miércoles, noviembre 13, 2024

Morimos solos.

Ayer era el cumpleaños de mi amigo José. Sus amigos nunca le hemos llamado por el nombre. Ni Jose, ni Pepe, ni nada de eso. Le hemos llamado siempre por el apellido, pero además haciendo juego de palabras. El caso es que me apetecía felicitarlo. Y entonces, me di cuenta de que aparte de Facebook no tenía otra forma de contactar con él. Como tantas veces nos pasa en la vida, durante una larga etapa tenemos una relación constante con personas que, con el tiempo, se va reduciendo como dice la canción:” la vida separa dulcemente, sin hacer ruido”. Y eso es exactamente lo que nos ha pasado a mi amigo José y a mí: que la vida, las circunstancias, las vicisitudes, nos han ido separando sin que nosotros hayamos hecho nada por quererlo.

Repasando mi agenda tenía el email de la empresa, pero ya hace algunos años que está felizmente jubilado y desde luego, en Facebook hace mucho que no publica nada.

Entonces me acordé de un amigo común y, como él, compañero de trabajo durante años. Y le escribí. Y lo que me respondió, me dejó “triste, fané y descangasao” que diría un argentino, o al menos, así lo decía el tango.

Mi amigo Ángel, con el que además de ser compañeros de trabajo, compartíamos los tres el jugar en el equipo de fútbol sala, me dijo que José andaba un poco mal. Que había tenido un ictus y que tenía el lado izquierdo afectado, de tal forma que debía ayudarse de un andador. Que estaba en una residencia en El Escorial, pero que, al menos, la cabeza le seguía funcionando sin problemas.

Y entonces me vinieron miles de recuerdos en los que estaba José. Él también jugaba en el equipo de fútbol sala, pero el whisky, los años y “la mala vida” le retiraron antes que a Ángel y a mí.

A José le conocí en mi estreno en el mundo laboral, mi primer día de trabajo. Fue un 1 de agosto del siglo pasado, en 1978. Nuestra oficina estaba situada en la calle Orense de Madrid, en un sótano sin ventanas. Ideal. La razón de tan atractiva ubicación era que justo al lado estaba el ordenador central de Telefónica, con el que debíamos trabajar. Nuestra empresa, una subsidiaria de Telefónica, realizaba servicios de consultoría a diversos clientes, pero hasta tiempo después, no adquirió un ordenador propio.

Y ahí estaba José, enseñando a un puto becario como yo, que tenía algunas ideas vagas acerca de lo que era el apasionante mundo de la informática de esa época. Íbamos y veníamos al ordenador de Telefónica con nuestras cajas repletas de tarjetas perforadas. Para entrar en el santa sanctórum había que solicitar un permiso especial que se llamaba “presencia física”, lo que nos autorizaba a estar allí, pero ojito con según qué cosas tocar. Y lo que son las cosas. ¡Qué atrevida es la ignorancia! Un día, a este maldito becario, aprovechando que a los mandos del ordenador central de Telefónica no había nadie, se me ocurrió teclear un comando en la consola maestra a ver qué pasaba. ¡Con dos cojones! Y pasó, claro que sí. Pasó que el ordenador central de Telefónica comenzó a pararse a cámara lenta como si se estuviera muriendo por asfixia. Cuando descubrieron lo que estaba pasando el único que estaba cerca de la víctima era yo, pero como no había pruebas definitivas, se contentaron con lanzarme miradas furibundas y poco menos que prohibir mi “presencia física” allí.

Nuestra especial y particular forma de trabajo con un ordenador prestado, nos obligaba a tener que trabajar a las horas que nos dejaban libres y de ahí la cantidad importante de horas extras que teníamos que hacer. A lo mejor nos pasábamos toda la mañana de cháchara en la oficina y nuestro trabajo empezaba a las 5 o las 6 de la tarde y se prolongaba hasta la madrugada.

Con un régimen de vida laboral así, al final, compartes la mayor parte de tu vida con tus compañeros. Y así nos pasó a José y a mí. Si además del tiempo laboral, también compartíamos jugar en el equipo de fútbol, pues nuestra relación se puede considerar que era intensa.

