sábado, diciembre 09, 2023

Improvisando con Groucho Marx.

Las 13.30, no es una buena hora ni la más habitual para convocar una reunión. Sobre todo, porque podría dar la sensación de gravedad o de prisa. Incluso de ambas. Pero lo cierto es que Santiago e Isabel, llamaron a Rafa y a Conchita para reunirse a esa hora tan de irse a comer.

Conchita y Rafa trabajaban en áreas diferentes de la compañía. Conchita trabajaba en el área de servicios profesionales, o sea, subcontratación de personal y Rafa, era el responsable de toda una línea de productos software que fabricaba la multinacional en la que trabajaban. Isabel era del área de ventas y ejercía de segunda de a bordo y Santiago era comercial.

Santiago e Isabel comenzaron a poner sobre la mesa lo que se suponía era un problema del que esperaban obtener algún tipo de solución proveniente de Conchita y Rafa. Aunque el verdadero problema era que después de 10 minutos de estar escuchando a ambos, ni Conchita – alias la rubia, por el color negro zaíno de su media melena – ni Rafa, estaban entendiendo ni el problema, ni siquiera cuál era la razón de que ellos estuvieran allí, ni para qué.

-          A ver una cosa – intervino Rafa. Perdonad, pero yo no me estoy enterando de nada. Habéis contado que hace meses se hizo una presentación de la empresa a un cliente, pero que no habéis tenido respuesta… ¿y eso qué tiene que ver con nosotros?

Después de unas balbuceantes intervenciones tanto de Isabel como de Santiago, en las que torpemente intentaron – sin ningún éxito, por cierto – explicar la razón de su convocatoria a la reunión de urgencia, Rafa volvió a intervenir.

-          A ver si lo he entendido ahora. Resulta que tenéis que hacer otra presentación al mismo cliente y lo que queréis es que ¿hagamos la presentación Conchita y yo?

-          No; que la hagáis no. Que nos deis alguna idea – respondió Isabel, que a la sazón era la subdirectora del área comercial.

-          ¿Una idea…en cuanto al contenido? ¿Al enfoque…… a la estrategia?... – intentaba averiguar Rafa.

-          Sí…. – respondió dubitativo Santiago.

-          ¿Pero eso no debería decirlo el director comercial? – apuntó sensatamente Conchita.

-          Ya, pero es que hoy no está – excusó Isabel.

-          Bueno, pues mañana cuando venga, se lo comentas, ¿no? De todas formas, nosotros encantados de colaborar, pero no me gustaría que nadie pensara que nos estamos metiendo donde no nos llaman – apuntó Rafa.

-          Es que no hay tiempo, porque la reunión con el cliente es mañana a las 09.00 – terminó de confesar Isabel.

-          A ver. ¿Me estás diciendo que mañana a las 09.00 hay una reunión con un cliente, sobre nuestra empresa, nuestros productos y servicios, y que Conchita y yo tenemos que sugerir una estrategia y unos contenidos de la misma?

-          Sí. Si no os importa vamos – tiró balones fuera Isabel.

Conchita y Rafa, se miraron con cara de incrédulos y se preguntaban qué habrían hecho para que de pronto, sin venir a cuento y sin que sus habituales tareas tuvieran relación con el asunto, se vieran involucrados en un marrón de semejante tamaño.

-          Vale – acertó a responder Rafa, al tiempo que con la cabeza preguntaba a Conchita si estaba de acuerdo. - Pues en cuanto lo tengamos, os lo mandamos por email.

Cuando levantaron la reunión, Conchita y Rafa se sentaron juntos para empezar a trabajar en el tema, no sin antes, mirarse con cara de asombro, por el nivel de incompetencia del que habían sido testigos. Pero como les habían pedido ayuda, con gusto la iban a prestar.

Trabajaron 3 o 4 horas en estructurar la presentación, coger unas transparencias de aquí y de allá y dar una forma coherente al mensaje que en su opinión debía darse al cliente. Cuando lo terminaron, se lo enviaron a Isabel y a Santiago y después se marcharon a sus casas, eso sí, sin haber comido ese día.

Al día siguiente, como cada mañana, Rafa se levantó a las 05.30. Vivía lejos de Madrid y debía tener en cuenta la distancia, el atasco y por supuesto, que no le gustaba llegar tarde a ninguna parte y a trabajar, tampoco. Siempre que se montaba en el coche, a eso de las 07.00 de la mañana, tenía por costumbre encender el móvil. Nada más hacerlo, recibió un SMS. Algo, sin duda, no iba bien, porque no era normal.

En efecto, el SMS le convocaba a las 08.00 de la mañana, en un hotel, cercano a la sede del cliente, algo que no entraba en sus cálculos, porque consideraba que con su aportación y la de Conchita el día anterior, ya habían cumplido. El objetivo de la reunión era abordar el tema de la presentación al cliente.

Cuando llegó al hotel se encontró con media empresa en la cafetería. Además de Isabel y de Santiago, también estaba Roberta – la directora de servicios profesionales y jefa directa de Conchita – que ese mismo día se incorporaba de unas breves vacaciones en Ibiza y se le notaba por lo morena que venía. Por tanto, Roberta, no sabía nada de nada y la habían pillado en fuera de juego. Y el director comercial, que al parecer también había estado unos días ausente y también era ajeno a esta movida.

Fue él, el que tomó la palabra. Habló de cuál iba a ser la estrategia y los contenidos de la presentación, de quién iba a iniciar la misma (¡Roberta!) y de los objetivos a conseguir. Una vez hubo terminado, Rafa que no terminaba de salir de su asombro por la chapuza cósmica que se iba a cometer en breves minutos, terció en la charla.

