Mostrando entradas con la etiqueta Constitución. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Constitución. Mostrar todas las entradas

domingo, junio 08, 2025

Los Intocables de Elliot Ness

Es bien conocido el dicho de que “un pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Y por eso, creo que es importante recordar de dónde venimos para comprender lo que somos. Y, sobre todo, saber valorar lo que tenemos y podemos perder. Por eso, aquí van unos datos históricos.



El asesinato del almirante 
Luis Carrero Blancopresidente del Gobierno español fue perpetrado por la organización terrorista  ETA, el jueves 20 de diciembre de 1973. A mí me pilló en el último curso en el colegio, en COU.

La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Entonces estaba a pocos meses de incorporarme al servicio militar obligatorio. Fui la segunda promoción que juró lealtad a la bandera y al Rey Juan Carlos I. Eso fue en abril de 1976.

En julio de ese año, 1976, el Rey nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez.

A instancias de S.M. y asesorado por Torcuato Fernández-Miranda, Suárez impulsó la Ley para la Reforma Política, o lo que es lo mismo: propició el harakiri de las Cortes de Franco para dar paso a una democracia.

En pleno proceso de la Transición, el 24 de enero de 1977 fue secuestrado Emilio Villaescusa Quilis, a la sazón  jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Fueron los terroristas del GRAPO. En ese momento, lo único que me preocupaba era que nos acuartelaran.

El 9 de abril de 1977 el gobierno de Adolfo Suárez legaliza por sorpresa al Partido Comunista de España. Como resultado de ello, dimite inmediatamente el entonces Ministro de Marina.

En junio de 1977, tan sólo unas semanas antes de licenciarme del ejército, se celebraron las primeras elecciones democráticas en España desde 1936. En esas fechas, me tocó hacer la única guardia que hice en toda la mili.

En diciembre de 1978, hacía unos pocos meses que había entrado en el mundo laboral y, por supuesto, fui uno de los millones de españoles que acudió a votar a favor de nuestra nueva Constitución.

Se estima que desde 1978 el número de españoles nacidos es del entorno de 40 millones.

Es decir, que todos estos datos que guardo entre mis recuerdos por haberlos vivido en primera persona, resultan tan lejanos, tan extraños a esos 40 millones, como lo puedan ser los Reyes Católicos, los Visigodos o Publio Cornelio Escipión; es muy probable que sólo conozcan de estos eventos y personajes si en la Comunidad Autónoma en la que han cursado sus estudios primarios han tenido a bien considerar incluirlos en los libros de historia.

Y es ahí donde se produce el desapego entre los ciudadanos y nuestra democracia: cuando los recuerdos pasan a ser datos históricos se pierde esa implicación personal. Se pierde una parte importante a la hora de poder valorar mejor su impacto, su importancia, su trascendencia.

Es como el sexo sin amor.

Más de 40 millones de españoles han nacido con la democracia ya puesta bajo el brazo. Los que no saben cuánto costó tener democracia, no pueden valorar lo que tienen. La democracia no es un derecho adquirido de por vida. La democracia, se lucha, a veces se consigue y siempre que hay que perseverar en mantenerla. No se mantiene sola.

A ellos, a esos 40 millones, no les hables de los años de plomo de ETA, de cómo había un secuestro, un asesinato, un atentado con coche bomba, un robo o cualquier clase de delito, casi cada semana. Por tanto, no pueden comprender la inquina de todos aquellos que sufrimos – algunos en sus propias carnes - esos atentados. Hijos que iban de la mano de su padre asesinado de un tiro en la cabeza mientras caminaban. La de aquellos que vieron volar el coche despedazado donde estaba el marido, el hermano, el padre, el compañero. Y todos ellos ven ahora cómo los asesinos caminan libres por la calle y hasta se les hacen homenajes, mientras el gobierno mira para otro lado, pero no hace lo mismo con los supuestos actos en pro de Franco (si es que los hubiere).

Los terroristas no se han arrepentido, no han perdido perdón, no han cumplido los miles de años de prisión a los que fueron condenados, no han colaborado en esclarecer los más de 300 asesinatos sin resolver, pero están en la calle. Y para colmo, forman parte de los grupos políticos que sostienen al gobierno central, algunos de cuyos compañeros del partido, fueron asesinados por sus nuevos socios.

