Si hablo de un tal Theodore Kaczynski, nadie sabe a quién me estoy refiriendo. Sin embargo, si menciono el alias de “Unabomber”, es posible que alguno tenga los años y la memoria suficiente como para recordar quién es este personaje.
El tal
Teodoro, era un auténtico genio al que, en un momento indeterminado, se le fue
la olla totalmente. Era un genio en matemáticas y estudió en Harvard y en la
Universidad de Michigan. Luego, trabajó en Berkeley. Y de pronto, cuando tenía
25 años, decidió convertirse en una especie de Robinson moderno, a lo Harrison
Ford en la película “La Costa de los Mosquitos”, y se marchó a vivir a una
cabaña, sin agua, ni luz, en mitad de las montañas de Montana. O sea: muy
lejos.
Fue
entonces cuando comenzó a hacerse “famoso”, porque enviaba cartas bomba,
fundamentalmente a Universidades y líneas aéreas. De ahí el sobrenombre que le
puso el FBI: Unabomber. UN=Universidad; A=Air lines; Bomb= pues imagina el
resto.
El FBI
– los mismos que pillaron a Lee H. Oswald, 30 minutos después de “asesinar” a
JFK- se pasaron casi 20 años sin tener ni repajolera idea de quién era el que
mandaba las cartas bomba. Si no hubiera sido por el hermano del terrorista,
todavía lo estaban buscando.
Bueno, y llegados a este punto, alguno se preguntará que a
qué viene esta lección de historia. Pues viene a que yo conocí a Unabomber.
Bueno, entonces, utilizaba otro nombre,Ignacio, y no vivía en una cabaña en
mitad de las montañas rocosas. Vivía en Madrid.
En aquel entonces trabajaba como programador informático.
Algo que, con sus especiales habilidades, podía resultar mucho peor que el que
te estalle una bomba, como así pienso demostrar.
Unabomber, o sea, Ignacio, comenzó como cualquiera de
nosotros, en una gran instalación de un banco enorme. En el sótano sin luz
natural y sin ventanas en el que pasábamos nuestra vida, compartíamos nuestro
trabajo con alrededor de un centenar o más de personas. Allí, no entraba la luz
del día, salvo por una especie de tragaluz, justo al final de la gran nave, y
que como única visión te ofrecía el terraplén en el que estabas enterrado. Yo
creo que todo aquello, formaba parte de un plan maestro encaminado a que fueras
adoptando la actitud de las gallinas ponedoras en las granjas: cuando encienden
la luz cacarean y ponen huevos y cuando se apaga, a dormir. Era como estar en galeras, pero en vez de
remar, tecleabas. En ese ambiente tan agradable, entrañable y motivador,
intentábamos ganarnos el sueldo de miseria que nos ofrecía el Jack Sparrow del
momento.
La camaradería se prodiga entre aquellos que comparten
penurias, como modernos galeotes del ciber espacio y es bien conocida entre los
más necesitados. Así es que pronto se formó un nutrido grupo de sufridos
informáticos, deseosos de compartir experiencias con el único fin de
desahogarnos mutuamente. Una sencilla y económica terapia. Fue así, en una de
esas charlas informales entre colegas, cuando supe por primera vez de la
existencia de Ignacio Unabomber.
Pepelu lo sufría en sus propias carnes. Era el jefe directo de
Unabomber y era un tipo con corazón. Cuando se dio cuenta de que Ignacio era
bastante más peligroso que el Unabomber real, aparte de bautizarle con el alias
por el que pasaría a la pequeña historia de la informática, le dijo en cierta
ocasión:
-
Ignacio, no hagas nada. No toques nada. Dedícate
a leer el periódico si quieres, no me importa. No te preocupes: tu trabajo lo
hago yo, pero por favor, no toques nada.
