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sábado, julio 08, 2023

Sinatra y mis recuerdos (XIII) (y último)

Qué mejor forma de terminar una serie que con el capítulo XIII.

1973 significaba el principio de mi anhelado punto y final a esa larga estancia en ese campo de concentración al que llamaban colegio.

Como ya he dicho anteriormente, si algo aprendí de los curas a lo largo de doce años fue su inquebrantable deseo de domeñar las voluntades de quienes ofrecían resistencia a su concepto de educación, autoridad y formación del espíritu. Eso y una nada disimulada obsesión por la venganza para hacer pagar de una manera u otra las afrentas. Y sé bien de lo que hablo.

“El Gorila”, el cura sin la más mínima capacidad didáctica, ni empatía, ni respeto por ninguno de sus estudiantes, el mismo que tuve que sufrir un año antes, se tomó cumplida venganza contra mí en este curso último de COU. De entre las asignaturas optativas que podía elegir, yo había seleccionado matemáticas porque las iba a necesitar en mis futuros estudios de Informática. Por desgracia, él era quien impartía esa materia y claro, habló con el director del centro – que, para más inri, era su propio hermano – y entre ambos me “aconsejaron” que no eligiera esa asignatura argumentando que mi nivel no era el más adecuado. Vamos, que estaba sólo un peldaño por encima de Forest Gump.

El caso es que, a pesar de tener que soportar al “gorila” otra vez, tenía tanto interés en asistir a las clases e insistí tanto, que al final el gorila y su hermano, el director, accedieron a “hacerme el favor” de permitir acudir a las clases como oyente. La mala noticia era que esas clases comenzaban a las 08.00 de la mañana, lo que significaba un madrugón importante. Pero estaba dispuesto a todo.

Las clases comenzaron y yo, como siempre, estaba como un clavo, cada mañana, a la hora señalada sentado en mi sitio en la última fila de la clase. Y todo fue razonablemente bien hasta que un día levanté la mano para preguntar algo. “El gorila” me vio y pasó de mí. Y yo mantuve la mano levantada. La mantuve levantada durante una hora. Y no pude formular la pregunta, que, por otra parte, ya se me había olvidado. Mensaje captado. No volví a esa clase. Los oyentes no tenían derecho a participar activamente en esa clase. Hubiera dado lo mismo si me hubieran entregado un vídeo.

Lo más irónico del asunto fue que, en esa época, todavía no existía la carrera universitaria de informática como tal. Había un organismo (Instituto de Informática) situado en la calle Vitruvio, de Madrid, que impartía una formación mucho más ajustada a un perfil de FP, - muy práctico-, que al de un universitario, y las matemáticas no era una de las asignaturas principales. Primaban más los lenguajes de programación.

Pensando en informática, otra de las asignaturas a las que me dejaron apuntarme fue a inglés. Hasta entonces el idioma por excelencia del colegio era el francés, por ser ese el origen de la institución. El francés es un idioma muy fino y muy elegante, pero en informática, no sirve para nada. Así es que tenía que aprender inglés y esa fue una gran oportunidad.

No recuerdo el nombre del profesor, un seglar con aspecto de profesor chiflado, con poco pelo, gafas oscuras, muy agradable, muy educado, todo lo cual representaba una auténtica novedad. Sí que me acuerdo de dos detalles. Uno de ellos era el nombre del libro que usamos: “inglés para españoles” del autor Basil Potter. El otro detalle, simpático, era la forma en la que el profesor usaba mi apellido. Lo pronunciaba al más puro estilo Eaton.

Un poco antes de las Navidades de ese año, una noticia conmocionó a España. El 20 de diciembre de 1973 la banda terrorista ETA asesinó con una bomba al almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno. Las vacaciones de Navidad se adelantaron un par de días.

En general fue el curso más apacible de todos, diría yo. Sólo había clases por las mañanas, lo que te dejaba llevar una vida sin tanto estrés y con tiempo para hacer los deberes. Recuerdo que había días que la primera clase la tenía a las diez de la mañana y a las 13.30 o las 14.00, no lo recuerdo - nos íbamos a casa.

En junio de 1974, después de los exámenes correspondientes y de aprobarlos, por fin pude cumplir la promesa que le hice a aquel niño mi primer día de colegio doce años atrás:

¾     Dentro de doce años, abandonaré este colegio y no volveré jamás.