Probablemente, esos 40 millones, tampoco sepan quien fue Carrero Blanco, ni Torcuato Fernández-Miranda. Quiero ser optimista y asumo que sí les suena Adolfo Suárez, pero estoy seguro que no conocen los entresijos de cómo se forjó algo de lo que los españoles nos sentimos tan orgullosos: la Transcición. Los tejemanejes que tuvieron que realizar, las conversaciones discretas, los pactos alcanzados para que, aquellos que habían jurado lealtad eterna a Franco, permitieran que España fuera una democracia.

Estoy seguro de que no conocen el papel crucial, fundamental, que jugó Juan Carlos I, para que los españoles tuviéramos una Constitución en la que el propio rey, renunciaba a disfrutar de tanto poder como el que tiene el de Reino Unido, por ejemplo.

Y los españoles durante muchos años nos sentimos orgullosos de haber servido de ejemplo al mundo de cómo se puede pasar de una dictadura – la de Franco – a una democracia. Sin guerra civil, aunque sí con ETA, y con un intento de golpe de estado frustrado. Por cierto, por El Rey.

Nos sentimos orgullosos de cómo fuimos capaces de crear una nueva Constitución donde todos tenían cabida. La Constitución fue apoyada por el 87,87% de los votantes, que representaba el 58,97% del censo electoral.

En Cataluña votó a favor el 90% de los votantes. En el País Vasco, el 70%.

En aquellos días, muchas veces tumultuosos y tristes por los atentados, por la incertidumbre de un futuro siempre incierto, creímos en nuestra democracia, en nuestras instituciones. Con algunas reservas, no ciegamente y no siempre, pero existía una cierta confianza. Creímos en la Justicia y pensamos que, aunque a trancas y barrancas, los malos pagarían sus fechorías.

Han pasado los años y lamentablemente en los últimos tiempos, estamos siendo testigos de un desmoronamiento de todo aquello que los españoles, - todos los españoles-, construimos allá a finales de los años 70. Aquella fe que depositamos en las instituciones, en la Justicia, en las FFyCC de seguridad del estado, en nuestros gobernantes y que, unas veces mejor que otras, parecía funcionar, de un tiempo a esta parte asistimos frustrados al desmantelamiento de todo eso.

La Constitución establece en su artículo 122 que 8 de los 20 vocales del Consejo General del Poder Judicial los nombre el Congreso y el Senado entre juristas de reconocida competencia. Y los otros 12 se elegirán entre jueces y magistrados de todas las categorías.

En 1985, con la mayoría del gobierno socialista de Felipe González se modificó la Ley Orgánica de 1980 y se fijó el que los 20 vocales los eligieran a partes iguales las dos Cámaras. Era la mejor manera de politizar la Justicia.

De aquellas lluvias, tenemos estos lodos. 

La lucha por el control político de la Justicia y de sus resortes – CGPJ, Fiscal General, TC, TS – ha sido y es feroz. Hasta tal punto que aquellos jueces que actúan de modo contrario a los intereses del gobierno, son objeto de una despiadada persecución, incluidos todos los miembros del Consejo de Ministros, con el propio Ministro de Justicia a la cabeza.

De repente, un día descubrimos que hasta había un comisario de policía, con sus ilegalidades a la espalda y sus interminables grabaciones e informes de todo quisqui, que dejaba pequeño al gran maestro Francisco Paesa.

Descubrimos atónitos cómo es posible robar 700 millones de euros a los desempleados de Andalucía, repartir ese dinero entre amigos, meretrices, cocaína, alcohol y demás, y ser declarados inocentes…después de haber sido condenados en firme por el Tribunal Supremo.

Y la misma desagradable sorpresa resulta cuando nos levantamos una mañana y descubrimos que se elimina del código penal español el delito de sedición.

El delito de sedición consiste en alzarse pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o al margen de las vías legales, la aplicación de las leyes. Este delito está contemplado en el artículo 544 del Código Penal. La condena que llevaba aparejada iba desde los 10 hasta los 15 años de prisión. Con la reforma de la ley correspondiente, el castigo por sedición se queda en una pena de prisión de 6 meses a 3 años.

Incendiar Barcelona salió barato. A los incendiarios, me refiero.

En el caso del concepto de malversación, o sea, robar dinero público, el matiz por el que te pueden declarar no culpable es que no tengas “ánimo de lucro”. O sea, que puedes robar para financiar un golpe de estado, organizar una sedición, armar un ejército o algo similar, pero no lo puedes ingresar en tu cuenta del Santander o del BBVA, por ejemplo.

