Creo que fue el viernes a eso de la una del mediodía. La señoritinga salió de su escondrijo, seguramente para ver qué era todo ese ruido que le importunaba su sueño. Pero al regresar a casa, ya no la volvimos a ver. Hasta pasadas las ocho de la tarde. Al parecer ese era su horario. Como el de las pilinguis, que viven de noche. Como era su costumbre recorrió el techo y las paredes en todas direcciones, hasta que, en un momento dado, debió retirarse a descansar.
El sábado estuvimos a punto de
cogerla, pero fue más rápida que mi mujer, quien, por otra parte, intentaba
establecer un nivel superior de comunicación dirigiéndose a ella con cariño y
dulzura, invitándola a que se entregara, como un negociador de la policía, pero
sin éxito. Yo, lo achaco al hecho de que la salamandra no llevaba el pinganillo
de traducción al salamandrés. Ese día fue el que estuvimos más cerca de
atraparla. Abandonó las altitudes del salón y se aventuró hasta casi tocar el
zócalo, pero el cuadro de 2x2 colgado en la pared, estaba demasiado cerca como
para adelantarse a ella. Eso fue el sábado.
Ese fue el último día que la
hemos visto. El domingo no dio señales de vida, ni ayer lunes tampoco.
Es de suponer que la inanición
tiene un límite y aquí dentro de casa y por las zonas por las que se movía, no
iba a pillar cacho ni de coña.
Imagino que el día que se nos
ocurra mover el cuadro del tamaño de las Meninas, nos encontraremos con los
restos momificados de un proyecto de salamandra que no cuajó.
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