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viernes, febrero 03, 2023

23-F.

Según parece febrero es un mes proclive a los golpes de estado y a los inicios de guerras.

El próximo día 24 se cumplirá un año de la invasión de Putin sobre Ucrania, pero el día antes, el 23 de febrero, también se cumplirán años del último golpe de estado con armas que hemos tenido en España.

Conviene recordar la historia.

***

EL 23-F.

 

El 23 de febrero de 1981 a eso de las siete de la tarde yo estaba trabajando. De repente, recibo una llamada de mi mujer, algo absolutamente inusual. Pero lo que me dice es todavía más increíble. Preocupada, me dice que la radio y la TV informan que al parecer ha habido un asalto al Congreso de los Diputados. Aunque en los primeros momentos cunde el desconcierto y no se sabe bien si el asalto se debe a un comando de los terroristas de ETA, si han conseguido entrar en el edificio o si con el fin de evitarlo, un numeroso grupo de guardias civiles ha entrado con el fin de eliminar la amenaza. Finalmente, me confirma que son los guardias civiles los que han entrado en el hemiciclo, que no hay terroristas y que se han cortado las comunicaciones.

¾     ¿Qué está pasando? – me preguntó con preocupación.

¾     Se llama golpe de estado – respondí.

Esa fecha está grabada en la memoria de todos los que lo vivimos, junto con las imágenes icónicas de los guardias civiles disparando con sus metralletas al techo del Congreso, mientras uno de ellos intenta arrojar al suelo – infructuosamente - al ministro de Defensa, el general Gutiérrez Mellado, un hombre de avanzada edad, y el presidente en funciones, Adolfo Suárez, es el único que se mantiene sentado impertérrito en su asiento, mientras el resto de parlamentarios se esconde bajo sus asientos.

Pero ¿cómo se llegó a tales extremos? ¿Cómo fue posible que en la España de finales del siglo xx se produjera un golpe militar, que más parecía pertenecer a nuestro infausto siglo xix? Pues como siempre suele suceder con esta clase de eventos, se deben a diversas circunstancias que se van superponiendo unas a otras, como gotas de agua que van cayendo en un vaso y termina por desbordarse. Y esta es la génesis de todo aquello.

Antecedentes.

20 de noviembre de 1975.

Esa es la fecha oficial de la muerte del general Franco, quien había gobernado España desde el final de la Guerra Civil española en 1939. En esas fechas, España tenía sobre la mesa una lista considerable de problemas muy serios y acuciantes.

En 1973 los terroristas de ETA habían asesinado de forma salvaje en pleno centro de Madrid al almirante Carrero Blanco, mano derecha de Franco y hombre fuerte del régimen. La explosión, que acabó en el instante con la vida de Carrero Blanco, fue tan violenta que abrió un gran cráter en el asfalto y el coche, un Dodge 3700 GT de casi 1800 kilos de peso, voló por los aires y cayó en la azotea de la Casa Profesa, anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes.

Tras la muerte de Franco España era un país paralizado por la incertidumbre, aunque Franco y sus leyes, habían previsto todos los pasos que había que dar (“todo está atado y bien atado”), incluida la proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor del propio Franco a título de Rey. Pero la desaparición repentina del dictador desató una lucha por el poder de fuerzas internas, ocultas hasta entonces.

La extrema derecha, compuesta por diversas organizaciones civiles de diferente perfil, pero donde predominaban los matones y alborotadores, incluía, por supuesto, a los militares más recalcitrantes del régimen, que hasta el momento se había sentido protegida y representada por algunos miembros del Consejo de ministros, y por tanto se había mantenido en un segundo plano y en silencio, vio peligrar su influencia ante la incertidumbre que se avecinaba. Se trataba de perpetuar los principios y privilegios que se venían disfrutando hasta entonces.

Los cristiano-demócratas, los socialistas y los del Partido Comunista, que en su inmensa mayoría vivían exiliados en Francia, Méjico o Moscú, vieron la gran oportunidad de realizar el sueño por el que tanto tiempo llevaban peleando.

Los independentistas vascos y catalanes, cuyas instituciones habían sido abolidas por Franco, -del mismo modo que hizo con todos los partidos políticos- y cuya lengua se hablaba casi exclusivamente en ambientes rurales, vieron en ese momento una oportunidad de retomar el pasado y seguir luchando por su independencia del resto de España. Para ello, optaron por dos vías antagónicas: los vascos prefirieron apoyarse en los terroristas de ETA y su política asesina. Los catalanes por la negociación.

Y por si todo esto fuera poco, el 6 de noviembre de 1975, es decir, apenas unos pocos días tras la muerte de Franco, el Rey de Marruecos Hassan II, con el apoyo de la CIA, inició la invasión del territorio que hasta entonces pertenecía a España, en la llamada “marcha verde”.

La muerte del jefe del Estado significó un antes y un después para España y para ETA, que, a partir de ese momento, redobló sus esfuerzos criminales.

Al mismo tiempo que se sucedían los atentados de ETA, los grupos de extrema derecha, los llamados “tardo franquistas” cometían los suyos propios.

