viernes, marzo 21, 2025

Un viaje para olvidar, pero inolvidable.

El viaje en tren desde Madrid que tenían por delante Rafa y Alfredo era de casi 600kms. La empresa – que no tenía la más mínima intención de pagar alojamiento para dos personas – decidió que se podía hacer tranquilamente en el mismo día. Así es que tenían por delante unos 1.200kms de ida y vuelta para una reunión que se presumía áspera.

La razón para tal desplazamiento y/o paliza, radicaba en el interés que tenía la compañía en recuperar al cliente al que se iba a visitar.

Un par de años atrás la entidad bancaria utilizaba unos productos informáticos de la empresa multinacional en la que trabajaban Rafa y Alfredo. Lo venían haciendo a plena satisfacción. Pero, en un momento dado, la multinacional decidió aumentar los precios del mantenimiento de su software y eso provocó un desencuentro con el cliente. Éstos, no encontraban justificación al hecho de tener que pagar mucho más por el mismo software que estaban usando y ninguno de los argumentos que esgrimía el equipo de ventas desde la multinacional, conseguía convencerles de abonar dicha subida, que consideraban desproporcionada. La situación se fue poniendo cada vez más tensa hasta que al final se rompieron las relaciones.

El problema surgió cuando los productos que usaba la entidad bancaria alcanzaron su “fecha de caducidad” y dejaron de funcionar. Efectivamente, la mayor parte del software que es utilizado en muchas empresas de cualquier tamaño tiene una especie de fecha de caducidad, según la cual, si no se le informa a dicho software de lo contrario, el software deja de funcionar. Lógicamente, en el caso de la entidad bancaria y de la multinacional, si se hubiera llegado a un acuerdo, esta fecha de caducidad se habría pospuesto hasta una fecha posterior en la que, nuevamente, se debería volver a negociar para mantener operativo el software.

La inoperatividad del mencionado software a partir del momento en el que la entidad bancaria se negó al chantaje provocó un auténtico cataclismo informático. Todos los procesos del banco en los que se utilizaban dejaron de funcionar correctamente, provocando un caos antológico, de proporciones bíblicas, obligando a resolver manualmente y bajo una inaudita presión, todos los procesos que, de modo automático, realizaban los productos de la multinacional americana. Por tanto, era fácil deducir que, desde aquella situación, las relaciones comerciales entre ambas entidades, quedaron rotas.

Y ahí es donde entraban Alfredo y Rafa. Su objetivo era visitar nuevamente a los que habían sido clientes, ganarse nuevamente su confianza e intentar convencerles que, desde aquella nefasta experiencia, la compañía había variado, tanto de estrategia como de personas, y que ahora el enfoque era diferente.

La entrevista con el cliente estaba fijada para alrededor de las 14.00 – 14.30. Con el fin de realizar el viaje de la manera más rápida y confortable posible, y de mantener la entrevista que se vislumbraba crucial para los intereses de la empresa, se diseñó un plan. Desde Madrid, Alfredo y Rafa, viajarían en tren hasta Málaga. Allí, alquilarían un coche para desplazarse hasta Ronda. Y terminada la reunión, de vuelta por donde habían ido.

Lo malo de todo eso era que obligaba a un horario muy apretado; casi de rallye.

El tren salía de la estación de Atocha a las 07.00 de la mañana. Eso ya constituía el primer hándicap para ambos, Alfredo y Rafa, aunque mucho más para Rafa.

Alfredo vivía en Las Rozas, pero Rafa vivía en El Escorial. Acordaron que lo más razonable era que Rafa pasara por casa de Alfredo a recogerle, ya que le pillaba de paso camino de Madrid. Pero al mismo tiempo le obligaba a levantarse a las 05.00 de la mañana.

A la hora convenida sonó el despertador, aunque Rafa tardó algunos segundos en ser medianamente consciente de que su cuerpo y su mente estaban dentro de la misma habitación. Una vez se hubo recuperado de semejante susto, y después de cumplir con los requisitos del aseo personal, se dirigió a buscar a su amigo y compañero.

