Le conocí el día que mi mujer fue a una entrevista con él a su oficina, situada en un polígono industrial de Málaga. Mientras ella tenía la entrevista, yo la esperé fuera, en el pasillo.
Ya
llevaban un buen rato de charla, cuando en un momento dado, salió ella y me
sorprendió. Yo pensé que ya se había terminado la entrevista y resulta que mi
mujer me dice que entre.
-
No, no. No te preocupes. Si estoy bien aquí – dije.
-
No. Si es que quieren hablar contigo.
-
¿Quiénes? – pregunté sorprendido.
-
Ven, anda.
Al
entrar me encontré a dos individuos de mediana edad. Uno de ellos, el que
llevaba la voz cantante, que parloteaba como un charlatán de feria, se llamaba
Jaime y el otro Pepe. Durante su entrevista, hablando con mi mujer de esto y de
aquello, había salido mi nombre. Por aquel entonces, yo estaba en tratos con un
amigo, Agustín, para ver si podíamos conseguir clientes en Málaga para su
empresa. Y fue entonces, cuando el tal Jaime – que, desde entonces, pasó a ser
conocido como Jaimito, tanto por su estatura, como por sus geniales ocurrencias
– empezó a darse el pote:
-
Yo es que fui presidente de una asociación empresarial y tengo acceso
a miles de empresas a través de mis múltiples amistades y contactos – presumía
sin rubor. Y, además, tuve también una fábrica de colchones…
-
Pues eso está muy bien – dije sin mucho entusiasmo-. Nosotros estamos
pensando en realizar una actividad comercial para dar publicidad a una empresa,
de Madrid, y los servicios profesionales de desarrollo de software que
realizan. Por eso, en principio, nos vendría bien tener acceso a una base de
datos de empresas, cuanto más amplia mejor. Pero entiendo que lo ideal, sería
hacer una segmentación por algunos criterios. Por ejemplo, cualquier empresa
menor de cierto tamaño de empleados y/o de volumen de facturación, no debería
ser incluida en la publicidad. ¿Eso será posible?
-
Bueno claro, eso lo podemos hacer sin ningún problema, pero antes de
recomendar nada a las empresas, debemos saber exactamente de qué se trata.
Queremos conocer en detalle el producto antes.
Yo me
di cuenta en ese instante que mis interlocutores no eran más que dos vende
nubes, ansiosos por colarse en medio de cualquier tipo de operación y así,
poder llevarse una comisión al bolsillo. Y por supuesto, esos dos, lo más
cercano que habían visto relacionado con la informática era una calculadora.
-
Muy bien- les dije a sabiendas de lo estéril de mi propuesta-. Pues
toma nota de la web. Entra allí y échale un vistazo. Allí tienes toda clase de
información y si necesitas cualquier cosa, o me llamas a mí o llamas al
teléfono que aparece de contacto en la web.
Yo
necesité exactamente 0,5 milisegundos para percatarme de que Jaimito, era un
bocazas, un charlatán de feria, un vendedor de “chochonas”, con ínfulas de gran
empresario. Un muerto de hambre que presumía más que una mierda en un solar y
cuyo único interés en ese proyecto, entre mi amigo Agustín y yo, era ponerse en
medio, y llevárselo crudito, que era su estilo de “empresario”.
Mi
mujer, con esa paciencia de Teresa de Calcuta que tiene, mantuvo con Jaimito
una relación estilo Guadiana, fundamentalmente porque el “empresario” no tenía
dinero para pagarla por su trabajo. Desaparecía y volvía a aparecer cuando la
necesitaba urgentemente. Fue en uno de estos esporádicos encuentros, cuando el
vendedor de “chochonas”, le habló de una necesidad que tenía que cubrir.
-
Verás es que la empresa está creciendo - ¡ya eran dos! – y voy a
necesitar un Director de Marketing. Es que ahora tenemos una Cooperativa de
viviendas, de la que también quiero que tú, lleves la contabilidad y tenemos
que hacer una ingente tarea de publicidad. Necesito a una persona ordenada y
disciplinada y he pensado que te podría interesar a ti. ¿Qué me dices?