Por eso, un día de un fin de semana, me llamó a casa. Él junto a dos íntimos amigos, que conformaban un “trío calavera”, habían quedado con unas chicas para tomar unas copas y pasar el rato. El caso es que eran tres chicos y cuatro chicas. Y por eso me llamó. Yo no estaba, pero al regresar a casa me dieron el recado y le llamé. Habían quedado para el día siguiente con ese grupo de chicas y me invitaba a ser el cuarto. Y quedamos. Y nos vimos más veces. Y hasta nos fuimos los 8 a pasar unos días de vacaciones en Semana Santa a La Manga del Mar Menor, a un chalet que nos dejaron prestado unos conocidos de alguien. Y así fue como conocí a la que fue mi esposa. Y José, claro, fue uno de los invitados a la boda.

Pasaron los años. Yo me fui de la empresa, él continuó. Incluso, a pesar de no ser de la misma empresa, yo seguía jugando con él al fútbol. La frecuencia con la que nos veíamos iba disminuyendo. Cada vez pasaba más tiempo entre una y otra cita. Alguna cena de antiguos compañeros, alguna comida.

Por toda esta historia, - y muchos más detalles que me ahorro-, cuando ayer nuestro común amigo Ángel me puso al día del estado de salud de José, me afectó. Me afectó imaginar verlo con un andador a quien corría tras un balón de fútbol no hace tanto tiempo. Me afectó saber que vivía en una residencia, solo, y que probablemente reciba pocas visitas o ninguna. Me afectó imaginar que, si las cosas no cambian, mi amigo José terminará como otro de mis amigos, que murió solo y tras sufrir seis ictus, en una casa en Jerez de la Frontera, que no era ninguna de las muchas que él había montado y disfrutado en Levante o en Madrid. Y todo ello me induce a solicitar la indulgencia de que el tránsito de esta vida a lo que sea después, sea rápido e indoloro. Morir a cámara lenta es un suplicio que nadie debería padecer. Bastante es con morir solo.

domingo, octubre 27, 2024

El arrepentimiento.

Hace unos días leía en Facebook un post de Pilar Mayo Gandullo a quien siempre sigo con mucho interés porque me encanta cómo escribe. Allí venía a decir que, quien más, quien menos, todos los que echáramos la vista atrás, tendríamos algún motivo para el arrepentimiento, porque nadie es perfecto y todos nos equivocamos. Y al hilo de esta reflexión también recuerdo otras conversaciones con otras personas en la misma línea: la de replantearse ciertas decisiones del pasado y qué habría pasado si en lugar de la opción A hubiéramos elegido la B.

Pero yo tengo otra teoría. Mi teoría asume que no hay posibilidad de arrepentimiento.

Para ello, parte del hecho de imaginar cada momento, como un instante mágico que jamás se va a volver a producir. Es así, con esa mentalidad, como actuamos a la hora de hacer una foto. Esa es nuestra intención al apretar el disparador: capturar un momento único.

En ese preciso instante el sol luce – o no – y está a una altura determinada en el cielo; el viento mueve suavemente las copas de los árboles; el agua del arroyo baja abundante, limpia, fría y cristalina. Y queremos capturar ese momento mágico apretando el botón de la cámara. Nos ha gustado tanto, que unos segundos más tarde, o tal vez unos minutos, o al cabo de unos días, o años, incluso, intentamos repetir esa magia. Pero es imposible.

El Sol ya no está a la misma altura, las nubes ya no son las mismas, son otras; el viento se ha convertido en vendaval y el arroyo se ha convertido en una masa de agua que lo arrastra todo a su paso y el planeta ha dado unas cuantas vueltas. Han cambiado las circunstancias en relación a la primera foto. Por tanto, no es la misma foto, es otra parecida.

Con nuestras decisiones sucede exactamente lo mismo. Cuando tomamos una decisión en un momento dado, lo hacemos bajo unas circunstancias concretas, una situación psicológica determinada, un entorno que nos influye; unas condiciones que nos afectan.