-          Entonces, sólo para orientarme: acabas de tirar a la basura el trabajo que hicimos ayer Conchita y yo, no?

-          No, no, si está perfecto, pero le vamos a dar un giro – respondió a la italiana el italiano.

La cara del director general del cliente cuando vio una marabunta de gente inundar su generoso despacho, era todo un poema.

-          ¡Caramba! – exclamó el hombre con un excelente sentido del humor. Si lo llego a saber, pido refuerzos. Sois todos contra uno solo.

Después de las risas educadas todos se sentaron alrededor de la espaciosa mesa y el director comercial invitó a tomar la palabra a la pobre Roberta, que casi, se acababa de bajar del avión desde Ibiza, para que se ajustara al pobre guion que el propio director había improvisado minutos antes en la cafetería de un hotel.

Como era de esperar, su intervención, estaba dejando mucho que desear, hasta el punto que Rafa lo estaba pasando realmente mal. Quien debiera haber tomado la iniciativa y estar ahí peleando con ese Vitorino, debería ser el director comercial y no Roberta.

A los 10 minutos de semejante tortura, el anfitrión, cortó en seco la presentación y de forma muy educada, sentenció:

-          Lo siento mucho, pero llevo 10 minutos intentando entender de qué me estáis hablando y no consigo enterarme de nada. Así es que, si me perdonáis, vamos a dar por concluida esta reunión, que yo tengo mucho trabajo.

Después de encajar todo el grupo, tamaño soplamocos, finalmente fue el director comercial el que – en milisegundos - salió despedido de su asiento como si le hubiera eyectado un retrocohete, y se dirigió a la pizarra de donde, con un cierto complejo de culpa, salía Roberta para tomar asiento. Fue entonces, cuando – una vez más – el director, por segunda vez en menos de una hora, se contradecía y retomaba la presentación, no siguiendo el plan y la estrategia que había definido él mismo hacía tan solo unos minutos, sino la que el día anterior habían indicado Conchita y Rafa, por ser la más lógica y coherente.

-          ¿Ahora sí, ves? Ahora lo he entendido todo – exclamó satisfecho el director general, dirigiéndose a su colega el director comercial y al resto de asistentes, mientras Rafa permanecía callado como un muerto y abochornado por el lamentable espectáculo.

Una vez que finalmente se entendió el objetivo de su presencia allí, los antecedentes, la problemática y la solución que proponía la compañía, se pasó a establecer una hoja de ruta y unos interlocutores.

Un instante antes de levantar la reunión, Isabel, que se había dado cuenta del sonoro silencio de Rafa durante la misma, indicó al anfitrión:

-          Y para este asunto, tenemos a nuestro director de Calidad, aquí presente, Rafa, que hoy ha estado muy callado.

-          Es verdad – confirmó el director general del cliente, invitándole a que por lo menos hablara algo para conocerle la voz.

-          Yo es que sigo las enseñanzas de Groucho Marx – dijo Rafa dejando en el ambiente una gran expectación.

-          ¿Y qué decía Groucho? – preguntó el anfitrión mientras el resto contenía la respiración a la espera de la imprevisible respuesta de Rafa.

-          Pues Groucho Marx, decía: “prefiero permanecer callado en una reunión y parecer imbécil, antes que abrir la boca y confirmarlo”. 

Todo el mundo estalló en una sonora carcajada, - el primero el propio director general- , a excepción de la tarada de Isabel, que tardó unos segundos en darse cuenta que no era una puya hacia ella, sino una broma.

La reunión se levantó de la mejor manera posible, mucho más distendida que como estaba a los 10 minutos de empezar. Después de la misma, volvieron a la cafetería a hacer una valoración apresurada y todos – excepto Rafa, que seguía sin abrir la boca – coincidieron en que la reunión había sido un éxito.

Al llegar a la oficina, Rafa no pudo evitar llamar a un aparte a Conchita y contarle todo lo que había sucedido, con pelos y señales. Ambos se rieron mucho. Pero aún quedaba el colofón al sainete.

Roberta, viendo que Conchita y Rafa estaban comentando la jugada, aprovechó para unirse a la conversación. No hay que olvidar que la pobre Roberta, se había tenido que comer el marrón de dar la cara en la reunión, sin tener la más mínima base de preparación previa, con lo que su malestar, era fácilmente adivinable. Pero no era ese el motivo de su acercamiento a ambos.

El motivo que le preocupaba era que, de la hoja de ruta que había surgido de la famosa reunión, aparte de instalar el producto o productos que se acordase adquirir, se necesitaba personal experto in situ, en casa del cliente, para poder ejecutar el plan. Y dado que Roberta era la responsable del área de subcontratación, recaía sobre sus espaldas esa responsabilidad. El problema que tenía Roberta, era el presupuesto. No disponía de cantidad alguna para poder contratar a nadie. Así es que, a Roberta se le ocurrió una alternativa:

-          Oye Rafita, cariño, mi amor – dijo con una amplia sonrisa - ¿a ti no te interesaría trabajar allí en casa del cliente y hacer el trabajo ese?

-          Robertita, querida. Después del espectacular ridículo empresarial que hemos hecho hoy, aunque hayamos sido capaces luego de levantar la imagen, no debes olvidar que, a mí, se me ha presentado como director de Calidad de la compañía. ¿Imaginas el desconcierto que podría ocasionar en el cliente, ver a un director de calidad, sentado frente a un PC y currando 8 horas cada día como un esclavo?

Roberta, sopesó un instante la respuesta de Rafa y no pudo por menos que concederle la razón, por pura lógica, aunque ello supusiera que seguía teniendo un problema.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta claro que los dirigentes eran unos linces