Así fue como terminó una etapa fundamental en mi formación. Una etapa en la que destacaría el acoso sistémico que sufrí por parte de la tribu de los “sotánicos” durante años, que me llevó a somatizar un principio de úlcera de estómago.

Esto tuvo dos grandes consecuencias. La principal de este traumático, largo, intenso y tóxico período, fue la formación de un carácter refractario a todo tipo de abusos de autoridad, arbitrariedades, injusticias o faltas de respeto.

Ayer por la noche, veía a Luz Casal en el programa de Bertín “Esta es tu casa”, y decía – y con toda la razón – que en general vivimos en una sociedad en la que al que se distingue del resto por la razón que sea, se le persigue, se le acosa, se intenta apartarle del grupo. Y tiene razón. Creo que está en la condición de cada especie, no sólo en la humana. Estoy seguro que entre los chimpancés, los leones o las ranas, también debe haber algo parecido. Y eso es exactamente lo que yo tuve que padecer durante doce años. Un acoso sistémico por intentar doblegar mi voluntad, algo que probablemente, sucedió con algunos de mis compañeros, que simplemente, se acomodaron para vivir mejor, mientras, al mismo tiempo, a otros les supuso una fractura total de sus esquemas todavía en formación. Algunos de mis compañeros terminaron por abandonar el colegio y marcharse a otros centros y su tuvimos la ocasión de volver a verlos, se felicitaban de haberlo hecho.

Después de muchos años intenté reflexionar sobre este tipo de comportamientos. He intentado comprender la lógica de sus órdenes y el sentido de sus castigos y al final, he llegado a la conclusión de que había una especie de ley no escrita, según la cual, en las aulas debían fabricarse muchachos dóciles, listos y trabajadores; gente obediente, que no pensara demasiado y que no preguntara el porqué, al tiempo que había que doblegar de la manera que fuera, a todo aquel que planteara cualquier tipo de inconveniencia, problema o simplemente se atreviera a poner en duda su autoridad, su jerarquía o la justicia de sus decisiones.

La segunda consecuencia a la que hacía referencia más arriba, fue la de descubrir que, si en lugar de callarme lo que me atormentaba, lo soltaba por la boca, no tendría más úlceras de estómago, y desde entonces, procuro cuidar mi salud. Pero en esta vida, no hay nada gratis. Tan sólo se trata de aceptar el precio.

Finalmente, aquella promesa que me hice a mí mismo el primer día de colegio “dentro de doce años, abandonaré este colegio y no volveré jamás”, ese día llegó. Aunque he de confesar que no cumplí del todo la promesa. La verdad es que volver, sí que volví, pero sólo para jugar al fútbol en un torneo entre curas y los de la tercera edad. Corría el año 2000 o así.

Pero esa es otra historia.

 

viernes, febrero 03, 2023

23-F.

Según parece febrero es un mes proclive a los golpes de estado y a los inicios de guerras.

El próximo día 24 se cumplirá un año de la invasión de Putin sobre Ucrania, pero el día antes, el 23 de febrero, también se cumplirán años del último golpe de estado con armas que hemos tenido en España.

Conviene recordar la historia.

***

EL 23-F.

 

El 23 de febrero de 1981 a eso de las siete de la tarde yo estaba trabajando. De repente, recibo una llamada de mi mujer, algo absolutamente inusual. Pero lo que me dice es todavía más increíble. Preocupada, me dice que la radio y la TV informan que al parecer ha habido un asalto al Congreso de los Diputados. Aunque en los primeros momentos cunde el desconcierto y no se sabe bien si el asalto se debe a un comando de los terroristas de ETA, si han conseguido entrar en el edificio o si con el fin de evitarlo, un numeroso grupo de guardias civiles ha entrado con el fin de eliminar la amenaza. Finalmente, me confirma que son los guardias civiles los que han entrado en el hemiciclo, que no hay terroristas y que se han cortado las comunicaciones.

¾     ¿Qué está pasando? – me preguntó con preocupación.

¾     Se llama golpe de estado – respondí.

Esa fecha está grabada en la memoria de todos los que lo vivimos, junto con las imágenes icónicas de los guardias civiles disparando con sus metralletas al techo del Congreso, mientras uno de ellos intenta arrojar al suelo – infructuosamente - al ministro de Defensa, el general Gutiérrez Mellado, un hombre de avanzada edad, y el presidente en funciones, Adolfo Suárez, es el único que se mantiene sentado impertérrito en su asiento, mientras el resto de parlamentarios se esconde bajo sus asientos.

Pero ¿cómo se llegó a tales extremos? ¿Cómo fue posible que en la España de finales del siglo xx se produjera un golpe militar, que más parecía pertenecer a nuestro infausto siglo xix? Pues como siempre suele suceder con esta clase de eventos, se deben a diversas circunstancias que se van superponiendo unas a otras, como gotas de agua que van cayendo en un vaso y termina por desbordarse. Y esta es la génesis de todo aquello.

Antecedentes.

20 de noviembre de 1975.

Esa es la fecha oficial de la muerte del general Franco, quien había gobernado España desde el final de la Guerra Civil española en 1939. En esas fechas, España tenía sobre la mesa una lista considerable de problemas muy serios y acuciantes.

En 1973 los terroristas de ETA habían asesinado de forma salvaje en pleno centro de Madrid al almirante Carrero Blanco, mano derecha de Franco y hombre fuerte del régimen. La explosión, que acabó en el instante con la vida de Carrero Blanco, fue tan violenta que abrió un gran cráter en el asfalto y el coche, un Dodge 3700 GT de casi 1800 kilos de peso, voló por los aires y cayó en la azotea de la Casa Profesa, anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes.

Tras la muerte de Franco España era un país paralizado por la incertidumbre, aunque Franco y sus leyes, habían previsto todos los pasos que había que dar (“todo está atado y bien atado”), incluida la proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor del propio Franco a título de Rey. Pero la desaparición repentina del dictador desató una lucha por el poder de fuerzas internas, ocultas hasta entonces.

La extrema derecha, compuesta por diversas organizaciones civiles de diferente perfil, pero donde predominaban los matones y alborotadores, incluía, por supuesto, a los militares más recalcitrantes del régimen, que hasta el momento se había sentido protegida y representada por algunos miembros del Consejo de ministros, y por tanto se había mantenido en un segundo plano y en silencio, vio peligrar su influencia ante la incertidumbre que se avecinaba. Se trataba de perpetuar los principios y privilegios que se venían disfrutando hasta entonces.

Los cristiano-demócratas, los socialistas y los del Partido Comunista, que en su inmensa mayoría vivían exiliados en Francia, Méjico o Moscú, vieron la gran oportunidad de realizar el sueño por el que tanto tiempo llevaban peleando.

Los independentistas vascos y catalanes, cuyas instituciones habían sido abolidas por Franco, -del mismo modo que hizo con todos los partidos políticos- y cuya lengua se hablaba casi exclusivamente en ambientes rurales, vieron en ese momento una oportunidad de retomar el pasado y seguir luchando por su independencia del resto de España. Para ello, optaron por dos vías antagónicas: los vascos prefirieron apoyarse en los terroristas de ETA y su política asesina. Los catalanes por la negociación.

Y por si todo esto fuera poco, el 6 de noviembre de 1975, es decir, apenas unos pocos días tras la muerte de Franco, el Rey de Marruecos Hassan II, con el apoyo de la CIA, inició la invasión del territorio que hasta entonces pertenecía a España, en la llamada “marcha verde”.

La muerte del jefe del Estado significó un antes y un después para España y para ETA, que, a partir de ese momento, redobló sus esfuerzos criminales.

Al mismo tiempo que se sucedían los atentados de ETA, los grupos de extrema derecha, los llamados “tardo franquistas” cometían los suyos propios.

 

Ante este panorama desolador en la que España, una vez más en su historia, estaba al borde del abismo, día sí y día también, los militares – la mayor parte de los cuales habían participado activamente en la guerra civil española en el bando de Franco – asistían al entierro de sus camaradas, amigos y compañeros de armas asesinados de un tiro en la nuca o con una bomba bajo su coche, al tiempo que criticaban al gobierno por lo que ellos consideraban inoperancia o incluso falta de diligencia.

Lo cierto es que, en esos momentos, los terroristas de ETA asesinaban en España y pasaban sin problemas la frontera hacia Francia, donde todos vivían apaciblemente, amparados por el gobierno de turno, constituyendo así el llamado “santuario francés” de ETA.

España, ya se ve, no tenía demasiados amigos por el mundo. La figura del dictador no era muy apreciada. Su posicionamiento del lado nazi en la S.G.M., su posterior cobertura a todos los nazis que se escondieron en España donde fundaron sus empresas, vivieron como príncipes y disfrutaron de una vida plácida y tranquila sin ser molestados jamás hasta su muerte, no ayudaba demasiado a disfrutar de una buena imagen en el exterior.

Por todo ello, en los acuartelamientos comenzó a percibirse lo que en el argot se conoce como “ruido de sables”, una expresión que hace referencia a la creciente indignación por la situación de caos en la que se vivía y por ser ellos, los militares, las principales víctimas de ETA. Fue a raíz de estos acontecimientos cuando comenzó a hablarse en “las salas de bandera” de dar un golpe de mano, de cambiar el rumbo del timón; de confirmar lo que muchos sospechaban, que tras la muerte del general todo el edificio se vendría abajo.

Y así lo consideraron cuando en 1977 regresó a España desde el exilio el presidente de la Generalitat de Cataluña, - institución abolida por Franco y reinstaurada por Adolfo Suárez recientemente -, Josep Tarradellas, quien ante una multitud que se concentró en la Plaza Sant Jaume para darle la bienvenida, pronunció la famosa frase: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”.

A comienzos de ese mismo año, 1977, el presidente Adolfo Suárez, en plena Semana Santa, había decretado la legalización del Partido comunista de España, en un inequívoco mensaje de apertura y democratización. La respuesta del “búnker” franquista fue la inmediata dimisión del ministro de Marina, Almirante Pita da Veiga.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

Tras la muerte de Franco la ley establecía la proclamación del Rey Juan Carlos en las Cortes franquistas. Y así se hizo. Pero lo que nadie sabía entonces era que D. Juan Carlos, tenía sus propias ideas acerca del futuro de España.

La figura del entonces Rey había sido eclipsada por la omnisciente presencia del general Franco a cuya sombra el futuro rey se crio lejos de su familia, del cariño de los suyos y en un entorno que, si bien no era del todo hostil, tampoco era el más envidiado. Estaba rodeado de espías que actuaban en favor de Franco, quien era puntualmente informado de quiénes visitaban a Juan Carlos, con quién se reunía, con quién hablaba, de qué y “a qué dedicaba el tiempo libre”.

Fueron Franco y el padre del Rey, Don Juan de Borbón, quienes acordaron en una tensa entrevista cómo se desarrollaría la educación del entonces príncipe, don Juan Carlos, que, por ese entonces, tenía diez años. Se eligieron a quienes serían sus compañeros de estudios y sus maestros en las diferentes materias. Y entonces el destino jugó a favor de España y sin habérselo propuesto, Franco proporcionó la puerta por la que nos convertiríamos en una democracia, porque una persona que ha sido crucial para España fue uno de los maestros de Juan Carlos I. Su nombre: Torcuato Fernández-Miranda, a la sazón profesor de Derecho Político de S.M.

En cuanto D. Juan Carlos accedió al trono, puso en marcha su idea sobre qué debía ser España. El Rey le encargó a Torcuato una tarea nada sencilla: España debía convertirse en una democracia plena CUMPLIENDO la ley.

“De la ley a la ley”, fue la orden de D. Juan Carlos.

Antes de eso D. Juan Carlos, tomó otra decisión crucial, transcendental para nuestro futuro.

A la muerte de Franco el presidente del gobierno era Carlos Arias Navarro. Un hombre del régimen. El mismo que con gesto apesadumbrado dio la noticia del fallecimiento de Franco en televisión.

Pero era evidente que Arias Navarro no entraba en los planes de D. Juan Carlos. Necesitaba savia nueva, alguien joven, con dinamismo y que creyera en el proyecto.

Para sustituirle se presentó al rey una terna, pero D. Juan Carlos, haciendo uso de los poderes de los que disponía en ese momento histórico, hizo una apuesta personal. Nombró presidente del gobierno a un tal Adolfo Suárez.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

D. Juan Carlos y Suárez ya se habían conocido anteriormente y habían hablado de modernizar España y ambos estaban en completa sintonía. Así se formó el triángulo mágico constituido por el Rey, Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez. Ellos son la esencia misma de nuestra democracia actual.

