miércoles, abril 09, 2025

Las desdichas de Angélica.

Un cortocircuito suele ser la consecuencia de una concatenación de eventos que, superponiéndose unos a otros, terminan por provocar el hecho final. Y Angélica, en algún momento, debió sufrir algún tipo de cortocircuito. Fue a raíz de ese instante cuando tomó una serie de decisiones que, por ser magnánimos, se podrían calificar de funestas. Simplemente rompió con su pasado y dejó atrás toda una vida acomodada, un ex esposo, dos hijos, una casa y hasta un país.


Imagen de agusgeno en Pixabay

Con los pocos ahorros que disponía abandonó su Argentina natal y viajó a España. Quería cumplir el sueño de su vida, satisfacer el motivo que la impulsó a romper con todo y empezar de cero: vivir de sus conocimientos de grafología.

Al llegar a Madrid buscó una vivienda céntrica y de precio asequible que le permitiera moverse por la capital en transporte público. Encontró un estudio minimalista ubicado en una calle detrás de la Gran Vía, en el que el escaso espacio disponible estaba compartido por una cocina que, de tan escueta, parecía de juguete, un salón con una mesa redonda y dos sillas y que, al mismo tiempo, hacía las veces de dormitorio cuando desplegabas el sofá cama que lo adornaba. El cuarto de baño era un espacio aparte en el que resultaba complicado moverse con comodidad, pues se apiñaban un lavabo minúsculo, el váter y un plato de ducha con unas cortinas.

Su situación se asemejaba a la de un recién nacido abandonado en un portal: no tenía amigos, ni conocidos, ni gente que le quisiera, sólo que, en el caso de Angélica, ella ya había pasado los cuarenta.

Siempre es difícil iniciar un nuevo negocio, sea el que sea, pero si además tu negocio se trata de vender las excelencias y las ventajas de un análisis grafológico, las dificultades se acentúan. Sobre todo, si, además, pretendes hacerlo en un país extranjero, aunque sea el de tus abuelos.

Sin haber establecido con anterioridad una cabeza de puente, Angélica desembarcó en Barajas y se lanzó a la ingente tarea de reiniciar su vida, lejos de su familia, de su Buenos Aires natal, de Argentina.

Lo primero era conocer gente, establecer contactos e intentar organizar dos redes: una de amistades, que le permitieran desarrollar el aspecto social – incluida la de encontrar pareja - y evitar el enclaustramiento, y otra de relaciones laborales que le permitieran establecerse y despegar. Así lo hizo y se enroló en las filas de una red social de contactos personales y en otra de carácter laboral y de negocios.

Desde niña recibió una educación esmerada en los mejores colegios privados que sus padres pudieron permitirse. Su nivel cultural y educativo le impedía pronunciar la palabra “mierda” y la sustituía por “miércoles”. Era lo más escatológico que se podía permitir sin autocensurarse. Su carácter puntilloso unido al estatus social al que estaba acostumbrada, la llevaba a corregir a su acompañante para indicarle que “cuando se pasea por la calle, la señora debe ir por la parte interior de la acera”.

Sin embargo, una vez que decidió romper amarras y cruzar el charco, todo ese mundo se quedó varado en puerto. Su estilo de vida había pasado de disfrutar de una posición económica desahogada, de compartir los lujos con los amigos de siempre de su misma clase social, a simplemente, sobrevivir.

Una de las posibles salidas profesionales que se ofrece a los expertos grafólogos es la de colaborar con los Juzgados, para verificar la autenticidad de firmas y documentos manuscritos. Angélica rechazó de plano esa alternativa. Por el contrario, focalizó todos sus esfuerzos en construir una página web, con un diseño muy personal, en la que se mostraba una imagen central en movimiento de Don Quijote y Sancho, al tiempo que el primero pronunciaba una frase que ella misma había elegido. El problema fue que, debido a su precariedad económica, descartó sucesivamente los diversos presupuestos que le presentaron varios profesionales que podrían haber realizado con garantías ese trabajo. Por el contrario, optó por otra decisión arriesgada: confiaría esa web - que era el núcleo esencial de su negocio-, a todo aquel individuo que se ofreció a realizar el trabajo, por el simple hecho de que fuera un aficionado, aunque su fuente principal de ingresos no tuviera que ver en absoluto con la tecnología. La página web, por tanto, se fue construyendo a impulsos de mal intencionados cuya situación económica era igual o peor que la de la propia Angélica y, por tanto, cuya única motivación era obtener los escasos euros que ella ofrecía como recompensa. Fue así como desfilaron individuos de lo más pintorescos, como un peluquero que se ofreció a hacerlo en sus ratos libres o un estudiante de derecho al que supuestamente se le daba bien la tecnología.

