hijas estudiando allí y que se habían librado de milagro del asalto que hizo el ejército ruso a un colegio público en la capital del país, Alania, en el que unos chechenos habían secuestrado a todos los alumnos. Al final, murieron 300 niños, pero las hijas de Olga tuvieron más suerte. 

La vida de la rusa, parecía sacado de un libro de los hermanos Karamazov. Al final, no sabías si te estaba contando su vida, una película o el conjunto de varias vidas de personas afines a ella. Aunque a mi, lo que más me llamó la atención fue comprobar que, mientras Olga decía que daba clases particulares de inglés, jamás le vi un cuaderno, un libro ni nada que indicara tal actividad. Y trabajaba incluso una mañana del día de Nochebuena!. Que yo me preguntaba: pero quien coño quiere estudiar inglés el día de Nochebuena!. Siempre me dio mala espina ese tema, pero no me quise meter a investigar.

El caso es que, la relación patrón - empleada del hogar - compañera de piso, se fue moviendo hacia una relación, primero de amistad entre compañeros de piso y al final, como era de esperar, de compartir la cama. El sexo, mancha mucho y trastoca las relaciones.

Lo cual, a su vez, dio paso a Olga, a sentirse con autoridad suficiente como para intentar educar al hijo de Eduardo, que vivía en esa casa, dada la insoportable convivencia con su madre. Y con la iglesia hemos topado, amigo Sancho. Toíto te lo consiento, menos que le faltes a mi hijo, debió pensar mi amigo Eduardo.

Que un joven en edad adolescente, es un individuo fusilable en el paredón al amanecer, de eso no hay duda. Pero hete aquí, que mi amigo, por un mal entendido complejo de culpabilidad, pero sobre todo, influenciado por la severa educación que recibió de su propio padre, se empeñó en maleducar y malcriar a su criaturita del alma y por tanto, eso fue el principio del fin de la relación. De la relación que tuvo con la madre de la criaturita y de la pseudo relación que tuvo con la rusa.

No importaba ni si el niño de los cojones, dejaba la ropa sucia tirada en el suelo, a la espera de que la recogiera Olga. No importaba que Olga pretendiera hacerle comprender al niño (que ya tenía pelo en el pubis), que ella no era la criada de la casa y que tan sólo había llegado a un acuerdo con su padre, pero que en ese acuerdo no entraba ni el hijo ni aguantar su comportamiento. No importaba que por mucho que se le insistiera, al niño no le saliera del trigémino hacer la cama o mantener una habitación en estado de habitabilidad humana. Nada de eso importaba. El niño, tenía bula para hacer lo que se le antojara, porque para eso era el padre el que mantenía esa a casa y a los que allí habitaban. Además, el niño era de su sangre y la rusa.... la rusa vaya usted a saber de dónde venía.

Por si todo esto fuera poco, el Cielo, el Destino y todos los hados del Universo, se suelen conjurar en favor de mi amigo Eduardo. Así fue como, en el momento de renovar el contrato de alquiler con la propietaria, ésta pretendía una subida desorbitada y fuera de lo pactado. Luego, empezó a decir que si la verdad es que necesitaba el piso para un calamar gigante y algunas sandeces más. El caso es que mi amigo Eduardo, fiel a su estilo de evadir conflictos y obviar situaciones tensas, decidió mudarse de piso.

Y así fue cómo Olga, la rusa, cavó su propia desdicha y su propia fosa. Eduardo, decidió mudarse nuevamente de casa, eliminando lastre y abandonando a Olga a su suerte. Mataba dos pájaros de un tiro. Pero esta vez y para colmo de los bienaventurados de esta Tierra, Eduardo, sólo tuvo que subir un par de pisos dentro de la misma finca. Al fin y al cabo, no necesitaba 3 dormitorios para él y su hijo y los muebles, seguían siendo de otro.  

Olga, llegó a pensar  que había adquirido ciertos derechos sobre Eduardo y así, además de pretender seguir viéndole, le pedía explicaciones acerca de su alejamiento, su desinterés y de qué es lo que hacía cuando no estaba con ella. Evidentemente, Olga dejó de tener presencia en la vida de Eduardo, claro.

Y aquí termina esta historia, aunque en posteriores capítulos, es posible que aparezcan algunos personajes mencionados aquí.
   

No hay comentarios:

Memorias de un espía nazi

Memorias de un espía nazi
Memorias de un espía nazi

Anna o cómo rasgar el telón de acero.

OPERACIÓN SAMARIO

OPERACIÓN SAMARIO
OPERACIÓN SAMARIO

LA FIGURITA

LA PRINCESA Y EL CABALLERO

EL CLUB DE LOS ASESINOS ANÓNIMOS

TRAS LAS HUELLAS DE UNA SOMBRA

EL NIÑO QUE PERDIO LA SONRISA

CRÓNICAS DE OFICINA

DE LOS AVERNOS AL CONTRATO BASURA

LA LUCHA DE CLODOMIRO