 

Ante este panorama desolador en la que España, una vez más en su historia, estaba al borde del abismo, día sí y día también, los militares – la mayor parte de los cuales habían participado activamente en la guerra civil española en el bando de Franco – asistían al entierro de sus camaradas, amigos y compañeros de armas asesinados de un tiro en la nuca o con una bomba bajo su coche, al tiempo que criticaban al gobierno por lo que ellos consideraban inoperancia o incluso falta de diligencia.

Lo cierto es que, en esos momentos, los terroristas de ETA asesinaban en España y pasaban sin problemas la frontera hacia Francia, donde todos vivían apaciblemente, amparados por el gobierno de turno, constituyendo así el llamado “santuario francés” de ETA.

España, ya se ve, no tenía demasiados amigos por el mundo. La figura del dictador no era muy apreciada. Su posicionamiento del lado nazi en la S.G.M., su posterior cobertura a todos los nazis que se escondieron en España donde fundaron sus empresas, vivieron como príncipes y disfrutaron de una vida plácida y tranquila sin ser molestados jamás hasta su muerte, no ayudaba demasiado a disfrutar de una buena imagen en el exterior.

Por todo ello, en los acuartelamientos comenzó a percibirse lo que en el argot se conoce como “ruido de sables”, una expresión que hace referencia a la creciente indignación por la situación de caos en la que se vivía y por ser ellos, los militares, las principales víctimas de ETA. Fue a raíz de estos acontecimientos cuando comenzó a hablarse en “las salas de bandera” de dar un golpe de mano, de cambiar el rumbo del timón; de confirmar lo que muchos sospechaban, que tras la muerte del general todo el edificio se vendría abajo.

Y así lo consideraron cuando en 1977 regresó a España desde el exilio el presidente de la Generalitat de Cataluña, - institución abolida por Franco y reinstaurada por Adolfo Suárez recientemente -, Josep Tarradellas, quien ante una multitud que se concentró en la Plaza Sant Jaume para darle la bienvenida, pronunció la famosa frase: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”.

A comienzos de ese mismo año, 1977, el presidente Adolfo Suárez, en plena Semana Santa, había decretado la legalización del Partido comunista de España, en un inequívoco mensaje de apertura y democratización. La respuesta del “búnker” franquista fue la inmediata dimisión del ministro de Marina, Almirante Pita da Veiga.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

Tras la muerte de Franco la ley establecía la proclamación del Rey Juan Carlos en las Cortes franquistas. Y así se hizo. Pero lo que nadie sabía entonces era que D. Juan Carlos, tenía sus propias ideas acerca del futuro de España.

La figura del entonces Rey había sido eclipsada por la omnisciente presencia del general Franco a cuya sombra el futuro rey se crio lejos de su familia, del cariño de los suyos y en un entorno que, si bien no era del todo hostil, tampoco era el más envidiado. Estaba rodeado de espías que actuaban en favor de Franco, quien era puntualmente informado de quiénes visitaban a Juan Carlos, con quién se reunía, con quién hablaba, de qué y “a qué dedicaba el tiempo libre”.

Fueron Franco y el padre del Rey, Don Juan de Borbón, quienes acordaron en una tensa entrevista cómo se desarrollaría la educación del entonces príncipe, don Juan Carlos, que, por ese entonces, tenía diez años. Se eligieron a quienes serían sus compañeros de estudios y sus maestros en las diferentes materias. Y entonces el destino jugó a favor de España y sin habérselo propuesto, Franco proporcionó la puerta por la que nos convertiríamos en una democracia, porque una persona que ha sido crucial para España fue uno de los maestros de Juan Carlos I. Su nombre: Torcuato Fernández-Miranda, a la sazón profesor de Derecho Político de S.M.

En cuanto D. Juan Carlos accedió al trono, puso en marcha su idea sobre qué debía ser España. El Rey le encargó a Torcuato una tarea nada sencilla: España debía convertirse en una democracia plena CUMPLIENDO la ley.

“De la ley a la ley”, fue la orden de D. Juan Carlos.

Antes de eso D. Juan Carlos, tomó otra decisión crucial, transcendental para nuestro futuro.

A la muerte de Franco el presidente del gobierno era Carlos Arias Navarro. Un hombre del régimen. El mismo que con gesto apesadumbrado dio la noticia del fallecimiento de Franco en televisión.

Pero era evidente que Arias Navarro no entraba en los planes de D. Juan Carlos. Necesitaba savia nueva, alguien joven, con dinamismo y que creyera en el proyecto.

Para sustituirle se presentó al rey una terna, pero D. Juan Carlos, haciendo uso de los poderes de los que disponía en ese momento histórico, hizo una apuesta personal. Nombró presidente del gobierno a un tal Adolfo Suárez.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

D. Juan Carlos y Suárez ya se habían conocido anteriormente y habían hablado de modernizar España y ambos estaban en completa sintonía. Así se formó el triángulo mágico constituido por el Rey, Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez. Ellos son la esencia misma de nuestra democracia actual.

En 1976 las Cortes españolas eran las mismas que cuando Franco falleció en 1975. Unos eran de derechas y los demás, de extrema derecha. Pero el rey se propuso dinamitar eso y convertir a España en una democracia. Sin necesidad de iniciar una revolución, ni de acudir a las armas para defender su postura.