Los atribulados ciudadanos asistimos estupefactos – día sí y día también - a un desfile inimaginable de corruptos, ladrones, tramposos, nepotistas y en general, gentes sin escrúpulos y sin más intención que la de enriquecerse de la manera que sea, mientras pueda y cuanto antes mejor.

Mi memoria es larga en el tiempo y excelente en los detalles, y a lo largo de todos estos años de democracia recuerdo casos de corrupción varios. Pero en aquellos años no había la preocupante sensación de descaro, de impunidad que parecen mostrar los delincuentes actuales. Entonces, albergábamos la esperanza de que la Justicia, aunque lenta, seguiría su camino y en algún momento, habría una sentencia condenatoria contra los culpables. Más o menos.

Sin embargo, la sensación de ahora es que, con el control dictatorial de los resortes de la Justicia, presumiendo públicamente y de forma indecorosa de que “el fiscal general de ¿quién depende? pues eso”, resulta difícil creer en ella. Aún más difícil cuando hay sobradas muestras de que el propio fiscal general va a ser imputado ante el TS por faltar gravemente a sus responsabilidades y someterse sumisamente a los requerimientos de su jefe. Y de que el TC contradice al TS, siempre que lo considere oportuno, se limita a obedecer las órdenes del gobierno y responde con maquiavélicos y retorcidos argumentos técnicos a lo que interesa políticamente en cada momento, afirmando con la misma rotundidad y vehemencia que una cosa es blanca y negra, en función del tiempo.

En realidad, la defensa de los últimos reductos de democracia que nos queda está en manos de muy contadas personas, con un poder relativo. Tal vez no lleguen a sumar ni 300, como aquellos valientes espartanos que se enfrentaron al inmenso ejército persa en las Termópilas.

Nuestros espartanos, en realidad, son algunos jueces, fiscales y la mayoría de los miembros de la Policía y la Guardia Civil.

La situación que estamos viviendo se asemeja bastante más a la que se muestra en la película “Los Intocables de Elliot Ness”.

En esa magnífica cinta, con un elenco de actores envidiable, dirigidos por Brian de Palma y como guinda del pastel la música de Enio Morricone, la ciudad de Chicago estaba infestada de corruptos de arriba abajo: El alcalde, los concejales, empresarios, los políticos…hasta la propia policía, cobraba sus mordidas del mafioso Al Capone.

En nuestro caso no se trata de una ciudad; se trata del país entero. Y del mismo modo que los de Elliot Ness fueron perseguidos por los mafiosos, nuestros defensores están siendo perseguidos por el gobierno. Al igual que en la película Capone le encarga a su mano derecha, Frank Nitti, que elimine a Elliot Ness, en nuestro thriller particular, también hay varios “Frank Nitti” dispuestos a eliminar la amenaza que representan nuestros Elliot Ness particulares.

Y, de nuevo, la realidad supera la ficción: Capone es detenido y encarcelado por las pruebas obtenidas de uno de sus más allegados colaboradores, no por sus crímenes y asesinatos, sino por defraudar a Hacienda.

Películas aparte, debemos ser muy conscientes de que lo que nos queda de democracia podemos perderlo. No es una exageración. Preguntad a los venezolanos que tenéis al lado.

La historia nos enseña que lo del Caballo de Troya no fue sólo una anécdota. Hitler asumió el mando de Alemania y se pulió de un plumazo la democracia e instauró una dictadura.

Y hay que ser muy conscientes de que, si perdemos nuestra democracia, iremos DE NUEVO, a una dictadura; pero en este caso, de extrema izquierda.

Volver a empezar es una película estupenda de J. L. Garci, pero no es una opción para España. Recordemos nuestra historia; aprendamos de ella.

jueves, febrero 02, 2023

La Transición española.

Hemos entrado en un mes, febrero, que por diversas razones es un mes especial. El próximo día 23, pero en 1981, España sufrió un golpe de estado promovido por algunos militares descontentos con la marcha de la recientemente instaurada democracia.

Hoy casualmente, me he encontrado en Facebook con una intervención del que ha sido el mejor Presidente del Gobierno que hemos tebido: Adolfo Suárez. Y he pensado que hay muchas personas, dentro y fuera de España, que no tienen bien claro qué sucedió hace tan solo 40 años. Por eso, creo que sería bueno recordar algunos aspectos de nuestra historia que han quedado arrinconados.


***

La Transición.