En 1976 las Cortes españolas eran las mismas que cuando Franco falleció en 1975. Unos eran de derechas y los demás, de extrema derecha. Pero el rey se propuso dinamitar eso y convertir a España en una democracia. Sin necesidad de iniciar una revolución, ni de acudir a las armas para defender su postura.

Para ello, encargó a su antiguo profesor, D. Torcuato Fdez. Miranda, a la sazón presidente de esas Cortes franquistas, un borrador de ley que permitiera transitar desde un estado dictatorial, fascista, hacia una democracia, sin salirse de la ley. Hay que recordar que tanto D. Torcuato, como el propio Rey, como Suárez, como todos y cada uno de los miembros de esas Cortes, habían jurado lealtad a Franco y a sus leyes.

En definitiva, lo que dicha ley promovía era el suicidio, el harakiri, de todos sus miembros, la desaparición de esas Cortes supervivientes de Franco, para dar paso a un estado democrático.

Los tres implicados hicieron uso de sus amistades, influencias y demás artes, para conseguir los votos necesarios para que se aprobara dicha ley. Una de las claves para lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, nieto del dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, para defenderla en las Cortes. Todo un símbolo. 

La ley fue aprobada en esas Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones. Los franquistas se hicieron finalmente el “sepuku.”

Posteriormente, el 15 de diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum para ratificar la ley.

En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.

 


 

LOS GOLPES.

 

A pesar del buen rumbo que llevaba España en cuanto a su proceso de democratización, dicho proceso no contaba con el visto bueno de muchos de los militares ni del llamado “búnker” franquista. En su ánimo seguía pesando más el dolor de los atentados, la rabia y la frustración por las víctimas y la aparente desidia del gobierno. Estimaban que debía aplicarse mano dura. En los cuarteles se hablaba de dar un golpe de estado. Y había más de uno en marcha, aunque cada uno de ellos estaba en una fase diferente de avance. Una de esas intentonas golpistas fue la renombrada Operación Galaxia, en la que se detuvo a un individuo que más tarde pasaría a la historia: Antonio Tejero. También al capitán Sáenz de Ynestrillas, hijo de un militar asesinado por ETA.

Ante el cúmulo de intentonas golpistas en marcha algo debían conocer las autoridades encargadas de la seguridad. En concreto el CESID – (Centro Superior de Información de la Defensa). Alguna de las teorías en relación a este asunto apunta a una estrategia arriesgada, pero que al final dio sus frutos.

El plan consistía en aunar todos los golpes en uno sólo. Con ello se pretendía eliminar la posibilidad de tener que estar en una lucha permanente contra los diferentes golpes y al tiempo, descabezarlos a todos y eliminar de un plumazo a todos los cabecillas. Así, de paso, se le quitaban las ganas a cualquiera de que lo volviera a intentar. ¿Y eso cómo se hace?

A partir de aquí, como corresponde a una buena película de espías, las cosas empiezan a dejar de ser blancas o negras y se convierten en grises.

A continuación: Fuente “La Vanguardia” 24/02/2001

“José Luís Cortina ocupaba en 1981 el mando de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) del CESID, dentro de la cual se había creado, además, y también bajo su mando, la Sección Especial de Agentes (SEA). Formado en la Academia Militar de Zara­goza, este mando de los servicios secretos compartió promoción, y compañía, con Juan Carlos de Borbón.”

“… en la madrugada del 21 de febrero de 1981 se celebra una reunión en Madrid entre el teniente coronel Tejero – antes mencionado - y el comandante de Infantería destinado en el CESID José Luis Cortina Prieto; en concreto, en casa de este, en el parque de las Avenidas. Los acompaña el capitán de la Guardia Civil, también destinado en el CESID, Vicente Gómez Iglesias. Cortina se presenta ante Tejero como persona de confianza de Alfonso Armada ([1]). “Y se muestra perfectamente enterado de las operaciones que se proyectaban bajo el mando bicéfalo Armada-Milans” ( [2])

“El objeto fundamental de la entrevista es comunicar a Tejero que debe ponerse en contacto con el general Armada y facilitarle los medios que se precisen del CESID a través del capitán Gómez Iglesias”.

