Hace unos días hemos conocido la muerte del actor Gene Hackman y la de su mujer. Siempre que fallece un famoso nos sorprendemos, como si ellos fueran inmortales. Luego, cuando la noticia detalla su edad, su enfermedad o las secuelas de vaya usted a saber qué cosas, entonces parece que nuestra particular lógica va aceptando de mejor grado lo que, por otra parte, es inevitable.
A veces, como en este caso, sucede que las circunstancias de la muerte del famoso, son extrañas. Extrañas para nosotros, simples mortales que no nos hemos fumado un canuto en la vida, mientras que algunos de estos sujetos invierten fortunas en drogarse y desintoxicarse después.
No ha sido el caso de este actor y el de su mujer. Lo que llama la atención es cómo dos personas, pueden morir en su casa y convertirse en anónimas en un pis-pas.
Según parece, la esposa murió primero. Una semana más tarde, murió él de un ataque al corazón.
Y algunos nos hacemos algunas preguntas. ¿No tenían ningún familiar que les echara en falta? Ella muere, se queda una semana pudriéndose en su cama y no hay ningún trabajador que se dé cuenta? ¿Nadie va a limpiar el polvo? ¿No hay ningún hijo, nieto que se preocupe por esa pareja? ¿Y los vecinos? ¿El lechero? ¿Nadie se dio cuenta de que el coche no se movía?
De esta ecuación excluyo al propio Gene, que al parecer tenía mermadas sus facultades mentales y probablemente nunca fue consciente de la muerte de su esposa. Aunque lo terrible sería pensar que sí lo fuera e imaginar qué pasó por su cerebro después.
El poso que me deja esta historia es de una enorme tristeza y también me recuerda que no hace tanto tiempo, el pasado noviembre, reflexionaba sobre este tema y lo titulaba "morimos solos".
Jamás imaginé que sería una profecía.
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