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miércoles, enero 01, 2025

Galicia – Capítulo 5 – Santiago de Compostela

En realidad, la clave de todo este viaje era estar en Santiago el 24 de noviembre. En base a ese dato, organizamos todo lo demás, lo de antes y lo de después. La razón era que ese día en la catedral se iba a utilizar el botafumeiro. Eso era lo que convertía a esa fecha en fundamental, porque el incensario sólo se usa en días muy señalados y el 24 de noviembre se celebraba la Solemnidad de Cristo Rey.

Nuestra idea era reservar en el Parador de Santiago, también conocido como Hostal de los Reyes Católicos, pero lamentablemente, lo estaban reformando. Al parecer, el paso de los años había dejado huella y era necesario un tiempo de mantenimiento en profundidad. Así es que, pronto encontramos un hotel muy céntrico, con un parking muy cercano, con lo que nos facilitaba y mucho la idea de dejar el coche y movernos a pie por el centro de la ciudad. El hotel – que recomendamos sin lugar a dudas – se llama HOTEL VIRXE DA CERCA.



Está situado a escasos 500 metros en línea recta de la Catedral, a unos pocos metros del mercado de abastos, donde, aparte de comprar toda clase de viandas frescas, hay bares donde degustar algunas de las infinitas delicias que se producen en el mar y en esa bendita tierra. Y por si no tuvieras bastante, en los alrededores puedes encontrar toda clase de bares, restaurantes, mesones, todos ellos a rebosar, tanto de lugareños – la inmensa mayoría – como de visitantes como nosotros.

Estuvimos deambulando un poco por allí y por aquí. Cotilleando entre los puestos del mercado, que estaba a punto de cerrar, comparando precios, calidades y tamaños. A mi mujer le sorprendió el tamaño de los pollos en comparación con los que solemos ver por estas latitudes. Esos pollos parecían pavos, tenían un color amarillo intenso y no paliducho como los que compramos en el Mercadona. Daba la impresión de que en un hipotético combate entre un pollo gallego y uno de por aquí, sería como enfrentar al increíble Hulk con Dustin Hoffman.

Después de realizar un detallado inventario de todos los productos a la venta – carnes, verduras, quesos, huevos, pescados, etc. – salimos en busca de un sitio donde tomarnos una cerveza o un vino. Nos costó un poco. A pesar de ser finales de noviembre, las terrazas de los bares estaban a rebosar, incluso aquellas que estaban a la sombra y donde – por cierto – corría un biruji nada desdeñable, que no parecía amedrentar a los parroquianos. Y, además, nosotros queríamos estar en el interior de alguno. Tuvimos suerte y justo en el momento en que un grupo abandonaba un local, entramos nosotros y ocupamos una diminuta mesa para dos. Suficiente para estar sentados y comprobar que en Santiago también hay ganas de gozar y de disfrutar de la vida y sus placeres, y no son sólo los estudiantes.

Dado el desayuno pantagruélico con el que nos habíamos regalado en Cambados, a esas horas del almuerzo, la verdad, es que no teníamos nada de hambre. Todo lo contrario de todos los que nos rodeaban que, tras tomarse unas raciones de cualquier fruslería, se encaminaban a comer en serio. Y ya sabemos lo serios que se ponen los gallegos cuando de comer se trata. Nada de bromas.

Nosotros, tras la cerveza y el agradable paseo por los alrededores, preferimos retirarnos a descansar. Aún teníamos unas horas antes de zambullirnos en una visita a Santiago de la mano de una guía turística que nos iba a contar todos los secretos desconocidos, y a desvelar algunas verdades que con el tiempo se habían ido olvidando o convirtiendo en mitos o leyendas.

No hay lugar más emblemático en Santiago de Compostela para quedar, que hacerlo en la Plaza del Obradoiro. Allí estábamos en el lugar señalado y a la hora indicada, buscando entre la multitud a alguien que llevara un paraguas blanco. Esa persona sería nuestra guía.




Una vez que la encontramos, poco a poco, nos fuimos arremolinando a su alrededor. Al cabo de unos minutos, la guía comenzó a pasar lista. Al tiempo que identificaba al numeroso grupo, iba repartiendo unos auriculares para que sus indicaciones llegaran a todos sin problemas y sin vociferar.

A partir de ese momento y durante las siguientes dos horas, la guía encabezó el numeroso grupo, llevándonos por la Plaza del Obradoiro, Plaza de la Quintana, Plaza de Platerías, Rúa do Franco, Alameda, Escultura dos Marías, Facultad Geografía e Historia, Mercado de Abastos.




La visita resultó mucho más interesante y amena de lo que yo me había imaginado. También fue una auténtica paliza física. Al terminar, nos hicimos una foto grupal y fuimos a las oficinas de la empresa GALICIA EXPERIENCE que es la que organizó el tour.




Después de la visita lo que debíamos hacer era reponer fuerzas y siguiendo la sugerencia que nos hizo la misma guía, allí que nos dirigimos a cenar temprano. Nos vendría bien estar sentados, comer y bebernos una cerveza.

Mientras caminábamos en dirección al bar, pudimos comprobar que todas las terrazas de todos los bares, cafeterías, mesones y tabernas que encontramos a nuestro paso, estaban a rebosar de gente disfrutando, tanto al aire libre como en el interior.

