Según el famoso dicho popular, a perro flaco
todo se le vuelven pulgas. El problema es que las pulgas van a parar casi
siempre sobre los mismos lomos; sobre los lomos de los más desfavorecidos que
en muchas ocasiones, se ven indefensos ante las tropelías, desmanes y abusos
que los llamados poderes fácticos, o sea, la Administración, los bancos y demás
macro organismos, cometen sobre ellos.
Digamos que se llama Noelia.
Noelia, que hubo un tiempo en el que tuvo una
vida normal, como la mayoría de los seres humanos, - no perra como la de ahora
- se levantó un día de la cama y se dio cuenta de que todo había desaparecido.
Todos los ahorros de los que disponía, se habían evaporado, como por arte de un
maleficio. Y a partir de ese día, comenzó a sufrir y padecer lo que hasta
entonces sólo había oído de referencias. A partir de entonces, comenzó un
peregrinar por instituciones, bancos, ayuntamientos, servicios sociales,
abogados gratuitos y toda una suerte de artimañas para poder sobre vivir y al
mismo tiempo hacer frente a lo que se le venía encima.
El impago de la hipoteca, de la comunidad de
vecinos, del agua, del seguro del coche, de la gasolina, del teléfono, del ADSL
o de la comida, conceptos que hasta ese fatídico día parecía que se pagaban
solos, de pronto pasaron a formar parte de su obsesión diaria. Todo el día,
todos los días. Día y noche. Insomnio, dolores de cabeza, cambios de humor,
preocupaciones, amargura infinita, rabia e impotencia, eran algunas de las somatizaciones
por las que, día sí y día también, atravesaba.
Y por si todo este problema no fuera
suficiente, un día le llega un aviso de que le han puesto una multa de aparcamiento.
El importe, sobrepasaba con creces los 200€. Por lo tanto y habida cuenta que
como resultado de una de sus múltiples gestiones - y después de mucho pelear y
muchos papeles y certificados que presentar - obtuvo un subsidio de 426€, era
evidente que o comía o pagaba la multa. Por muy extraño que pueda parecer, optó
por la primera opción. Eso sí, intentó - sin éxito, por supuesto - que el
ayuntamiento se hiciera cargo de la situación y consintiera, al menos, en no
reclamar el pago de dicha multa, en tanto en cuanto su situación no se viera
sensiblemente mejorada, algo que por otra parte, parecía difícil - por no decir
imposible - de imaginar.
Caminando contra el viento, de espaldas y
sobre papel de lija, los intentos de solicitar cierta clase de clemencia, de
compasión o de humanidad por parte de Noelia al ayuntamiento, se sucedieron uno
tras otro, mientras el montante de la multa iba ascendiendo al mismo ritmo que
la insensibilidad de la administración local por su problema y circunstancias.
A pesar de todo y aunque el saldo de su
cuenta era más propio de un sin techo - algo que todavía estaba por ver si le
sucedía a ella - que de una persona pobre, los embargos sobre su miserable
saldo se fueron sucediendo. Veinte euros, puede parecer una cantidad irrisoria.
Treinta, depende. Pero si tenemos en cuenta que Noelia con ese importe era
capaz de comprar comida para varios días, la perspectiva cambia.
Desesperada, exhausta, atemorizada e
impotente, se le ocurrió acudir al Defensor del Pueblo en demanda de auxilio.
Al menos, todavía seguía siendo gratis y además, no tenía nada que perder. Después
de varios meses de trasiego de correos y de correspondencia, la resolución, no
por esperada, resultó menos demoledora: el embargo seguiría adelante.
La peor de las noticias le llegó tiempo
después. Noelia había asumido que el mismo día que cobraba el subsidio, pasaría
por el cajero a retirar todo el dinero disponible. De esta forma, al menos -
pensó - evitaría que los embargos fueran en aumento y le arrebataran los
escasos euros de los que disponía para hacer frente a una montaña de
obligaciones. Se equivocó. Una vez más, la Administración, dio muestras de una
ferocidad y unas ansias recaudatorias insaciables y de repente, un día le
bloquearon 136€. Si 20 o 30 eran un problema, 136€ ¿qué palabra lo define?
Noelia, luchadora tenaz como un pitbull,
comenzó a navegar por internet como un náufrago en busca de ayuda, intentando
recabar información sobre otras personas que pudieran encontrarse en una
situación similar. Al fin y al cabo, - pensó con lógica - la maldita crisis se
ha llevado por delante vidas enteras, en algunos casos de modo literal, porque
aunque no se hable de ello a menudo, el número de suicidios en España, ha
aumentado de manera preocupante en los últimos años.