Llegaron puntualmente a la estación de Atocha, pero sin el tiempo suficiente como para tomarse un café y despejarse un poco. El que Rafa se había tomado en casa al levantarse, no era suficiente como para mantenerle despierto. Así es que, inmediatamente después de dejar el coche en el aparcamiento, entraron en el vagón y se dedicaron a buscar sus asientos, como prioridad uno; y como prioridad dos, el vagón cafetería. Cuando ambos empezaron a reconocerse después del café, se sentaron cómodamente en sus asientos y se dedicaron a disfrutar de 4 horas de viaje, sólo hasta Málaga. Después, todavía tenían que alquilar un coche para llegar hasta Ronda.

Alfredo, montañero apasionado y andarín sin mesura, todos los fines de semana solía andar decenas de kilómetros, ora por la montaña haciendo senderismo, ora el Camino de Santiago, el cual, había ya recorrido en diversas ocasiones y utilizando para ello, diferentes alternativas: la ruta del inglés, la clásica, desde Francia, desde Burgos, etc.

Mientras disfrutaban del paisaje, cómodamente instalados, Alfredo le contó a Rafa que ese fin de semana, su mujer y él, iban a Burgos para realizar una de las etapas del Camino. La idea era llegar a Burgos, pernoctar en un albergue de peregrinos, levantarse a eso de las 4 o las 5 de la mañana – “si no después sufres mucho el calor” – y llegar hasta la siguiente localidad fijada. Repetir el proceso el domingo y regresar a Burgos, en autobús, a recoger el coche y de regreso a Las Rozas.

A Rafa le entraron agujetas sólo de escuchar el plan. Todavía recordaba que no hacía mucho, había estado andando 4 horas por el monte haciendo senderismo, sin grandes dificultades orográficas, y estuvo con agujetas y dolorido una semana. En su mente no cabía un esfuerzo un semejante.

Sin tanto esfuerzo llegaron a la hora prevista a Málaga. Al descender del tren fueron directamente a la oficina de alquiler de coches y eligieron el primero que tenían disponible. No era cuestión de complicarse la vida. A pesar de eso los trámites les llevaron un tiempo y eso era justamente lo que no les sobraba.

Cualquiera que haya visitado Ronda estará de acuerdo en que es una localidad con auténtico encanto. Muy enfocada al turismo y repleta de visitantes, pero realmente preciosa. El único inconveniente que tiene, por poner alguna pega, es que el trayecto que se sigue una vez que se abandona la autopista desde Málaga, es muy sinuoso. Si a esta circunstancia se une el hecho de que Alfredo y Rafa, tenían prisa por llegar y mantener la reunión prevista, el camino se les hizo casi interminable.

Finalmente, llegaron a la sede de su ex cliente alrededor de las 14.00. Mientras se reunía a las personas invitadas a la reunión y el comienzo de ésta, transcurrieron unos minutos. Al fin, Alfredo y Rafa, estaban sentados alrededor de una mesa y con los representantes de la entidad bancaria junto a ellos.

Como parte de la toma de contacto, Alfredo y Rafa comentaron lo intrincado del viaje que habían tenido que hacer, y fue ahí cuando se llevaron la primera sorpresa:

-          ¿Y por qué no habéis venido en tren directamente a Ronda desde Madrid?

Anonadados y con cara de estúpidos, preguntaron inocentemente.

-          Ah, ¿pero se puede?

-          ¡Pues claro, hombre! Tardas lo mismo que habéis tardado, pero te ahorras el conducir en coche y las curvas. Las de ida y las de vuelta.

-          Pues informaremos de ello a quien nos ha organizado el viaje, por si hubiera una próxima vez – comentó Alfredo algo molesto, no ya por la noticia, sino por los inconvenientes y la falta de información.

Después de los prolegómenos y las presentaciones de rigor, Alfredo, que llevaba la voz cantante, entró en materia. Explicó, - con esa facilidad de expresión y ese dominio del lenguaje no verbal que siempre le caracterizaba, - cuáles habían sido las causas de tan nefasta experiencia con los anteriores gestores de la compañía de software, y las consecuencias que tuvieron en los protagonistas, que era una de las razones por las que Rafa y él, estaban allí. Entonó el mea culpa, un miserere y se azotó la espalda como si de un “picao” se tratara. Hizo de todo con la intención de recuperar al cliente y su confianza. Al menos, hasta donde la decencia y el orgullo le permitieron.

