lunes, diciembre 25, 2023

Los “Chefs verborreicos”

Hace muchos años la aparición en TV de Karlos Arguiñano, supuso mucho más que una gran sorpresa. Marcó un antes y un después para la programación de la TV.

Hasta entonces, la cocina era el reino de la madre, de la señora, de la cocinera. O sea, un dominio exclusivo de la mujer. A lo máximo a lo que aspiraba un hombre era a hacer una paella el domingo. Claro, todo eso, si no eras vasco y además pertenecías a un txoko o lo que es lo mismo, una sociedad gastronómica con su cuadrilla de amigos. Pero eso era la excepción.

Arguiñano embaucó a miles, tal vez millones, de hombres y les demostró que se puede cocinar rico, rico, con fundamento, barato y sencillo. Y mientras impartía sus lecciones magistrales, amenizaba el programa contando chistes, anécdotas, experiencias, dando su opinión sobre algún asunto serio. O sea, dialogaba con el espectador como si estuviera sentado junto a él en la cocina. Y eso fue otro gesto que cambió la historia culinaria en España.

Las lecciones de cocina se habían democratizado, se habían eliminado los corsés de antaño y ahora todo iba siendo más natural, más espontáneo, más cercano.

Con el paso de los años han ido surgiendo muchos otros chefs y muchos otros programas de TV en los que la cocina es su razón de ser. Y hoy, desde hace unos años, tenemos hasta diversos canales de TV dedicados exclusivamente a la cocina. Y son canales tanto españoles como extranjeros. Y eso está muy bien porque cada chef tiene su estilo, y su especialidad, y tú puedes ir tomando nota de aquí y de allí e ir conformando un menú, o dos mil quinientos como mi mujer, que además de ver durante horas esos programas, después acude a las docenas de libros que tenemos en casa en busca de más inspiración.

Pero con la proliferación de tantos chefs, tantos programas y tantos canales de cocina, también se ha reproducido una nueva especie de cocinero demasiado charlatán. Son los que yo llamo los chefs verborreicos.

Son esos que no hay ni un solo segundo de los que dura el programa, que mantienen la boca cerrada, haciendo bueno aquel viejo refrán que dice que “en boca cerrada no entran moscas”. O sea, que como se pasan horas hablando, la mayor parte de lo que dicen sobra, es una estupidez o lo que es peor, pretende ser una gracieta de la que sólo se ríe el propio chef, algo que resulta cargante y patético.

Hablan en un tono monocorde, aburren a las cabras y en la mayoría de las veces, hablan tan deprisa que no se les entiende. En concreto hay una a la que directamente le pondría una cinta americana en la boca. Alma Obregón. ¡Qué mujer más pelmaza! El otro, igual de pelmazo y con menos gracia que un verdugo, es Íñigo Pérez de Urretxu.  

Podrían desarrollar su trabajo en un moderado silencio indicando los pasos que van dando para ilustrar al espectador, pero por alguna extraña razón desde que aparecen en pantalla se lanzan a una carrera descontrolada por conseguir pronunciar más sílabas por segundo, cuando en realidad, el mensaje que de verdad importa se queda enmascarado en los discursos estúpidos y banales con los que nos castigan. 

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