Y luego, más adelante, cometemos el error – a mi juicio – de regresar con la mirada de nuestro presente en ese momento, a evaluar aquella decisión de nuestro pasado. Y digo que lo considero un error por varias razones.

En primer lugar, cualquier postura que tomemos en relación a aquella del pasado, no va a cambiar nada. Por tanto, dedicar tiempo a reflexionar sobre algo en lo que no podemos intervenir, me parece una pérdida de tiempo.

En segundo lugar, es imprescindible relativizar los diferentes momentos. En aquella ocasión, como ya he dicho antes, las condiciones para tomarla eran unas, mientras que ahora, son otras radicalmente distintas. Es como en el ajedrez: hay movimientos que te ves obligado a realizar sin demasiadas alternativas. O escoger el estilo de navegación en función de la dirección del viento y tu destino. No siempre cambiar de rumbo es un signo de equivocación, mientras que no hacerlo puede conducirte a la catástrofe.

En tercer lugar, creo que es bastante habitual juzgar la bondad de una decisión por el resultado obtenido al cabo del tiempo. Y tampoco estoy muy de acuerdo con ese enfoque.

Cuando Edison inventó la bombilla incandescente le preguntaron cuántos experimentos había realizado hasta dar con la solución y él contestó que unos 2.000. Entonces, el periodista pretendió apostillar: “entonces tuvo dos mil fracasos antes de triunfar”, a lo que el inventor respondió: “No. He descubierto dos mil maneras de cómo NO hay que hacerlo”.

Las personas tendemos a considerar un divorcio como un fracaso estrepitoso, cuando en realidad, no es más que una lección acerca de cómo debería ser el matrimonio adecuado para nosotros, y eso, no siempre se aprende a la primera (ni a la segunda…). De este tipo de tics y “taras” psicológicas nacen los arrepentimientos, los complejos y los problemas.

En mi teoría, - personal, subjetiva y discutible-, sólo sirve si en el momento en el que tomaste la decisión fuiste fiel a ti mismo. Si lo hiciste, es difícil que tiempo después puedas echarte en cara a ti mismo cualquier contratiempo que hubiera podido surgir. Los imponderables son esos factores imprevisibles que nos afectan más o menos, pero que existen.

Fernando Arrabal, antes de convertirse en famoso escritor, trabajaba en una empresa, ya desaparecida, como administrativo. El hombre, al parecer llevaba mal eso del horario y solía llegar al trabajo con un cierto retraso y de manera frecuente. Hasta que un día el director de Personal le llama a su despacho para llamarle la atención y pedir que modifique su comportamiento.

    - Pero, señor director, es imposible que yo llegue tarde a fichar – intentó defenderse el bueno de Fernando.

    - Mire usted, señor Arrabal, aquí tengo su ficha y como ve los fichajes en rojo son constantes. Debe usted cambiar su actitud o la empresa se verá en la obligación de tomar medidas disciplinarias.

    - Pero, señor director. Es imposible que yo llegue tarde a la oficina. Yo salgo de mi casa a mi hora y vengo a mi paso.

Este es el mejor ejemplo de que la confianza en uno mismo convierte en estéril el tener que revisar nuestras decisiones en un futuro.

Para terminar, yo dejaría una sugerencia, más que un consejo. Para evitar los arrepentimientos lo mejor es no mirar atrás. No vas a cambiar nada del pasado y es posible que te estampes contra el poste que tienes frente a tus narices. Es mejor intentar centrarse en el presente, que es lo único que realmente está sucediendo, ya que el  futuro, por definición, es incierto.

viernes, octubre 18, 2024

Acoso a la Justicia (01/03/2021)

Confieso que durante bastante tiempo – probablemente más del debido – mi ingenua inocencia me llevaba a pensar que los árbitros de fútbol eran ecuánimes y objetivos. Que podían equivocarse pero que no lo hacían de mala fe. Por alguna extraña concomitancia de índole freudiana que seguramente tiene que ver con el desempeño del poder, pensaba exactamente lo mismo acerca de los jueces. Los de la toga, no los de línea.