El uso de los nombres de Armada y Milans, encerraba una trampa. Pretendía que Tejero dedujera por sí solo – tal y como así fue después – que detrás de ellos se encontraba el propio rey apoyando el golpe. Nunca se pronunció el nombre del rey, pero si dejas caer sibilinamente una frase adecuada, el de enfrente cree escuchar lo que quiere escuchar. Una auténtica trampa de espías. Por otra parte, si los golpistas, incluidos Armada y Milans, consideraban que tenían el apoyo o cuanto menos, la no intervención de S.M., era una forma de que todos los golpes en marcha se paralizaran y se aunaran en uno solo.

Ya fuere porque se debió a una medida improvisada, o se tratare de un farol, o de una gran astucia, el caso es que el teniente coronel de la guardia civil D. Antonio Tejero, se creyó que después de su intervención en el Congreso se produciría una cascada de adhesiones al golpe en diferentes regiones de España, al igual que sucedió en 1936.

Pero ni España era la misma, ni en 1936 teníamos a Juan Carlos I.

En aquellos momentos de 1981, los franquistas consideraban al Rey como un “segunda fila”, una especie de rey de paja que había sido tutelado por Franco y que por tanto no podía traicionar la lealtad que le juró.

Por su parte, el resto, curiosamente, consideraban al rey una continuación del franquismo, precisamente por lo mismo que los franquistas. Así es que el rey Juan Carlos, en la noche del 23-F, se enfrentaba a varios monstruos. Incluso algunos de los golpistas invocaron su nombre.

 

La derrota del golpe de estado.

 

Una vez que se produjo el asalto al Congreso se desató en España la noche más larga de nuestra historia reciente. Los que pensaron que el Rey Juan Carlos les estaba apoyando, se llevaron una desagradable. Miláns, en Valencia, llegó a sacar los tanques a las calles. TVE fue tomada por una unidad del Ejército de Tierra formada por 35 hombres y nueve vehículos militares.

Mientras tanto, en el Congreso, se esperaba la llegada del “Elefante Blanco” (¿Armada?), nombre en clave con el que se conocía al hombre que iba a dirigir los designios de España. Una llegada que no se produjo nunca.

Los líderes de los diferentes partidos políticos, estaban custodiados por hombres armados en diferentes despachos, mientras el grueso de los parlamentarios permanecía en sus escaños.

Pero hubo un factor que jugó a favor de los españoles: el Rey Juan Carlos I, había estudiado en las academias militares, tenía sus amigos y por encima de todo, era el Capitán General de todos los ejércitos, y la obediencia de una orden es sagrada para un militar. Y el Rey dio la orden de regresar a sus cuarteles a todos los amotinados.

Yo llegué a casa a medianoche y para entonces ya tenía claro que el golpe había fracasado. En el manual del golpista una de las primeras obligaciones es interferir, interceptar o eliminar cualquier comunicación con la población. Poner un trapo negro a la población y mantenerla incomunicada, aislada y atemorizada en casa. Y eso no se produjo.

Ya de madrugada el rey Juan Carlos apareció en TVE para dar un discurso, vestido de militar y con gesto cansado. En él anunciaba las órdenes que había dado a todos los jefes de las regiones militares de regresar a sus cuarteles y el irrenunciable deseo de proseguir con el proceso de convertir a España en una democracia.

A ojos vista de aquellos militares y de la más recalcitrante y ultramontana derecha española, D. Juan Carlos se convirtió aquella noche en un traidor al juramento que había realizado a Franco y sus Principios del Movimiento y leyes del Régimen.

Para el resto, ese 23-F, el Rey se ganó el afecto y el respeto de su pueblo. Demostró que no era un mero seguidor de las teorías de Franco. Supo rodearse de las personas adecuadas para llevar a cabo la misión que él mismo se había impuesto. Y después, cuando se redactó la Constitución, renunció a una serie de poderes y privilegios de los que había dispuesto en la fase constitucional.

Las Cortes franquistas se suicidaron en pro de otro futuro para España.

El rey, se sometió al pueblo y a la Constitución.

 © Carlos Usín

Bibliografía: :   CON LA VENIA ... YO INDAGUE EL 23-F | PILAR URBANO | Casa del Libro


[1] Alfonso Armada y Comyn, dio clases militares al entonces príncipe Juan Carlos, convirtiéndose en uno de sus mejores amigos y consejeros, y llegó a ser miembro del Estado Mayor Central.

[2] Jaime Milans del Bosch, en 1981 era Capitán General de la III Región Militar (Valencia)

 


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