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domingo, marzo 12, 2023

La soledad.

Hace bastantes años, charlando con un amigo acerca de no sé qué tema, me repitió una frase que él atribuía a Alejandra Vallejo-Nájera. La frase, según mi amigo, decía: “La enfermedad del siglo xxi, es la soledad”. El siglo de internet, de todos los objetos conectados, de los móviles hiperinteligentes, de las redes sociales para todas las edades y los gustos, es la era de la soledad, lo cual, parece un contrasentido. Y, sin embargo, tiene su lógica. La tecnología nos acerca a quien está lejos de nosotros, a cientos o miles de kilómetros, pero nos aleja de nuestro vecino, de nuestro amigo, de los que están más cerca.

En este tiempo largo que llevamos conviviendo con el CORONAVIRUS, hemos visto infinidad de ejemplos de personas que han mantenido el contacto a través de las redes y usando la tecnología. Esa es la parte buena. La parte mala de la historia es que las televisiones no nos han mostrado a los que no disponían de medios técnicos, o aún peor, los que no tenían a nadie con quien comunicarse.

En la ciudad de Nueva York, había docenas o cientos de camiones frigoríficos, llenos hasta los topes de cadáveres, víctimas del COVID y ninguno de ellos fue reclamado por ningún familiar. ¿Hay mayor soledad que morir, que te metan en un frigorífico como si fueras un buey y que nadie se acuerde de ti? Y eso, también ha sucedido en España, aunque no con esas dimensiones de población. Es la soledad de los olvidados, la de los últimos de una estirpe, la de aquellos que han sobrevivido a todos sus familiares, amigos y vecinos, y ya no les queda nadie con los que relacionarse. Son los que apenas disponen de lo imprescindible para poder subsistir y no tienen ni para tomarse un café con algún amigo superviviente. Son los que mueren en su casa, y años después entra la policía y descubre una momia.

Tal vez sea ese miedo a esa soledad el que determina que no rompamos la relación tóxica de pareja en la que estamos metidos y vayamos posponiendo la decisión un día y otro más. O tal vez sea ese mismo miedo el que nos impulsa a mantener cientos de relaciones a través de las redes sociales, con el único fin de tener una falsa imagen, distorsionada, de nuestra propia vida y queramos así, intentar convencernos de que no estamos solos. O tal vez sea ese miedo a la soledad el que nos empuja a iniciar una relación con alguien que en condiciones normales no entraría en nuestra vida.

Aunque a veces, la soledad te asalta, te ataca, y en ocasiones te vence. El aislamiento es la cueva en la que se refugia el que ha perdido su trabajo y lleva meses o años, subsistiendo como puede, agobiado por el peso de la responsabilidad y la frustración de no ser el dueño de su destino. No es una cuestión de orgullo, aunque lo sea en cierto modo; es una cuestión de autoestima, de confianza, de sentirse culpable de lo que no lo es, de acomplejarse, de vergüenza. Y al final, lo que en principio comenzó como un aislamiento, puede terminar en soledad.

La soledad sobrevenida como consecuencia de la muerte de nuestra pareja, del marido, de la esposa, de un hijo y por qué no, del animal de compañía que siempre deja su huella en nosotros.

¿Quién no ha acudido con ansia a comprobar el contestador automático para ver si se ha recibido alguna llamada? ¿Quién no ha abierto el correo electrónico deseoso de encontrarse en la bandeja de entrada algo diferente a propaganda y SPAM? ¿Quién no ha emprendido un largo viaje con el único fin de intentar llenar nuestra mente de nuevos recuerdos que sustituyan, en parte, los de nuestro ser amado perdido?

Pero como dice la propia Alejandra, “La clave está en que no necesitas estar rodeado de personas continuamente para no sentirte solo… La mayor soledad, de hecho, es la que se siente estando acompañado.” Y continúa: “En Reino Unido han nombrado a un cargo político que se ocupa de las personas que se sienten solas. Las últimas investigaciones dicen que en España 200.000 personas certifican no haber tenido una conversación de tú a tú, desde hace meses. La sensación de soledad es muy triste y produce trastornos múltiples.”

El tema de la soledad y su repercusión tanto en el paciente como en la sociedad, no es baladí. El Dr. Steve Cole, investigador de la Universidad de California, Los Ángeles, afirma: “La soledad no solo se siente mal, sino que también puede ser perjudicial para su salud. Las personas que se sienten solas corren un mayor riesgo de contraer muchas enfermedades, incluidas las enfermedades del corazón, la presión arterial alta y la enfermedad de Alzheimer. La soledad también puede aumentar el riesgo de muerte en los adultos mayores.