Fue un día, navegando por la web, cuando
descubrió un sitio en el que se hablaba de un caso muy similar al suyo y supo
entonces, que había una ley que supuestamente, la amparaba. Hay que subrayar lo
de supuestamente porque como se verá, aquí está el quid de la cuestión de por
qué al perro flaco, todo se le vuelven pulgas.
Leyendo con detenimiento, supo que existen
diversos tipos de embargo. Que no es lo mismo el embargo de una nómina que el
de un saldo de una cuenta corriente y que en cualquier caso, hay límites,
reglas y topes, que no se deben sobrepasar. La mejor noticia fue descubrir que
no se puede embargar una cuenta, cuando el saldo es inferior al Salario Mínimo
Interprofesional, que es el umbral para que pueda subsistir una familia. Bueno, al menos, tenía algo a
lo que agarrarse. Ahora se trataba de ver cómo se podía llevar a la práctica.
Art. 607.1 LEC: Es inembargable el
salario, sueldo, pensión, retribución o su equivalente, que no exceda de la
cuantía señalada para el salario mínimo interprofesional.
Lo primero que hizo, fue ponerse en contacto
con el banco. Seguro que ellos la iban a ayudar. ¡Craso error! El
objetivo era hacer saber al banco que en esa cuenta bancaria se está cobrando
el paro y que existe un límite que no puede ser embargado (el SMI). El banco,
aunque ya conoce estos detalles, le dijo que no pueden hacer nada si la orden
viene del juzgado, porque los límites al embargo se aplican en el pago de
origen. La primera en la frente.
De cualquier forma, obtuvo un
certificado de movimientos y saldos porque pensaba que le podrían resultar de
utilidad más adelante en su lucha por recuperar o al menos defender sus
derechos.
Posteriormente, consiguió otro
certificado del organismo que le otorgaba el subsidio.
El tercer paso fue bastante más
dificultoso de conseguir. Ponerse en contacto con el área correspondiente del
ayuntamiento para, una vez más, intentar concienciarles de su extrema situación
y su solicitud de que le fuese condonada la deuda.
Como única referencia del
embargo, aparecía un teléfono. Al menos, era un teléfono gratuito, no como en
la mayoría de los casos, en los que tanto empresas como organismos públicos, sin
el menor rubor, disponen de líneas de teléfonos para que si los contribuyentes
lo desean, llamen y además les cueste dinero. ¡Fastuoso!
Noelia llamó. Llamó y llamó.
Afortunadamente, los teléfonos de hoy en día, incluso los más estúpidos,
disponen de la tecla de rellamada, porque en caso contrario, la pobre Noelia
podría haber terminado con algún tipo de atrofia en el pulgar de su mano derecha.
Descubrió para su indignación, que ese teléfono era uno de tantos que se supone
debieran servir para ayuda de los ciudadanos, pero que en realidad no atiende
nadie. De hecho, Noelia estaba convencida de que ni siquiera había un aparato
físico sonando en ninguna parte y que la señal de llamada realmente no la
escuchaba nadie.
Llegados a este punto, se planteó
acudir a solicitar el servicio de Justicia Gratuita, pero por un instante
sopesó el tiempo que podría llevar el proceso y prefirió optar por un atajo,
consistente en intentar solicitar del ayuntamiento en cuestión, “clemencia”
mediante la presentación fuera de plazo y de todo tipo de consideraciones, de
un escrito en el que se expresase sin pudor y en toda su crudeza, lo extremo de
su situación.
Todavía no ha obtenido respuesta
de la Administración local. Mantiene una leve esperanza de que se apiaden de
ella, pero de momento tiene que solventar la cuestión de ¿dónde va a sacar
dinero para comer este mes?
Existen leyes que aunque supuestamente
protegen y amparan a los más débiles, a éstos les resulta casi imposible hacer
que se respeten. Tal es la dificultad y los entresijos de los métodos empleaos.
Da la impresión de que cuando la Administración se pone en marcha, es una
máquina imparable, que no atiende a razones ni a sentimientos.
Son muchos los que se han visto
desagradablemente sorprendidos por embargos, sin que ni los bancos ni los
propios afectados, hayan podido hacer mucho por evitarlo o subsanarlo. Miles de
personas han perdido sus viviendas en base a unas leyes hipotecarias anti
sociales.
Debemos incluir un concepto humanitario
en las leyes, de modo que su cumplimiento leal y efectivo por parte de los
ciudadanos, no termine siendo una trampa mortal en la que muchos terminen sus
días.
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