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domingo, junio 08, 2025

Los Intocables de Elliot Ness

Es bien conocido el dicho de que “un pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Y por eso, creo que es importante recordar de dónde venimos para comprender lo que somos. Y, sobre todo, saber valorar lo que tenemos y podemos perder. Por eso, aquí van unos datos históricos.



El asesinato del almirante 
Luis Carrero Blancopresidente del Gobierno español fue perpetrado por la organización terrorista  ETA, el jueves 20 de diciembre de 1973. A mí me pilló en el último curso en el colegio, en COU.

La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Entonces estaba a pocos meses de incorporarme al servicio militar obligatorio. Fui la segunda promoción que juró lealtad a la bandera y al Rey Juan Carlos I. Eso fue en abril de 1976.

En julio de ese año, 1976, el Rey nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez.

A instancias de S.M. y asesorado por Torcuato Fernández-Miranda, Suárez impulsó la Ley para la Reforma Política, o lo que es lo mismo: propició el harakiri de las Cortes de Franco para dar paso a una democracia.

En pleno proceso de la Transición, el 24 de enero de 1977 fue secuestrado Emilio Villaescusa Quilis, a la sazón  jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Fueron los terroristas del GRAPO. En ese momento, lo único que me preocupaba era que nos acuartelaran.

El 9 de abril de 1977 el gobierno de Adolfo Suárez legaliza por sorpresa al Partido Comunista de España. Como resultado de ello, dimite inmediatamente el entonces Ministro de Marina.

En junio de 1977, tan sólo unas semanas antes de licenciarme del ejército, se celebraron las primeras elecciones democráticas en España desde 1936. En esas fechas, me tocó hacer la única guardia que hice en toda la mili.

En diciembre de 1978, hacía unos pocos meses que había entrado en el mundo laboral y, por supuesto, fui uno de los millones de españoles que acudió a votar a favor de nuestra nueva Constitución.

Se estima que desde 1978 el número de españoles nacidos es del entorno de 40 millones.

Es decir, que todos estos datos que guardo entre mis recuerdos por haberlos vivido en primera persona, resultan tan lejanos, tan extraños a esos 40 millones, como lo puedan ser los Reyes Católicos, los Visigodos o Publio Cornelio Escipión; es muy probable que sólo conozcan de estos eventos y personajes si en la Comunidad Autónoma en la que han cursado sus estudios primarios han tenido a bien considerar incluirlos en los libros de historia.

Y es ahí donde se produce el desapego entre los ciudadanos y nuestra democracia: cuando los recuerdos pasan a ser datos históricos se pierde esa implicación personal. Se pierde una parte importante a la hora de poder valorar mejor su impacto, su importancia, su trascendencia.

Es como el sexo sin amor.

Más de 40 millones de españoles han nacido con la democracia ya puesta bajo el brazo. Los que no saben cuánto costó tener democracia, no pueden valorar lo que tienen. La democracia no es un derecho adquirido de por vida. La democracia, se lucha, a veces se consigue y siempre que hay que perseverar en mantenerla. No se mantiene sola.

A ellos, a esos 40 millones, no les hables de los años de plomo de ETA, de cómo había un secuestro, un asesinato, un atentado con coche bomba, un robo o cualquier clase de delito, casi cada semana. Por tanto, no pueden comprender la inquina de todos aquellos que sufrimos – algunos en sus propias carnes - esos atentados. Hijos que iban de la mano de su padre asesinado de un tiro en la cabeza mientras caminaban. La de aquellos que vieron volar el coche despedazado donde estaba el marido, el hermano, el padre, el compañero. Y todos ellos ven ahora cómo los asesinos caminan libres por la calle y hasta se les hacen homenajes, mientras el gobierno mira para otro lado, pero no hace lo mismo con los supuestos actos en pro de Franco (si es que los hubiere).

Los terroristas no se han arrepentido, no han perdido perdón, no han cumplido los miles de años de prisión a los que fueron condenados, no han colaborado en esclarecer los más de 300 asesinatos sin resolver, pero están en la calle. Y para colmo, forman parte de los grupos políticos que sostienen al gobierno central, algunos de cuyos compañeros del partido, fueron asesinados por sus nuevos socios.

Probablemente, esos 40 millones, tampoco sepan quien fue Carrero Blanco, ni Torcuato Fernández-Miranda. Quiero ser optimista y asumo que sí les suena Adolfo Suárez, pero estoy seguro que no conocen los entresijos de cómo se forjó algo de lo que los españoles nos sentimos tan orgullosos: la Transcición. Los tejemanejes que tuvieron que realizar, las conversaciones discretas, los pactos alcanzados para que, aquellos que habían jurado lealtad eterna a Franco, permitieran que España fuera una democracia.

Estoy seguro de que no conocen el papel crucial, fundamental, que jugó Juan Carlos I, para que los españoles tuviéramos una Constitución en la que el propio rey, renunciaba a disfrutar de tanto poder como el que tiene el de Reino Unido, por ejemplo.

Y los españoles durante muchos años nos sentimos orgullosos de haber servido de ejemplo al mundo de cómo se puede pasar de una dictadura – la de Franco – a una democracia. Sin guerra civil, aunque sí con ETA, y con un intento de golpe de estado frustrado. Por cierto, por El Rey.

Nos sentimos orgullosos de cómo fuimos capaces de crear una nueva Constitución donde todos tenían cabida. La Constitución fue apoyada por el 87,87% de los votantes, que representaba el 58,97% del censo electoral.

