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sábado, noviembre 25, 2023

Ser viejo. Sentirse viejo.

Sostiene Jorge Valdano que el “fútbol es un estado de ánimo”. Así, si un equipo no está en su mejor momento y las dudas le atenazan, todo ello repercute en sus decisiones y, por tanto, en su juego. Con las personas mayores sucede exactamente lo mismo.

Hay personas que se sienten viejos, a pesar de que su edad no se corresponda, ni de lejos, con un estado mental así. Yo tenía un amigo – un cretino – que entró en una especie de crisis existencial cuando cumplió los treinta. Decía que eso de comenzar a escribir tu edad con un 3 en vez de un 2, tenía mucho significado. Bueno, cada uno se pega el tiro donde le apetece.

Además, el concepto de vejez, es algo que se ha ido modificando con el tiempo. En tiempos de Cervantes, por poner un ejemplo, llegar a los sesenta años era todo un logro o una suerte. Los avances médicos, culturales, sociales; la evolución de la filosofía del trabajo, de sus condiciones; la propia evolución de la sociedad, han ido prolongando la vida media de las personas, proporcionando más posibilidades de vivir más tiempo. Vivir más, no significa vivir mejor, pero el menos te permite intentarlo. Desde el hoyo es totalmente imposible.

Desde hace ya algunos años ha surgido todo un nuevo concepto entorno a las personas que antaño recibían el término peyorativo de viejos. Hasta ahora, había toda una lista de palabras – bastante amplia y con tintes despectivos – para referirse a esas personas mayores: anciano, abuelo, vejestorio, matusalén, decrépito, veterano, maduro, senil, achacoso, longevo, vetusto, centenario, añoso, arcaico, anticuado, pretérito, antiguo, rancio, fósil, lejano, trasnochado, tradicional, antediluviano, arqueológico, gastado, estropeado, deslucido, ajado, usado, destartalado.

Por el contrario, para referirnos a lo joven, disponemos de pocos términos: adolescente, chavea, pollo, zagal, mancebo, mozo, muchacho, novato, nuevo, imberbe, novicio, inexperto, bisoño, verde, tierno, fresco. Algunos de estos vocablos, tampoco les falta una carga despectiva.

Creo que cuando un idioma destina un considerable número de expresiones a definir lo que se considera viejo y no tantos a sus antónimos, representa un claro posicionamiento ideológico acerca de lo poco atractiva que resulta la vejez.

Pero como decía antes, esto ha ido cambiando con los avances médicos, técnicos y sociales. Ahora, si uno quiere ser políticamente correcto, no puede plantearse utilizar esa clase de terminología. Más bien debería inclinarse por utilizar unos anglicismos como “senior”, o “vintage”, algo que odio profundamente, porque soy un nacionalista a ultranza del español y de la defensa contra los barbarismos. Pero es que los tiempos han cambiado.

No ha mucho tiempo acaecía, que, una vez alcanzada la jubilación, el hombre – la mujer no trabajaba fuera de casa y por tanto no se jubilaba nunca – se recluía en una especie de cascarón o de burbuja, que cada día se hacía más y más pequeño, hasta que un día llegaba el último adiós.

Pero hoy en día las cosas son muy diferentes.

Hoy hay todo un negocio alrededor de las personas que no hace tanto tiempo se les asignaba esos términos tan peyorativos. Hoy, los mayores de cincuenta y sesenta, son objeto de una especial atención por parte de todo tipo de industrias. La farmacéutica, sin duda alguna, que se afana en suministrar toda clase de complementos nutricionales para convertir a esos “mayores” en deportistas casi de élite y así poder jugar con sus nietos. O en proporcionarles otro tipo de sustancias y soluciones para mejorar su vida sexual, una dentadura que le permita comer bocadillos sin quedarse sin los dientes en el esfuerzo, o medicinas milagrosas que te proporcionan una energía casi inagotable. Es decir, intentan combatir el inexorable paso del tiempo y sus huellas en nuestro organismo, intentando convertirnos en algo más jóvenes.

Dentro de esta nueva filosofía de vida, los nuevos mayores y dependiendo de su poder adquisitivo, pueden dedicarse a disfrutar de la vida en plenitud de facultades y no como antes, cuando la jubilación era simplemente el paso previo al cementerio. Hoy, las personas mayores viajan con el IMSERSO, conocen la playa y el mar, bailan en los salones del hotel de Benidorm donde se alojan y – me imagino – tendrán sus escarceos románticos, tal y como me confirmó un caballero viudo que, forzado por sus hijas, se unió a uno de esos viajes.

Los que disponen de más medios económicos, se dedican a viajar, a pasar más tiempo en lugares en los que el clima es más benigno que en sus países nórdicos de origen; a jugar al golf, a comer en buenos restaurantes; a visitar balnearios tanto en España como en el extranjero; a hacer turismo gastronómico-cultural y, en definitiva, a disfrutar de la vida.

Según cuentan las revistas que de estas cosas saben mucho, Robert de Niro y Mick Jagger, van a ser padres, y ambos son octogenarios. Se me ocurren un montón de comentarios al respecto desde diferentes perspectivas, pero lo voy a dejar ahí.

Incluso los seguros de salud, que no hace mucho tiempo expulsaban de sus pólizas a los que cumplían cierta edad, ahora todos, tienen una rama de sus negocios dedicada en exclusiva a los que ellos llaman “senior”, sin límite de edad. No hay nada como convertir a dinero una oportunidad para que te presten atención.

Por supuesto que el paso de los años va dejando huella en nuestro organismo y algunas son irreversibles, pero incluso en esos casos, hay personas que no se resignan a imitar a aquellos que antaño, tras la jubilación, se quedaban a la espera de la parca, y deciden aprovechar las oportunidades que se les está brindando, ya sea conocer Burgos o Viena.

Siempre habrá gente que se sienta mayor cuando haya cumplido los treinta, los cuarenta o cualquier otra cifra que cada uno se marque. Pero también hay personas que a los ochenta o noventa años, siguen practicando deporte y manteniendo una vida activa. El objetivo no es batir una marca, conseguir un récord o ser famoso. El objetivo no es sentirse joven. El objetivo es ser feliz.