 

El 6 de diciembre de 1978 es la fecha comúnmente aceptada en la que se establece el final de la llamada “Transición”, un período de tiempo crucial en la vida de los españoles, que se inició con la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975. Por primera vez en nuestra historia reciente, España fue capaz de superar un estado dictatorial dirigido por Franco y convertirse en una nueva democracia en Europa, algo anhelado por muchos desde hacía mucho tiempo. Y lo hizo en un tiempo récord de tres años y sin derramamiento de sangre entre hermanos, como venía siendo habitual en nuestra historia. Mención aparte, los atentados terroristas de ETA y algunos de la extrema derecha, con los que unos y otros pretendían imponer sus voluntades.

Para cualquiera que no tenga la edad suficiente, no se lo hayan enseñado en la escuela o no esté al corriente de las vicisitudes que acontecieron en aquellos años en España, sirva esta colaboración para intentar mostrar algo de lo que sucedió, y por qué.

Como todo proceso, tiene un principio que dataremos en el fallecimiento de Franco.

20 de noviembre de 1975.

Tras varias semanas de agonía, la última de las cuales ya estaba en coma, “Su Excelencia el Generalísimo Francisco Franco, Caudillo de España” muere en el hospital público “La Paz”, de Madrid.

En el momento de su muerte hacía ya tiempo que venía arrastrando unos serios problemas de salud, como corresponde a una persona de su avanzada edad (82 años al morir) y con experiencia en batallas bélicas en su juventud. Tenía un párkinson avanzado y durante sus últimos días, fue intervenido quirúrgicamente tres veces a vida o muerte.

A los problemas ocasionados por el deterioro por la edad, habría que añadir otros acaecidos durante sus batallas con el moro a comienzos del siglo xx. Así en 1916, en una rafia cerca de Ceuta fue herido de gravedad en el bajo vientre y casi muere en un hospital días después.

Un accidente de caza en 1961 le produjo heridas en su mano izquierda que necesitaron de intervención en el Hospital del Aire.

“A principio de julio de 1974, Franco sufrió una tromboflebitis. Un trombo, junto a una subida de urea, derivado de las muchas horas que el dictador pasó sentado aquel verano frente al televisor viendo los partidos de la fase final del Mundial de Fútbol que se celebró en la Alemania Federal. Frente a la pantalla, Franco desarrolló un absceso bajo un callo y, más pronto que tarde, requirió asistencia médica.” (ABC - 19/11/2018)

En ese momento (1974) la situación del enfermo era bastante más grave de lo que se informaba a la sociedad – no utilizo el término opinión pública porque daría a entender que podría haber más de una. Hasta tal punto que el entonces ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas, reunió a los directores de diarios para hablar de las llamadas «previsiones sucesorias». Don Juan Carlos fue, de forma interina, jefe del Estado durante 15 días, hasta el 2 de septiembre.

Esta es la clave inicial desde la que parte un proceso que sólo estaba en la cabeza de Don Juan Carlos y de nadie más. Explicaremos el porqué.

Como acabo de decir, Don Juan Carlos era la persona designada a suceder a Franco cuando este falleciera. Pero ¿cómo puede ser que una persona de sangre real suceda como jefe del Estado a un dictador? El proceso fue algo tortuoso y no exento de tensiones.

¿Quién sucede a un dictador?

Lo normal en estos casos es que el poder de un dictador – obtenido de la forma que fuere – pase a otro y a ser posible, de la misma sangre. Sin embargo, por algún extraño sortilegio, la Naturaleza ha sido benévola con los seres humanos y nos ha privado de padecer a los vástagos de Gengis Khan, Atila, Nerón, Calígula, Hitler, Stalin, Mussolini y Franco, por limitar la lista. 

Así es que, así las cosas, Franco tenía que resolver el asunto de quién le sucedería en su momento. Dentro del modelo de Estado autárquico y dictatorial que diseñó, promulgó una serie de leyes a las que llamó “fundamentales”. Para ello promovió una “Ley de Sucesión” a la que sometió a un referéndum nacional.

El referéndum sobre la Ley de Sucesión se celebró en España el 6 de julio de 1947, ​ siendo el primer proceso electoral celebrado después de la victoria franquista en la guerra civil española y el establecimiento de la dictadura de Francisco Franco. La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado pretendía estipular la restauración de la monarquía española, pero nombraba asimismo a Franco jefe de Estado vitalicio –o hasta su renuncia–, teniendo la facultad de escoger a su sucesor, rey o regente, y establecer formalmente de nuevo el Reino de España.

Como no podía ser de otra forma, dicho referéndum obtuvo una amplia mayoría en la población. Ya sólo quedaba el acto formal de promulgar la ley y comunicarla a las Cortes.