Para ello, encargó a su antiguo profesor, D. Torcuato Fdez. Miranda, a la sazón presidente de esas Cortes franquistas, un borrador de ley que permitiera transitar desde un estado dictatorial, fascista, hacia una democracia, sin salirse de la ley. Hay que recordar que tanto D. Torcuato, como el propio Rey, como Suárez, como todos y cada uno de los miembros de esas Cortes, habían jurado lealtad a Franco y a sus leyes.

En definitiva, lo que dicha ley promovía era el suicidio, el harakiri, de todos sus miembros, la desaparición de esas Cortes supervivientes de Franco, para dar paso a un estado democrático.

Los tres implicados hicieron uso de sus amistades, influencias y demás artes, para conseguir los votos necesarios para que se aprobara dicha ley. Una de las claves para lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, nieto del dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, para defenderla en las Cortes. Todo un símbolo. 

La ley fue aprobada en esas Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones. Los franquistas se hicieron finalmente el “sepuku.”

Posteriormente, el 15 de diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum para ratificar la ley.

En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.

 


 

LOS GOLPES.

 

A pesar del buen rumbo que llevaba España en cuanto a su proceso de democratización, dicho proceso no contaba con el visto bueno de muchos de los militares ni del llamado “búnker” franquista. En su ánimo seguía pesando más el dolor de los atentados, la rabia y la frustración por las víctimas y la aparente desidia del gobierno. Estimaban que debía aplicarse mano dura. En los cuarteles se hablaba de dar un golpe de estado. Y había más de uno en marcha, aunque cada uno de ellos estaba en una fase diferente de avance. Una de esas intentonas golpistas fue la renombrada Operación Galaxia, en la que se detuvo a un individuo que más tarde pasaría a la historia: Antonio Tejero. También al capitán Sáenz de Ynestrillas, hijo de un militar asesinado por ETA.

Ante el cúmulo de intentonas golpistas en marcha algo debían conocer las autoridades encargadas de la seguridad. En concreto el CESID – (Centro Superior de Información de la Defensa). Alguna de las teorías en relación a este asunto apunta a una estrategia arriesgada, pero que al final dio sus frutos.

El plan consistía en aunar todos los golpes en uno sólo. Con ello se pretendía eliminar la posibilidad de tener que estar en una lucha permanente contra los diferentes golpes y al tiempo, descabezarlos a todos y eliminar de un plumazo a todos los cabecillas. Así, de paso, se le quitaban las ganas a cualquiera de que lo volviera a intentar. ¿Y eso cómo se hace?

A partir de aquí, como corresponde a una buena película de espías, las cosas empiezan a dejar de ser blancas o negras y se convierten en grises.

A continuación: Fuente “La Vanguardia” 24/02/2001

“José Luís Cortina ocupaba en 1981 el mando de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) del CESID, dentro de la cual se había creado, además, y también bajo su mando, la Sección Especial de Agentes (SEA). Formado en la Academia Militar de Zara­goza, este mando de los servicios secretos compartió promoción, y compañía, con Juan Carlos de Borbón.”

“… en la madrugada del 21 de febrero de 1981 se celebra una reunión en Madrid entre el teniente coronel Tejero – antes mencionado - y el comandante de Infantería destinado en el CESID José Luis Cortina Prieto; en concreto, en casa de este, en el parque de las Avenidas. Los acompaña el capitán de la Guardia Civil, también destinado en el CESID, Vicente Gómez Iglesias. Cortina se presenta ante Tejero como persona de confianza de Alfonso Armada ([1]). “Y se muestra perfectamente enterado de las operaciones que se proyectaban bajo el mando bicéfalo Armada-Milans” ( [2])

“El objeto fundamental de la entrevista es comunicar a Tejero que debe ponerse en contacto con el general Armada y facilitarle los medios que se precisen del CESID a través del capitán Gómez Iglesias”.

El uso de los nombres de Armada y Milans, encerraba una trampa. Pretendía que Tejero dedujera por sí solo – tal y como así fue después – que detrás de ellos se encontraba el propio rey apoyando el golpe. Nunca se pronunció el nombre del rey, pero si dejas caer sibilinamente una frase adecuada, el de enfrente cree escuchar lo que quiere escuchar. Una auténtica trampa de espías. Por otra parte, si los golpistas, incluidos Armada y Milans, consideraban que tenían el apoyo o cuanto menos, la no intervención de S.M., era una forma de que todos los golpes en marcha se paralizaran y se aunaran en uno solo.

Ya fuere porque se debió a una medida improvisada, o se tratare de un farol, o de una gran astucia, el caso es que el teniente coronel de la guardia civil D. Antonio Tejero, se creyó que después de su intervención en el Congreso se produciría una cascada de adhesiones al golpe en diferentes regiones de España, al igual que sucedió en 1936.

Pero ni España era la misma, ni en 1936 teníamos a Juan Carlos I.

En aquellos momentos de 1981, los franquistas consideraban al Rey como un “segunda fila”, una especie de rey de paja que había sido tutelado por Franco y que por tanto no podía traicionar la lealtad que le juró.

Por su parte, el resto, curiosamente, consideraban al rey una continuación del franquismo, precisamente por lo mismo que los franquistas. Así es que el rey Juan Carlos, en la noche del 23-F, se enfrentaba a varios monstruos. Incluso algunos de los golpistas invocaron su nombre.