La verdad es que como al mediodía no habíamos comido nada y nos habíamos metido una paliza de andar por Santiago de dos horas, pues, teníamos hambre. Tras la cena, seguimos las indicaciones de Google y conseguimos llegar sanos, salvos y cansados a nuestro hotel. Había sido un día intenso, que se inició en Cambados.

La mañana siguiente era el gran día. Es probable que los locales disfruten del espectáculo del botafumeiro con mucha frecuencia, pero en nuestro caso, sería la primera vez que lo veríamos en acción. Así es que no voy a negar que estábamos muy ilusionados con la idea.

Después de desayunar en el hotel tuvimos tiempo de sobra para llegarnos hasta la entrada sur de la catedral, que es la única por la que se entra a los oficios. Aunque fuimos con bastante tiempo de antelación, hasta cierto punto nos sorprendió que una parte importante de la nave ya estaba completa. Aun así, pudimos encontrar sitios de sobra al final de la nave central, justo de cara al altar mayor.

Algo que me molestó - y mucho- fue comprobar que, aunque había muchos espacios disponibles, en realidad, estaban siendo reservados por las personas de alrededor. Algo así como esos que se ponen en la calle en medio de una plaza de aparcamiento, guardando el sitio para el conductor. Una costumbre que me saca de quicio.

En realidad, nuestro asiento no era una mala posición, - junto al pasillo central-, para la toma de imágenes. Aunque poco después, cuando se inició la ceremonia y se comenzó a usar el incensario, nos dimos cuenta que lo íbamos a ver bamboleándose de izquierda a derecha por el crucero y no de adelante a atrás, como habíamos imaginado. Pecado de novatos, supongo, pero aun así, resultó espectacular, incluso aunque yo recordaba que el incensario era mucho más grande. Según parece, el original se lo llevaron de recuerdo los simpáticos soldados de Napoleón cuando pasaron por allí.

Ver vídeo aquí






No recuerdo cuando fue la última vez que asistí a una misa. Probablemente algún funeral, porque la época de las bodas y comuniones hace tiempo que quedó atrás. Al menos, esta se hizo muy amena por los cánticos, el botafumeiro y los distintos aspectos de la liturgia de tan señalada fecha.

Al término de la ceremonia era la hora del aperitivo y/o comida. Recordamos entonces, la sugerencia que nos hizo una de las camareras de nuestro hotel, proporcionándonos el nombre de un local de garantías.

Aunque amenazaba lluvia y el tiempo era algo ventoso, en realidad todo eran alicientes para entrar en un mesón y saquearlo hasta salir a gatas del local. No hay nada que siente mejor que tener un tiempo desapacible mientras dentro del restaurante das buena cuenta de un cordero o un solomillo de ternera, por ejemplo, y todo ello regado con un buen Rioja y una hogaza de pan de la comarca. “El pan cambiado y el vino acostumbrado”, fue un sabio consejo de alguien que supo vivir bien.

Rememoré mis recuerdos de niño, cuando acudía con mis padres a la misa de los domingos en la Basílica de San Francisco el Grande, en Madrid. Tras el oficio, procedía tomar el aperitivo en un bar de la Puerta de Toledo – URVI – y después, ir a casa a comer pollo, que para eso era domingo y tirábamos la casa por la ventana.

En esta ocasión el proceso a la salida de misa de la catedral, era muy similar. Tan sólo había que hacer algunas adaptaciones. Había que cambiar la Basílica de San Francisco el Grande, por la Catedral de Santiago de Compostela, la compañía de mis padres, por la de mi mujer y el bar Urvi, en la Puerta de Toledo, por la taberna O Boteco, situada en la calle donde están todos los establecimientos hosteleros: Rúa do Franco, 31.

Después de saciar nuestras necesidades más primitivas, al salir a la calle comprobamos que el tiempo estaba empeorando. El viento era más intenso, más frío. Y el cielo amenazaba con abrir las puertas de un diluvio. Así es que, guiados por nuestro inseparable Google y por los conocimientos que íbamos adquiriendo de la ciudad, nos fuimos a dormir la siesta al hotel.

Nada más llegar a nuestra cómoda habitación, cálida y perfectamente insonorizada del ruido de la calle tres pisos más abajo, comenzó a llover. Primero con cierta timidez. Después, con ganas. Luego la intensidad fue creciendo y un poco más tarde, llovía con fiereza. ¡Qué agradable es disfrutar de un diluvio cuando tú estás a salvo y seco! Y así estuvo toda la tarde, y toda la noche, hasta las nueve de la mañana del día siguiente.

Todo perfecto. Nosotros habíamos ido a Galicia convencidos de que nos íbamos a ahogar bajo la lluvia y el único día que realmente llueve de verdad, estamos resguardados en la habitación. No habría salido mejor de haberlo planeado.

Al día siguiente, en el desayuno, nos encontramos con la camarera que nos había aconsejado la taberna donde comimos. Le dijimos que nos había gustado y le comenté el diluvio que había caído la tarde noche anterior. Su respuesta me dejó algo para pensar:

-   Sí, bueno, algo llovió. Tampoco mucho.

Lo que para nosotros fue un diluvio para una gallega era normal. Perspectiva se llama.

Después de desayunar, nos dirigimos a nuestro siguiente destino: Finisterre y la Costa da Morte.

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