Otro día, antes incluso de tenerle identificado, me vino el
tal Ignacio con un problema que no sabía resolver. Como camaradas de bancada
que éramos – dicho sea, lo de bancada por aquello de trabajar como remeros de
una Galera, no por hacerlo para un banco, que también – me presté a estudiar su
problema y ayudarle. Al cabo de poco, comprobé que el problema no era tal, era
tan sólo falta de experiencia, conocimientos o ambas, por parte de Ignacio. Le
llamé para darle la solución. Pero hete aquí que me llevé la sorpresa cuando,
mientras le instruía cómo debía hacerlo y le indicaba dónde estaba el error,
empezó a discutir conmigo acerca de mi decisión.
-
Pero vamos a ver, Ignacio. ¿No eras tú el que no
sabías? ¿Y ahora vienes a discutir conmigo si lo que yo digo es correcto o no?
Zanjada la cuestión, me identificaron al sujeto como
Unabomber y ya siempre le tuve catalogado.
Al final, la postura que pretendía el bueno de Pepelu, no se
pudo mantener durante mucho tiempo y el engaño de quién estaba haciendo
realmente el trabajo de Unabomber, se descubrió, con el consiguiente despido
del tal Ignacio.
Pasaron los años y por contactos comunes, fuimos sabiendo de
las diferentes tropelías que Unabomber iba cometiendo aquí y allá, en unos
clientes y otros. Al cabo de un tiempo, nos llamaba la atención que no hubiera
una especie de Registro de Informáticos Peligrosos y que el tal Ignacio, no
fuera el número uno en búsqueda y captura. De hecho, sorprendía que no se
hubiese corrido la voz y fuera capaz de ir consiguiendo que le contrataran las
diferentes empresas por las que iba dejando su rastro, como el de un reguero de
pólvora. Fue uno de esos días de chismorreos, cuando un amigo me contó la
última conocida de Unabomber.
-
¿A que no sabes cuál es la última de Unabomber?
-
Cuenta. Estoy ansioso por saberlo.
-
Pues el otro día, me llamó un colega que está
trabajando con él y me dice que, en la empresa de seguros en la que están
currando ambos, de pronto, casi sin explicación, empiezan a fallar todos los
programas que están en Producción. Programas que llevan años y años, sin dar
problemas que hace años que nadie los toca. Entonces, los responsables,
empiezan a investigar qué ha podido pasar y descubren, no sin asombro, que la
inmensa mayoría de los programas han sido modificados en fecha reciente y
todos, con el mismo código de usuario. Empiezan a sospechar de un complot, de
sabotaje, de un comando de la competencia, de un hacker. Finalmente, aciertan a
descubrir que el código de usuario, corresponde a Ignacio, alias Unabomber. Le
llaman a una entrevista, con los rastros inequívocos de las pruebas obtenidas,
y ávidos por conocer sus verdaderas intenciones.
-
Ignacio, tenemos pruebas de que has sido tú
quien ha estado modificando todos estos programas y has originado un auténtico
caos, provocando un pánico generalizado en toda la compañía. Has provocado que
muchas personas tuvieran que hacer un esfuerzo ímprobo para estabilizar la
situación y dejar las cosas como estaban, trabajando todo el fin de semana y
haciendo un montón de horas extras. ¿Tienes alguna explicación para tu
comportamiento?
Y entonces, Ignacio, alias Unabomber, con esa ingenuidad y
simpleza de pensamiento, típica de los más despiadados psicópatas, responde tan
tranquilo:
-
Se me ocurrió echarles un vistazo y pensé en
optimizarlos. No me gustaba cómo estaban hechos.
Cuentan algunos de los testigos, que tuvieron que sujetar
entre varios al responsable de la instalación, con el fin de evitar que
consiguiera cogerle por el cuello, mientras profería toda clase de insultos y
juramentos, fuera de sí, al tiempo que Ignacio, alias Unabomber, tenía los ojos
muy abiertos y no alcanzaba a comprender el comportamiento tan poco educado de
aquel tipo. No sabían apreciar sus esfuerzos.
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