A medida que fue pasando el tiempo, fui madurando, al tiempo que cada vez con más firmeza, alejaba de mí esa imagen dulzona y absolutamente estúpida, de pensar que “to er mundo e güeno”. Y de esa ingenuidad pueril he pasado a sostener la teoría que esto está lleno de hijos de Satanás. Y que conste que no lo digo por el VAR, que también. Me estoy refiriendo a la impúdica lucha sin cuartel por intentar dominar el CGPJ y en general, a la Justicia, con mayúsculas.

Porque, aunque ahora mismo se esté dando una batalla para controlar el órgano de los jueces, en el fondo, estamos inmersos en otra guerra, mucho más amplia, que tiene tintes totalitarios, fascistas y, en cualquier caso, preocupantes. Porque es muy preocupante y al mismo tiempo sintomático, que el común de los ciudadanos sepamos de antemano cómo va a terminar una investigación judicial - con imputación o sin ella-, sobre ciertos personajes y cómo va a terminar sobre ciertos otros. Y a eso, es imposible que se le llame Justicia.

Es imposible que haya justicia cuando al frente de la Fiscalía, colocas a una tiparraca que tiene carné del partido del gobierno y que, de hecho, ha sido ministra con ese mismo gobierno. Pero es que hay más. La susodicha, es pareja sentimental de un ex juez, al que echaron de la carrera judicial por creer que la justicia estaba a su merced para cubrir los objetivos que él se hubiera fijado en cada momento. Y por si todo esto no fuera suficiente, el propio presidente del gobierno, alardea en plan chulesco cuando dice “¿De quién depende la Fiscalía? Pue eso”. Por si no nos había quedado claro.

Ahora, a este “selecto” grupo de jueces marxistas, se les unen otros dos ejemplares que no les andan a la zaga: José Ricardo de Prada y Victoria Rosell. Estudiemos un poco sus andanzas para conocer mejor el cariz que están tomando las cosas en la Justicia.

(Fuente: Infolibre y Libertaddigital)

El juez De Prada, fue el artífice de la famosa moción de censura que consiguió derrocar al Gobierno de Mariano Rajoy y llevar a Pedro Sánchez a La Moncloa. De Prada tumbó al Ejecutivo del PP con la sentencia sobre la primera época del caso Gürtel en la que cuestionó la "credibilidad" del propio Rajoy y en la que los populares fueron condenados a pagar 245.000 euros de multa como partícipes a título lucrativo de la trama corrupta.

A destacar varios aspectos de esta actuación.

1)      El juez De Prada junto con su colega Julio de Diego López, obligaron a Mariano Rajoy a acudir personalmente a testificar, siendo presidente del Gobierno, algo hasta ese momento, inédito en España, lo que a todas luces fue un exceso de poder por parte de los jueces y una humillación inferida al, en ese momento, todavía presidente Rajoy.

 

2)      Los comentarios vertidos en la sentencia por parte de De Prada, sirvieron como excusa a Pedro Sánchez, a la sazón ciudadano sin más – le habían echado de la Secretaría General del PSOE y había renunciado al acta de Diputado – para presentar una moción de censura contra el gobierno del PP, que terminó como todos sabemos: con la inestimable ayuda del PNV que había estado negociando con Rajoy unas semanas antes cómo arrancarle 800 millones más. Una vez obtenidos los millones, decidieron subirse al carro de un gobierno débil que les iba a necesitar.

 

3)      Tras la llegada al poder por la puerta de atrás de Pedro Sánchez, el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional concluye que la argumentación que hizo el magistrado José Ricardo de Prada sobre la presunta caja B del PP en la sentencia sobre la primera época de la trama Gürtel no era "absolutamente necesaria" y su imparcialidad para juzgar la supuesta contabilidad opaca del partido ya está "comprometida". El daño, ya estaba hecho.