La Ley Fundamental del 26 de julio de 1947, una de las leyes fundamentales sobre las que se establecía el franquismo, establecía que España era un «reino católico, social y representativo», por lo que muchos dieron por hecho que a Franco le sucedería un rey, pero quedaba por saber quién.

Los derechos dinásticos a la corona de España, los tenía legalmente el padre de Don Juan Carlos, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona e hijo de Don Alfonso XIII. La mera posibilidad de que Don Juan no accediera al trono y lo hiciera su hijo Don Juan Carlos, creó unas tensiones entre ellos. A esta tensa situación había que añadir la repulsión mutua existente entre Don Juan y Franco, quien consideraba a aquel, “peligrosamente democrático y cercano «a los rojos»”.

«Don Juan lo sabía y, en su fuero interno, siempre supo que Franco nunca iba a aceptar que él se hiciera con la corona tras su muerte. Pero eso no quería decir que no le doliera y tenía mucha envidia de su hijo, a quien veía con más opciones de hacerse con la corona. Juan Carlos, obviamente, estaba harto de los insultos y los recelos de su padre y en una ocasión, cuando don Juan le acusó de intrigar para conseguir la corona, le echó en cara: «Tú juegas a una carta; y yo estoy jugando a otra, pero porque tú quisiste enviarme a estudiar a Madrid, cerca de Franco». Y tenía razón: durante toda su vida, Juan Carlos había sido un mero peón en el juego de ajedrez que jugaron don Juan y Franco.» (El Independiente – 22/07/2022).

Por otra parte, estaba también el primo de D. Juan Carlos, D. Alfonso de Borbón Dampierre, casado con una de las nietas de Franco. De hecho, este matrimonio siempre se interpretó como un intento de fusionar el apellido Franco – cuyo padre les abandonó siendo él un niño – con el de una de las estirpes reales más antiguas de Europa.

Así pues, D. Juan Carlos ni era el único en la carrera ni sabía cuál iba a ser la decisión final de Franco que siempre se mostró críptico y extremadamente reservado. O sea, ejerció de gallego.  

En julio de 1969 Franco llamó a su residencia oficial, en el Palacio de El Pardo de Madrid, a Don Juan Carlos. Fue en ese momento cuando le dijo cara a cara que sería él quien le sucedería. Don Juan Carlos lo aceptó sin ningún entusiasmo, a pesar de lo cual, la relación entre su padre, Don Juan de Borbón y él mismo, se resintió hasta el punto de no hablarse durante muchos meses.

En la noche del 21 al 22 de julio, España estaba pegada al televisor para ver cómo Armstrong, Collins y Aldrin hacían historia al poner un pie en la luna. Ese mismo 22 de julio de 1969, España seguiría pegada al televisor por la mañana. Franco dio el paso y comunicó a las Cortes que había decidido nombrar a Juan Carlos como su sucesor. Juan Carlos se pasó la noche sin dormir de nuevo, pero esta vez porque le preocupaba tener que jurar los principios del movimiento. Su discurso no acaba de gustarle y requirió decenas de borradores y horas de trabajo.

Este fue su discurso en aquel transcendental momento.

«Excmo. Sr. Presidente de las Cortes:

Estoy profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su Excelencia el Jefe del Estado, al proponer a las Cortes, haciendo uso de la facultad que le concede el artículo 6 de la Ley de Sucesión, mi nombramiento como sucesor a título de rey, así como el altísimo honor que me ha hecho el supremo órgano legislativo del país al aprobar la propuesta que sancionada, ha quedado convertida en Ley.

Me acabáis de comunicar oficialmente su contenido y plenamente consciente de la enorme responsabilidad que sobre mí va a recaer acepto, en mi nombre y en el de mis sucesores, las obligaciones y deberes que me impone esta designación, pues considero que en definitiva se trata de obedecer un mandato de nuestro pueblo expresado en forma legítima y fehaciente a través de su representación genuina, que son las Cortes Españolas.

Formado en la España surgida el 18 de Julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mandato magistral del Generalísimo.

Este acto trascendental para mí, representa mi entrega total al servicio de la patria.

Mi aceptación incluye una promesa firme que formulo ante VV. EE. Para el día, que deseo tarde mucho tiempo, en que tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento del deber, velando porque los principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino sean observados, sino también para y dentro de esas normas jurídicas, los españoles vivan en paz y logren cada día un desarrollo creciente en lo social, en lo cultural y en lo económico.