 

La derrota del golpe de estado.

 

Una vez que se produjo el asalto al Congreso se desató en España la noche más larga de nuestra historia reciente. Los que pensaron que el Rey Juan Carlos les estaba apoyando, se llevaron una desagradable. Miláns, en Valencia, llegó a sacar los tanques a las calles. TVE fue tomada por una unidad del Ejército de Tierra formada por 35 hombres y nueve vehículos militares.

Mientras tanto, en el Congreso, se esperaba la llegada del “Elefante Blanco” (¿Armada?), nombre en clave con el que se conocía al hombre que iba a dirigir los designios de España. Una llegada que no se produjo nunca.

Los líderes de los diferentes partidos políticos, estaban custodiados por hombres armados en diferentes despachos, mientras el grueso de los parlamentarios permanecía en sus escaños.

Pero hubo un factor que jugó a favor de los españoles: el Rey Juan Carlos I, había estudiado en las academias militares, tenía sus amigos y por encima de todo, era el Capitán General de todos los ejércitos, y la obediencia de una orden es sagrada para un militar. Y el Rey dio la orden de regresar a sus cuarteles a todos los amotinados.

Yo llegué a casa a medianoche y para entonces ya tenía claro que el golpe había fracasado. En el manual del golpista una de las primeras obligaciones es interferir, interceptar o eliminar cualquier comunicación con la población. Poner un trapo negro a la población y mantenerla incomunicada, aislada y atemorizada en casa. Y eso no se produjo.

Ya de madrugada el rey Juan Carlos apareció en TVE para dar un discurso, vestido de militar y con gesto cansado. En él anunciaba las órdenes que había dado a todos los jefes de las regiones militares de regresar a sus cuarteles y el irrenunciable deseo de proseguir con el proceso de convertir a España en una democracia.

A ojos vista de aquellos militares y de la más recalcitrante y ultramontana derecha española, D. Juan Carlos se convirtió aquella noche en un traidor al juramento que había realizado a Franco y sus Principios del Movimiento y leyes del Régimen.

Para el resto, ese 23-F, el Rey se ganó el afecto y el respeto de su pueblo. Demostró que no era un mero seguidor de las teorías de Franco. Supo rodearse de las personas adecuadas para llevar a cabo la misión que él mismo se había impuesto. Y después, cuando se redactó la Constitución, renunció a una serie de poderes y privilegios de los que había dispuesto en la fase constitucional.

Las Cortes franquistas se suicidaron en pro de otro futuro para España.

El rey, se sometió al pueblo y a la Constitución.

 © Carlos Usín

Bibliografía: :   CON LA VENIA ... YO INDAGUE EL 23-F | PILAR URBANO | Casa del Libro


[1] Alfonso Armada y Comyn, dio clases militares al entonces príncipe Juan Carlos, convirtiéndose en uno de sus mejores amigos y consejeros, y llegó a ser miembro del Estado Mayor Central.

[2] Jaime Milans del Bosch, en 1981 era Capitán General de la III Región Militar (Valencia)

 


jueves, febrero 02, 2023

La Transición española.

Hemos entrado en un mes, febrero, que por diversas razones es un mes especial. El próximo día 23, pero en 1981, España sufrió un golpe de estado promovido por algunos militares descontentos con la marcha de la recientemente instaurada democracia.

Hoy casualmente, me he encontrado en Facebook con una intervención del que ha sido el mejor Presidente del Gobierno que hemos tebido: Adolfo Suárez. Y he pensado que hay muchas personas, dentro y fuera de España, que no tienen bien claro qué sucedió hace tan solo 40 años. Por eso, creo que sería bueno recordar algunos aspectos de nuestra historia que han quedado arrinconados.


***

La Transición.

 

El 6 de diciembre de 1978 es la fecha comúnmente aceptada en la que se establece el final de la llamada “Transición”, un período de tiempo crucial en la vida de los españoles, que se inició con la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975. Por primera vez en nuestra historia reciente, España fue capaz de superar un estado dictatorial dirigido por Franco y convertirse en una nueva democracia en Europa, algo anhelado por muchos desde hacía mucho tiempo. Y lo hizo en un tiempo récord de tres años y sin derramamiento de sangre entre hermanos, como venía siendo habitual en nuestra historia. Mención aparte, los atentados terroristas de ETA y algunos de la extrema derecha, con los que unos y otros pretendían imponer sus voluntades.

Para cualquiera que no tenga la edad suficiente, no se lo hayan enseñado en la escuela o no esté al corriente de las vicisitudes que acontecieron en aquellos años en España, sirva esta colaboración para intentar mostrar algo de lo que sucedió, y por qué.

Como todo proceso, tiene un principio que dataremos en el fallecimiento de Franco.

20 de noviembre de 1975.

Tras varias semanas de agonía, la última de las cuales ya estaba en coma, “Su Excelencia el Generalísimo Francisco Franco, Caudillo de España” muere en el hospital público “La Paz”, de Madrid.

En el momento de su muerte hacía ya tiempo que venía arrastrando unos serios problemas de salud, como corresponde a una persona de su avanzada edad (82 años al morir) y con experiencia en batallas bélicas en su juventud. Tenía un párkinson avanzado y durante sus últimos días, fue intervenido quirúrgicamente tres veces a vida o muerte.

