Hemos entrado en un mes, febrero, que por diversas razones es un mes especial. El próximo día 23, pero en 1981, España sufrió un golpe de estado promovido por algunos militares descontentos con la marcha de la recientemente instaurada democracia.
Hoy casualmente, me he encontrado en Facebook con una intervención del que ha sido el mejor Presidente del Gobierno que hemos tebido: Adolfo Suárez. Y he pensado que hay muchas personas, dentro y fuera de España, que no tienen bien claro qué sucedió hace tan solo 40 años. Por eso, creo que sería bueno recordar algunos aspectos de nuestra historia que han quedado arrinconados.
***
La Transición.
El 6 de diciembre de 1978 es la
fecha comúnmente aceptada en la que se establece el final de la llamada
“Transición”, un período de tiempo crucial en la vida de los españoles, que se
inició con la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975. Por
primera vez en nuestra historia reciente, España fue capaz de superar un estado
dictatorial dirigido por Franco y convertirse en una nueva democracia en
Europa, algo anhelado por muchos desde hacía mucho tiempo. Y lo hizo en un
tiempo récord de tres años y sin derramamiento de sangre entre hermanos, como
venía siendo habitual en nuestra historia. Mención aparte, los atentados
terroristas de ETA y algunos de la extrema derecha, con los que unos y otros
pretendían imponer sus voluntades.
Para cualquiera que no tenga la
edad suficiente, no se lo hayan enseñado en la escuela o no esté al corriente
de las vicisitudes que acontecieron en aquellos años en España, sirva esta
colaboración para intentar mostrar algo de lo que sucedió, y por qué.
Como todo proceso, tiene un
principio que dataremos en el fallecimiento de Franco.
20 de noviembre de 1975.
Tras varias semanas de agonía, la
última de las cuales ya estaba en coma, “Su Excelencia el Generalísimo
Francisco Franco, Caudillo de España” muere en el hospital público “La Paz”, de
Madrid.
En el momento de su muerte hacía
ya tiempo que venía arrastrando unos serios problemas de salud, como
corresponde a una persona de su avanzada edad (82 años al morir) y con
experiencia en batallas bélicas en su juventud. Tenía un párkinson avanzado y
durante sus últimos días, fue intervenido quirúrgicamente tres veces a vida o
muerte.
A los problemas ocasionados por
el deterioro por la edad, habría que añadir otros acaecidos durante sus
batallas con el moro a comienzos del siglo xx. Así en 1916, en una rafia cerca
de Ceuta fue herido de gravedad en el bajo vientre y casi
muere en un hospital días después.
Un accidente de caza en 1961 le
produjo heridas en su mano izquierda que necesitaron de intervención en el
Hospital del Aire.
“A
principio de julio de 1974, Franco sufrió una tromboflebitis. Un trombo, junto
a una subida de urea, derivado de las muchas horas que el dictador pasó sentado
aquel verano frente al televisor viendo los partidos de la fase final del
Mundial de Fútbol que se celebró en la Alemania Federal. Frente a
la pantalla, Franco desarrolló un absceso bajo un callo y, más pronto que tarde,
requirió asistencia médica.” (ABC - 19/11/2018)
En ese momento (1974) la
situación del enfermo era bastante más grave de lo que se informaba a la
sociedad – no utilizo el término opinión pública porque daría a entender que
podría haber más de una. Hasta tal punto que el entonces ministro de
Información y Turismo, Pío Cabanillas, reunió a los directores de
diarios para hablar de las llamadas «previsiones sucesorias». Don
Juan Carlos fue, de forma interina, jefe del Estado durante 15 días, hasta
el 2 de septiembre.
Esta es la clave inicial desde la
que parte un proceso que sólo estaba en la cabeza de Don Juan Carlos y de nadie
más. Explicaremos el porqué.
Como acabo de decir, Don Juan
Carlos era la persona designada a suceder a Franco cuando este falleciera. Pero
¿cómo puede ser que una persona de sangre real suceda como jefe del Estado a un
dictador? El proceso fue algo tortuoso y no exento de tensiones.
