El plan reunía todos los alicientes para convertir esa noche en algo inolvidable. Y a punto estuvo de convertirse en una pesadilla. ¿Acaso hay algo más sugerente que ir a ver con unos amigos un espectáculo de Les Luthiers y después terminar con una cena al estilo mejicano? Bueno, sí; de acuerdo. Hay otros planes, pero ahora el que nos ocupa es este.
Ya en la mesa del restaurante era
inevitable recordar algunas de las secuencias más hilarantes que unos momentos
antes habían hecho estallar en carcajadas al auditorio. Y para acompañar las
bromas y las chanzas, nada mejor que entregarse a una Coronita. Pronto las
Coronitas comenzaron a desfilar por la mesa a un ritmo trepidante. Desde los
aperitivos hasta los postres. Y para terminar la fiesta nada mejor que un
cóctel Margarita.
Al terminar la cena era difícil
saber cuántas cervezas habían caído en la batalla, aunque lo más importante,
era que nadie parecía perjudicado por el exceso de alcohol. Esto era muy
importante porque debía conducir unos setenta kilómetros hasta su domicilio en
El Escorial.
Era la 1.30 de la madrugada. De
repente, en una rotonda, justo un poco antes de entrar en el núcleo urbano de
la localidad serrana, una patrulla de la Guardia Civil de Tráfico le da el
alto: control de alcoholemia.
Aunque la noche era fría comenzó
a sudar tinta. Nunca jamás le habían parado y justamente le tenía que tocar esa
noche. No recordaba cuántas cervezas Coronita de había tomado. Y para colmo, el
cóctel Margarita. Si el agente encendiera un cigarro, probablemente saldrían
ardiendo todos si le hacían soplar en el aparato.
Empezó a calcular el marrón que
se le venía encima: dejar el coche ahí mismo, en una rotonda, antes de llegar
al pueblo. Con suerte, posiblemente tendría que hacer los últimos 4 o 5 kms
andando para dormir en casa, de madrugada y con un frío que pelaba. O eso, o
dormir en el calabozo. Y la multa. Y dónde llevarían el coche. Y cuándo lo
podría recuperar. Y cuánto le iba a costar la broma. Y cuántos puntos le iban a
quitar del carné de conducir. Mientras reflexionaba sobre todas estas
cuestiones y hacía funcionar su cerebro a la velocidad de la luz, escuchó las
terribles palabras del agente de la Benemérita:
- Sople ahí, por favor. Sople con fuerza.
Ahí fue cuando estuvo a punto de
bajarse del coche, hincar las rodillas a los pies del agente, abrazarle las
piernas, confesarlo todo, incluido lo del cóctel Margarita, implorar su perdón
y su amnistía. Estaba dispuesto a prometer regenerarse, a asistir si fuera
necesario, a sesiones de alcohólicos anónimos, a convertirse en abstemio de por
vida y si fuera necesario, también en vegetariano, como Hitler. Lo que
quisiera.
El agente observó el resultado de
la prueba. Él creyó haber leído en alguna parte que, en caso de dar positivo,
podías esperar unos minutos hasta que te repitieran la prueba, y entonces, sí;
entonces si volvías a dar positivo era cuando te caía el paquete.
El agente se agachó y se dirigió
a él a través de la ventanilla del vehículo:
- Puede continuar. Conduzca con cuidado.
No entendía nada, pero estaba tan
contento que a punto estuvo de hacer una arrancada estilo Le Mans, quemando
rueda.
Posiblemente fue el maestro Mastropiero el que manipuló el aparato. No encontró otra explicación.
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