Literatura sobre liderazgo,
líderes, métodos, sistemas y diferencias entre un buen líder y un simple jefe,
hay para aburrir. Cada maestrillo – literalmente – tiene su librillo. Cada
empresario, emprendedor, gerente o propietario que haya cosechado algo de fama
y fortuna, ha ganado un poco más de dinero encargando a “un negro”, o sea a uno
que sabe escribir, que escribiese al dictado de sus opiniones personales y
decisiones, con el fin de convencer al resto de la Humanidad que si todos siguen
sus pasos, pueden tener el mismo éxito. Tal vez el más famoso de todos por la
repercusión que tuvo, fue Steve Jobs, unido también, a las particulares circunstancias
que hicieron de su vida y de su actitud ante las dificultades, el mito en el
que se ha convertido. Otro que también alcanzó el éxito y la fama, fue Lee Iacocca, un auténtico
mito en USA, y que fue el creador del “Ford
Mustang” y la mini Van de Chrysler.
Pero poco o nada se ha escrito
sobre un perfil empresarial que bien podríamos denominar “EL AMO”.
Un líder, crea más líderes.
Mientras los líderes van ganando
adeptos a su paso por los pasillos de las empresas, por el simple hecho de que
nos regalan una sonrisa, un “buenos días”, una broma, un halago o una frase
audaz que apuntamos para que no se nos olvide y poder aprender de ella;
mientras el líder, nos enseña, se lo agradecemos con nuestra lealtad y nuestra
admiración. El líder arrastra de manera natural a su paso.
El líder comparte, forma, ayuda, promueve su ejemplo entre los demás. El líder cautiva, embauca, emboba,
ensimisma a su auditorio. Da ejemplo y nunca exige nada que él no sea capaz de
hacer o que no haya hecho ya. El líder es seguro en sí mismo y transmite esa
seguridad. No lo sabe todo y por eso se rodea de personas a las que les hace
ver su utilidad, su valor y se lo reconoce, confiando en sus consejos. Crea
equipo y crea, sobre todo, imitadores. Se gana el respeto de sus colaboradores.
Un líder, siempre va el primero, como el General Custer al frente de su 7º de
Caballería.
Mientras tanto, los jefes,
empujan desde atrás.
El jefe siempre utiliza a
exploradores de avanzadilla, que son los que descubren a los indios emboscados,
los peligros, las trampas. En definitiva, son los que se juegan la vida, con el
único propósito de que el jefe y sus adláteres, se sientan seguros en
retaguardia y así, poder rendir cuentas ante la Alta Dirección acerca de lo que
“han descubierto, de los peligros que acechan y de los listos que son”. Un
jefe, es una escabechina para una empresa. Va dejando cadáveres a su paso a
ambos lados del camino y minando la confianza, la lealtad y la motivación de
todos los demás supervivientes.
Para un jefe, lo más importante
es rodearse de personas que sean inferiores a él o al menos, que lo parezcan y
si no puede ser, él personalmente, se encargará de intentarlo. La continuación
del pobre infeliz en la compañía, dependerá de la sensación de plenitud que
pueda proporcionarle al jefe, su comportamiento. Si el jefe considera al
subordinado que se comporta como se espera de él, es decir, como un inferior,
el susodicho tendrá asegurado su futuro, al menos durante un tiempo. Si además,
el interfecto, es consciente de la situación y consiente en ello, entonces
entra en la categoría de pelota, en cuyo caso, hay grandes posibilidades de que
su existencia sea prolongada, dichosa y fructífera a la sombra de su jefe. Y
sin molestar.
Un jefe, genera seguidores.
Dentro de la categoría del jefe,
cabría resaltar una subespecie a la que llamaremos EL AMO.