¿Quién sucede a un dictador?
Lo normal en estos casos es que el poder de un dictador – obtenido de la forma que fuere – pase a otro y a ser posible, de la misma sangre. Sin embargo, por algún extraño sortilegio, la Naturaleza ha sido benévola con los seres humanos y nos ha privado de padecer a los vástagos de Gengis Khan, Atila, Nerón, Calígula, Hitler, Stalin, Mussolini y Franco, por limitar la lista.
Así es que, así las cosas, Franco
tenía que resolver el asunto de quién le sucedería en su momento. Dentro del
modelo de Estado autárquico y dictatorial que diseñó, promulgó una serie de
leyes a las que llamó “fundamentales”. Para ello promovió una “Ley de Sucesión”
a la que sometió a un referéndum nacional.
El referéndum sobre la
Ley de Sucesión se celebró en España el 6 de julio de 1947, siendo el primer
proceso electoral celebrado después de la victoria franquista en la guerra civil española y el
establecimiento de la dictadura de Francisco Franco. La Ley de Sucesión en la Jefatura del
Estado pretendía estipular la restauración de la monarquía española, pero nombraba
asimismo a Franco jefe de Estado vitalicio –o hasta su
renuncia–, teniendo la facultad de escoger a su sucesor, rey o regente, y establecer formalmente de nuevo el
Reino de España.
Como no podía ser de otra forma,
dicho referéndum obtuvo una amplia mayoría en la población. Ya sólo quedaba el
acto formal de promulgar la ley y comunicarla a las Cortes.
La Ley Fundamental del 26 de
julio de 1947, una de las leyes fundamentales sobre las que se establecía el
franquismo, establecía que España era un «reino católico, social y
representativo», por lo que muchos dieron por hecho que a Franco le
sucedería un rey, pero quedaba por saber quién.
Los derechos dinásticos a la
corona de España, los tenía legalmente el padre de Don Juan Carlos, Don Juan de
Borbón, Conde de Barcelona e hijo de Don Alfonso XIII. La mera posibilidad de
que Don Juan no accediera al trono y lo hiciera su hijo Don Juan Carlos, creó
unas tensiones entre ellos. A esta tensa situación había que añadir la
repulsión mutua existente entre Don Juan y Franco, quien consideraba a aquel, “peligrosamente
democrático y cercano «a los rojos»”.
«Don Juan
lo sabía y, en su fuero interno, siempre supo que Franco nunca iba a aceptar
que él se hiciera con la corona tras su muerte. Pero eso no quería decir que no
le doliera y tenía mucha envidia de su hijo, a quien veía con más opciones de
hacerse con la corona. Juan Carlos, obviamente, estaba harto de los
insultos y los recelos de su padre y en una ocasión, cuando don Juan le acusó
de intrigar para conseguir la corona, le echó en cara: «Tú
juegas a una carta; y yo estoy jugando a otra, pero porque tú quisiste enviarme
a estudiar a Madrid, cerca de Franco». Y tenía razón: durante toda su vida,
Juan Carlos había sido un mero peón en el juego de ajedrez que jugaron don Juan
y Franco.» (El
Independiente – 22/07/2022).
Por otra parte, estaba también el
primo de D. Juan Carlos, D. Alfonso de Borbón Dampierre, casado con una de las
nietas de Franco. De hecho, este matrimonio siempre se interpretó como un
intento de fusionar el apellido Franco – cuyo padre les abandonó siendo él un
niño – con el de una de las estirpes reales más antiguas de Europa.
Así pues, D. Juan Carlos ni era
el único en la carrera ni sabía cuál iba a ser la decisión final de Franco que
siempre se mostró críptico y extremadamente reservado. O sea, ejerció de
gallego.
En julio de 1969 Franco llamó a su residencia oficial, en el Palacio de El Pardo de Madrid, a Don Juan Carlos. Fue en ese momento cuando le dijo cara a cara que sería él quien le sucedería. Don Juan Carlos lo aceptó sin ningún entusiasmo, a pesar de lo cual, la relación entre su padre, Don Juan de Borbón y él mismo, se resintió hasta el punto de no hablarse durante muchos meses.
