sábado, enero 21, 2023

Don Justino.

En aquellos años los médicos solían visitar a sus pacientes en el propio domicilio, sobre todo, si – como era mi caso – el enfermo era un niño.

Para aquel niño, lo de estar enfermo era una especie de bendición. Me pasaba el día en la cama, algo fastidiado si tenía fiebre; mi madre me daba zumo de naranja lo que, sin duda, era una novedad y en su momento, además, no iba al colegio, algo que siempre era peor que unas anginas, que siempre ha sido mi punto débil. Lo peor de todo eran las inyecciones de penicilina que me ponía mi padre que, a pesar de tener manos de seda, aquello dolía.

El doctor solía pasar por casa a media tarde a veces, era de noche. El hombre siempre iba con su cartera y su fonendoscopio de puerta en puerta, auscultando niños a diestro y siniestro.

No era muy alto, pero tenía una voz profunda, grave. Cuando entraba en mi habitación, siempre me saludaba de la misma forma:

¾     ¿Qué tal, viejo caballo?

Siempre tenía un tono animoso, positivo, que intentaba contagiar al paciente – o sea, yo – y a mi madre, restando importancia a lo que, en realidad, no la tenía. El típico resfriado, las anginas, algo de fiebre…Siempre dedicaba unos minutos para conocer en profundidad otros aspectos del paciente. Quería tener una foto de 360 grados. Después de extender las recetas pertinentes, se despedía. No soy consciente de su tarifa, pero sí estoy casi seguro que no siempre cobró por sus servicios. El hecho de que mi padre fuera del “gremio”, aunque no fuera médico, creo que algo ayudaba.

Resulta llamativo comparar la situación actual de los pediatras con aquella que yo experimenté en mi niñez. Aquellos médicos llevaban una vida bastante más estresante que los de ahora. Ahora mismo, no conozco a ningún pediatra que vaya casa por casa visitando a sus pequeños pacientes, ni siquiera, aunque su tarifa sea como de un gigoló. Hoy en día, son los pacientes los que deben acudir a la consulta o al centro de salud, si lo hay.

Mención aparte merecen los médicos rurales, que son los verdaderos héroes y herederos de aquellos antecesores como D. Justino, y que hoy, como ayer, deben andar de aquí para allá, en sus coches, conduciendo por algunas carreteras no muy seguras y con condiciones laborales y de seguridad, cuanto menos, dudosas.

D. Justino tuvo - al menos- un hijo, que continuó la tradición familiar, aunque su especialidad no fue la pediatría. Por tanto, aquella vieja relación entre D. Justino y un servidor, se prolongó en la siguiente generación.

Hace ya muchos años, fue el hijo el que informó del suicidio de su padre. Debió ser muy duro para él, pero a los que le conocimos, también nos dolió. Nos sorprendió una noticia así, impensable en alguien como él. Impactante intentar adivinar los motivos que le impulsaron a ello.

Siempre recordaré su frase:

¾     ¿Qué tal, viejo caballo?

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