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sábado, enero 21, 2023

La petanca de Pedro Sánchez y los jubilados.

Cada vez se me hace más insoportable la sempiterna y empalagosa presencia en los medios del fatuo pomposo de Pedro Sánchez, ya sea, entrando en Moncloa en olor de multitud y recibiendo los “espontáneos” aplausos de sus acólitos, que le reciben cual césar victorioso tras un viaje en Falcon, o en una reunión “informal” con supuestas personas anónimas, que posteriormente, se descubre que forman parte del PSOE. El último ejemplo ha surgido hace un par de días cuando, también de modo “espontáneo” y nada más aterrizar de su viaje a Davos, decide, así como quien no quiere la cosa, que lo que le apetece de verdad es ir a un parque de una populosa zona de Madrid y ponerse a jugar a la petanca con unos jubilados, que, casualmente, estaban por allí y a las 14.30 no se habían ido a su casa a comer. La vergüenza ajena viene después cuando todo el mundo sabe que esos supuestos jubilados, también son miembros del PSOE.

La verdad es que esto empieza a parecerse demasiado a “la rubia de Putin” y a “las madres de soldados muertos en Ucrania” con las que Putin se reúne a tomar té y pastas. Todas con unas fotos enormes, todas serenas y felices, sin derramar ni una lágrima ni mostrar el más mínimo gesto de pena por la supuesta muerte de sus hijos.

¡Apesta!

Lo patético de este tipo de propaganda, al más puro estilo Goebbels, es que resulta tan evidente su intención de manipular, de lavar la imagen del líder, que resulta obsceno. Es la misma diferencia que hay entre cautivar mediante la seducción o pagar a una prostituta directamente.

Todo esto me recuerda a dos escenas de sendas magníficas películas. La primera, “El puente de los espías”. Las autoridades de la entonces URSS, intentan confundir al negociador (Tom Hanks) haciendo pasar por familiares de un espía soviético a personas que ni siquiera sabían muy bien cuál era la relación de parentesco que debían mantener con el susodicho, lo cual, resultaba hilarante a la par que ridículo.

La otra escena pertenece a la película “El concierto”. En un momento dado, el patrocinador del concierto y miembro de la propia orquesta, da las instrucciones a los realizadores en la oficina de control: “Cámara 1, apuntando a mí; cámara 2, apuntando a mí; cámara 3…”. Y todo esto al tiempo que la madre del supuesto filántropo le aconsejaba que en vez de comprarse una orquesta, debía comprarse un equipo de fútbol y que el PSG estaba barato.

Pedro Sánchez me recuerda a ese mafioso ruso, dando las órdenes a todas las cadenas de TV, y a todos los cámaras, de que ÉL es el centro del Universo; él es la estrella de Hollywood, el que encabeza el reparto, el que está en todas las escenas, sobre el que recae todo el peso de la película.

¿Qué se va a Davos? Allí tiene que haber una cámara. ¿Qué Biden se va al cuarto de baño? Allí hay otra cámara que atestigua el magno evento del que más tarde, la prensa amarilla a su servicio, dirá que fue un breve encuentro, pero muy fructífero, cuando en realidad fue una persecución por los pasillos.

Sin embargo, cuando la pandemia, Pedro Sánchez se puso de perfil y le dejó el marrón a las CC.AA. que no tenían competencias para según qué decisiones.

Ya sabemos que en política hay mucho cínico, mucho embustero y mucho embaucador, pero todo tiene un límite, pasado el cual, la imagen queda muy chusca.