En la noche del 21 al 22 de
julio, España estaba pegada al televisor para ver cómo Armstrong, Collins y
Aldrin hacían historia al poner un pie en la luna. Ese mismo 22 de julio de
1969, España seguiría pegada al televisor por la mañana. Franco dio el paso y
comunicó a las Cortes que había decidido nombrar a Juan Carlos como su
sucesor. Juan Carlos se pasó la noche sin dormir de nuevo, pero esta vez porque le
preocupaba tener que jurar los principios del movimiento. Su
discurso no acaba de gustarle y requirió decenas de borradores y horas de
trabajo.
Este fue su discurso en aquel
transcendental momento.
«Excmo. Sr.
Presidente de las Cortes:
Estoy
profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su
Excelencia el Jefe del Estado, al proponer a las Cortes, haciendo uso de la
facultad que le concede el artículo 6 de la Ley de Sucesión, mi nombramiento
como sucesor a título de rey, así como el altísimo honor que me ha hecho el
supremo órgano legislativo del país al aprobar la propuesta que sancionada, ha
quedado convertida en Ley.
Me acabáis
de comunicar oficialmente su contenido y plenamente consciente de la enorme
responsabilidad que sobre mí va a recaer acepto, en mi nombre y en el de mis
sucesores, las obligaciones y deberes que me impone esta designación, pues
considero que en definitiva se trata de obedecer un mandato de nuestro pueblo
expresado en forma legítima y fehaciente a través de su representación genuina,
que son las Cortes Españolas.
Formado en
la España surgida el 18 de Julio, he conocido paso a paso las importantes
realizaciones que se han conseguido bajo el mandato magistral del Generalísimo.
Este acto
trascendental para mí, representa mi entrega total al servicio de la patria.
Mi aceptación
incluye una promesa firme que formulo ante VV. EE. Para el día, que deseo tarde
mucho tiempo, en que tenga que desempeñar las altas misiones para las que se me
designa, dedicando todas mis fuerzas no sólo al cumplimiento del deber, velando
porque los principios de nuestro Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino
sean observados, sino también para y dentro de esas normas jurídicas, los
españoles vivan en paz y logren cada día un desarrollo creciente en lo social,
en lo cultural y en lo económico.
Os ruego,
pues, señor vicepresidente del Gobierno y señor presidente de las Cortes, que
así se lo comuniquéis respectivamente a Su Excelencia el Jefe del Estado y a
las Cortes Españolas.
Que Dios me
ilumine y me ayude en un perseverante servicio a nuestra amada España y que
cada día sea una realidad plena de nuestros anhelos de unidad, grandeza y
libertad de la patria.»
Juan Carlos I, Rey de España.
En el momento del fallecimiento
de Franco, todos – los franquistas, los monárquicos y el resto – asumieron que
Don Juan Carlos actuaría tal y como Franco había previsto: ser un sucesor, un
continuista de su labor, de su visión, aunque con el título de rey. Todos se
equivocaron. Don Juan Carlos tenía sus propias ideas y las puso en práctica sin
demora alguna.
Tras la muerte de Franco el día
20 de noviembre, asumió el control de España transitoriamente, el denominado
Consejo de Regencia. Un par de días después, el día 22, Juan Carlos I es
proclamado Rey en las Cortes.
El 2 de diciembre de 1975 don
Juan Carlos nombra a Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes; el
desmantelamiento del Régimen va a comenzar. Torcuato también jura, pero en
su discurso, tras afirmar que la memoria de Franco es “para todos nosotros
inolvidable”, también dice que “el pasado no me ata”.
¿Quién era Torcuato
Fernández-Miranda?
Para conocer su figura y su
influencia en nuestra historia, hay que retroceder en el tiempo y remontarnos
al 25 de agosto de 1948. En esa fecha tuvo lugar una reunión histórica entre el
Jefe del Estado, Francisco Franco y Su Alteza Real Don Juan de Borbón, hijo de S.M.