Pero el colmo de las desdichas con esta web la protagonizó un individuo que se comprometió a terminarla a cambio de 600€. Angélica acordó con él la entrega del dinero en metálico, sin ningún tipo de contrato, sin identificarle y sin más supuesta garantía, que la presencia de un testigo que, por supuesto, no tenía ni idea de quién era ese individuo al que no había visto jamás. Evidentemente, después de coger los 600€, del individuo en cuestión nunca más se supo.

El tiempo fue pasando, los fondos se fueron acabando; por la web de Angélica fueron pasando toda clase de oportunistas, arribistas y timadores. Ninguno de ellos era profesional y por supuesto tampoco hizo nada positivo que mereciera una compensación económica, que, sin embargo, sí obtuvieron. La situación económica de Angélica hacía tiempo que se había convertido en alarmante. Fue así, sometida a esa presión como contactó con una empresa multinacional que la ofreció un empleo. Debía dar unos cursos de formación. Para ello, debía desplazarse por diversas ciudades del mundo, algo que, a ella, que no tenía lazos con nadie en Madrid, no le suponía ningún problema.

Su primer destino fue Río de Janeiro. Al bajarse del taxi a las puertas del hotel, aparecieron dos hombres en moto que se interpusieron en su camino. Uno de ellos le apuntó con una pistola a la cara mientras le robaba el bolso y el ordenador portátil. En menos de diez segundos toda la escena había terminado y allí estaba Angélica: en Río de Janeiro, sin pasaporte, sin tarjetas de crédito, sin dinero, sin las llaves de su casa en Madrid y sin su ordenador personal que puso al servicio de la multinacional. Al menos tenía la maleta con la ropa.

A su regreso, su situación económica había pasado de ser alarmante a angustiosa y como consecuencia, se resintió su equilibrio emocional. Fue así, bajo un estado psicológico anormalmente desequilibrado como llegó la debacle final.

Buscando y rebuscando por internet Angélica creyó encontrar el auténtico El Dorado. Le dijo a un íntimo amigo que, por fin, había encontrado una fuente de ingresos estable. El trabajo consistía – le dijo a su amigo – en servir de puente entre una empresa multinacional y sus trabajadores desperdigados por Europa. Al parecer, la empresa depositaría las nóminas de los empleados en su cuenta corriente y ella sería la responsable de reenviar las cantidades acordadas a esas personas.

Su amigo en cuanto oyó semejante patraña intentó prevenirla y convencerla de que eso tenía muy mala pinta. Que eso era un timo, una estafa o algo peor. La respuesta de Angélica fue ofrecerle una sonrisa entre irónica y descreída, al tiempo que le decía: “Sos un desconfiado”.

Dos días más tarde de esa conversación Angélica llamó entre sollozos a su amigo. Él tenía razón y aquello resultó ser una estafa, pero lo peor era que la policía, había bloqueado la cuenta de Angélica y estaba acusada de blanqueo de dinero. No tenía dinero, no podía sacar lo poco que tenía.

Su amigo le ofreció a ayudarla:

    - Vente esta tarde a casa para hablar del tema. Trae los papeles que tengas. También invito a Pepe, mi amigo abogado y vecino y veremos qué se puede hacer. Después, te quedas a cenar, a dormir y mañana por la mañana te bajo a Madrid.

Después de unos breves intentos de resistencia, Angélica aceptó.

Una vez en casa de su amigo a medida que planteaba a su auditorio la situación y cómo se había llegado, la cara de los presentes denotaba la incredulidad de que alguien pudiera creer en semejantes planteamientos, al tiempo que entendían que sólo una situación absolutamente desesperada, podría conducir a ello.

Tras un somero análisis del falso contrato de colaboración, que incluía también falsos sellos y logotipos, el mensaje era claro: Angélica debía solicitar la asistencia de un abogado de oficio para intentar hacer ver que su implicación tenía más carácter de víctima que de otra cosa.

Después de quedarse sin lágrimas la invitación de su amigo seguía en pie: cenar, dormir esa noche en la casa y al día siguiente, la dejaría en la puerta de su casa en Madrid. Pero la preocupación y la vergüenza de Angélica fueron un obstáculo insalvable.

     - Gracias, pero me voy a mi casa – dijo ella.

     - Espera que te llevo – dijo su amigo.

     - No, no. Me voy en bus.

     -¿Qué te vas en bus? Pero ¿has visto cómo está diluviando?

     - Me da igual.

     - Bueno, pero al menos, espera y vete después de cenar.

     - No, no. Gracias. Dime dónde debo tomar el bus.

No hubo forma de que aceptara otra alternativa. Así es que, aunque jarreaba agua del cielo y era de noche, su amigo la acompañó hasta la parada del bus que la depositaría en Madrid, que estaba volviendo la esquina. Allí, siguiendo el deseo expreso y mostrado reiteradamente, la dejó y regresó a su casa. Nunca más volvió a saber de ella.

Pasaron unos pocos años y un día el azar quiso que coincidieran en una terraza de San Lorenzo de El Escorial. Sus miradas se cruzaron, pero ninguno de los dos saludó al otro.

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