Un cortocircuito suele ser la consecuencia de una concatenación de eventos que, superponiéndose unos a otros, terminan por provocar el hecho final. Y Angélica, en algún momento, debió sufrir algún tipo de cortocircuito. Fue a raíz de ese instante cuando tomó una serie de decisiones que, por ser magnánimos, se podrían calificar de funestas. Simplemente rompió con su pasado y dejó atrás toda una vida acomodada, un ex esposo, dos hijos, una casa y hasta un país.
Con los pocos ahorros que disponía abandonó su Argentina natal y viajó a España. Quería cumplir el sueño de su vida, satisfacer el motivo que la impulsó a romper con todo y empezar de cero: vivir de sus conocimientos de grafología.
Al llegar a Madrid buscó una
vivienda céntrica y de precio asequible que le permitiera moverse por la
capital en transporte público. Encontró un estudio minimalista ubicado en una
calle detrás de la Gran Vía, en el que el escaso espacio disponible estaba
compartido por una cocina que, de tan escueta, parecía de juguete, un salón con
una mesa redonda y dos sillas y que, al mismo tiempo, hacía las veces de
dormitorio cuando desplegabas el sofá cama que lo adornaba. El cuarto de baño
era un espacio aparte en el que resultaba complicado moverse con comodidad,
pues se apiñaban un lavabo minúsculo, el váter y un plato de ducha con unas
cortinas.
Su situación se asemejaba a la de
un recién nacido abandonado en un portal: no tenía amigos, ni conocidos, ni
gente que le quisiera, sólo que, en el caso de Angélica, ella ya había pasado
los cuarenta.
Siempre es difícil iniciar un
nuevo negocio, sea el que sea, pero si además tu negocio se trata de vender las
excelencias y las ventajas de un análisis grafológico, las dificultades se acentúan.
Sobre todo, si, además, pretendes hacerlo en un país extranjero, aunque sea el
de tus abuelos.
Sin haber establecido con
anterioridad una cabeza de puente, Angélica desembarcó en Barajas y se lanzó a
la ingente tarea de reiniciar su vida, lejos de su familia, de su Buenos Aires
natal, de Argentina.
Lo primero era conocer gente,
establecer contactos e intentar organizar dos redes: una de amistades, que le
permitieran desarrollar el aspecto social – incluida la de encontrar pareja - y
evitar el enclaustramiento, y otra de relaciones laborales que le permitieran
establecerse y despegar. Así lo hizo y se enroló en las filas de una red social
de contactos personales y en otra de carácter laboral y de negocios.
Desde niña recibió una educación
esmerada en los mejores colegios privados que sus padres pudieron permitirse.
Su nivel cultural y educativo le impedía pronunciar la palabra “mierda” y la
sustituía por “miércoles”. Era lo más escatológico que se podía permitir sin
autocensurarse. Su carácter puntilloso unido al estatus social al que estaba
acostumbrada, la llevaba a corregir a su acompañante para indicarle que “cuando
se pasea por la calle, la señora debe ir por la parte interior de la acera”.
Sin embargo, una vez que decidió
romper amarras y cruzar el charco, todo ese mundo se quedó varado en puerto. Su
estilo de vida había pasado de disfrutar de una posición económica desahogada,
de compartir los lujos con los amigos de siempre de su misma clase social, a
simplemente, sobrevivir.
Una de las posibles salidas
profesionales que se ofrece a los expertos grafólogos es la de colaborar con
los Juzgados, para verificar la autenticidad de firmas y documentos
manuscritos. Angélica rechazó de plano esa alternativa. Por el contrario,
focalizó todos sus esfuerzos en construir una página web, con un diseño muy
personal, en la que se mostraba una imagen central en movimiento de Don Quijote
y Sancho, al tiempo que el primero pronunciaba una frase que ella misma había
elegido. El problema fue que, debido a su precariedad económica, descartó
sucesivamente los diversos presupuestos que le presentaron varios profesionales
que podrían haber realizado con garantías ese trabajo. Por el contrario, optó
por otra decisión arriesgada: confiaría esa web - que era el núcleo esencial de
su negocio-, a todo aquel individuo que se ofreció a realizar el trabajo, por
el simple hecho de que fuera un aficionado, aunque su fuente principal de
ingresos no tuviera que ver en absoluto con la tecnología. La página web, por
tanto, se fue construyendo a impulsos de mal intencionados cuya situación
económica era igual o peor que la de la propia Angélica y, por tanto, cuya
única motivación era obtener los escasos euros que ella ofrecía como
recompensa. Fue así como desfilaron individuos de lo más pintorescos, como un
peluquero que se ofreció a hacerlo en sus ratos libres o un estudiante de
derecho al que supuestamente se le daba bien la tecnología.
Pero el colmo de las desdichas
con esta web la protagonizó un individuo que se comprometió a terminarla a
cambio de 600€. Angélica acordó con él la entrega del dinero en metálico, sin
ningún tipo de contrato, sin identificarle y sin más supuesta garantía, que la
presencia de un testigo que, por supuesto, no tenía ni idea de quién era ese
individuo al que no había visto jamás. Evidentemente, después de coger los
600€, del individuo en cuestión nunca más se supo.