Los asistentes escucharon con atención sus explicaciones, sus argumentos, sus plegarias y su autoflagelación; incluso atendieron con respeto a sus promesas, pero finalmente, el jefe de todos ellos, zanjó la cuestión. Con unas formas exquisitas y no sin cierta sorna – la justa para corresponder a la que había puesto de su parte Alfredo – anunció:

-          Agradecemos el esfuerzo que habéis hecho para desplazaros hasta aquí y más después de escucharos el trayecto, emulando a Marco Polo, pero lo cierto es que aquella experiencia fue enormemente traumática, supuso un golpe muy duro para todos nosotros y no sería nada fácil convencer a la Alta Dirección para volver a confiar en quienes nos arrojaron a los pies de los caballos. Y dicho esto, y sintiéndolo mucho, me temo que debemos dar por terminada la reunión, porque – como sabéis – nuestro horario es hasta las 15.00. Además, debemos tomar un tren con destino a Madrid porque asistimos a un congreso allí en la capital.

-          Así es que ¿vais a Madrid a un congreso? – preguntó Alfredo cada vez más alucinado de cómo se había organizado aquel nefasto viaje.

-          Sí. Es algo sobre nuestro mundo de banca.

-          O sea – insistió Alfredo – que, de haberlo sabido, podríamos haber tenido esta reunión en Madrid, ¿no?

-          Pues la verdad es que sí. Si alguien nos lo hubiera preguntado, al menos habríamos tenido la reunión, aunque el resultado fuera el mismo.

A las 15.00 se levantó la reunión. Alfredo y Rafa salieron de allí con el rabo entre las piernas, molestos por cómo se había organizado el viaje desde su oficina en Madrid, el consiguiente madrugón y todo para mantener una reunión de escasamente 30 minutos y cuyos resultados eran fácilmente previsibles. Y, además, todavía estaban sin comer.

En el camino de vuelta pararon en el primer sitio con aspecto de mesón que se encontraron. Eran cerca de las 4 de la tarde y llevaban sin probar bocado desde las 7, más o menos. Mientras comían como pavos en el mesón, Alfredo dijo:

-          Otro de los aciertos que han tenido nuestros queridos compañeros de oficina a la hora de reservar el billete de vuelta, ha sido el de hacerlo con un tren que sale a las 22.00 horas de Málaga, lo que, para empezar, significa que en teoría llegaríamos a eso de las 02.00 de la madrugada a Atocha.

Rafa asistía mudo a la exposición, entre otras cosas porque estaba devorando lo que habían pedido a la cocina, del – por otra parte – desierto mesón.

Alfredo continuó con su plan.

-          Así es que lo que vamos a hacer es lo siguiente. Hay un tren anterior que sale de Málaga a las 19.00, que no sé por qué no lo han reservado ellos desde la oficina. Vamos a intentar llegar antes de esa hora y vamos a intentar cambiar los billetes.

-          Buena idea. Demasiado complicada para la mente que ha diseñado este viaje, por cierto. ¿Qué se esperaba que hiciéramos desde las 3 de la tarde hasta las diez de la noche que salía el tren? – comentó Rafa.

Después de engullir  – más que comer – pagar la cuenta y de salir por la puerta masticando el último bocado, se podría decir que el estilo de conducción que se imprimió al viaje de vuelta a Málaga, podría calificarse más que deportivo, de suicida. El modelo del coche que habían alquilado, no era precisamente un modelo preparado para las curvas. Tal vez por eso, por su inexistente aerodinámica y su volumen, por lo que las ruedas chirriaban casi en cada curva. Pero todo estaba permitido con el fin de intentar llegar antes de las 19.00 a la estación de tren de Málaga, y tener tiempo suficiente para devolver el coche e intentar cambiar el horario de los billetes.

Justo antes de llegar a la estación batiendo récords de toda clase, Alfredo cogió los maletines de ambos y le dio las últimas instrucciones a Rafa, como si de un pit stop se tratara.

-          Ahora, mientras yo hago el papeleo de devolver el coche, tú lo dejas aparcado. Y yo, cuando termine lo del alquiler, voy a las oficinas de RENFE e intento cambiar los billetes. Nos vemos en la entrada de la estación.