 

4)      La propia Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional decidía posteriormente apartarle del juicio de la caja B del PP al considerar que ya entró a valorar los hechos en la sentencia que dictó sobre la primera época del caso Gürtel (1999-2005). Tras denunciar varios medios de comunicación sus maniobras en la citada sentencia, De Prada pidió amparo al CGPJ ante lo que consideraba una campaña que le había convertido en "chivo expiatorio". Tras estudiar su caso, el Gobierno de los jueces se negó a darle amparo.

 

Dada su inequívoca trayectoria profesional y el cariz tanto de sus comentarios como de sus propias sentencias, existen motivos más que suficientes para considerar al juez De Prada un Trotskista o Estalinista.

Especialmente polémicas han sido sus decisiones judiciales relacionadas con el terrorismo de ETA o de los CDR en Cataluña. Además, fue uno de los magistrados que apoyó públicamente a Baltasar Garzón cuando fue juzgado en el caso de las escuchas ilegales en Gürtel por lo que fue finalmente inhabilitado como juez.

Como se ve, se cierra el círculo. La Loles de Fiscal, su churri el Garzón, pululando como una mosca alrededor de la miel por las fronteras de la justicia en España; De Prada allanando el camino del Dr. Fraude a la Moncloa y ahora, la Moncloa, quiere recompensar sus esfuerzos y su marxismo militante con un puesto en el CGPJ.

En 2011, De Prada justificó el chivatazo a ETA en elcaso Faisán porque, según su criterio, se produjo en un contexto de negociación que el Gobierno socialista mantenía con la banda terrorista y porque sus autores fueron policías que seguían órdenes. Aseguró literalmente que el chivatazo fue una "acción de oportunidad y eficacia discutible, pero, en todo caso, tendente a evitar de una u otra manera futuras acciones terroristas".

Esta tesis, era exactamente, punto por punto, la que defendía Garzón, instructor del caso, churri de la Loles y colega de militancia comunista.

Más ejemplos del talante “progresista” del individuo.

En una ocasión rechazó condenar a un joven que había realizado una pintada a favor de ETA descartando el delito de enaltecimiento de terrorismo porque se trataba de un "texto inacabado de contenido interpretable".

Durante un curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid afirmó incluso que las penas a etarras eran "altas y desproporcionadas".

La Asociación de Víctimas del Terrorismo AVT le denunció ante el Consejo General del Poder Judicial por afirmar que en España "las torturas se han producido de forma clara". Dichas acusaciones las realizaba en una mesa redonda organizada por el Ayuntamiento de Tolosa, compartida con el abogado de ETA, Íñigo Iruin, y bajo el título "Excepcionalidad jurídica en Euskal Herria". "Yo he tenido muchos casos de sospecha fuerte de tortura que los tribunales no han dado respuesta como corresponde a un Estado de Derecho", añadía.

Más recientemente, en el caso del golpe del 1-O de 2017 fue el único de los 5 magistrados de su Sección que se posicionó en contra de mantener la prisión provisional para el expresidente de la ANC, Jordi Sánchez y el presidente de Ómnium Cutural, Jordi Cuixart.

Además, anuló la prisión de 4 de los CDR arrestados por delitos de terrorismo, fabricación y tenencia de explosivos, y conspiración para causar estragos. Respecto a uno de ellos, aseguró que no almacenaba explosivos, sino "sustancias" para fabricarlos.

Por su parte, la juez Victoria Rosell es magistrada en excedencia de la asociación ‘progresista’ Juezas y Jueces para la democracia, exdiputada de Podemos y actual delegada del Gobierno contra la Violencia de Género. Llegó incluso a ser postulada como ministra de Justicia por la formación de Pablo Iglesias.

Desde su Juzgado de Instrucción nº 8 de Las Palmas de Gran Canaria, ha tenido diversos incidentes con los representantes del Ejecutivo de las islas a los que acusaba de trabajar para el PP.

También desarrolló funciones como juez de control del Centro de Internamiento de Extranjeros CIE de Gran Canaria. La Delegación del Gobierno y la Fiscalía la acusaron de practicar diligencias que excedían sus competencias. Llegó incluso a impedir la devolución a Marruecos de dos inmigrantes a pesar de que no era competente para ello.

Fuera de los Juzgados también ha provocado fuertes enfrentamientos por su soberbia. Siendo diputada de Podemos protagonizó una lamentable escena en el aeropuerto de Gran Canaria en el 2016. Se presentó en el mostrador de información de AENA "con actitud soberbia, solicitando que se le abriese la sala de autoridades inmediatamente, para viajar a Madrid" en un vuelo que salía 45 minutos después.

El empleado del aeropuerto le explicó que, aunque fuera diputada no tenía derecho a usar esa sala, ya que "hay un protocolo de solicitud, que autoriza previamente la Delegación de Gobierno, siempre y cuando quien lo solicita tenga derecho a ello". La Guardia Civil le exigió que se identificara tras montar un enfrentamiento airado y Rosell le llegó a contestar "no me da la gana". Ella lo negó e intentó quitar hierro a la polémica que, sin embargo, fue captada por las cámaras de seguridad.

De esta ristra de ejemplos extraídos de la prensa, lo que cabe destacar, por encima de cualquier otra consideración, es la infinita soberbia con la que los marxistas-leninistas-estalinistas-trotskistas, se mueven por el mundo. La misma con la que los terroristas de ETA se movían por San Juan de Luz o Biarritz.

La prepotencia con la que actúan y se dejan oír, nos da una idea de lo que pudo haber sido en su día un estado como el soviético dirigido por los originales Stalin, Lenin, Beria, Jruchev y compañía. Si en estos días y con una libertad de prensa amenazada, pero todavía libre, con cámaras de seguridad que todo lo graban, con Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que siguen siendo fieles a su papel, son capaces de comportarse de esta forma, no alcanzo a imaginar lo que sería si la presión a la que están sometiendo a la Justicia, terminara por romper el equilibrio inestable de fuerzas que actualmente la sostienen.

No es solamente la lucha por el CGPJ, es que es todo. Es la Fiscalía, el Constitucional, el Supremo, la forma de elegirlos. Y si en algún momento llegaran a controlarlo todo, que nadie tenga la más mínima duda que terminaríamos como Venezuela, aprobando leyes inasumibles, persiguiendo a los “enemigos del pueblo”, traicionando la voluntad democrática y al fin, alzándose con el poder omnímodo que es el que persiguen desde 1917.

No se puede, no se debe negociar nada con esta gentuza. Son lobos con piel de cordero y cuando alcancen sus objetivos totalitarios, ya no tendremos posibilidad de volver atrás. Salvo con sangre, como siempre. La historia debería enseñarnos que así ha sucedido en todos los países donde se implantó esta filosofía criminal. Sin excepción.

Ahora que se ha establecido una lucha sin cuartel por dominar el CGPJ algunos sugieren que tal vez sería bueno que regresáramos al sistema que había en 1985, cuando Felipe González cambió el sistema de elección de los jueces. Antes de eso, eran los propios jueces quienes elegían entre sus colegas quién debería ostentar el cargo.

Pero visto lo visto, y aunque no comparto que sean los partidos políticos quienes manoseen la Justicia con sus negociaciones, me parece que sería todavía peor que una pandilla de togas execrables, decidiese ir coronando poco a poco todos los resortes del aparato judicial del Estado, extendiéndose como un cáncer en su fase de metástasis o como una mancha de chapapote: negra, apestosa y pastosa, que no se limpia con nada y que todo lo que toca lo mata.

¡Qué decepción! Los que tienen que impartir justicia, se dedican a aplicar sus principios ideológicos y no la ley, a la que reinterpretan en función de aquellos y cuando no les sirve, la cambian a su antojo.

Lo peor de todo es que no veo que la sociedad sea consciente de lo que está en juego. Da la impresión que esta batalla es algo “de los políticos” que no afecta a los ciudadanos y me temo que ese es otro punto a favor de los asaltantes: el convertir en algo fútil, casi invisible, algo tan importante como luchar por la justicia. Reduciendo esta batalla a una aparente lucha de poder y de influencia dentro del CGPJ, se da la sensación de que el asunto es sólo cosas de partidos, del PP, de algo que, a los ciudadanos normales, les aburre. Y no se dan cuenta de la que se nos viene encima.

Sin justicia, sin ley, no somos nada.

sábado, septiembre 14, 2024

La jornada lectiva.

No tenía la más mínima intención de volver a hablar en mi blog sobre el colegio y menos aún, a continuación de mi último post. Ya abordé este tema en una serie que titulé “Sinatra y mis recuerdos”. Pero es que acabo de leer una noticia en la que se afirma que la jornada partida «mejora el rendimiento y reduce las desigualdades», y claro, después de leer ese tipo de estupideces de los sabios, me he arrancado como un Miura cuando le agitan un trapo rojo.

Vamos por partes, como dijo Jack el destripador.

Yo tuve que sufrir la jornada partida durante los doce años que estuve en el maldito colegio. Así es que, en realidad, no puedo comparar un horario con el otro ni sus supuestas ventajas. Reconozco que mi caso particular nada tiene que ver con la mayoría de aquellos que fueron mis compañeros de clase. Muchos de ellos vivían cerca del colegio, mientras que yo lo hacía en la otra punta de Madrid.

La primera consecuencia de ello, y no la menos importante, era que, saliendo a las 13.30 y teniendo que regresar a las 15.30, me resultaba físicamente imposible atravesar Madrid para llegar a casa, comer y volver a clase, aunque fuera con el buche lleno. Un servidor no llegaba a tiempo a la clase que empezaba a las 15.30, lo cual, me acarreó no pocos problemas de incomprensión por parte de los “sotánicos”. Por otra parte, a fuer de ser sincero, aquello que yo hacía no podía llamarse comer, sino más bien, engullir.

Continuando con el tema, la jornada lectiva terminaba a las 18.00, que, por cierto, en invierno en Madrid, prácticamente es de noche. Entonces comenzaba la segunda migración del día camino de los cuarteles propios, lo que en pocas palabras significaba llegar a mi casa a las 19.30 o más. Y todavía tenía que hacer los deberes.

¡Ah!, se me ha olvidado un dato importante: hablo de un niño de unos 11, 12 años, y en adelante, que se había levantado a las 07.00 de la mañana.

Así es que, analizando esa supuesta teoría de los llamados “expertos” de que el horario partido mejora el rendimiento y reduce las desigualdades, me voy a permitir el lujo de ciscarme en sus teorías porque hasta el momento no le he visto ninguna ventaja. De todas formas, lo que más me ha llamado la atención ha sido eso de que “reduce las desigualdades”. Me gustaría que me lo explicasen.

Pero bueno, hasta ahora sólo he mencionado mi triste experiencia y alguien podría hablar de afán de protagonismo. Por eso, ahora voy a mencionar uno de los sistemas educativos con mayor éxito, como así queda reflejado año tras año en el tristemente famoso Informe PISA, en el que España, al igual que la historia aquella de los remeros japoneses y los españoles, hacemos el ridículo año tras año. Me refiero a Finlandia.

El primer dato que me sorprende es el siguiente: la educación desde el nivel preescolar hasta la educación superior es gratuita en Finlandia. (Ministerio de Educación y Cultura).

Hay que ver la cantidad de cosas que podríamos hacer en España si no nos dedicásemos a robar.

Los jóvenes finlandeses son los mejores lectores del mundo.

El Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA) es un estudio internacional lanzado por la OCDE en 1997. El objetivo es evaluar los sistemas educativos a nivel mundial cada tres años evaluando las competencias de los alumnos de 15 años en las principales asignaturas: lectura, matemáticas y ciencias. Hasta la fecha 70 países y economías han participado en el estudio PISA.

Finlandia ha estado entre los primeros países en el ranking de PISA desde la primera evaluación en 2000. Según los resultados de la última edición del estudio global de educación PISA, Finlandia es el único país donde las niñas tienen más probabilidades de tener un rendimiento máximo en ciencias que los niños.

