lunes, marzo 24, 2025

Nadie lleva zapatos.

Cuando era niño, al iniciarse el curso escolar allá por mediados de septiembre, recuerdo acompañar a mi madre a una zapatería que estaba en la calle Toledo de Madrid. El objetivo era comprar las botas – que no zapatos – que debían durar hasta junio del año siguiente. Recuerdo que la marca de las botas era “Gorila”.



Su función era similar a las que usaban los comandos especiales. Debían servir para los días de calor, los de frío, los de lluvia y si nevaba, también. Por supuesto, debían sobrevivir a los partidos de fútbol en el patio del colegio durante los recreos, incluso, si el terreno estaba embarrado como consecuencia de la lluvia.

De vez en cuando, si en mi agenda encontraba tiempo y sobre todo ganas, les daba un cepillado para ir eliminando las capas de barro y polvo que se iban acumulando, incluida la suela, que, al ser gruesa, guardaba estratos del paleolítico entre sus retorcidas formas. Debo decir que tampoco me esmeraba demasiado. Total, al día siguiente iban a sufrir el mismo machaque. Así es que, después de cepillar un poco aquella pasta espesa y procurando que todo eso cayera dentro del váter, le aplicaba un líquido mágico que, como por arte de magia, hacía resplandecer el cuero que había debajo. Kanfort, se llamaba aquel invento. De los bajos de los pantalones, ya hablaremos otro día.

Tal vez por esas experiencias - que estoy seguro tienen connotaciones Freudianas -, desde siempre me fijo en los zapatos de las personas. De todas las personas, hombres y mujeres. Esté en donde esté: sentado en una cafetería, andando por la calle, en el Mercadona o en mi farmacia favorita. Siempre presto atención al calzado de todas las petsonas. También a los pies, pero obviamente, eso es en verano.

A pesar de esos antecedentes – o tal vez por ellos mismos - desarrollé una especial atención al apasionante mundo del calzado. Todos mis zapatos usan hormas para mantener su estado del primer día. Y, cosa curiosa, desde entonces mantener los zapatos brillantes, limpios y lustrosos, se ha convertido en una manía. Hasta tal punto que hace unos años unos amigos que viven en Eslovaquia, pero pasan grandes temporadas aquí, ella se fijó en mis zapatos. Estaban brillantes, y solamente, los había cepillado, no les había dado betún. Anna me dijo que en su país ese detalle decía mucho de la persona y que se tenía en cuenta en los eventos sociales.

Como he dicho antes, me fijo en el calzado de cualquiera, incluso en los presentadores que salen en pantalla. Por supuesto, tengo un estilo de zapato preferido, tanto para ellos como para ellas y entre éstas, hay una en concreto que me encanta su estilo, pero no voy a decir quién es.

Lo que sucede desde hace bastante tiempo es que ya nadie lleva zapatos. Ahora, todo el mundo viste deportivas. Hay cientos de marcas y modelos, pero resulta casi imposible descubrir a alguien que vista zapatos. En el súper – y suelo visitar tres diferentes cada semana –, en la calle, en la cafetería, siempre tengo la impresión de ser el único que los lleva. Da igual la edad o el sexo. Hombres, mujeres, niños, personas mayores, todos usan deportivas o algo parecido. En el caso de las personas mayores, puedo llegar a entenderlo mejor porque muy probablemente tengan problemas físicos que aconsejen llevar calzado más flexible, pero me sigue llamando la atención.

Siempre que paso por delante de un escaparate, echo un vistazo al calzado y me deprimo.

Recuerdo cómo, antaño, podía pasarme varios minutos disfrutando del diseño de los diferentes pares que me gustaría tener. Más de una vez picaba y entraba en la tienda, y al final me junté con una colección nada desdeñable de zapatos…para ser hombre. Pero hoy en día sencillamente me horripilan.

Los escaparates están repletos de calzados que provienen de países donde probablemente, o no lleven zapatos o no sean como los que nos venden a nosotros. Y desde luego, en la inmensa mayoría de las zapaterías, ya casi no se ven zapatos españoles. ¿Dónde están los Yanko, los Sebago, los Lotusse, los Martinelli?

España tuvo una industria del calzado enorme, fuerte y poderosa. España era una potencia mundial a la hora de fabricar zapatos con calidad, y exportarlos. Exportábamos calzado a EEUU, por ejemplo y otros muchos países.

Creo que estos gráficos hablan mejor sobre quién fabrica y quién consume zapatos.

Hoy, para comprarte unos zapatos de calidad y diseño, como “los de antes” tienes que invertir tal cantidad de dinero que, si alguien se le ocurre pisarte en el autobús esos zapatos, no te queda otra alternativa que sacarle las tripas. Tal es el precio, que no puedes permitir que nadie se acerque.

Ahora, después de la fiebre de deslocalización masiva que afectó a las factorías de todo tipo de industrias, ya se han empezado a dar cuenta de que, a pesar de todo, parece que resulta más seguro y no tan caro, producir en Europa. Depender de barcos que provienen de lejanos países en tiempos de COVID19, ha tenido sus consecuencias positivas. Así, por ejemplo, en el diario El Economista (https://bit.ly/35amY36) se anunciaba el año pasado: «Un grupo de empresas alicantinas ha unidos sus fuerzas para desarrollar la factoría del futuro, capaz de plantar cara en costes a China gracias a la tecnología y recuperar parte de la producción que se deslocalizó con la globalización.»

Lo que realmente me cuesta trabajo entender es la razón por la cual algunos que visten zapatillas, están dispuestos a pagar 80€,90€ o más, por unas, simplemente porque son de cierta marca o una copia de la marca.

No recuerdo cuando fue la última vez que vi en un escaparate zapatos de verdad.

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