A los problemas ocasionados por el deterioro por la edad, habría que añadir otros acaecidos durante sus batallas con el moro a comienzos del siglo xx. Así en 1916, en una rafia cerca de Ceuta fue herido de gravedad en el bajo vientre y casi muere en un hospital días después.

Un accidente de caza en 1961 le produjo heridas en su mano izquierda que necesitaron de intervención en el Hospital del Aire.

“A principio de julio de 1974, Franco sufrió una tromboflebitis. Un trombo, junto a una subida de urea, derivado de las muchas horas que el dictador pasó sentado aquel verano frente al televisor viendo los partidos de la fase final del Mundial de Fútbol que se celebró en la Alemania Federal. Frente a la pantalla, Franco desarrolló un absceso bajo un callo y, más pronto que tarde, requirió asistencia médica.” (ABC - 19/11/2018)

En ese momento (1974) la situación del enfermo era bastante más grave de lo que se informaba a la sociedad – no utilizo el término opinión pública porque daría a entender que podría haber más de una. Hasta tal punto que el entonces ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas, reunió a los directores de diarios para hablar de las llamadas «previsiones sucesorias». Don Juan Carlos fue, de forma interina, jefe del Estado durante 15 días, hasta el 2 de septiembre.

Esta es la clave inicial desde la que parte un proceso que sólo estaba en la cabeza de Don Juan Carlos y de nadie más. Explicaremos el porqué.

Como acabo de decir, Don Juan Carlos era la persona designada a suceder a Franco cuando este falleciera. Pero ¿cómo puede ser que una persona de sangre real suceda como jefe del Estado a un dictador? El proceso fue algo tortuoso y no exento de tensiones.

¿Quién sucede a un dictador?

Lo normal en estos casos es que el poder de un dictador – obtenido de la forma que fuere – pase a otro y a ser posible, de la misma sangre. Sin embargo, por algún extraño sortilegio, la Naturaleza ha sido benévola con los seres humanos y nos ha privado de padecer a los vástagos de Gengis Khan, Atila, Nerón, Calígula, Hitler, Stalin, Mussolini y Franco, por limitar la lista. 

Así es que, así las cosas, Franco tenía que resolver el asunto de quién le sucedería en su momento. Dentro del modelo de Estado autárquico y dictatorial que diseñó, promulgó una serie de leyes a las que llamó “fundamentales”. Para ello promovió una “Ley de Sucesión” a la que sometió a un referéndum nacional.

El referéndum sobre la Ley de Sucesión se celebró en España el 6 de julio de 1947, ​ siendo el primer proceso electoral celebrado después de la victoria franquista en la guerra civil española y el establecimiento de la dictadura de Francisco Franco. La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado pretendía estipular la restauración de la monarquía española, pero nombraba asimismo a Franco jefe de Estado vitalicio –o hasta su renuncia–, teniendo la facultad de escoger a su sucesor, rey o regente, y establecer formalmente de nuevo el Reino de España.

Como no podía ser de otra forma, dicho referéndum obtuvo una amplia mayoría en la población. Ya sólo quedaba el acto formal de promulgar la ley y comunicarla a las Cortes.

La Ley Fundamental del 26 de julio de 1947, una de las leyes fundamentales sobre las que se establecía el franquismo, establecía que España era un «reino católico, social y representativo», por lo que muchos dieron por hecho que a Franco le sucedería un rey, pero quedaba por saber quién.

Los derechos dinásticos a la corona de España, los tenía legalmente el padre de Don Juan Carlos, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona e hijo de Don Alfonso XIII. La mera posibilidad de que Don Juan no accediera al trono y lo hiciera su hijo Don Juan Carlos, creó unas tensiones entre ellos. A esta tensa situación había que añadir la repulsión mutua existente entre Don Juan y Franco, quien consideraba a aquel, “peligrosamente democrático y cercano «a los rojos»”.

«Don Juan lo sabía y, en su fuero interno, siempre supo que Franco nunca iba a aceptar que él se hiciera con la corona tras su muerte. Pero eso no quería decir que no le doliera y tenía mucha envidia de su hijo, a quien veía con más opciones de hacerse con la corona. Juan Carlos, obviamente, estaba harto de los insultos y los recelos de su padre y en una ocasión, cuando don Juan le acusó de intrigar para conseguir la corona, le echó en cara: «Tú juegas a una carta; y yo estoy jugando a otra, pero porque tú quisiste enviarme a estudiar a Madrid, cerca de Franco». Y tenía razón: durante toda su vida, Juan Carlos había sido un mero peón en el juego de ajedrez que jugaron don Juan y Franco.» (El Independiente – 22/07/2022).

Por otra parte, estaba también el primo de D. Juan Carlos, D. Alfonso de Borbón Dampierre, casado con una de las nietas de Franco. De hecho, este matrimonio siempre se interpretó como un intento de fusionar el apellido Franco – cuyo padre les abandonó siendo él un niño – con el de una de las estirpes reales más antiguas de Europa.

Así pues, D. Juan Carlos ni era el único en la carrera ni sabía cuál iba a ser la decisión final de Franco que siempre se mostró críptico y extremadamente reservado. O sea, ejerció de gallego.  