Os ruego, pues, señor vicepresidente del Gobierno y señor presidente de las Cortes, que así se lo comuniquéis respectivamente a Su Excelencia el Jefe del Estado y a las Cortes Españolas.

Que Dios me ilumine y me ayude en un perseverante servicio a nuestra amada España y que cada día sea una realidad plena de nuestros anhelos de unidad, grandeza y libertad de la patria.»

 

Juan Carlos I, Rey de España.

 

En el momento del fallecimiento de Franco, todos – los franquistas, los monárquicos y el resto – asumieron que Don Juan Carlos actuaría tal y como Franco había previsto: ser un sucesor, un continuista de su labor, de su visión, aunque con el título de rey. Todos se equivocaron. Don Juan Carlos tenía sus propias ideas y las puso en práctica sin demora alguna.

Tras la muerte de Franco el día 20 de noviembre, asumió el control de España transitoriamente, el denominado Consejo de Regencia. Un par de días después, el día 22, Juan Carlos I es proclamado Rey en las Cortes.

El 2 de diciembre de 1975 don Juan Carlos nombra a Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes; el desmantelamiento del Régimen va a comenzar. Torcuato también jura, pero en su discurso, tras afirmar que la memoria de Franco es “para todos nosotros inolvidable”, también dice que “el pasado no me ata”.

 

¿Quién era Torcuato Fernández-Miranda?

 

Para conocer su figura y su influencia en nuestra historia, hay que retroceder en el tiempo y remontarnos al 25 de agosto de 1948. En esa fecha tuvo lugar una reunión histórica entre el Jefe del Estado, Francisco Franco y Su Alteza Real Don Juan de Borbón, hijo de S.M. D. Alfonso XIII.

Ambos, Franco y Don Juan, eran unos apasionados del mar y tal vez por ello, entre otras muchas razones, la entrevista se produjo en aguas de San Sebastián a bordo del yate Azor, propiedad del Estado, un bajel de 30 metros de eslora por 5 de manga. Un buque de lujo que contaba con cuatro camarotes dobles con baño, uno para los marineros, un salón y una cocina. 

El encuentro duró tres horas y tras debatir todo tipo de temas, los protagonistas llegaron a la conclusión de que Juan Carlos cursaría sus estudios en España - de esta forma, Franco tendría un «rehén» que le garantizaría hacer las veces de regente y le permitiría acercarse a los aliados, vencedores de la S.G.M. – aunque no sin ciertos reparos.

Según nos cuenta el historiador Paul Preston:

«Don Juan respondió con sinceridad a esta primera tentativa: «¿Cómo voy a mandar a mi hijo a España, mientras sea un delito gritar viva el rey, se multe a quienes se reúnen para hablar de la Monarquía, se prohíba, toda clase de propaganda y se persiga a los que me son fieles?». Por su parte, el Jefe del Estado se limitó a decirle: «Todo eso puede arreglarse».

Don Juan Carlos, un niño de apenas 10 años, viaja solo en un tren desde Lisboa hasta la estación de Villaverde, cerca de Madrid, donde le recibieron importantes personajes de la aristocracia y la burguesía de entonces. Al Príncipe le sorprendió que a su coche le acompañara una larga fila de automóviles de monárquicos en señal de homenaje. Lo llevaron a la finca “Las Jarillas”, una gran casa de estilo andaluz situada a 17 kilómetros de Madrid en la carretera de Colmenar Viejo, cercana de El Pardo y al acuartelamiento militar de El Goloso. Es decir, a tiro de piedra de donde tenía su residencia oficial Francisco Franco.

Ese sería el lugar en el que iba a recibir sus estudios, acompañado de tan sólo ochos niños más: Alonso Álvarez de Toledo, Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Jaime Carvajal y Urquijo, Fernando Falcó, Agustín Carvajal Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez Torres, Juan José Macaya y José Luís Leal Maldonado. Cuatro de familias aristocráticas y cuatro de la burguesía. 

Pero no fue hasta unos años después cuando, continuando con la formación del príncipe, Don Juan Carlos se encontró con D. Torcuato Fernández-Miranda.

En 1951 la familia Fernández-Miranda se trasladó a Madrid y él fue nombrado director general de Universidades, puesto que, años más tarde, lo llevó a ser designado preceptor de un jovencísimo Príncipe Juan Carlos

D. Torcuato tenía una manera peculiar de enseñar porque no utilizaba libros; los sustituía por conversaciones y reflexiones.  El primer día de clase con el Príncipe, se dio cuenta de que no se ganaría al chico de 21 años si no le hablaba en su mismo lenguaje. «¿No me va a traer libros?», preguntaba el Príncipe. «Su Alteza no los necesita. Trabajaremos como los trapecistas, sin red».

