Hacía bastante tiempo que no tenía noticias de mi amiga M. No sabría decirlo con exactitud, pero supongo que, si hablo de un par de años, no me voy a equivocar mucho.
Nuestra
amistad surgió en la distancia; y en la distancia sigue, como alguna que otra
que mantengo. Quiero decir que a lo largo de mi vida he ido construyendo relaciones
de amistad con personas que estaban – y están – lejos de mí. Como mi amiga F.
F.
vive en Barcelona, aunque es originaria de Zamora. Hace veinte años o más,
cuando internet estaba dando sus incipientes pasos y no existía guasap ni nada
de esto, nos conocimos por la red y el método más habitual era intercambiar los
teléfonos. Y así lo hicimos.
Por
aquel entonces, yo tenía una tarifa telefónica, según la cual todas las
llamadas que hiciera desde mi fijo a otro fijo en España, a partir de las
18.00, tenían coste cero. Así es que, a partir de esa hora, llamaba a F. y nos
pasábamos dos, tres y hasta cuatro horas hablando por teléfono. Gratis. Al
final, teníamos que colgar para preparar la cena.
Ha
pasado mucha agua bajo el puente. F. continúa con su vida en Barcelona, echando
pestes de los indepes y llevando orgullosa el escudo del Real Madrid y su
bandera. F. y yo nunca nos hemos conocido cara a cara, pero de vez en cuando,
nos felicitamos las Navidades, los cumpleaños o nos enviamos algún archivo por
Messenger.
Mi
amiga Mercedes vive en Guadalajara, capital del estado de Jalisco, México.
También hará cosa de veinte años o más que contactamos por internet.
Ella
tiene ascendencia española, como tantos otros en ese país y supongo que nuestra
amistad a través de la tecnología y del océano, podría hacerla sentir más cerca
de sus ancestros. De hecho, su hermana y su cuñado, terminaron por adquirir una
casa en Coruña, lo cual, por muy tentador que sea, cruzarse el Atlántico para
pasar unos pocos días, no creo que merezca la pena.
Con
ella hemos utilizado alguna vez los avances de la tecnología y nos hemos
conectado por video conferencia. Me encanta escuchar su delicioso acento
mejicano, adornado de algunas expresiones que, enseguida, me apresuro a
preguntar qué significan.
A
través de tantos años hemos podido compartir buenos y malos momentos: el exitoso
quehacer profesional de su hija, que se la rifan las empresas; los amores que
se pierden en un país extraordinariamente machista; los viajes a Nuevo México,
a Texas o a cualquier otro estado de EEUU, con la familia o las amigas. Y más
recientemente, la muerte de uno de sus nietos que con apenas cinco o seis años,
no pudo superar un cáncer de huesos, después de un largo proceso de lucha.
¿Acaso
no es eso lo que hacen los amigos: compartir sus vivencias, sus alegrías, su
dolor; sus frustraciones?
En
un mundo en el que, al parecer, no tienes relación alguna con tu vecino de la
puerta de al lado, por algún extraño motivo eres capaz de establecer una cierta
complicidad con una persona a la que no has visto en tu vida y a la que le
confías tus más íntimos secretos. Bueno, es prácticamente seguro que esos
secretos no van a regresar a esta parte del océano, o sea, que se guardarán a
buen recaudo, pero no deja de ser llamativo que la distancia más corta entre
dos personas no sea siempre el mejor camino para una sana amistad.
Pues
con mi amiga M, de la que hablaba al inicio sucedió algo parecido.
Como
en todos los casos que he comentado nos conocimos en la distancia a través de
un curso de creación literaria.
Desde
el primer momento me sorprendió la sensibilidad y la minuciosidad de sus
descripciones. Su infinita capacidad de analizar y evaluar una frase hasta
estrujarla y dejarla seca, tras extraer de ella todos los conceptos, todas las
imágenes, todos los símiles imaginables y posibles.
M,
además del gusto por la escritura y la lectura, también tiene otras tendencias
artísticas, como la pintura.
La
última vez que intercambiamos algún mensaje por guasap, me dijo que tenía
problemas con su hijo. A partir de ese momento, me pareció que era más prudente
no atosigar con constantes preguntas para conocer el estado de salud de su
hijo. Otra íntima amiga, que también ha tenido a su hijo al borde la muerte, me
rogó que no insistiera tanto, porque ello le obligaba a recordar una y otra vez
la gravedad de la situación. Además, en el caso de esta amiga, se da la
circunstancia de que es sorda y sólo se puede comunicar por escrito con guasap,
lo que añade un obstáculo más.
Dejé
pasar el tiempo y decidí que, si en algún momento mi amiga se encontraba con
fuerzas, ya se pondría en contacto conmigo.
Ha
sido hace un par de días.
Yo
intentaba recuperar el sentido mientras dormitaba en el sofá. El teléfono me
avisó de un mensaje. Dejé pasar los minutos. Cuando lo leí, me desperté de
golpe.
Mi
amiga M, se disculpaba por haber desaparecido y no haber respondido a mis
mensajes. Me explicaba que los últimos nueve meses habían sido terribles. Su
hijo, con serios problemas de salud mental, decidió saltar por la ventana de su
casa desde el piso trece.
Con
su delicadez y sensibilidad habitual, me describió con toda dulzura cómo
depositaron sus cenizas en lo alto de un monte, bajo la sombra de un árbol.
Seguro que allí disfrutará de las vistas y estará definitivamente en paz.
No
podía creer lo que estaba leyendo. No daba crédito. No imaginaba cuánto dolor
se puede sentir cuando vives algo así. No encontraba palabras de consuelo,
suponiendo que las haya.
Pero
al margen de la tragedia, una vez más, se puso de manifiesto que, aunque mi
amiga M. viva en Canarias, mi amiga F. en Barcelona y mi amiga Mercedes en
Jalisco, México, hay una cierta amistad que perdura en el tiempo y a pesar de
la distancia. Tal vez sólo se trate de ponerle ganas.
Un
famoso bolero comienza así:
“Dicen
que la distancia es el olvido
Pero
yo no concibo esta razón
Porque
yo seguiré siendo el cautivo
De
los caprichos de tu corazón”
Imagino
que para mantener una relación en la distancia todo dependerá de la intensidad
de los sentimientos, del tipo de relación que sea – no es lo mismo amistad que
sentimental o afectiva - , del tiempo que pase, etc. Pero parece claro que la
distancia no siempre tiene que significar el olvido.
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