En julio de 1969 Franco llamó a su residencia oficial, en el Palacio de El Pardo de Madrid, a Don Juan Carlos. Fue en ese momento cuando le dijo cara a cara que sería él quien le sucedería. Don Juan Carlos lo aceptó sin ningún entusiasmo, a pesar de lo cual, la relación entre su padre, Don Juan de Borbón y él mismo, se resintió hasta el punto de no hablarse durante muchos meses.

En la noche del 21 al 22 de julio, España estaba pegada al televisor para ver cómo Armstrong, Collins y Aldrin hacían historia al poner un pie en la luna. Ese mismo 22 de julio de 1969, España seguiría pegada al televisor por la mañana. Franco dio el paso y comunicó a las Cortes que había decidido nombrar a Juan Carlos como su sucesor. Juan Carlos se pasó la noche sin dormir de nuevo, pero esta vez porque le preocupaba tener que jurar los principios del movimiento. Su discurso no acaba de gustarle y requirió decenas de borradores y horas de trabajo.

Este fue su discurso en aquel transcendental momento.

«Excmo. Sr. Presidente de las Cortes:

Estoy profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su Excelencia el Jefe del Estado, al proponer a las Cortes, haciendo uso de la facultad que le concede el artículo 6 de la Ley de Sucesión, mi nombramiento como sucesor a título de rey, así como el altísimo honor que me ha hecho el supremo órgano legislativo del país al aprobar la propuesta que sancionada, ha quedado convertida en Ley.

Me acabáis de comunicar oficialmente su contenido y plenamente consciente de la enorme responsabilidad que sobre mí va a recaer acepto, en mi nombre y en el de mis sucesores, las obligaciones y deberes que me impone esta designación, pues considero que en definitiva se trata de obedecer un mandato de nuestro pueblo expresado en forma legítima y fehaciente a través de su representación genuina, que son las Cortes Españolas.

Formado en la España surgida el 18 de Julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mandato magistral del Generalísimo.

Este acto trascendental para mí, representa mi entrega total al servicio de la patria.

Mi aceptación incluye una promesa firme que formulo ante VV. EE. Para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento del deber, velando porque los principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino sean observados, sino también para y dentro de esas normas jurídicas, los españoles vivan en paz y logren cada día un desarrollo creciente en lo social, en lo cultural y en lo económico.

Os ruego, pues, señor vicepresidente del Gobierno y señor presidente de las Cortes, que así se lo comuniquéis respectivamente a Su Excelencia el Jefe del Estado y a las Cortes Españolas.

Que Dios me ilumine y me ayude en un perseverante servicio a nuestra amada España y que cada día sea una realidad plena de nuestros anhelos de unidad, grandeza y libertad de la patria.»

 

Juan Carlos I, Rey de España.

 

En el momento del fallecimiento de Franco, todos – los franquistas, los monárquicos y el resto – asumieron que Don Juan Carlos actuaría tal y como Franco había previsto: ser un sucesor, un continuista de su labor, de su visión, aunque con el título de rey. Todos se equivocaron. Don Juan Carlos tenía sus propias ideas y las puso en práctica sin demora alguna.

Tras la muerte de Franco el día 20 de noviembre, asumió el control de España transitoriamente, el denominado Consejo de Regencia. Un par de días después, el día 22, Juan Carlos I es proclamado Rey en las Cortes.

El 2 de diciembre de 1975 don Juan Carlos nombra a Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes; el desmantelamiento del Régimen va a comenzar. Torcuato también jura, pero en su discurso, tras afirmar que la memoria de Franco es “para todos nosotros inolvidable”, también dice que “el pasado no me ata”.

 

¿Quién era Torcuato Fernández-Miranda?

 

Para conocer su figura y su influencia en nuestra historia, hay que retroceder en el tiempo y remontarnos al 25 de agosto de 1948. En esa fecha tuvo lugar una reunión histórica entre el Jefe del Estado, Francisco Franco y Su Alteza Real Don Juan de Borbón, hijo de S.M. D. Alfonso XIII.

Ambos, Franco y Don Juan, eran unos apasionados del mar y tal vez por ello, entre otras muchas razones, la entrevista se produjo en aguas de San Sebastián a bordo del yate Azor, propiedad del Estado, un bajel de 30 metros de eslora por 5 de manga. Un buque de lujo que contaba con cuatro camarotes dobles con baño, uno para los marineros, un salón y una cocina. 

El encuentro duró tres horas y tras debatir todo tipo de temas, los protagonistas llegaron a la conclusión de que Juan Carlos cursaría sus estudios en España - de esta forma, Franco tendría un «rehén» que le garantizaría hacer las veces de regente y le permitiría acercarse a los aliados, vencedores de la S.G.M. – aunque no sin ciertos reparos.

Según nos cuenta el historiador Paul Preston:

«Don Juan respondió con sinceridad a esta primera tentativa: «¿Cómo voy a mandar a mi hijo a España, mientras sea un delito gritar viva el rey, se multe a quienes se reúnen para hablar de la Monarquía, se prohíba, toda clase de propaganda y se persiga a los que me son fieles?». Por su parte, el Jefe del Estado se limitó a decirle: «Todo eso puede arreglarse».