El tiempo fue pasando, los fondos
se fueron acabando; por la web de Angélica fueron pasando toda clase de
oportunistas, arribistas y timadores. Ninguno de ellos era profesional y por
supuesto tampoco hizo nada positivo que mereciera una compensación económica,
que, sin embargo, sí obtuvieron. La situación económica de Angélica hacía
tiempo que se había convertido en alarmante. Fue así, sometida a esa presión
como contactó con una empresa multinacional que la ofreció un empleo. Debía dar
unos cursos de formación. Para ello, debía desplazarse por diversas ciudades
del mundo, algo que, a ella, que no tenía lazos con nadie en Madrid, no le
suponía ningún problema.
Su primer destino fue Río de
Janeiro. Al bajarse del taxi a las puertas del hotel, aparecieron dos hombres
en moto que se interpusieron en su camino. Uno de ellos le apuntó con una
pistola a la cara mientras le robaba el bolso y el ordenador portátil. En menos
de diez segundos toda la escena había terminado y allí estaba Angélica: en Río
de Janeiro, sin pasaporte, sin tarjetas de crédito, sin dinero, sin las llaves
de su casa en Madrid y sin su ordenador personal que puso al servicio de la
multinacional. Al menos tenía la maleta con la ropa.
A su regreso, su situación
económica había pasado de ser alarmante a angustiosa y como consecuencia, se
resintió su equilibrio emocional. Fue así, bajo un estado psicológico anormalmente
desequilibrado como llegó la debacle final.
Buscando y rebuscando por
internet Angélica creyó encontrar el auténtico El Dorado. Le dijo a un íntimo
amigo que, por fin, había encontrado una fuente de ingresos estable. El trabajo
consistía – le dijo a su amigo – en servir de puente entre una empresa
multinacional y sus trabajadores desperdigados por Europa. Al parecer, la
empresa depositaría las nóminas de los empleados en su cuenta corriente y ella
sería la responsable de reenviar las cantidades acordadas a esas personas.
Su amigo en cuanto oyó semejante
patraña intentó prevenirla y convencerla de que eso tenía muy mala pinta. Que
eso era un timo, una estafa o algo peor. La respuesta de Angélica fue ofrecerle
una sonrisa entre irónica y descreída, al tiempo que le decía: “Sos un
desconfiado”.
Dos días más tarde de esa
conversación Angélica llamó entre sollozos a su amigo. Él tenía razón y aquello
resultó ser una estafa, pero lo peor era que la policía, había bloqueado la
cuenta de Angélica y estaba acusada de blanqueo de dinero. No tenía dinero, no
podía sacar lo poco que tenía.
Su amigo le ofreció a ayudarla:
- Vente esta tarde a casa para hablar del tema.
Trae los papeles que tengas. También invito a Pepe, mi amigo abogado y vecino y
veremos qué se puede hacer. Después, te quedas a cenar, a dormir y mañana por
la mañana te bajo a Madrid.
Después de unos breves intentos
de resistencia, Angélica aceptó.
Una vez en casa de su amigo a
medida que planteaba a su auditorio la situación y cómo se había llegado, la
cara de los presentes denotaba la incredulidad de que alguien pudiera creer en
semejantes planteamientos, al tiempo que entendían que sólo una situación
absolutamente desesperada, podría conducir a ello.
Tras un somero análisis del falso
contrato de colaboración, que incluía también falsos sellos y logotipos, el
mensaje era claro: Angélica debía solicitar la asistencia de un abogado de
oficio para intentar hacer ver que su implicación tenía más carácter de víctima
que de otra cosa.
Después de quedarse sin lágrimas
la invitación de su amigo seguía en pie: cenar, dormir esa noche en la casa y
al día siguiente, la dejaría en la puerta de su casa en Madrid. Pero la
preocupación y la vergüenza de Angélica fueron un obstáculo insalvable.
- Gracias, pero me voy a mi casa – dijo ella.
- Espera que te llevo – dijo su amigo.
- No, no. Me voy en bus.
-¿Qué te vas en bus? Pero ¿has visto cómo está
diluviando?
- Me da igual.
- Bueno, pero al menos, espera y vete después de
cenar.
- No, no. Gracias. Dime dónde debo tomar el bus.
No hubo forma de que aceptara
otra alternativa. Así es que, aunque jarreaba agua del cielo y era de noche, su
amigo la acompañó hasta la parada del bus que la depositaría en Madrid, que
estaba volviendo la esquina. Allí, siguiendo el deseo expreso y mostrado
reiteradamente, la dejó y regresó a su casa. Nunca más volvió a saber de ella.
Pasaron unos pocos años y un día el azar quiso que coincidieran en una terraza de San Lorenzo de El Escorial. Sus miradas se cruzaron, pero ninguno de los dos saludó al otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario