miércoles, marzo 05, 2025

El día que tuve un yate de 20 metros.



Seguro que a muchos de vosotros os ha pasado eso de pedir todos los años el mismo juguete, algo que en un principio era un deseo, después una obsesión y terminó por convertirse en un reto. A mí me pasó con el Scalextric. Jamás tuve uno. Era demasiado caro. Más tarde, cuando ya estaba a mi alcance, me lo quitaron de la cabeza con argumentos tan sesudos como “si lo instalas ahí, no voy a poder barrer, se va a manchar de polvo, no voy a poder andar…” etc. Y más adelante, ocurrió lo que tenía que ocurrir: la empresa desapareció.

Pero, sin embargo, una vez, hace muchos años, el destino me regaló algo que no había pedido. Bueno, tampoco fue un regalo, porque no me lo quedé. De hecho, ni siquiera fue en Reyes. Aquello fue más bien, un préstamo, un usufructo temporal.

Como era mi costumbre desde hacía unos cuantos años, ese verano también pasé mis vacaciones en Mallorca. En aquel entonces la zona donde recalé comenzaba a ser tristemente popular entre los británicos, aunque todavía, ni eran mayoría absoluta ni se había instaurado la incomprensible costumbre de morir aplastado contra el suelo por hacer balconing. Compartía el apartamento con mi hijo que por entonces tenía unos tres años.

Nuestra rutina era bastante simple por no decir monótona. La playa quedaba algo retirada y el nivel de masificación era importante. Además, por alguna extraña razón, a él le gustaba más la piscina del complejo que el mar. Manías de la gente que, como él, vivía a orillas de uno. Así es que después de levantarnos a una hora prudencial y desayunar, bajábamos a la piscina, cogíamos sitio y nos disponíamos a pasar allí, el resto de la mañana.

Después de intentar durante horas que la raqueta de mi hijo devolviera dos pelotas seguidas en el agua, dar patadas a una pelota o ejercer de guardameta, las fuerzas comenzaban a decaer, momento en el cual, mi hijo buscaba a cualquier individuo cercano, de los muchos que observaban, para involucrarle en el juego. Daba igual si el individuo era alemán (mayoría), inglés o no hablaba español (ninguno). De repente, el guiri estaba jugando con un niño español que, por supuesto, le hablaba en español.

Así transcurrían nuestras vacaciones cuando un día, de improviso, se acerca a nosotros un “relaciones públicas” del complejo. El chico – era joven – no sabía muy bien en qué idioma debía dirigirse a mí. Cuando le dije que era un aborigen de España, la charla continuó en inglés.

El chico me contó que había un equipo de grabación de un vídeo promocional de un yate que estaba amarrado en el puerto deportivo de Palma. El equipo estaba buscando a una pareja, hombre y mujer, que aparecerían en el vídeo simulando ser los propietarios del yate. Que el yate era una maravilla, valorado en 20 millones de pesetas. Que en el caso de que accediera debía tener en cuenta que no me iban a pagar como si fuera un modelo profesional, pero que me darían algo por las molestias.

Habida cuenta de lo que suponía para mí romper con la bendita monotonía de mis vacaciones, a mí me daba exactamente igual que me pagaran o no. La cuestión que me planteé fue ¿cuántas oportunidades vas a tener en tu vida de subirte a un bicho valorado en 20 millones de pesetas? Acepté, pero con una condición: evidentemente mi hijo venía conmigo, por supuesto. Después de aceptar me preguntaron si estaba solo o tenía pareja. Le respondí que solo. Entonces me dijo que habían encontrado a una posible candidata a ejercer de “pareja-propietaria”, pero que teníamos que vernos a las 15.00 en uno de los restaurantes de la piscina. Y allí que nos llegamos el enano y yo a las 3 en punto.

El equipo del RP fue puntual y al cabo de unos minutos llegó la candidata a coprotagonista del vídeo. La susodicha era de Madrid como yo, también divorciada – como yo – y con una hija adolescente. Era una chica alta, rubia de bote, escaso pecho y largas piernas. Era una mujer llamativa, aunque no por sus facciones ni por su talle. Lo que más llamaba la atención era el aspecto en general que lucía. Ponía un esmerado cuidado en su aspecto personal y procuraba ir siempre, con atuendo bastante ceñido y buscando la conjunción de todos los elementos de su vestuario. En el fondo, podía llegar a resultar sin esforzarse mucho, un auténtico repollo. Sin embargo, conseguía muy a menudo el objetivo de ser foco principal de atención, sobre todo de los hombres.

En cuanto le dijeron que por su colaboración no obtendría más que una palmadita en la espalda, un gracias y como mucho 500 pesetas (3 euros de hoy en día), ella consideró que no merecía la pena y se auto descartó de la película. Tenía otros y más interesantes planes. Sin embargo, sí que alistó a su hija como voluntaria, lo cual era una forma de quitársela de en medio en beneficio de sus otros planes.

Al día siguiente llegamos puntual a la cita en el puerto deportivo de Palma. En el pantalán señalado, se veía un impresionante yate de 40,35 metros de eslora, 8 metros de manga y más de 300 Tm de desplazamiento. El yate era propiedad de un americano que, además, disponía también de un avión privado con tres reactores, esposa y amante oficial.

El interior de la embarcación rezumaba lujo.

Maderas nobles adornaban las paredes de todos los camarotes, con una capacidad total de 8 personas. Una moqueta impoluta de color hueso, abarcaba todo el inmenso salón principal, haciendo que los pies descalzos se hundieran hasta los tobillos; la mesa del comedor, estaba preparada para 10 comensales; la vajilla, fabricada expresamente en Italia, con el anagrama del barco, igual que la cubertería y las copas, se guardaba en una alacena de madera de roble que rodeaba en forma de L la mesa del comedor. Los equipos de música de la firma Bang & Oluffsen, estaban por doquier, con unos mandos a distancia digitales. En el camarote principal, además de disponer de cuarto de baño propio con grifería de oro y vestidor, la televisión salía de detrás de un mueble empotrado en la pared, justo enfrente de la inmensa cama que ocupaba sólo una parte del espacio. En el suelo de la cocina, se podían comer sopas. En la cubierta superior de barco, había un solárium, recubierto todo él por lonas de plástico.  

Al poco de llegar al puerto, la tripulación comenzó las labores de desatraque para comenzar a navegar por la costa. Ver las caras de los transeúntes en el puerto o de las otras embarcaciones con las que nos cruzábamos, bien merecía el salario que no me iban a pagar, porque no olvidemos, que ellos al verme apoyado en la barandilla, pensaban que era el dueño.

Había dos equipos de filmación. El primero estaba en el propio yate. El otro, fue ocupando posiciones estratégicas a lo largo de la costa, en lugares remotos, escarpados y de difícil acceso, para tomar unas imágenes únicas del barco navegando.

Al finalizar el día regresamos a puerto y tanto los equipos de filmación, como la tripulación y los extras, compartimos unos sándwiches y unas bebidas – refrescos para los menores, champán para el resto - en la popa del barco, mientras los visitantes del puerto deportivo nos miraban con cara de envidia.

El segundo día no salimos del puerto, pero fue casi tan excitante o más que el día anterior. El propietario, el americano, había informado a la tripulación que se dirigía a Mallorca con su esposa. Ello originó una divertida escena que parecía extraída de una típica comedia de Jack Lemmon o Toni Curtis. La tripulación comenzó a sacar de bolsas de plástico los peines y cepillos de “la otra”, para colocar los que debían. Igual que la ropa del armario del dormitorio principal. Con las fotos de los cuadros, la cosa fue más divertida. Bastaba con extraer las fotos de los marcos, darles la vuelta, y en el reverso estaba la foto que debía estar. Todo estaba siendo ejecutado con precisión militar.

Y así fue como durante casi un día entero fui el propietario de una mega yate. También tenía una copia de la película, pero se me perdió en alguna mudanza.

Por si a alguien le pica la curiosidad, podéis ver el yate pinchando AQUÍ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya historia peculiar. En el fondo divertida y estimulante. Dan ganas de tener aventuras así.

Carlos Usín dijo...

Cosas que te pasan en vacaciones y tienes pinta de rico.

RAIOLA NETWORKS

11º Aniversario de Raiola Networks