Don Juan Carlos, un niño de apenas 10 años, viaja solo en un tren desde Lisboa hasta la estación de Villaverde, cerca de Madrid, donde le recibieron importantes personajes de la aristocracia y la burguesía de entonces. Al Príncipe le sorprendió que a su coche le acompañara una larga fila de automóviles de monárquicos en señal de homenaje. Lo llevaron a la finca “Las Jarillas”, una gran casa de estilo andaluz situada a 17 kilómetros de Madrid en la carretera de Colmenar Viejo, cercana de El Pardo y al acuartelamiento militar de El Goloso. Es decir, a tiro de piedra de donde tenía su residencia oficial Francisco Franco.

Ese sería el lugar en el que iba a recibir sus estudios, acompañado de tan sólo ochos niños más: Alonso Álvarez de Toledo, Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Jaime Carvajal y Urquijo, Fernando Falcó, Agustín Carvajal Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez Torres, Juan José Macaya y José Luís Leal Maldonado. Cuatro de familias aristocráticas y cuatro de la burguesía. 

Pero no fue hasta unos años después cuando, continuando con la formación del príncipe, Don Juan Carlos se encontró con D. Torcuato Fernández-Miranda.

En 1951 la familia Fernández-Miranda se trasladó a Madrid y él fue nombrado director general de Universidades, puesto que, años más tarde, lo llevó a ser designado preceptor de un jovencísimo Príncipe Juan Carlos

D. Torcuato tenía una manera peculiar de enseñar porque no utilizaba libros; los sustituía por conversaciones y reflexiones.  El primer día de clase con el Príncipe, se dio cuenta de que no se ganaría al chico de 21 años si no le hablaba en su mismo lenguaje. «¿No me va a traer libros?», preguntaba el Príncipe. «Su Alteza no los necesita. Trabajaremos como los trapecistas, sin red».

De la relación entre maestro y alumno, se pasó a otra de verdadera amistad. Tan intensa era que despertó ciertos recelos en el entorno de Franco.

Fue en esa etapa cuando Fernández Miranda ofreció al futuro monarca uno de sus más valiosos consejos: que accediera a jurar los Principios del Movimiento, es decir, la lealtad a Franco y a su sistema político, pues ya tendría tiempo de cambiarlos "de la ley a la ley", como le gustaba afirmar al profesor y político asturiano.

 

Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes.

 

Regresamos a 1975.

Como ya hemos dicho más arriba, el día 2 de diciembre, el Rey nombra a Torcuato Fernández-Miranda, Presidente de las Cortes franquistas. Se iniciaba así la demolición del Régimen desde dentro.

El 13 de diciembre, el primer gobierno del Rey, jura desempeñar sus cargos “con absoluta lealtad al Rey y estricta fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y Leyes Fundamentales del Reino”, al tiempo que el Rey confirma en su puesto de Presidente del Gobierno a D. Carlos Arias Navarro. No obstante, pronto se manifestó la dificultad de llevar a cabo las reformas políticas necesarias bajo su gobierno, lo que produjo un distanciamiento cada vez mayor entre Arias Navarro y Juan Carlos I. Finalmente el rey le exigió la dimisión el 1 de julio de 1976 y Arias Navarro se la presentó.  

En el libro “El Rey” de José Luis de Vilallonga, en uno de los párrafos de las conversaciones con Juan Carlos I, le pregunta:

– Sé que Vuestra Majestad estaba muy molesto por tener que jurar ante las Cortes el mantenimiento de los Principios del Movimiento.

– Sí, porque sabía que incluso si juraba mantenerlos, los principios del franquismo no podían seguir vigentes, pues ello equivalía a admitir que el régimen precedente seguía en su lugar. Pero Torcuato Fernández Miranda, sin perder la calma, me decía: «Vuestra Alteza no debe preocuparse. Jurad los Principios del Movimiento, que más tarde los iremos cambiando legalmente uno tras otro.» Su grase favorita era: «Hay que ir de la Ley a la Ley a través de la Ley» Y así fue como se hizo…

Para destruir el sistema franquista y construir una democracia el camino pasaba por la elaboración de una nueva Ley Fundamental, la octava, la Ley para la Reforma Política. En otras palabras, esa ley lo que promovía era el suicidio de las Cortes franquistas, su desaparición en aras de un futuro diferente para los españoles.

D. Torcuato Fernández-Miranda, a la sazón presidente de esas Cortes, fue el cerebro de la Ley para la Reforma Política. Fue él quien redactó el borrador que posteriormente entregó al nuevo presidente del gobierno, Adolfo Suárez, quien fue designado por el Rey tras la dimisión exigida de Carlos Arias Navarro en julio de 1976.

«Hay que ir de la Ley a la Ley a través de la Ley».

El trío formado por D. Torcuato, Adolfo Suárez y el Rey, fueron los artífices de que dicha ley fuera aprobada en las Cortes franquistas. Para ello pusieron en juego todas sus habilidades, sus influencias y supieron influir en las personas clave. Una de las claves para lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, - nieto del dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, - para defenderla en las Cortes.

El presidente de las Cortes redacta la ley, Primo de Rivera es convencido para que la defienda, Adolfo Suárez es quien la presenta, como presidente del gobierno. Y detrás de ellos, moviendo los hilos, D. Juan Carlos I, Rey de España.

La ley fue aprobada en esas Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones. Los franquistas se hicieron finalmente el “seppuku”.