El amo, es aquél individuo que
debido a imponderables, se ve en la necesidad de verse rodeado de otras
personas para poder cubrir las diferentes áreas de su, por otra parte,
minúscula organización. La empresa tiene la suficiente carga de trabajo como para
tener que necesitar ayuda de otras
personas, pero en este caso especial, el amo, se siente en la necesidad de tener
que supervisar todas y cada una de las tareas de sus subordinados, los
cuales, por el mero hecho de depender de él, adquieren automáticamente el
status de súbditos.
Un súbdito, es un ser sin apenas
derechos, sometido a la mera discrecionalidad del amo, y que tan sólo están
apenas un peldaño por encima de la casta de los intocables de la India o los
esclavos del Imperio Romano, por poner un par de ejemplos.
El amo, al igual que el jefe,
necesita sentirse por encima de sus súbditos, pero en este caso, directamente
les intenta humillar o menospreciar, independientemente de su auténtica valía. El
amo, es el “único” capacitado para poder acometer los enormes retos a los que
supuestamente se enfrenta la empresa, como por ejemplo, tardar dos meses en
definir el diseño de unas tarjetas de empresa, revisar y repasar sin éxito la
redacción de documentos cuya finalidad no está muy clara, sin darlo nunca por
resuelto, o cambiar sistemáticamente de opinión, en relación a cualquier
aspecto que se tercie, en una actitud que encajaría con el perfil de
ciclotímico.
El amo, un señor feudal de
nuestros tiempos, tiene una visión “de embudo”, según la cual, cualquier
decisión por simple que sea, debe ser verificada, evaluada, analizada y
aprobada o denegada, por él. Es una gestión personalista. Por lo tanto, el amo,
es en sí mismo un bloqueador, un stopper, un estorbo, una rémora, un cáncer
para su propia empresa o departamento. O sea: un tocapelotas, vamos. Aunque,
por supuesto, los responsables de tales situaciones de indefinición, son siempre
de los demás. El amo, responde al perfil del capitán Queeg (Humphrey
Bogart), en la película “El Motín del Caine”. (WIKIPEDIA: “El
capitán, está decidido a imponer una rígida disciplina en su barco. Pero los
miembros de la tripulación no tardarán en sospechar de la salud mental del
nuevo capitán, que se muestra neurótico e indeciso durante la contienda y temen
por la seguridad del barco y por sus vidas cuando su capitán padece una crisis
de mando durante un tifón”).
No existe planificación de
ninguna clase, porque el amo, no necesita planificarse a sí mismo. Simplemente
se rige por su propio biorritmo, por la dirección en la que sopla la brisa o la
tempestad o por el último pálpito, intuición o corazonada que le haya asaltado
de improviso.
El amo, se encuentra cómodo
chapoteando en el fango y es ahí donde pretender arrastrar a todos los súbditos.
Los que se resisten, lo tienen más duro, pero al final, el que más sufre por su
fracaso, es el propio amo.
Sus decisiones – cuando las toma,
que no suele ser muy frecuente – tienen menos caducidad que un yogur. El amo no
usa brújula ni ningún otro sistema de orientación. Camina a la deriva, y con él
arrastra al resto de su tripulación, bien atados con una cuerda. La cuerda,
cumple una doble finalidad. Por un lado es un método simple y útil que impide que
se escape ningún súbdito sin su permiso. Es una cordada de presos, de su
exclusiva propiedad, que bailan al son que se le antoja en cada ocasión. Por
otro lado, con la cuerda, tirando de vez en cuando de ella, se consigue el
mismo efecto que cuando se dirige una cuadriga: azuzar al jamelgo y hacerle
entender, a base de golpes, que el amo, le vigila.
El amo, no genera nada. Es como
Atila: por donde pasa, arrasa. Política de tierra quemada.
Si hiciéramos una comparación
entre estas tres figuras y el hipotético tratamiento a ciertos animales,
podríamos decir que el líder, trata a sus colaboradores como a caballos pura
sangre de carreras. El jefe, trata a los suyos como a mulas de carga y el amo,
simplemente, da de comer las sobras a sus bestias…y cuando se acuerda.
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