-
Pues muchas gracias, pero eso no es lo mío. Además, no tengo tiempo
para eso. Pero sí que se lo puedo decir a mi marido.
-
¡Ah! Pues estupendo. Dile que me llame y charlamos.
-
Hay un problema – advirtió ella.
-
¿Cuál?
-
Que él no tiene coche.
-
Que no se preocupe. Yo le presto 2.000€ para que se compre uno y luego
me los devuelve.
Mi
mujer al llegar a casa, me lo comentó.
-
Yo creo que este tío tiene un montón de contactos. Se conoce a todo
Málaga y no quisiera perderle la pista. Nunca se sabe – dijo la bien pensada de
mi querida esposa.
-
Y si tantos contactos tiene ¿cómo es que no tiene dinero para pagarte
con regularidad? A mí me pareció un gilipollas, pero si el gilipollas me
permite disponer de un coche y paga por hacer algo, bien venido sea.
-
Me ha dado su teléfono y que le llames.
Le llamé,
charlé 5 minutos con el “empresario”, y me pidió que le enviara mi CV por email.
Yo me pregunté si iba a entender algo, pero bueno, se lo envié. Y nos citamos
para unos días después en su oficina. Cuando aparecí en la oficina, Jaimito
tenía en su pantalla del ordenador, mi CV. Fue entonces cuando le pedí a
Jaimito que me pusiera en antecedentes de qué era lo que necesitaba y qué
esperaba de mí.
Jaimito
se pasó las siguientes cuatro horas y media - literalmente -, vendiéndose él,
hablando de todas sus hazañas pasadas como empresario, de la cantidad de
empleados que había tenido bajo su mando y de los fantasiosos proyectos de
futuro, más propios de las Mil y Una Noches, que de alguien en su precaria
situación económica. Yo, que a los 30
segundos de comenzar el suplicio, había confirmado mi teoría de que Jaimito era
gilipollas, aguanté como un campeón las 4 horas y media restantes, ayudándole,
eso sí, de vez en cuando, para no perderse en la inagotable verborrea inconexa
del susodicho, a obligarle a retomar el hilo principal de la conversación. Fue
todo un ejercicio de concentración del que Jaimito se percató:
-
Veo que tú vas al meollo, que te centras en una cosa y no te dispersas
– me comentó Jaimito, no se sabe si satisfecho o contrariado al comprobar que a
mí, no me podía impresionar- . Yo sí, yo hablo mucho, ya lo has visto.
-
Yo, desde luego – continuó Jaimito – he visto tu CV y te veo
claramente como Director de Marketing, eh?
Yo me
aguanté la carcajada, puse cara de póker y pensé como el del chiste: “tú dame
pan y llámame tonto”. ¡Había que tener mucha imaginación o mucha caradura para
hacer aquella afirmación a la cara de alguien que llevaba 35 años trabajando en
Informática en desarrollo de software! De cualquier forma, actuaría como lo
hacía siempre, con esa visión profesional que tenía.
-
Lo que vamos a hacer, es lo siguiente – propuse-. Con toda la
información que me has proporcionado, voy a hacer un plan de trabajo. Cuando lo
termine, te lo mando y si te parece bien, empezamos a trabajar juntos.
-
Vale, perfecto. Pues entonces espero tus noticias. – respondió
Jaimito.
Al cabo
de un par de días o tres, le envié un extenso documento en el que se detallaba,
paso a paso, las diferentes tareas a las que – entendía - debía dedicarme desde
el primer minuto. Era una hoja de ruta, un plan de trabajo. Recibí una rápida
respuesta por parte de Jaimito y volvimos a quedar para cerrar el acuerdo.
El
acuerdo consistía en que cobraría 1.000€. Al principio, media jornada, o sea,
500€. Jaimito me prestaría 2.000€ para comprarme un coche y mientras eso
sucedía, me dejaba utilizar uno de su propiedad. En peores plazas no había
toreado nunca, pero a la fuerza ahorcan.