Posteriormente, el 15 de diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum nacional para ratificar la ley.

A partir de ese momento, los acontecimientos se suceden a una velocidad de vértigo.

En abril de 1977, concretamente el sábado de Semana Santa, el gobierno de Adolfo Suárez legaliza al Partido Comunista de España. Las reacciones no se hacen esperar. El Almirante Pita da Veiga, Ministro de Marina, dimite inmediatamente. El resto de los ejércitos está al borde del golpe de estado.

En mayo de 1977, Torcuato Fernández-Miranda dimitió como presidente de las primeras Cortes de la Monarquía al estar en desacuerdo con Adolfo Suárez y con el modo en el que se habían abordado determinados acontecimientos que escapaban a su control, especialmente la cuestión autonómica.

En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.

En agosto de ese mismo año se conforma el grupo de diputados que redactarán el borrador de la futura Constitución española. Son los llamados “padres de la Constitución”.

Por Unión de Centro Democrático (UCD),partido de gobierno durante la Legislatura Constituyente:

·         Gabriel Cisneros Laborda 

·         Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón 

·         José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo 

Por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), principal partido de la oposición durante la misma etapa:

·         Gregorio Peces-Barba Martínez 

Por el Partido Comunista de España (PCE):

·         Jordi Solé Tura 

Por Alianza Popular (AP):

·         Manuel Fraga Iribarne 

Por Minorías Catalana y Vasca (CDC, UDC, PSC-R, EDC y ERC):

·         Miquel Roca i Junyent 

 

A destacar la variedad de tendencias políticas de los diputados, que demuestra el espíritu de reconciliación de todos, desde el Partido Comunista hasta Alianza Popular, en la que se encuadraban muchos de los franquistas “supervivientes” junto con otros que aportaban una visión más moderna y aperturista.

Por otra parte, este período no estuvo exento de luchas de poder, pero, sobre todo, ideológico. Así por ejemplo, el empeño del PSOE por dejar fuera de la ponencia a Enrique Tierno Galván, - fundador del Partido Socialista Popular -  llevó por una serie de razones técnicas a dejar fuera también a los nacionalistas vascos. Esta ausencia se pagaría a un precio muy caro: el Partido Nacionalista Vasco (PNV), como protesta ante la presencia del nacionalismo catalán y no de ellos, no votó la Constitución, quedando hasta el momento fuera del pacto constitucional, aunque lo acate.

Finalmente, el 6 de diciembre de 1978, los españoles votamos en referéndum la aprobación de nuestra Constitución.

D. Torcuato falleció, olvidado, el 19 de junio de 1980 en Londres, a consecuencia de un paro cardíaco.

El gran valor que aporta este período de tiempo se centra, fundamentalmente, en el espíritu de concordia para trabajar todos juntos en favor de una España que necesitaba a todos, al margen de las ideologías opuestas; trabajar en favor de un país que dejó de mirar a su pasado, ya lejano, y debía enfrentarse a un futuro repleto de retos. Un país que debía buscar su hueco en el panorama internacional, pues la dictadura de Franco y el inequívoco posicionamiento político en favor del régimen nazi, en la S.G.M., condenó a España al ostracismo. España, en esos momentos, era la última dictadura de Europa, porque la de Salazar en nuestro vecino Portugal, se terminó en 1974 con la “Revolución de los Claveles”.  La restauración de la democracia nos puso de nuevo en el mapa.

Pero absolutamente nada de esto hubiera sido posible sin la firme voluntad y convicciones democráticas de un Rey, en el que casi nadie confiaba, que supo rodearse de las personas adecuadas: Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez.

Durante muchos años, D. Juan Carlos fue el mejor embajador que pudo tener España. Su imagen era querida y respetada al mismo tiempo y proporcionaba una sensación de seguridad, de estabilidad, tan imprescindibles en lo tocante a la inversión económica tanto nacional como extranjera.

La amistad personal, muy estrecha en muchos casos, de S.M. D. Juan Carlos con la mayoría de las monarquías de los países árabes, supuso un trato de favor, por ejemplo, a la hora de que esos países, rebosantes de petróleo, aplicaran un precio especial a España a la hora de adquirirlo.

El principal problema que ha sufrido la imagen del Rey es que no se han hecho públicas sus innumerables actividades en favor de España y de los españoles. Antes al contrario, cuando España se hizo con el contrato del tren de alta velocidad a la Meca ([1]), en competencia con otros países y otras compañías, ha habido quien ha valorado más importante acusar – que no probar – que dicha adjudicación se debió a algún tipo de soborno en el que el Rey pudiera estar implicado. Al parecer, era más importante la cabeza de D. Juan Carlos que los 7.000 millones del contrato, además del prestigio para las empresas y profesionales españoles que participaron, que no tiene precio.

Hay quien, desde el principio, se propuso terminar con el llamado “espíritu de la Transición”, y no ha ahorrado esfuerzos en su intento.

 

© Carlos Usín

Bibliografía: LO QUE EL REY ME HA PEDIDO. TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LA REFORMA POLÍTICA | PILAR FERNANDEZ MIRANDA | Casa del Libro 



[1] El AVE a La Meca, el mayor contrato industrial de España en la historia (7.000 millones de euros).