En los trabajos que ha realizado dicho doctor con sus colegas, han determinado que existe una relación directa entre la sensación de soledad y el impacto en el sistema inmunitario. Ello provoca una bajada de defensas en los enfermos y les hacen más vulnerables a ciertas enfermedades agresivas. Por ejemplo, el COVID-19.

¿Cuántos de nuestros mayores han fallecido más por soledad, por el aislamiento al que estuvieron sometidos, sin poder establecer contacto físico con sus familiares, antes que por el COVID19? Muchos de ellos pasaban la mayor parte del día confinados en sus habitaciones, sin más contacto que el que tenían con sus cuidadores. ¿Cuántos de nuestros mayores van al médico con cualquier tontería, simplemente para poder hablar con alguien?

No olvidemos que, dentro del amplio catálogo de torturas para ciertos prisioneros, figura la del aislamiento en una celda especial, donde se mantiene al individuo ajeno a todo estímulo sensorial.

Existe la tendencia a identificar soledad con edad avanzada, y es radicalmente falso. Un reciente estudio en EEUU señala que los jóvenes allí, se sienten más solos que los adultos. Tal vez sea esa la explicación a tanto video estúpido, a tanto selfie sin sentido que, en ocasiones, acaba de forma trágica. Tal vez, esa soledad, esa incomunicación, se encuentre detrás de la mayoría de tiroteos en escuelas de ese país.

¿La soledad es lo mismo que el aislamiento? No. En absoluto.

Tal y como señalan en su libro “LA SOLEDAD EN ESPAÑA”, sus autores Juan Díez Nicolás y María Morenos Páez, diferencian entre los “solos voluntarios” y los “solos obligados”. En el estudio que realizaron y publicaron en el año 2015, señalan que los “solos voluntarios” representan el doble de personas que los “solos obligados”, existiendo otras notables diferencias entre ellos, como es que, los “voluntarios” suelen ser personas en activo, mientras que los obligados, no.

«Aislamiento y soledad son dos conceptos diferentes y que ambos conceptos son diferentes de vivir solo o acompañado. Una persona puede vivir sola pero no estar aislada porque tiene múltiples relaciones sociales de todo tipo, y a su vez puede sentir o no la soledad.  De igual manera, una persona que vive acompañada puede tener pocas relaciones sociales aparte de las de las personas con las que convive, y puede o no sentir la soledad. Por tanto, conviene diferenciar esas tres situaciones y tratar de medirlas adecuadamente para poder llegar a un mayor conocimiento de en qué consiste la soledad»

No creo que haya nadie que no se haya sentido solo en alguna ocasión, al margen de si vivía o no acompañado. Porque la soledad, en el fondo, no es más que la falta de ligazón emocional con una persona o con varias.

Un fenómeno que me llama mucho la atención hoy en día, es ver a un grupo de jóvenes que supuestamente está compartiendo su tiempo y sin embargo cada uno de ellos está ensimismado con su aparatito, tecleando como un poseso y con los auriculares puestos. ¿Existe mayor grado de aislamiento que ese? Hace unos años, en la piscina de casa, había unos veraneantes británicos. Un matrimonio y sus dos hijos. Me resultó tremendamente chocante que cada uno de ellos, estaba hipnotizado con su aparato electrónico. Cada uno estaba a lo suyo, viendo una maratón de capítulos de alguna serie, videos musicales de alguna estrella de la música con trillones de visitas en Youtube y jugando a alguna clase de videojuego. Y yo me preguntaba, y esta gente se ha gastado un dinero en organizar sus vacaciones en España. Van a un lugar que tiene playa y se quedan en la piscina. Y en vez de compartir su tiempo y sus sentimientos, cada uno se pone en una esquina de la piscina y se dedica a usar su dispositivo. ¿Y para qué vienen tan lejos para hacer eso?

Anécdotas y chanzas aparte, detrás de la mayoría de la idea de suicidios entre los jóvenes, se encuentra un sentimiento de soledad.

Algunos datos a tener en cuenta para comprender mejor el alcance y la importancia de este auténtico problema de salud nacional.

«En España, hay 4,7 millones de hogares unipersonales. Dos millones de personas, mayores de 65 años, viven solas y 1,5 millones, son mujeres» ([1]).

«La soledad es el problema de exclusión más grave en una sociedad que envejece». ([2])

«Es un fenómeno generalizado y sus consecuencias son también muy diversas: cuestiones de seguridad, que te ocurra algo y nadie se entere; personas que necesitan algún tipo de apoyo y no lo van a tener... Pero, sobre todo, el tema emocional. Un tema gravísimo, que no se tiene en cuenta porque los otros son más fáciles de abordar, aunque la falta de relaciones empobrece muchísimo la vida de las personas».

«Antes nacías en una ciudad y lo normal era que vivieras en el barrio de tus padres o en el de al lado. Ahora puedes tener un hijo en Zaragoza, que estudie la carrera en Madrid, el máster en Londres y se vaya a trabajar a Alemania o a la India. El día que te haces mayor, estás solo, porque, aunque te quiera mucho, no te vas a ir a vivir con él a la India».

Cuando surgen estas situaciones, algunas personas tratan de paliarlas acudiendo a las redes sociales, bien colaborando activamente en subir videos, imágenes y recuerdos, o bien intentando conseguir “amigos”. Pero como ya dije al principio, la tecnología es un arma de doble filo.

Antiguamente, cuando te asaltaba la soledad, no te quedaba otra que vestirte y salir a la calle en busca de los amigos o parientes. Hoy, te puedes quedar todo el día en pijama y hacer una video conferencia…si en el otro lado hay alguien interesado. Por lo tanto, nos enfrentamos a un lento pero inexorable proceso de individualización, estando cada vez más solos y con relaciones menos comprometidas.

«El 20% de las personas entre 20 y 40 años tienen peligro de aislamiento social por soledad» ([3]).

¿No resulta aterrador el dato? ¿Qué impacto tiene o tendrá en nuestra sociedad?

Pero aún peor lo tienen los que sufren problemas de movilidad o directamente, son dependientes.

En España hay más de 850.000 mayores de 80 años que viven solos y muchos presentan problemas de movilidad que les impiden salir de casa sin ayuda.

Según el Informe de la asociación estatal de directores y gerentes en servicios sociales, “Durante 2020 fallecieron 55.487 personas en las listas de espera de la dependencia. 21.005 personas pendientes de resolución de grado de dependencia y 34.370 sin haber podido ejercer sus derechos derivados de la condición de persona en situación de dependencia. No fallecieron por esa causa, pero sí lo hicieron con la expectativa incumplida de ejercer sus derechos y recibir atenciones. Esto supone que diariamente fallecen más de 152 personas dependientes sin haber llegado a recibir prestaciones o servicios. Si hubiese un índice de sufrimiento, ellos/as y sus familiares y cuidadores/as ocuparían los primeros puestos”.

No hay una fórmula mágica para poder luchar contra el sentimiento de soledad. Pero al final, no puedo evitar recordar el libro de Paulo Coelho, “El Alquimista”. El protagonista emprende un largo viaje en busca de un tesoro, y el tesoro lo llevaba dentro; él era el tesoro.

Hace muchos años un amigo psicólogo me dijo que la soledad, - me refiero, claro, a la obligada- era terrible, pero que era necesaria. El peregrinar por ese desierto, como dicen que hizo Jesús hace unos dos mil años, es encontrarse con uno mismo y ese es el viaje más difícil, más duro y sorprendente que puedas tener. No todos son capaces de emprender ese viaje y no todos lo terminan como debieran. Los hay que se atrincheran detrás de algún vicio, preferiblemente, de los que les mantenga fuera de la realidad. En alguna ocasión leí “el sueño es el refugio del pobre” y es cierto. En él se acomodan los cobardes, los pusilánimes, los débiles y los que se dan por vencidos.

Al igual que el tema de los suicidios, - que no parece que a nadie le importe mucho, a pesar de las preocupantes cifras estadísticas-, hay otros asuntos relacionados con la salud de nuestra sociedad, que requieren nuestra atención y la puesta en marcha de soluciones eficaces. Los problemas derivados de la soledad, en cualquiera de sus formas, deben ser abordados sin dilación.

  



[1] David Noriega (16/06/2019) – El Diario.es

[2] Gustavo García – responsable de estudios asociación estatal de directores y gerentes en servicios sociales.

[3] Fundación La Caixa

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