De la relación entre maestro y alumno, se pasó a otra de verdadera amistad. Tan intensa era que despertó ciertos recelos en el entorno de Franco.

Fue en esa etapa cuando Fernández Miranda ofreció al futuro monarca uno de sus más valiosos consejos: que accediera a jurar los Principios del Movimiento, es decir, la lealtad a Franco y a su sistema político, pues ya tendría tiempo de cambiarlos "de la ley a la ley", como le gustaba afirmar al profesor y político asturiano.

 

Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes.

 

Regresamos a 1975.

Como ya hemos dicho más arriba, el día 2 de diciembre, el Rey nombra a Torcuato Fernández-Miranda, Presidente de las Cortes franquistas. Se iniciaba así la demolición del Régimen desde dentro.

El 13 de diciembre, el primer gobierno del Rey, jura desempeñar sus cargos “con absoluta lealtad al Rey y estricta fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y Leyes Fundamentales del Reino”, al tiempo que el Rey confirma en su puesto de Presidente del Gobierno a D. Carlos Arias Navarro. No obstante, pronto se manifestó la dificultad de llevar a cabo las reformas políticas necesarias bajo su gobierno, lo que produjo un distanciamiento cada vez mayor entre Arias Navarro y Juan Carlos I. Finalmente el rey le exigió la dimisión el 1 de julio de 1976 y Arias Navarro se la presentó.  

En el libro “El Rey” de José Luis de Vilallonga, en uno de los párrafos de las conversaciones con Juan Carlos I, le pregunta:

– Sé que Vuestra Majestad estaba muy molesto por tener que jurar ante las Cortes el mantenimiento de los Principios del Movimiento.

– Sí, porque sabía que incluso si juraba mantenerlos, los principios del franquismo no podían seguir vigentes, pues ello equivalía a admitir que el régimen precedente seguía en su lugar. Pero Torcuato Fernández Miranda, sin perder la calma, me decía: «Vuestra Alteza no debe preocuparse. Jurad los Principios del Movimiento, que más tarde los iremos cambiando legalmente uno tras otro.» Su grase favorita era: «Hay que ir de la Ley a la Ley a través de la Ley» Y así fue como se hizo…

Para destruir el sistema franquista y construir una democracia el camino pasaba por la elaboración de una nueva Ley Fundamental, la octava, la Ley para la Reforma Política. En otras palabras, esa ley lo que promovía era el suicidio de las Cortes franquistas, su desaparición en aras de un futuro diferente para los españoles.

D. Torcuato Fernández-Miranda, a la sazón presidente de esas Cortes, fue el cerebro de la Ley para la Reforma Política. Fue él quien redactó el borrador que posteriormente entregó al nuevo presidente del gobierno, Adolfo Suárez, quien fue designado por el Rey tras la dimisión exigida de Carlos Arias Navarro en julio de 1976.

«Hay que ir de la Ley a la Ley a través de la Ley».

El trío formado por D. Torcuato, Adolfo Suárez y el Rey, fueron los artífices de que dicha ley fuera aprobada en las Cortes franquistas. Para ello pusieron en juego todas sus habilidades, sus influencias y supieron influir en las personas clave. Una de las claves para lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, - nieto del dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, - para defenderla en las Cortes.

El presidente de las Cortes redacta la ley, Primo de Rivera es convencido para que la defienda, Adolfo Suárez es quien la presenta, como presidente del gobierno. Y detrás de ellos, moviendo los hilos, D. Juan Carlos I, Rey de España.

La ley fue aprobada en esas Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones. Los franquistas se hicieron finalmente el “seppuku”.

Posteriormente, el 15 de diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum nacional para ratificar la ley.

A partir de ese momento, los acontecimientos se suceden a una velocidad de vértigo.

En abril de 1977, concretamente el sábado de Semana Santa, el gobierno de Adolfo Suárez legaliza al Partido Comunista de España. Las reacciones no se hacen esperar. El Almirante Pita da Veiga, Ministro de Marina, dimite inmediatamente. El resto de los ejércitos está al borde del golpe de estado.

En mayo de 1977, Torcuato Fernández-Miranda dimitió como presidente de las primeras Cortes de la Monarquía al estar en desacuerdo con Adolfo Suárez y con el modo en el que se habían abordado determinados acontecimientos que escapaban a su control, especialmente la cuestión autonómica.