D. Alfonso XIII.
Ambos, Franco y Don Juan, eran
unos apasionados del mar y tal vez por ello, entre otras muchas razones, la
entrevista se produjo en aguas de San Sebastián a bordo del yate Azor,
propiedad del Estado, un bajel de 30 metros de eslora por 5 de manga. Un buque
de lujo que contaba con cuatro camarotes dobles con baño, uno para los
marineros, un salón y una cocina.
El encuentro duró tres
horas y tras debatir todo tipo de temas, los protagonistas llegaron
a la conclusión de que Juan Carlos cursaría sus estudios en España
- de esta forma, Franco tendría un «rehén» que le garantizaría
hacer las veces de regente y le permitiría acercarse a los aliados,
vencedores de la S.G.M. – aunque no sin ciertos reparos.
Según nos cuenta el historiador
Paul Preston:
«Don Juan respondió
con sinceridad a esta primera tentativa: «¿Cómo voy a mandar a mi hijo a
España, mientras sea un delito gritar viva el rey, se multe a quienes se reúnen
para hablar de la Monarquía, se prohíba, toda clase de propaganda y se persiga
a los que me son fieles?». Por su parte, el Jefe del Estado se limitó a
decirle: «Todo eso puede arreglarse».
Don Juan Carlos, un niño de
apenas 10 años, viaja solo en un tren desde Lisboa hasta la estación de
Villaverde, cerca de Madrid, donde le recibieron importantes personajes de la
aristocracia y la burguesía de entonces. Al Príncipe le sorprendió que a
su coche le acompañara una larga fila de automóviles de monárquicos en señal de
homenaje. Lo llevaron a la finca “Las Jarillas”, una gran casa de estilo
andaluz situada a 17 kilómetros de Madrid en la carretera de Colmenar Viejo,
cercana de El Pardo y al acuartelamiento militar de El Goloso. Es decir, a tiro
de piedra de donde tenía su residencia oficial Francisco Franco.
Ese sería el lugar en el que iba
a recibir sus estudios, acompañado de tan sólo ochos niños más: Alonso Álvarez
de Toledo, Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Jaime Carvajal y Urquijo, Fernando
Falcó, Agustín Carvajal Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez Torres, Juan José
Macaya y José Luís Leal Maldonado. Cuatro de familias aristocráticas y cuatro
de la burguesía.
Pero no fue hasta unos años
después cuando, continuando con la formación del príncipe, Don Juan Carlos se
encontró con D. Torcuato Fernández-Miranda.
En 1951 la familia Fernández-Miranda
se trasladó a Madrid y él fue nombrado director general de Universidades,
puesto que, años más tarde, lo llevó a ser designado preceptor de un
jovencísimo Príncipe Juan Carlos.
D. Torcuato tenía una manera
peculiar de enseñar porque no utilizaba libros; los sustituía por
conversaciones y reflexiones. El primer día de clase con el Príncipe, se
dio cuenta de que no se ganaría al chico de 21 años si no le hablaba en su
mismo lenguaje. «¿No me va a traer libros?», preguntaba el Príncipe. «Su Alteza
no los necesita. Trabajaremos como los trapecistas, sin red».
De la relación entre maestro y
alumno, se pasó a otra de verdadera amistad. Tan intensa era que despertó
ciertos recelos en el entorno de Franco.
Fue en esa etapa cuando Fernández
Miranda ofreció al futuro monarca uno de sus más valiosos consejos: que
accediera a jurar los Principios del Movimiento, es decir, la lealtad a Franco
y a su sistema político, pues ya tendría tiempo de cambiarlos "de
la ley a la ley", como le gustaba afirmar al profesor y
político asturiano.
Torcuato Fernández-Miranda
presidente de las Cortes.
Regresamos a 1975.
Como ya hemos dicho más arriba,
el día 2 de diciembre, el Rey nombra a Torcuato Fernández-Miranda, Presidente
de las Cortes franquistas. Se iniciaba así la demolición del Régimen desde
dentro.
