Prácticamente cada día los medios de comunicación nos advierten de nuevas y sofisticadas formas de las que se valen los bandidos para conseguir nuestro dinero, usurpar nuestra identidad o vaya usted a saber qué fines inconfesables pretenden. De hecho, hace ya años, una persona que yo conocí muy de cerca, fue víctima de una estafa por internet, lo cual, además de un quebranto económico y el bloqueo por vía judicial de sus cuentas, le supuso estar bajo sospecha de la policía por blanqueamiento de capitales. Bromas, las justas. Su situación económica era angustiosa y terminó perjudicando a su capacidad de analizar fríamente la situación. Se trataba, en definitiva, de una persona desvalida, una condición indispensable para este tipo de engaños.
Quien
más, quien menos, recibimos en nuestro email o en nuestro WhatsApp alguna
noticia que en principio tiene toda la apariencia de ser inofensiva y, por
tanto, legal, pero que, en realidad, encierra una trampa, más o menos
sofisticada. En este sentido, los que “pican” no es que sean especialmente ingenuos
o lerdos; no olvidemos que el software de espionaje Pegasus, por poner sólo un
ejemplo, se instaló en los móviles del presidente del Gobierno y de varios
ministros, sin que hasta la fecha sepamos cuántos fueron infectados, ni qué
tipo de información consiguieron, ni quién fue el responsable. A lo mejor fue a
raíz de esos hechos cuando les entró a todos una fiebre convulsa por borrar
mensajes y cambiar de móvil cada semana.
Sin
embargo, a los mortales nos llegan otro tipo de mensajes: unos nos hacen creer
que tenemos un paquete pendiente de ser entregado; otros, que hemos sido
elegidos para formar parte de un sorteo; o bien, que nuestro banco ha decidido
confirmar los datos que ya tienen, etc. y como denominador común, o bien,
enviar una cierta cantidad de dinero o proporcionar datos bancarios.
Pero,
lamentablemente, también se ha puesto de moda un tipo de estafa que encuentro de
una vileza y una bajeza moral inauditas. Se trata de hacer creer a algunas personas
que han despertado un inusitado interés amoroso en quien les escribe.
Quién
puede negarse a sí mismo la posibilidad de despertar semejante pasión, aunque
tan solo se trate de una foto y un perfil en una red social. Quien va a renunciar,
tenga la edad que tenga, a volver a sentir las mariposas en el estómago, las
palpitaciones del corazón, la respiración agitada, propias del estado del
enamoramiento. Quien puede hacer oídos sordos a unas palabras vertidas con estudiada
sagacidad en un papel, que nos halagan y nos rejuvenecen. ¿Acaso la mera
presencia en ciertas redes sociales no tiene como objetivo paliar la soledad,
encontrar de nuevo el amor?
El
proceso es bien simple en su maquiavélico objetivo: se trata de convencer a la
víctima de la sinceridad de los sentimientos vertidos en unos mensajes, para, una
vez que la víctima ha mordido el anzuelo, el estafador comenzará a solicitar el
envío de dinero por las razones más esotéricas y variopintas, mientras la
víctima, convencida de que está haciendo un bien a su amado(a), continúa
colaborando con el mayor de los entusiasmos, convencida de que, al fin, el
destino le ha proporcionado el amor, el cariño y el afecto que tanto tiempo ha
estado anhelando.
El
perfil característico de este tipo de víctimas es el de una persona con unas
carencias afectivas severas, lo que las convierte en especialmente vulnerables
ante las supuestas demostraciones de una pasión desenfrenada. Podemos hacernos
mayores, incluso muy mayores, pero la necesidad de afecto, de cariño, de
sentirnos queridos, amados, eso no desaparece. En algunos casos podemos
encontrarnos con que lo que empezó como un enamoramiento puede llegar a derivar
en obsesión. Es lo que se conoce como limerencia.
A
veces, para asegurar la colaboración del pobre ingenuo, el falso perfil
representa a un famoso. Hoy mismo, en las noticias, ha salido una mujer mayor
que estaba convencida de que Enrique Iglesias se había enamorado perdidamente
de ella. La pobre señora, llorando a lágrima viva, le transmitía que sus
sentimientos eran sinceros y le rogaba al cantante que le confirmara si él
sentía lo mismo por ella.
¡Cómo
somos los seres humanos! Incluso cuando nos demuestran que nos han estafado en
el más amplio y perverso sentido del término, necesitamos que nos lo confirmen.
Habrá
gente que, al conocer este tipo de estafas se burlen de las víctimas, por
incrédulas, por necias o por lo que sea, pero a mí, personalmente, aparte de
los trastornos psicológicos que puedan tener – que seguro que los tienen – me producen
una pena inmensa. Y para aquellos que se aprovechan de su vulnerabilidad el
mayor de mis desprecios.
Fue
la psicóloga Alejandra Vallejo Nájera la que dijo:
"El
desamor es el principal problema emocional de nuestros días y todas las heridas
emocionales adyacentes: el rechazo, la humillación, el abandono, la
injusticia, la traición. Necesitamos amar y que nos amen”.
Basarse en esta necesidad para realizar una estafa, es de una mezquindad infinita.
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