Y dicho y hecho. Rafa, frenó casi en seco el coche a las puertas del RENT A CAR. Alfredo, como si lo hubieran ensayado miles de veces, se tiró del vehículo con los maletines en la mano, los papeles en la boca y corriendo como si huyera del asesino de la sierra mecánica. Mientras tanto, Rafa, casi derrapando, como en las películas de especialistas, dejaba el coche aparcado. Salió corriendo del coche, pasó raudo y fugaz por la oficina de alquiler para tirarles – literalmente - las llaves y decir adiós, dejando a la empleada atónita ante lo raros que eran los de Madrid. Desaforado, sudoroso, cansado y algo hambriento, llegó a la entrada de la estación donde le esperaba Alfredo.

-          ¡Rápido corre! He conseguido los dos últimos billetes que quedaban. Detrás de mí había un señor que quería hacer lo mismo y no ha podido. Pero date prisa, que no llegamos.

Corrieron por la estación con los maletines a cuestas, al tiempo que rezaban para no perder el tren, esta vez, en sentido literal. Finalmente, con la lengua fuera, sudorosos, y con un fracaso estrepitoso como resultado de su mini visita, consiguieron subirse al tren, sólo un minuto antes de comprobar cómo éste se ponía en marcha. Al ocupar sus asientos, volvieron a sorprenderse.

-          Hombre, pero ¿qué hacéis aquí?

La voz correspondía al jefe de la entidad bancaria, que unas horas antes les había recomendado - con todo el cariño del mundo – que no tenían nada que hacer.

-          Pues nada de vuelta de nuestra pequeña Odisea – respondió Alfredo.

El otro los miraba con cara de asombro. Alfredo y Rafa, debían tener un aspecto deplorable. Se habían levantado de madrugada, se había metido para el cuerpo un viaje de 600 kms, habían malcomido en un mesón de carretera, engullendo como pavos, estaban sudorosos y deseando llegar a casa y meterse en la cama. Y mientras tanto, el otro, se mostraba tan tranquilo y relajado como si acabara de levantarse de una buena siesta, cómodamente instalado en su asiento, con su periódico y sin ninguna prisa.

Al menos el tren fue puntual. Durante el viaje, Alfredo fue charlando con el jefe, pero Rafa, decidió descansar algo y pasar del tema.

Llegaron a Madrid a las 23.00, recogieron el coche de Rafa del aparcamiento y acercó a su compañero y amigo hasta su casa de Las Rozas. A Rafa, todavía le quedaba un ratito de viaje. Llegó pasada la medianoche. Llevaba 17 horas en danza y 1.200kms en el cuerpo.

La mejor noticia era que al día siguiente era viernes.

En la oficina Alfredo y Rafa se reunieron con el director Comercial y la Gorda. Esta última, recibía el despectivo apodo, no ya por su condición de directora general, sino más bien por su hipopotámico tamaño.

Con la sorna que caracterizaba a Alfredo, - que a veces, era de esos que te la está clavando, pero con una sonrisa - fue relatando pausadamente todas las vicisitudes que adornaron el viaje. Era evidente que entendieron el mensaje por la cara que iban poniendo a medida que fueron conociendo los detalles. Pero, sobre todo, el resultado.

Alfredo y Rafa, se miraban de manera cómplice durante la exposición del primero. Con la cara del segundo hubiera sido suficiente para entender el estado de ánimo de ambos. Muy a menudo, la cara de Rafa era lo suficientemente expresiva como para que a nadie se le ocurriera preguntar nada.

Al final de la jornada, Alfredo y Rafa se desearon un buen fin de semana.

-          Yo ahora, recojo a mi mujer y nos vamos a Burgos – dijo Alfredo.

Rafa le miró como esperando una risa. Era evidente que debía tratarse de una broma.

-          Pero… ¿lo dices en serio?

-          Pues claro. A mí esto no me preocupa lo más mínimo y no me va a afectar en lo personal. Si ellos no se lo toman en serio, yo lo básico.

-          ¡¿Pero te vas ahora a Burgos?! ¡Después de la paliza de ayer! Bueno de hace un rato, como quien dice, - decía casi asustado Rafa.

-          No te quepa la más mínima duda – respondió Alfredo con una sonrisa de satisfacción. Ya te contaré el lunes cómo nos ha ido.

 

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