El 13 de diciembre, el primer
gobierno del Rey, jura desempeñar sus cargos “con absoluta lealtad al Rey y
estricta fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y Leyes
Fundamentales del Reino”, al tiempo que el Rey confirma en su puesto de
Presidente del Gobierno a D. Carlos Arias Navarro.
No obstante, pronto se manifestó la dificultad de llevar a cabo las reformas
políticas necesarias bajo su gobierno, lo que produjo un distanciamiento cada
vez mayor entre Arias Navarro y Juan Carlos I. Finalmente el rey le exigió la
dimisión el 1 de julio de 1976 y Arias Navarro se la presentó.
En el libro “El Rey” de José Luis
de Vilallonga, en uno de los párrafos de las conversaciones con Juan Carlos I,
le pregunta:
– Sé que Vuestra
Majestad estaba muy molesto por tener que jurar ante las Cortes el
mantenimiento de los Principios del Movimiento.
– Sí,
porque sabía que incluso si juraba mantenerlos, los principios del franquismo
no podían seguir vigentes, pues ello equivalía a admitir que el régimen
precedente seguía en su lugar. Pero Torcuato Fernández Miranda, sin perder la
calma, me decía: «Vuestra Alteza no debe preocuparse. Jurad los Principios del
Movimiento, que más tarde los iremos cambiando legalmente uno tras otro.» Su grase
favorita era: «Hay que ir de la Ley a la Ley a través de la Ley» Y así
fue como se hizo…
Para destruir el sistema
franquista y construir una democracia el camino pasaba por la elaboración de
una nueva Ley Fundamental, la octava, la Ley para la Reforma Política. En otras
palabras, esa ley lo que promovía era el suicidio de las Cortes franquistas, su
desaparición en aras de un futuro diferente para los españoles.
D. Torcuato Fernández-Miranda, a
la sazón presidente de esas Cortes, fue el cerebro de la Ley para la Reforma
Política. Fue él quien redactó el borrador que posteriormente entregó al nuevo
presidente del gobierno, Adolfo Suárez, quien fue designado por el Rey
tras la dimisión exigida de Carlos Arias Navarro en julio de 1976.
«Hay que ir de la Ley a la
Ley a través de la Ley».
El trío formado por D. Torcuato,
Adolfo Suárez y el Rey, fueron los artífices de que dicha ley fuera aprobada en
las Cortes franquistas. Para ello pusieron en juego todas sus habilidades, sus
influencias y supieron influir en las personas clave. Una de las claves para
lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, - nieto del
dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, - para
defenderla en las Cortes.
El presidente de las Cortes
redacta la ley, Primo de Rivera es convencido para que la defienda, Adolfo
Suárez es quien la presenta, como presidente del gobierno. Y detrás de ellos,
moviendo los hilos, D. Juan Carlos I, Rey de España.
La ley fue aprobada en esas
Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones.
Los franquistas se hicieron finalmente el “seppuku”.
Posteriormente, el 15 de
diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum nacional
para ratificar la ley.
A partir de ese momento, los
acontecimientos se suceden a una velocidad de vértigo.
En abril de 1977, concretamente
el sábado de Semana Santa, el gobierno de Adolfo Suárez legaliza al Partido
Comunista de España. Las reacciones no se hacen esperar. El Almirante Pita da
Veiga, Ministro de Marina, dimite inmediatamente. El resto de los ejércitos
está al borde del golpe de estado.
En mayo de 1977, Torcuato
Fernández-Miranda dimitió como presidente de las primeras Cortes de la
Monarquía al estar en desacuerdo con Adolfo Suárez y con el modo en el que se
habían abordado determinados acontecimientos que escapaban a su control,
especialmente la cuestión autonómica.
En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.
En agosto de ese mismo año se
conforma el grupo de diputados que redactarán el borrador de la futura
Constitución española. Son los llamados “padres de la Constitución”.