Jaimito,
en su permanente verborrea, deambulaba de un tema a otro, saltando como un
saltimbanqui, sin ton ni son, como quien pretende recitar un tema para obtener
una cátedra y le falta tiempo para su exposición. Yo después de escuchar y
prestar mucha atención y de ir tomando notas, llegué a la conclusión de que
Jaimito tenía montado un berenjenal de micro empresas, con un objeto social tan
diverso e inconexo entre sí, como la anarquía que reinaba en el supuesto
cerebro del enano parlanchín que tenía sentado frente a mí.
Así,
pude saber que una de las llamadas empresas, se dedicaba a la venta de todo
tipo de material y productos para hostelería, fundamentalmente a través de una
web; otra se dedicaba a organizar conciertos de música moderna; otra de las
webs, había tenido la misión de servir de portal para unos polígonos
industriales, aunque todas ellas daban la impresión de haber sido abandonadas y
necesitar, efectivamente, un nuevo bautizo. Y finalmente, la que Jaimito
consideró de máxima prioridad porque estaba destinada a ser la que teóricamente
proporcionaría la mayor cantidad de ingresos a corto plazo.
En
algún momento de su existencia, años atrás, Jaimito tuvo la feliz idea de
asociarse a una cooperativa de viviendas y adquirir un chalet adosado en cuarta
línea de playa de la Costa del Sol, donde San Críspulo perdió la estilográfica.
La aparición de la famosa crisis inmobiliaria, puso fin prematuro al proceso de
venta de las viviendas de la promoción, cuando ya se había iniciado dicho
proceso. De esta forma, sólo la escasa docena de propietarios de los que
decidieron comprar, lo hicieron al precio inicial que en aquellos momentos
marcaba el mercado, o sea, por las nubes. El resto, hasta casi los 200,
decidieron retractarse de su derecho y con ello perdieron el dinero aportado.
Pero al mismo tiempo, también significó un importante contratiempo para la entidad
bancaria que había corrido con los gastos de la promoción. Tenía 150 viviendas
a medio terminar, los cooperativistas no tenían dinero para seguir pagando los
costes y toda la operación se había quedado congelada. Había que buscar una
solución.
Como
Jaimito es de los que metería la mano en el váter porque se le ha caído un
euro, no estaba dispuesto a dejar perder los 5.000€ que había invertido. Se
dedicó a maniobrar, a brujulear y de momento, consiguió que los cooperativistas
vieran en él a un salvador y le nombraron Presidente de la Cooperativa. Primer
objetivo cumplido.
Después,
fruto del asesoramiento recibido no se sabe muy de quién, y de múltiples
conversaciones con los responsables de la entidad bancaria afectada, obtuvo un
permiso para que la empresa que acababa de crear ex profeso, se dedicara a la
venta y comercialización de las viviendas, - o lo que técnicamente se llama
“liquidación bancaria”, - previo rebaje en el precio de venta, por parte del
banco. O sea, que no solamente iba a recuperar el dinero invertido, sino que
iba a ganar dinero. Mucho dinero.
Cuando
uno dispone de tanto dinero, aparte de guardar un poco para los tiempos
venideros y prever vacas flacas, lo básico, es fundir pasta tan deprisa como se
pueda.
Así,
Jaimito, que un mes antes de iniciar el proceso de venta de estas viviendas,
estuvo a punto de perder por embargo, la suya propia – donde vivía, no la de la
cooperativa -, y tenía serias dificultades para pagar el recibo de la luz, pasó
a gastar y malgastar dinero a espuertas. Hasta tal punto que el montante total
de dinero que se gastó en asuntos superfluo (comidas, supermercados, ropa,
zapatos, tuning para el coche, y demás) ascendió a la nada desdeñable cifra de
200.000€. ¡Hace falta ingenio, ganas y tiempo para gastarse eso en chorradas!
La otra
parte, lo fue invirtiendo en publicidad. Y ahí era donde entraba yo. De
repente, me vi involucrado en una vorágine de contratación de espacios de
publicidad en diversos medios: en prensa escrita local de la que nunca había
oído hablar, la mayoría, de distribución gratuita; en radios locales; en webs
especializadas muy conocidas; en la concertación para asistir a eventos de
carácter internacional organizados y a los que asistían empresas de toda Europa
del sector inmobiliario; la participación de la empresa en eventos en el
extranjero; diseño de publicidad, de guiones de cuñas de radio y televisión
(Jaimito, quería contratar a Chiquito de la Calzada); contratación de vallas,
carteles, pancartas, camisetas - que
luego repartió entre los sin techo de la zona centro de la capital para que
hicieran propaganda gratis de la empresa - y toda suerte de objetos en los que
se pueda hacer publicidad, así como selección de imágenes de reportajes
fotográficos y de vídeo. Un abanico de opciones enorme y bastante estresante,
pero sin pies ni cabeza.
Hasta
se permitió el lujo de asistir a un evento en París, en el que se aseguró una
conferencia sobre la situación inmobiliaria en España, al que fue acompañado
por una sobrina que le sirvió de intérprete, dado su nulo conocimiento de la
lengua de Voltaire. Al gasto de los billetes de avión, las habitaciones de
hotel, la inscripción, el stand y demás, hubo que añadir toda la cartelería y
parafernalia para adornar el stand. Total, tirar el dinero a espuertas porque
de esa inversión, no salió ni un maldito cliente. ¡Quién iba a interesarse en
París, por comprarse una casa en una zona de la Costa del Sol que nadie
conocía! Aunque eso, en verdad, no era lo que buscaba. Lo que interesaba era
“limpiar dinero” y fundirlo para quedarse con algo y no llamar mucho la
atención.
Pero de
entre todas las ocurrencias del dilapidador, la más divertida de todas fue
cuando se le ocurrió alquilar un globo aerostático. Era tal el ansia por gastar
a tontas y a locas que un día propone que se contrate un globo, grande, con
publicidad de la empresa y que se ancle al techo de las oficinas de ventas. La
finalidad de tan “ingeniosa” idea era que se viera desde la playa.
Yo,
después de llamar a cuantos teléfonos me pareció conveniente, finalmente di con
uno que, probablemente, se apiadó de mí y me puso al corriente de lo que ello
implicaba.
-
En primer lugar – dijo la voz al otro lado del teléfono – el globo en
sí ya es caro. Luego está el gas de rellenado. Dado el volumen que usted me
comenta que va a requerir y el precio de las botellas, cuya capacidad máxima es
120 litros, pues yo le calculo que sólo el llenado le puede salir por unos
miles de euros. Pero lo grave, no es eso. Lo peor es que ese gas, debido a las
diferencias de temperatura, va perdiendo sus propiedades y, por tanto, cada
cierto tiempo, hay que rellenarlo de nuevo. Y lo peor es que, además de
colocarle unas luces de posición para que sea identificado por los aviones,
cada noche, hay que recogerlo.
Definitivamente,
yo no veía eso de que, los de la oficina de ventas, al finalizar la jornada, se
pusieran a recoger el globito, para a la mañana siguiente, volverlo a soltar.
Otra de
las ocurrencias geniales, que finalmente, tampoco llevó a cabo, fue el de
sugerir la contratación de una avioneta arrastrando un cartel con publicidad y
que se recorriera toda la Costa del Sol. Yo, usando la lógica más elemental, le
comenté que difícilmente se iba a distinguir los datos de contacto en un medio
como ese y que además, la información sólo sería visible por un lado de la
pancarta, con lo que el viaje en sentido inverso, no tenía sentido porque nadie
iba a ser capaz de leer la publicidad al revés.
Como
todo enano acomplejado – y Jaimito era ambas cosas – su máxima pretensión era
ser tratado como un pequeño Napoleón. Jaimito, tal vez estuviese acostumbrado a
causar sensación en los ambientes en los que él acostumbraba a frecuentar,
haciéndose pasar por un Florentino Pérez cualquiera, cuando en realidad se
asemejaba mucho más a “El Dioni”. Por eso, por ese desmedido afán de querer
aparentar, de querer presumir y de pretender pasar por lo que no era, le
resultó imposible deslumbrarme, acostumbrado como estaba yo a tratar con
empresarios de verdad, con gerentes de verdad y con gente de valía de verdad y
no ese enano pomposo y fatuo que sólo quería que le rindieran culto y
pleitesía, por haber tenido una fábrica de colchones. Por ello, de vez en
cuando y sin venir a cuento, intentaba justificarse ante mí exigiendo lo que al
parecer no tenía: respeto. ¡Simplemente porque según decía “yo soy empresario
desde hace 35 años!” como si eso le colocase de modo automático, por encima de
cualquiera, pero, sobre todo, por encima de mí. Como nunca di señales de
reconocer esos supuestos méritos por parte de Jaimito, éste se fue enfureciendo
de a poco, y yo, a sabiendas de que es muy cierto el refrán que dice “no hay
mayor desprecio que no hacer aprecio”, cada vez que Jaimito intentaba auto
auparse a algún pedestal, ponía cara de póker y continuaba con lo que estaba
haciendo, con lo cual, Jaimito se enfurecía aún más.
Supe
desde el primer momento que aquella incursión en el mundo de la publicidad y el
marketing tenía sus días contados. Por tanto, no me preocupó lo más mínimo que
Jaimito fuera tensando la cuerda para hacerme la vida lo más difícil posible.
Un día en el que la tensión llegó casi al límite por teléfono, a Jaimito, fuera
de sí, se le escapó una expresión que habla mucho del perfil del individuo.
-
Eres un irreverente – me espetó Jaimito.
A lo
que, entre risas, le respondí:
-
¡Qué expresión tan graciosa! – y continué riéndome mientras el otro
debía estar echando humo por las orejas.
Durante
los días que precedieron a la finalización de la relación laboral, el enano, me
encargó una tarea que para él era fundamental y en la que había insistido mucho
con anterioridad.
Guardaba
como si de un tesoro de tratase, en una carpeta llena de polvo, todos los
recortes de prensa en los que el enano había aparecido, más de 20 años atrás.
Muchos de esos recortes, - algunos de los cuales, a su vez, ya eran fotocopias
-, estaban en peligro de perderse para siempre, debido al mal estado del papel,
por el tiempo transcurrido y las condiciones en las que habían sido
almacenados. Para el enano se convirtió en prioridad máxima que hiciera una copia
de todo aquel material y lo dejara almacenado en archivos en el ordenador.
Así es
que, como la carga de trabajo realmente era inexistente, mientras el enano se
dedicaba a pasearse por todas las tiendas de ropa, de zapatos y restaurantes de
Málaga, malgastando el dinero del que se había beneficiado, yo, en la soledad
de la oficina, me dedicaba a escanear todos y cada una de aquellas reliquias,
cuyo único protagonista era el propio enano, para mayor gloria de él mismo.
Finalmente,
el último día que trabajé para el enano, le pedí el dinero correspondiente al
mes y Jaimito, me lo negó. Me dijo que Me fuera. Entonces, empezó una discusión
enormemente desagradable, y a gritos. En un momento dado, el enano, parapetado
detrás de su mesa de despacho, se encaró en plan chulo conmigo, se levantó en
un ademán que interpreté como una clara señal de ir a agredirme. Yo, a mi vez, di un paso hacia el enano con
la clara intención de arrancarle la cabeza del tronco, a la más mínima oportunidad,
algo que no intuía me fuera a resultar muy difícil, a tenor del tamaño del
tipejo.
Y,
además, se lo grité para que no hubiera dudas:
¾ O me das mi dinero o te meto una
ostia que te arranco la cabeza.
Afortunadamente
para ambos, pero sobre todo para el enano, éste, se volvió a sentar en su
sillón, y en un tono agitado pero controlado, y con la cabeza entre las manos, me
pidió que le dejara unos momentos. Yo, me senté en mi silla a continuar con lo
que estaba haciendo, o sea, nada. Jaimito, en cuanto vio entrar por la puerta a
su socio y al abogado de la empresa, los cogió del brazo y se los llevó al bar
para recabar información de cómo actuar. Al subir del bar, acordaron que no me
iba a pagar el mes, pero que también renunciaba al dinero restante que yo tenía
que abonarle del préstamo que recibí para lo del coche.
La peor
parte de esta historia se la llevó mi mujer, que además de tener que sufrir los
ataques de ira furibundos del enano, de pronto se vio con que éste le debía
3.000€. La contabilidad que tanto trabajo le había costado a ella, aunque no se
la diera al enano porque éste no la pagara, no evitaba el esfuerzo baldío.
En una
de las últimas reuniones que tuvo que soportar la pobre, luego al regresar a
casa, totalmente descompuesta por la actitud de Jaimito, de sus gritos, de su
histeria y de su furia incontenida, me comentó una frase que explicaba bien a
las claras cuál era el origen de semejante comportamiento:
-
¡Es que vosotros, los de Madrid, os creéis que todos los demás somos
unos paletos! – la dijo mientras sus gritos se oían en Algeciras.
Esa era
la raíz del asunto, su complejo de paleto frente a unos madrileños.
Una vez
más se cumplió aquello de “dime de lo que presumes y te diré lo que no tienes”.
Así es que, al final, “el empresario”, que se pasaba la vida presumiendo de ser
un señor, quedó como lo que era: un paleto y un mal educado. Un pomposo, fatuo
y presuntuoso.
Algún
tiempo después, volvimos a tener noticias del “empresario”. Aunque fue a través
de la prensa local y en la sección de tribunales.
Al
parecer, el genio de Jaimito, se había embarcado a través de una de sus
empresas, en la organización de un concierto de un afamado cantante
centroamericano. El problema surgió cuando un numeroso grupo de asistentes,
comprobó, no sin estupor y enojo, que sus localidades estaban siendo ocupadas
por otras personas que, de igual modo que ellos, disponían de las
correspondientes entradas. Es decir, que, por algún extraño sortilegio, alguna
conjura del Cosmos contra Jaimito, alguien – nunca él – había duplicado
entradas.
Según
publicaba el periódico: “Azafatas de la propia organización les comentaron a
los afectados que se habían duplicado y triplicado las entradas y que se
sentaran donde pudieran, incluso en las escaleras". "Todas las
escaleras y pasillos estuvieron cubiertas durante todo el concierto". Si
hubiese ocurrido el más mínimo incidente aquello se habría convertido en una
tragedia"
Más
adelante, el periódico seguía informando: “un buen número de aficionados
acudieron al final de la actuación a pedir el libro de reclamaciones a la
organización del evento. "Me llevé la hoja y me la sellaron, pero otra
chica me dijo que poco después, se agotaron las hojas, había mucha gente
indignada". "No se pueden poner intereses económicos por encima de la
seguridad de los ciudadanos, hay que denunciarlo y protestar para que se tomen
medidas al respecto y no vuelva a ocurrir", protestó ayer otro asistente
al concierto y reclamó "control por parte de las autoridades".
La
organización, por su parte, aseguró que las centrales de entradas nombraron las
zonas del auditorio de forma distintas y eso "trajo confusión, algunos se
fueron a una zona que no era, parecía que había entradas repetidas, pero para
nada se han duplicado entradas", el promotor. "Ha pasado una
circunstancia ajena a la organización y debido a un despiste de que una
pasarela de entradas llama a las gradas de una forma y otra de otra",
reiteró. Jaimito, también aseguró que se recibieron 17 reclamaciones -de unas
25 personas- durante el concierto y que se les situó en la zona VIP o el front
stage para ver el espectáculo. Hubo dos grupos, con unos cinco reclamantes, que
pidieron la devolución de la entrada y se procederá al reintegro del dinero,
según explicó el promotor. "Para compensarles, les hemos dado entradas
gratuitas preferentes para los próximos conciertos”.
La
buena noticia: volvía a tener coche.
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