En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.

En agosto de ese mismo año se conforma el grupo de diputados que redactarán el borrador de la futura Constitución española. Son los llamados “padres de la Constitución”.

Por Unión de Centro Democrático (UCD),partido de gobierno durante la Legislatura Constituyente:

·         Gabriel Cisneros Laborda 

·         Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón 

·         José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo 

Por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), principal partido de la oposición durante la misma etapa:

·         Gregorio Peces-Barba Martínez 

Por el Partido Comunista de España (PCE):

·         Jordi Solé Tura 

Por Alianza Popular (AP):

·         Manuel Fraga Iribarne 

Por Minorías Catalana y Vasca (CDC, UDC, PSC-R, EDC y ERC):

·         Miquel Roca i Junyent 

 

A destacar la variedad de tendencias políticas de los diputados, que demuestra el espíritu de reconciliación de todos, desde el Partido Comunista hasta Alianza Popular, en la que se encuadraban muchos de los franquistas “supervivientes” junto con otros que aportaban una visión más moderna y aperturista.

Por otra parte, este período no estuvo exento de luchas de poder, pero, sobre todo, ideológico. Así por ejemplo, el empeño del PSOE por dejar fuera de la ponencia a Enrique Tierno Galván, - fundador del Partido Socialista Popular -  llevó por una serie de razones técnicas a dejar fuera también a los nacionalistas vascos. Esta ausencia se pagaría a un precio muy caro: el Partido Nacionalista Vasco (PNV), como protesta ante la presencia del nacionalismo catalán y no de ellos, no votó la Constitución, quedando hasta el momento fuera del pacto constitucional, aunque lo acate.

Finalmente, el 6 de diciembre de 1978, los españoles votamos en referéndum la aprobación de nuestra Constitución.

D. Torcuato falleció, olvidado, el 19 de junio de 1980 en Londres, a consecuencia de un paro cardíaco.

El gran valor que aporta este período de tiempo se centra, fundamentalmente, en el espíritu de concordia para trabajar todos juntos en favor de una España que necesitaba a todos, al margen de las ideologías opuestas; trabajar en favor de un país que dejó de mirar a su pasado, ya lejano, y debía enfrentarse a un futuro repleto de retos. Un país que debía buscar su hueco en el panorama internacional, pues la dictadura de Franco y el inequívoco posicionamiento político en favor del régimen nazi, en la S.G.M., condenó a España al ostracismo. España, en esos momentos, era la última dictadura de Europa, porque la de Salazar en nuestro vecino Portugal, se terminó en 1974 con la “Revolución de los Claveles”.  La restauración de la democracia nos puso de nuevo en el mapa.

Pero absolutamente nada de esto hubiera sido posible sin la firme voluntad y convicciones democráticas de un Rey, en el que casi nadie confiaba, que supo rodearse de las personas adecuadas: Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez.

Durante muchos años, D. Juan Carlos fue el mejor embajador que pudo tener España. Su imagen era querida y respetada al mismo tiempo y proporcionaba una sensación de seguridad, de estabilidad, tan imprescindibles en lo tocante a la inversión económica tanto nacional como extranjera.

La amistad personal, muy estrecha en muchos casos, de S.M. D. Juan Carlos con la mayoría de las monarquías de los países árabes, supuso un trato de favor, por ejemplo, a la hora de que esos países, rebosantes de petróleo, aplicaran un precio especial a España a la hora de adquirirlo.

El principal problema que ha sufrido la imagen del Rey es que no se han hecho públicas sus innumerables actividades en favor de España y de los españoles. Antes al contrario, cuando España se hizo con el contrato del tren de alta velocidad a la Meca ([1]), en competencia con otros países y otras compañías, ha habido quien ha valorado más importante acusar – que no probar – que dicha adjudicación se debió a algún tipo de soborno en el que el Rey pudiera estar implicado. Al parecer, era más importante la cabeza de D. Juan Carlos que los 7.000 millones del contrato, además del prestigio para las empresas y profesionales españoles que participaron, que no tiene precio.

Hay quien, desde el principio, se propuso terminar con el llamado “espíritu de la Transición”, y no ha ahorrado esfuerzos en su intento.

 

© Carlos Usín

Bibliografía: LO QUE EL REY ME HA PEDIDO. TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LA REFORMA POLÍTICA | PILAR FERNANDEZ MIRANDA | Casa del Libro 



[1] El AVE a La Meca, el mayor contrato industrial de España en la historia (7.000 millones de euros).