Por Unión de Centro Democrático (UCD),partido de gobierno durante la Legislatura Constituyente:
·
Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón
·
José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo
Por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE),
principal partido de la oposición durante la misma etapa:
·
Gregorio Peces-Barba Martínez
Por el Partido Comunista de España (PCE):
Por Alianza
Popular (AP):
Por Minorías
Catalana y Vasca (CDC, UDC, PSC-R, EDC y ERC):
A destacar la variedad de
tendencias políticas de los diputados, que demuestra el espíritu de
reconciliación de todos, desde el Partido Comunista hasta Alianza Popular, en
la que se encuadraban muchos de los franquistas “supervivientes” junto con
otros que aportaban una visión más moderna y aperturista.
Por otra parte, este período no
estuvo exento de luchas de poder, pero, sobre todo, ideológico. Así por
ejemplo, el empeño del PSOE por dejar fuera de la ponencia a Enrique Tierno Galván, - fundador del
Partido Socialista Popular - llevó por
una serie de razones técnicas a dejar fuera también a los nacionalistas vascos. Esta ausencia se pagaría
a un precio muy caro: el Partido Nacionalista Vasco (PNV),
como protesta ante la presencia del nacionalismo catalán y no de ellos,
no votó la Constitución, quedando hasta el momento fuera del pacto constitucional,
aunque lo acate.
Finalmente, el 6 de diciembre de
1978, los españoles votamos en referéndum la aprobación de nuestra
Constitución.
D. Torcuato falleció, olvidado,
el 19 de junio de 1980 en Londres, a consecuencia de un paro cardíaco.
El gran valor que aporta este
período de tiempo se centra, fundamentalmente, en el espíritu de concordia para
trabajar todos juntos en favor de una España que necesitaba a todos, al margen
de las ideologías opuestas; trabajar en favor de un país que dejó de mirar a su
pasado, ya lejano, y debía enfrentarse a un futuro repleto de retos. Un país
que debía buscar su hueco en el panorama internacional, pues la dictadura de
Franco y el inequívoco posicionamiento político en favor del régimen nazi, en
la S.G.M., condenó a España al ostracismo. España, en esos momentos, era la
última dictadura de Europa, porque la de Salazar en nuestro vecino Portugal, se
terminó en 1974 con la “Revolución de los Claveles”. La restauración de la democracia nos puso de
nuevo en el mapa.
Pero absolutamente nada de esto
hubiera sido posible sin la firme voluntad y convicciones democráticas de un
Rey, en el que casi nadie confiaba, que supo rodearse de las personas
adecuadas: Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez.
Durante muchos años, D. Juan
Carlos fue el mejor embajador que pudo tener España. Su imagen era querida y
respetada al mismo tiempo y proporcionaba una sensación de seguridad, de
estabilidad, tan imprescindibles en lo tocante a la inversión económica tanto
nacional como extranjera.
La amistad personal, muy estrecha
en muchos casos, de S.M. D. Juan Carlos con la mayoría de las monarquías de los
países árabes, supuso un trato de favor, por ejemplo, a la hora de que esos
países, rebosantes de petróleo, aplicaran un precio especial a España a la hora
de adquirirlo.
El principal problema que ha
sufrido la imagen del Rey es que no se han hecho públicas sus innumerables
actividades en favor de España y de los españoles. Antes al contrario, cuando España
se hizo con el contrato del tren de alta velocidad a la Meca
([1]), en competencia
con otros países y otras compañías, ha habido quien ha valorado más importante
acusar – que no probar – que dicha adjudicación se debió a algún tipo de
soborno en el que el Rey pudiera estar implicado. Al parecer, era más
importante la cabeza de D. Juan Carlos que los 7.000 millones del contrato,
además del prestigio para las empresas y profesionales españoles que
participaron, que no tiene precio.
Hay quien, desde el principio, se
propuso terminar con el llamado “espíritu de la Transición”, y no ha ahorrado
esfuerzos en su intento.
© Carlos Usín
Bibliografía: LO
QUE EL REY ME HA PEDIDO. TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LA REFORMA POLÍTICA |
PILAR FERNANDEZ MIRANDA | Casa del Libro
[1]
El AVE a La
Meca, el mayor contrato industrial de España en la historia (7.000 millones de
euros).
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