En Cataluña votó a favor el 90% de los votantes. En el País Vasco, el 70%.

En aquellos días, muchas veces tumultuosos y tristes por los atentados, por la incertidumbre de un futuro siempre incierto, creímos en nuestra democracia, en nuestras instituciones. Con algunas reservas, no ciegamente y no siempre, pero existía una cierta confianza. Creímos en la Justicia y pensamos que, aunque a trancas y barrancas, los malos pagarían sus fechorías.

Han pasado los años y lamentablemente en los últimos tiempos, estamos siendo testigos de un desmoronamiento de todo aquello que los españoles, - todos los españoles-, construimos allá a finales de los años 70. Aquella fe que depositamos en las instituciones, en la Justicia, en las FFyCC de seguridad del estado, en nuestros gobernantes y que, unas veces mejor que otras, parecía funcionar, de un tiempo a esta parte asistimos frustrados al desmantelamiento de todo eso.

La Constitución establece en su artículo 122 que 8 de los 20 vocales del Consejo General del Poder Judicial los nombre el Congreso y el Senado entre juristas de reconocida competencia. Y los otros 12 se elegirán entre jueces y magistrados de todas las categorías.

En 1985, con la mayoría del gobierno socialista de Felipe González se modificó la Ley Orgánica de 1980 y se fijó el que los 20 vocales los eligieran a partes iguales las dos Cámaras. Era la mejor manera de politizar la Justicia.

De aquellas lluvias, tenemos estos lodos. 

La lucha por el control político de la Justicia y de sus resortes – CGPJ, Fiscal General, TC, TS – ha sido y es feroz. Hasta tal punto que aquellos jueces que actúan de modo contrario a los intereses del gobierno, son objeto de una despiadada persecución, incluidos todos los miembros del Consejo de Ministros, con el propio Ministro de Justicia a la cabeza.

De repente, un día descubrimos que hasta había un comisario de policía, con sus ilegalidades a la espalda y sus interminables grabaciones e informes de todo quisqui, que dejaba pequeño al gran maestro Francisco Paesa.

Descubrimos atónitos cómo es posible robar 700 millones de euros a los desempleados de Andalucía, repartir ese dinero entre amigos, meretrices, cocaína, alcohol y demás, y ser declarados inocentes…después de haber sido condenados en firme por el Tribunal Supremo.

Y la misma desagradable sorpresa resulta cuando nos levantamos una mañana y descubrimos que se elimina del código penal español el delito de sedición.

El delito de sedición consiste en alzarse pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o al margen de las vías legales, la aplicación de las leyes. Este delito está contemplado en el artículo 544 del Código Penal. La condena que llevaba aparejada iba desde los 10 hasta los 15 años de prisión. Con la reforma de la ley correspondiente, el castigo por sedición se queda en una pena de prisión de 6 meses a 3 años.

Incendiar Barcelona salió barato. A los incendiarios, me refiero.

En el caso del concepto de malversación, o sea, robar dinero público, el matiz por el que te pueden declarar no culpable es que no tengas “ánimo de lucro”. O sea, que puedes robar para financiar un golpe de estado, organizar una sedición, armar un ejército o algo similar, pero no lo puedes ingresar en tu cuenta del Santander o del BBVA, por ejemplo.

Los atribulados ciudadanos asistimos estupefactos – día sí y día también - a un desfile inimaginable de corruptos, ladrones, tramposos, nepotistas y en general, gentes sin escrúpulos y sin más intención que la de enriquecerse de la manera que sea, mientras pueda y cuanto antes mejor.

Mi memoria es larga en el tiempo y excelente en los detalles, y a lo largo de todos estos años de democracia recuerdo casos de corrupción varios. Pero en aquellos años no había la preocupante sensación de descaro, de impunidad que parecen mostrar los delincuentes actuales. Entonces, albergábamos la esperanza de que la Justicia, aunque lenta, seguiría su camino y en algún momento, habría una sentencia condenatoria contra los culpables. Más o menos.

Sin embargo, la sensación de ahora es que, con el control dictatorial de los resortes de la Justicia, presumiendo públicamente y de forma indecorosa de que “el fiscal general de ¿quién depende? pues eso”, resulta difícil creer en ella. Aún más difícil cuando hay sobradas muestras de que el propio fiscal general va a ser imputado ante el TS por faltar gravemente a sus responsabilidades y someterse sumisamente a los requerimientos de su jefe. Y de que el TC contradice al TS, siempre que lo considere oportuno, se limita a obedecer las órdenes del gobierno y responde con maquiavélicos y retorcidos argumentos técnicos a lo que interesa políticamente en cada momento, afirmando con la misma rotundidad y vehemencia que una cosa es blanca y negra, en función del tiempo.

En realidad, la defensa de los últimos reductos de democracia que nos queda está en manos de muy contadas personas, con un poder relativo. Tal vez no lleguen a sumar ni 300, como aquellos valientes espartanos que se enfrentaron al inmenso ejército persa en las Termópilas.

Nuestros espartanos, en realidad, son algunos jueces, fiscales y la mayoría de los miembros de la Policía y la Guardia Civil.

La situación que estamos viviendo se asemeja bastante más a la que se muestra en la película “Los Intocables de Elliot Ness”.

En esa magnífica cinta, con un elenco de actores envidiable, dirigidos por Brian de Palma y como guinda del pastel la música de Enio Morricone, la ciudad de Chicago estaba infestada de corruptos de arriba abajo: El alcalde, los concejales, empresarios, los políticos…hasta la propia policía, cobraba sus mordidas del mafioso Al Capone.

En nuestro caso no se trata de una ciudad; se trata del país entero. Y del mismo modo que los de Elliot Ness fueron perseguidos por los mafiosos, nuestros defensores están siendo perseguidos por el gobierno. Al igual que en la película Capone le encarga a su mano derecha, Frank Nitti, que elimine a Elliot Ness, en nuestro thriller particular, también hay varios “Frank Nitti” dispuestos a eliminar la amenaza que representan nuestros Elliot Ness particulares.

Y, de nuevo, la realidad supera la ficción: Capone es detenido y encarcelado por las pruebas obtenidas de uno de sus más allegados colaboradores, no por sus crímenes y asesinatos, sino por defraudar a Hacienda.

Películas aparte, debemos ser muy conscientes de que lo que nos queda de democracia podemos perderlo. No es una exageración. Preguntad a los venezolanos que tenéis al lado.

La historia nos enseña que lo del Caballo de Troya no fue sólo una anécdota. Hitler asumió el mando de Alemania y se pulió de un plumazo la democracia e instauró una dictadura.

Y hay que ser muy conscientes de que, si perdemos nuestra democracia, iremos DE NUEVO, a una dictadura; pero en este caso, de extrema izquierda.

Volver a empezar es una película estupenda de J. L. Garci, pero no es una opción para España. Recordemos nuestra historia; aprendamos de ella.

domingo, mayo 25, 2025

Héore anónimo

Domingo es un nombre ficticio, porque es un héroe. Héroe anónimo, pero héroe, al fin y al cabo. A pesar de producirse la enorme contradicción de que ha salido en los medios escritos de medio mundo.



Domingo es un hombre que ronda los 60 años. Delgado hasta el extremo de pensar que sufre algún tipo de enfermedad, pero que después de charlar con él, caes en la cuenta que puede que se deba a la conjunción de una complexión delgada y una pasión por el ejercicio. 

De su boca salen las palabras a borbotones, enlazando un tema con el siguiente y obligándote a prestar mucha atención porque como parpadees, te lo pierdes. Con su característico acento que no ha perdido a pesar de llevar toda la vida viviendo fuera de su tierra, te van desgranando - casi apabullando - con todos los recuerdos que se le vienen a la mente.

Así, en los apenas 20 minutos que compartes con él, descubres que la enorme cicatriz que le cubre gran parte del lado derecho de la cabeza, - donde apenas le crece pelo - se debe a un atentado de ETA, del que pudo salir vivo y con más suerte que muchos de sus compañeros. Y te cuenta que con 18 años y en la época de plomo de la banda terrorista, se alistó voluntario para ir a luchar al País Vasco, sin que sus padres lo supieran. Y entonces su gesto se tuerce y su voz se torna en un tono triste. Rememora aquellos años, sus amigos asesinados, en la calle, sus compañeros de armas, y lo que sucedía dentro de los cuarteles con los detenidos. Estaba horrorizado sólo de recordarlo.

Sin ninguna razón aparente que lo justifique, de pronto salta y con la misma ametralladora de palabras que brotan de su boca, te cuenta que dio la vuelta al mundo en bicicleta. Que lo hizo por razones humanitarias y que allí por donde pasó, fue creando organizaciones benéficas, de ayuda a los niños, a las personas pobres, a los más necesitados. 

Te cuenta, orgulloso, cómo en cierta ocasión evitó que a una joven le fueran a amputar una pierna por una herida que tenía. Y como demostración de que todo lo que dice es cierto, abre la maleta - no sin antes tener que hacer un esfuerzo por recordar cuál es el código de 4 cifras para hacerlo - y entre la ropa interior y debajo de la escritura de su casa - que se ha traído consigo porque no se fía mucho de dejarla allí - te enseña multitud de recortes de periódicos, principalmente de Latinoamérica, en los que se habla de su hazaña, con fotos, en las que a duras penas, consigues identificarle, debido al enorme cambio físico experimentado.

Y así, asaeteado por su impresionante verborrea y asombrado de que personas así existan y den su vida por otros, te va contando, como la cosa más natural del mundo, que en su deambular por el globo terráqueo, le han atracado un sinfín de veces, que le han dado palizas que le dejaron medio muerto, que le han amenazado con cuchillos, navajas, machetes y pistolas. Que ha estado a punto de morir en muchas ocasiones. Que le han robado y le han dejado sin nada en mitad de un país extranjero. Que le robaron su bicicleta, mientras daba la vuelta al mundo y que tuvo que solicitar otra a su proveedor oficial. Y que, desde hace unos años, comparte su vida con una chica mucho más joven que él. Una chica nacida en Guinea y modelo de profesión, con la que espera un niño.

Y tú sabes que, si te quedas charlando con él, podrías estar días y días escuchando y tomando notas para escribir varios libros. Pero eres consciente de que son las cuatro de la tarde, que tienes que llegar a casa y que tienes que comer.

Y en el viaje de regreso a tu casa, te das cuenta de que a tu alrededor y sin que te lo esperes, hay personas que son capaces de arriesgar su propia vida para mejorar o salvar la de otros. 

Domingo ha recorrido el mundo entero haciendo el bien a todo el que pudo. Nadie lo sabe, nadie le conoce y él, se limita a confesarte, cuando te estás despidiendo: “Me gustaría volver a encontrarme con todas esas personas. Me gustaría ver a la chica a la que le salvé la pierna. Me gustaría saber qué ha sido de ellos, cómo les va ahora.” Y lo dice emocionado, entusiasmado de haber podido ayudar a alguien. 

Su respeto por los seres vivos llega al extremo de que tanto él como su pareja, son veganos. Ni comen ni utilizan nada que tenga que ver con animales. Otra de las razones por las que su aspecto físico, parece la de un enfermo.

Por todo ello, cuando regreso a casa, intento asimilar el tsunami de información que he recibido y me asombra haber podido encontrar a un ser humano como Domingo. Militar retirado, creador de innumerables ONG’s a favor de los más necesitados, por todo el mundo. Antiguo componente de un grupo musical. Superviviente de un atentado terrorista. 

Como dijo el poeta: en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno.

sábado, junio 03, 2023

Sinatra y mis recuerdos (VIII)

El año 1968 fue prolífico en acontecimientos históricos.

Los americanos seguían asesinando a los que no les interesaba, como Martin Luther King o al hermano de JFK, Robert Kennedy. Los telediarios nos mostraron a los tanques rusos del Pacto de Varsovia invadir y tomar posiciones en Praga, la capital de un país que más tarde desapareció, Checoslovaquia. La guerra de Vietnam nos llegaba casi en directo, mostrando los efectos del napalm, o el ajusticiamiento en plena calle de uno del Viet Cong, con un tiro en la cabeza, y viendo cómo caía al suelo muerto, mientras le salía la sangre a chorros por el agujero de la bala.

Hablando de guerras, ese año fue el primero en el que una banda que se llamaba ETA asesinó por primera vez.

Yo continuaba con mi guerra particular contra los curas. Todos los años tenía alguno que era especialmente tocapelotas. Los podrían haber concentrado a todos juntos en un curso y así, al menos, podría haber disfrutado algo en los años siguientes, pero por desgracia, alguien decidió amargarme la existencia poniendo en mi camino sucesivos zoquetes con la misma capacidad didáctica que un comisario político chino y aproximadamente con el mismo criterio de entendimiento y justicia. A ese perfil respondía la última adquisición que me tocó en suerte: el hermano Federico.

Rumores sin confirmar apuntaban a que el susodicho provenía de otro colegio de la congregación que estaba en Zaragoza. Una de las peculiaridades de esta criaturita, aparte de que se pasaba el día chillando como un berraco en celo, era que usaba ciertos términos al hablar y que a nosotros nos llamaba especialmente la atención. El más característico era que en vez de decir “estoy cansado de repetirlo” decía “estoy canso…”.

Era bien sabido que yo a las clases de por la tarde, llegaba, eso: tarde. Salvo algún año que comía en la casa de mis tíos y mi frenético ritmo de vida se calmaba un poco, el resto era como ya lo he contado anteriormente. Así es que, de alguna manera, era famoso.

Ese curso recuerdo que teníamos clase de gimnasia de 12.30-13.30, lo que significaba que, terminada la clase, te ibas a casa. El problema que se planteaba era que para la clase de gimnasia era obligatorio vestir el chándal rojo del colegio y, por tanto, tenías que desnudarte por completo. Para ello, no podías hacerlo en medio de la clase, pero al mismo tiempo, no había un vestuario como tal y los baños estaban saturados. Hasta que la dirección del colegio se percató del problema y decidió construir unos vestuarios rudimentarios en una parte del patio de recreo.

Un día, terminada ya la clase de gimnasia, tuve que hacer cola en los lavabos a la espera de poder quitarme el uniforme de gimnasia, vestirme con ropa de calle y salir pitando a casa con la bolsa a cuestas. Eran las 13.45 y como siempre salía escopetado junto con mi amigo y compañero de pupitre. Al salir por la puerta casi corriendo, estaba el hermano Federico y nos mandó parar.

Nos llamó la atención, en especial a mí, porque eran las 13.45 y siempre llegaba tarde a las clases de después de comer. Le expliqué cuál era el problema de la falta de espacio y el número de personas intentando usar los servicios, pero su respuesta fue contundente.

¾     Estáis perdiendo el tiempo. Ahora mismo dad dos vueltas al patio corriendo.

Algo que no he aceptado jamás han sido las órdenes sin sentido, sin lógica, y esta era una de ellas. De cualquier forma, intenté razonar.

¾     Hermano, son las 13.45 si ahora nos dedicamos a dar dos vueltas al patio corriendo, voy a salir de aquí a las 14.00 y no voy a poder llegar a tiempo a las 15.30, que es precisamente lo que intenta evitar.

Evidentemente, siempre se ha dicho que discutir con un gilipollas es una pérdida miserable de tiempo, porque ambas personas están en planos distintos. Y en este caso, se demostró una vez.

¾     Que sean tres vueltas.

De haber aceptado el argumento – por otra parte, impecable - de un niño de doce años, y eliminar el absurdo castigo, habría sido tanto como admitir ante el propio niño, que el hermano Federico era lo que aparentaba ser: un cretino inconmensurable. Así es que se aferró al viejo axioma de “mantenella y no enmendalla”.

Mi amigo Alfredo y yo, decidimos salir de allí. Yo ya había perdido mucho tiempo y comenzamos lo que en términos deportivos se conoce como “trote cochinero”, un ritmo a medio camino entre la carrera y la marcha atlética. Nos dirigíamos hacia la puerta de salida y al llegar allí decidimos abandonar ese estúpido castigo y marcharnos a casa. Él, como muchos de mis compañeros, vivía más o menos cerca del colegio, pero yo tenía una aventura y ya llegaba tarde.

La primera clase de esa tarde era, casualmente, con el Federico de las narices. Ni siquiera recuerdo qué tipo de asignatura nos daba. Creo recordar que ninguna, que sólo se encargaba de controlar a las ovejas, como un perro pastor, mientras ellas estudiaban cualquier asignatura. De repente se arranca y dice:

¾     Los dos que me deben un castigo que se pongan de pie.

Mi amigo Alfredo y yo, codo con codo, literalmente, nos miramos sinceramente extrañados. Estábamos absolutamente convencidos de que eso no iba con nosotros, lo cual, por cierto, nos dejó desconcertados. Al parecer había otros que estaban en deuda con el Federico.

El Federico se empezó a impacientar y finalmente, al ver que ninguno de nosotros se dio por aludido, se dirigió directamente y llamándonos por nuestros apellidos – norma de conducta del colegio -, nos ordenó que nos pusiéramos en pie. Y allí, puestos en pie, con cara de circunstancias Alfredo y yo escuchamos una larga perorata, un rapapolvo, un soliloquio, con más tinte de rosario de penalidades y frustraciones del propio Federico, a lo que ninguno de los dos podíamos añadir nada. El Federico retomó el diálogo que mantuvimos en la puerta en un vano intento de justificar ante el resto de la clase lo justo que era su proceder y lo canallas que habíamos sido mi colega y yo. Baldío esfuerzo que se esfumó en cuanto yo repetí mi argumento de que si lo que se pretendía era castigar mi retraso habitual, el castigo no iba a solucionar nada, más bien al contrario.

Entonces la bronca devino en una especie de coloquio con 45 testigos en el que el Federico intentó inculcarnos a todos, de que su autoridad estaba por encima de cualquier discusión, y que, si él decidía imponer un castigo, éste debía cumplirse. Pero yo se lo discutí aduciendo que mi retraso continuo no se debía a ninguna actitud indolente, sino simplemente a la distancia que debía cubrir, por lo que, en definitiva, no merecía ningún castigo, ni tampoco estaba en duda su autoridad para imponerlos, siempre y cuando se ajustara a derecho.

El combate quedó en tablas. O sea, perdió el Federico.

Otro mal año.

viernes, febrero 03, 2023

23-F.

Según parece febrero es un mes proclive a los golpes de estado y a los inicios de guerras.

El próximo día 24 se cumplirá un año de la invasión de Putin sobre Ucrania, pero el día antes, el 23 de febrero, también se cumplirán años del último golpe de estado con armas que hemos tenido en España.

Conviene recordar la historia.

***

EL 23-F.

 

El 23 de febrero de 1981 a eso de las siete de la tarde yo estaba trabajando. De repente, recibo una llamada de mi mujer, algo absolutamente inusual. Pero lo que me dice es todavía más increíble. Preocupada, me dice que la radio y la TV informan que al parecer ha habido un asalto al Congreso de los Diputados. Aunque en los primeros momentos cunde el desconcierto y no se sabe bien si el asalto se debe a un comando de los terroristas de ETA, si han conseguido entrar en el edificio o si con el fin de evitarlo, un numeroso grupo de guardias civiles ha entrado con el fin de eliminar la amenaza. Finalmente, me confirma que son los guardias civiles los que han entrado en el hemiciclo, que no hay terroristas y que se han cortado las comunicaciones.

¾     ¿Qué está pasando? – me preguntó con preocupación.

¾     Se llama golpe de estado – respondí.

Esa fecha está grabada en la memoria de todos los que lo vivimos, junto con las imágenes icónicas de los guardias civiles disparando con sus metralletas al techo del Congreso, mientras uno de ellos intenta arrojar al suelo – infructuosamente - al ministro de Defensa, el general Gutiérrez Mellado, un hombre de avanzada edad, y el presidente en funciones, Adolfo Suárez, es el único que se mantiene sentado impertérrito en su asiento, mientras el resto de parlamentarios se esconde bajo sus asientos.

Pero ¿cómo se llegó a tales extremos? ¿Cómo fue posible que en la España de finales del siglo xx se produjera un golpe militar, que más parecía pertenecer a nuestro infausto siglo xix? Pues como siempre suele suceder con esta clase de eventos, se deben a diversas circunstancias que se van superponiendo unas a otras, como gotas de agua que van cayendo en un vaso y termina por desbordarse. Y esta es la génesis de todo aquello.

Antecedentes.

20 de noviembre de 1975.

Esa es la fecha oficial de la muerte del general Franco, quien había gobernado España desde el final de la Guerra Civil española en 1939. En esas fechas, España tenía sobre la mesa una lista considerable de problemas muy serios y acuciantes.

En 1973 los terroristas de ETA habían asesinado de forma salvaje en pleno centro de Madrid al almirante Carrero Blanco, mano derecha de Franco y hombre fuerte del régimen. La explosión, que acabó en el instante con la vida de Carrero Blanco, fue tan violenta que abrió un gran cráter en el asfalto y el coche, un Dodge 3700 GT de casi 1800 kilos de peso, voló por los aires y cayó en la azotea de la Casa Profesa, anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes.

Tras la muerte de Franco España era un país paralizado por la incertidumbre, aunque Franco y sus leyes, habían previsto todos los pasos que había que dar (“todo está atado y bien atado”), incluida la proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor del propio Franco a título de Rey. Pero la desaparición repentina del dictador desató una lucha por el poder de fuerzas internas, ocultas hasta entonces.

La extrema derecha, compuesta por diversas organizaciones civiles de diferente perfil, pero donde predominaban los matones y alborotadores, incluía, por supuesto, a los militares más recalcitrantes del régimen, que hasta el momento se había sentido protegida y representada por algunos miembros del Consejo de ministros, y por tanto se había mantenido en un segundo plano y en silencio, vio peligrar su influencia ante la incertidumbre que se avecinaba. Se trataba de perpetuar los principios y privilegios que se venían disfrutando hasta entonces.

Los cristiano-demócratas, los socialistas y los del Partido Comunista, que en su inmensa mayoría vivían exiliados en Francia, Méjico o Moscú, vieron la gran oportunidad de realizar el sueño por el que tanto tiempo llevaban peleando.

Los independentistas vascos y catalanes, cuyas instituciones habían sido abolidas por Franco, -del mismo modo que hizo con todos los partidos políticos- y cuya lengua se hablaba casi exclusivamente en ambientes rurales, vieron en ese momento una oportunidad de retomar el pasado y seguir luchando por su independencia del resto de España. Para ello, optaron por dos vías antagónicas: los vascos prefirieron apoyarse en los terroristas de ETA y su política asesina. Los catalanes por la negociación.

Y por si todo esto fuera poco, el 6 de noviembre de 1975, es decir, apenas unos pocos días tras la muerte de Franco, el Rey de Marruecos Hassan II, con el apoyo de la CIA, inició la invasión del territorio que hasta entonces pertenecía a España, en la llamada “marcha verde”.

La muerte del jefe del Estado significó un antes y un después para España y para ETA, que, a partir de ese momento, redobló sus esfuerzos criminales.

Al mismo tiempo que se sucedían los atentados de ETA, los grupos de extrema derecha, los llamados “tardo franquistas” cometían los suyos propios.

 

Ante este panorama desolador en la que España, una vez más en su historia, estaba al borde del abismo, día sí y día también, los militares – la mayor parte de los cuales habían participado activamente en la guerra civil española en el bando de Franco – asistían al entierro de sus camaradas, amigos y compañeros de armas asesinados de un tiro en la nuca o con una bomba bajo su coche, al tiempo que criticaban al gobierno por lo que ellos consideraban inoperancia o incluso falta de diligencia.

Lo cierto es que, en esos momentos, los terroristas de ETA asesinaban en España y pasaban sin problemas la frontera hacia Francia, donde todos vivían apaciblemente, amparados por el gobierno de turno, constituyendo así el llamado “santuario francés” de ETA.

España, ya se ve, no tenía demasiados amigos por el mundo. La figura del dictador no era muy apreciada. Su posicionamiento del lado nazi en la S.G.M., su posterior cobertura a todos los nazis que se escondieron en España donde fundaron sus empresas, vivieron como príncipes y disfrutaron de una vida plácida y tranquila sin ser molestados jamás hasta su muerte, no ayudaba demasiado a disfrutar de una buena imagen en el exterior.

Por todo ello, en los acuartelamientos comenzó a percibirse lo que en el argot se conoce como “ruido de sables”, una expresión que hace referencia a la creciente indignación por la situación de caos en la que se vivía y por ser ellos, los militares, las principales víctimas de ETA. Fue a raíz de estos acontecimientos cuando comenzó a hablarse en “las salas de bandera” de dar un golpe de mano, de cambiar el rumbo del timón; de confirmar lo que muchos sospechaban, que tras la muerte del general todo el edificio se vendría abajo.

Y así lo consideraron cuando en 1977 regresó a España desde el exilio el presidente de la Generalitat de Cataluña, - institución abolida por Franco y reinstaurada por Adolfo Suárez recientemente -, Josep Tarradellas, quien ante una multitud que se concentró en la Plaza Sant Jaume para darle la bienvenida, pronunció la famosa frase: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”.

A comienzos de ese mismo año, 1977, el presidente Adolfo Suárez, en plena Semana Santa, había decretado la legalización del Partido comunista de España, en un inequívoco mensaje de apertura y democratización. La respuesta del “búnker” franquista fue la inmediata dimisión del ministro de Marina, Almirante Pita da Veiga.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

Tras la muerte de Franco la ley establecía la proclamación del Rey Juan Carlos en las Cortes franquistas. Y así se hizo. Pero lo que nadie sabía entonces era que D. Juan Carlos, tenía sus propias ideas acerca del futuro de España.

La figura del entonces Rey había sido eclipsada por la omnisciente presencia del general Franco a cuya sombra el futuro rey se crio lejos de su familia, del cariño de los suyos y en un entorno que, si bien no era del todo hostil, tampoco era el más envidiado. Estaba rodeado de espías que actuaban en favor de Franco, quien era puntualmente informado de quiénes visitaban a Juan Carlos, con quién se reunía, con quién hablaba, de qué y “a qué dedicaba el tiempo libre”.

Fueron Franco y el padre del Rey, Don Juan de Borbón, quienes acordaron en una tensa entrevista cómo se desarrollaría la educación del entonces príncipe, don Juan Carlos, que, por ese entonces, tenía diez años. Se eligieron a quienes serían sus compañeros de estudios y sus maestros en las diferentes materias. Y entonces el destino jugó a favor de España y sin habérselo propuesto, Franco proporcionó la puerta por la que nos convertiríamos en una democracia, porque una persona que ha sido crucial para España fue uno de los maestros de Juan Carlos I. Su nombre: Torcuato Fernández-Miranda, a la sazón profesor de Derecho Político de S.M.

En cuanto D. Juan Carlos accedió al trono, puso en marcha su idea sobre qué debía ser España. El Rey le encargó a Torcuato una tarea nada sencilla: España debía convertirse en una democracia plena CUMPLIENDO la ley.

“De la ley a la ley”, fue la orden de D. Juan Carlos.

Antes de eso D. Juan Carlos, tomó otra decisión crucial, transcendental para nuestro futuro.

A la muerte de Franco el presidente del gobierno era Carlos Arias Navarro. Un hombre del régimen. El mismo que con gesto apesadumbrado dio la noticia del fallecimiento de Franco en televisión.

Pero era evidente que Arias Navarro no entraba en los planes de D. Juan Carlos. Necesitaba savia nueva, alguien joven, con dinamismo y que creyera en el proyecto.

Para sustituirle se presentó al rey una terna, pero D. Juan Carlos, haciendo uso de los poderes de los que disponía en ese momento histórico, hizo una apuesta personal. Nombró presidente del gobierno a un tal Adolfo Suárez.

 

La reforma política de Adolfo Suárez.

 

D. Juan Carlos y Suárez ya se habían conocido anteriormente y habían hablado de modernizar España y ambos estaban en completa sintonía. Así se formó el triángulo mágico constituido por el Rey, Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez. Ellos son la esencia misma de nuestra democracia actual.

En 1976 las Cortes españolas eran las mismas que cuando Franco falleció en 1975. Unos eran de derechas y los demás, de extrema derecha. Pero el rey se propuso dinamitar eso y convertir a España en una democracia. Sin necesidad de iniciar una revolución, ni de acudir a las armas para defender su postura.

Para ello, encargó a su antiguo profesor, D. Torcuato Fdez. Miranda, a la sazón presidente de esas Cortes franquistas, un borrador de ley que permitiera transitar desde un estado dictatorial, fascista, hacia una democracia, sin salirse de la ley. Hay que recordar que tanto D. Torcuato, como el propio Rey, como Suárez, como todos y cada uno de los miembros de esas Cortes, habían jurado lealtad a Franco y a sus leyes.

En definitiva, lo que dicha ley promovía era el suicidio, el harakiri, de todos sus miembros, la desaparición de esas Cortes supervivientes de Franco, para dar paso a un estado democrático.

Los tres implicados hicieron uso de sus amistades, influencias y demás artes, para conseguir los votos necesarios para que se aprobara dicha ley. Una de las claves para lograrlo fue la designación de Miguel Primo de Rivera y Urquijo, nieto del dictador y presidente del Consejo de ministros de Alfonso XIII, para defenderla en las Cortes. Todo un símbolo. 

La ley fue aprobada en esas Cortes franquistas por 425 votos a favor y 59 en contra, con 13 abstenciones. Los franquistas se hicieron finalmente el “sepuku.”

Posteriormente, el 15 de diciembre de 1976 se celebró el previsto referéndum para ratificar la ley.

En junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936.

 


 

LOS GOLPES.

 

A pesar del buen rumbo que llevaba España en cuanto a su proceso de democratización, dicho proceso no contaba con el visto bueno de muchos de los militares ni del llamado “búnker” franquista. En su ánimo seguía pesando más el dolor de los atentados, la rabia y la frustración por las víctimas y la aparente desidia del gobierno. Estimaban que debía aplicarse mano dura. En los cuarteles se hablaba de dar un golpe de estado. Y había más de uno en marcha, aunque cada uno de ellos estaba en una fase diferente de avance. Una de esas intentonas golpistas fue la renombrada Operación Galaxia, en la que se detuvo a un individuo que más tarde pasaría a la historia: Antonio Tejero. También al capitán Sáenz de Ynestrillas, hijo de un militar asesinado por ETA.

Ante el cúmulo de intentonas golpistas en marcha algo debían conocer las autoridades encargadas de la seguridad. En concreto el CESID – (Centro Superior de Información de la Defensa). Alguna de las teorías en relación a este asunto apunta a una estrategia arriesgada, pero que al final dio sus frutos.

El plan consistía en aunar todos los golpes en uno sólo. Con ello se pretendía eliminar la posibilidad de tener que estar en una lucha permanente contra los diferentes golpes y al tiempo, descabezarlos a todos y eliminar de un plumazo a todos los cabecillas. Así, de paso, se le quitaban las ganas a cualquiera de que lo volviera a intentar. ¿Y eso cómo se hace?

A partir de aquí, como corresponde a una buena película de espías, las cosas empiezan a dejar de ser blancas o negras y se convierten en grises.

A continuación: Fuente “La Vanguardia” 24/02/2001

“José Luís Cortina ocupaba en 1981 el mando de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) del CESID, dentro de la cual se había creado, además, y también bajo su mando, la Sección Especial de Agentes (SEA). Formado en la Academia Militar de Zara­goza, este mando de los servicios secretos compartió promoción, y compañía, con Juan Carlos de Borbón.”

“… en la madrugada del 21 de febrero de 1981 se celebra una reunión en Madrid entre el teniente coronel Tejero – antes mencionado - y el comandante de Infantería destinado en el CESID José Luis Cortina Prieto; en concreto, en casa de este, en el parque de las Avenidas. Los acompaña el capitán de la Guardia Civil, también destinado en el CESID, Vicente Gómez Iglesias. Cortina se presenta ante Tejero como persona de confianza de Alfonso Armada ([1]). “Y se muestra perfectamente enterado de las operaciones que se proyectaban bajo el mando bicéfalo Armada-Milans” ( [2])

“El objeto fundamental de la entrevista es comunicar a Tejero que debe ponerse en contacto con el general Armada y facilitarle los medios que se precisen del CESID a través del capitán Gómez Iglesias”.

El uso de los nombres de Armada y Milans, encerraba una trampa. Pretendía que Tejero dedujera por sí solo – tal y como así fue después – que detrás de ellos se encontraba el propio rey apoyando el golpe. Nunca se pronunció el nombre del rey, pero si dejas caer sibilinamente una frase adecuada, el de enfrente cree escuchar lo que quiere escuchar. Una auténtica trampa de espías. Por otra parte, si los golpistas, incluidos Armada y Milans, consideraban que tenían el apoyo o cuanto menos, la no intervención de S.M., era una forma de que todos los golpes en marcha se paralizaran y se aunaran en uno solo.

Ya fuere porque se debió a una medida improvisada, o se tratare de un farol, o de una gran astucia, el caso es que el teniente coronel de la guardia civil D. Antonio Tejero, se creyó que después de su intervención en el Congreso se produciría una cascada de adhesiones al golpe en diferentes regiones de España, al igual que sucedió en 1936.

Pero ni España era la misma, ni en 1936 teníamos a Juan Carlos I.

En aquellos momentos de 1981, los franquistas consideraban al Rey como un “segunda fila”, una especie de rey de paja que había sido tutelado por Franco y que por tanto no podía traicionar la lealtad que le juró.

Por su parte, el resto, curiosamente, consideraban al rey una continuación del franquismo, precisamente por lo mismo que los franquistas. Así es que el rey Juan Carlos, en la noche del 23-F, se enfrentaba a varios monstruos. Incluso algunos de los golpistas invocaron su nombre.

 

La derrota del golpe de estado.

 

Una vez que se produjo el asalto al Congreso se desató en España la noche más larga de nuestra historia reciente. Los que pensaron que el Rey Juan Carlos les estaba apoyando, se llevaron una desagradable. Miláns, en Valencia, llegó a sacar los tanques a las calles. TVE fue tomada por una unidad del Ejército de Tierra formada por 35 hombres y nueve vehículos militares.

Mientras tanto, en el Congreso, se esperaba la llegada del “Elefante Blanco” (¿Armada?), nombre en clave con el que se conocía al hombre que iba a dirigir los designios de España. Una llegada que no se produjo nunca.

Los líderes de los diferentes partidos políticos, estaban custodiados por hombres armados en diferentes despachos, mientras el grueso de los parlamentarios permanecía en sus escaños.

Pero hubo un factor que jugó a favor de los españoles: el Rey Juan Carlos I, había estudiado en las academias militares, tenía sus amigos y por encima de todo, era el Capitán General de todos los ejércitos, y la obediencia de una orden es sagrada para un militar. Y el Rey dio la orden de regresar a sus cuarteles a todos los amotinados.

Yo llegué a casa a medianoche y para entonces ya tenía claro que el golpe había fracasado. En el manual del golpista una de las primeras obligaciones es interferir, interceptar o eliminar cualquier comunicación con la población. Poner un trapo negro a la población y mantenerla incomunicada, aislada y atemorizada en casa. Y eso no se produjo.

Ya de madrugada el rey Juan Carlos apareció en TVE para dar un discurso, vestido de militar y con gesto cansado. En él anunciaba las órdenes que había dado a todos los jefes de las regiones militares de regresar a sus cuarteles y el irrenunciable deseo de proseguir con el proceso de convertir a España en una democracia.

A ojos vista de aquellos militares y de la más recalcitrante y ultramontana derecha española, D. Juan Carlos se convirtió aquella noche en un traidor al juramento que había realizado a Franco y sus Principios del Movimiento y leyes del Régimen.

Para el resto, ese 23-F, el Rey se ganó el afecto y el respeto de su pueblo. Demostró que no era un mero seguidor de las teorías de Franco. Supo rodearse de las personas adecuadas para llevar a cabo la misión que él mismo se había impuesto. Y después, cuando se redactó la Constitución, renunció a una serie de poderes y privilegios de los que había dispuesto en la fase constitucional.

Las Cortes franquistas se suicidaron en pro de otro futuro para España.

El rey, se sometió al pueblo y a la Constitución.

 © Carlos Usín

Bibliografía: :   CON LA VENIA ... YO INDAGUE EL 23-F | PILAR URBANO | Casa del Libro


[1] Alfonso Armada y Comyn, dio clases militares al entonces príncipe Juan Carlos, convirtiéndose en uno de sus mejores amigos y consejeros, y llegó a ser miembro del Estado Mayor Central.

[2] Jaime Milans del Bosch, en 1981 era Capitán General de la III Región Militar (Valencia)