¿Qué es tan especial en la educación en Finlandia?

(Dirección Nacional Finlandesa de Educación)

  • La enseñanza es una profesión muy popular
  • No hay inspecciones
  • No hay exámenes nacionales
  • No hay evaluación de profesores
  • Los profesores se sienten valorados por la sociedad
  • Jornadas escolares cortas
  • La cantidad de deberes es baja

 

Por los datos reseñados, parece que España va en la dirección opuesta a la de países que deberíamos imitar.

Por otra parte, todavía no he visto ninguna mención a que la jornada partida sea lo mejor para los alumnos, ya sean finlandeses o de Tomelloso.

En cuanto a esa afirmación de que dicha jornada partida reduce las desigualdades, no hay nada tan desigual como el tener 17 sistemas educativos diferentes, alguno de los cuales, por cierto, tiene como objetivo fundamental erradicar al español de su sociedad.

“Un secreto a voces del éxito del sistema finlandés de educación es que el mismo alto estándar educativo está a disposición de los alumnos en todo el país, al margen de su situación geográfica o su origen socioeconómico. La ministra de Educación, Li Andersson, lo recalcó en una rueda de prensa celebrada en Helsinki, señalando que los resultados del informe PISA mostraban que las diferencias entre las numerosas escuelas que habían participado eran mínimas.”

Resumiendo, que es gerundio. La noticia me parece una completa estupidez y tan solo se pretende mantener a los niños encerrados en el colegio, mientras sus padres se juegan su empleo intentando compaginar su vida laboral y familiar.

Pero ese es otro tema.

lunes, septiembre 09, 2024

Mi primer día de colegio.

Como es tradición periodística en estas fechas hay que abordar el asunto de la vuelta al colegio, de los gastos que suponen para los padres y lo que me resulta más incomprensible, de la supuesta alegría de los estudiantes por retomar la rutina y la felicidad del reencuentro con los compañeros.

A mí, ni siquiera me pasa como a Leo Harlem que cuenta que cuando fue al colegio por primera vez, le encantó. Todo estaba nuevo, hizo un montón de amigos y todo era fantástico. Justo hasta el momento en el que el profesor dijo “hasta mañana”, lo que, sin duda alguna, significaba que al día siguiente había que volver. Pues en mi caso ni eso.

Mi primer día de colegio, siempre lo he comparado con llegar a una prisión.

Para empezar, me acompañó mi tía Nany. Nunca se me ocurrió preguntar la razón de aquel “abandono” prematuro a una criatura por parte de mis padres. El tiempo y algunas deducciones por mi cuenta, me llevaron a disponer de alguna sospecha, pero poco más que eso.

El caso es que aquella experiencia me superó. Me sentí totalmente perdido y desubicado. Estaba a punto de cumplir los seis años y nadie me había preparado adecuadamente para semejante trauma: encontrarme con cientos de personas desconocidas, un griterío ensordecedor y unos señores que vestían con una sotana negra, que ya de entrada, impresionaban.

Supongo que sería como consecuencia de todo aquel alboroto. El caso es que tuve que ir al baño. El problema me lo encontré un poco más tarde cuando fui a echar mano del papel higiénico y no había. Situación que no le deseo a nadie.

Así las cosas, no me quedó más remedio que llamar a gritos a mi tía, que se encontraba a una distancia considerable y en medio de un griterío de cientos de niños que impedían que mi petición de auxilio llegara a sus oídos. Yo insistí una y otra vez, hasta que mis gritos se convirtieron en aullidos. Finalmente, alguien que pasaba por delante de los baños, me escuchó gritar. Después de aclararle que necesitaba urgentemente contactar con mi tía que estaba en la puerta de entrada, el hombre fue a buscarla y la trajo. Finalmente, me llegaron los suministros necesarios en forma de periódico y se pudo solventar la tensa situación. Muy malamente empezaba el día.

Poco después, los señores de negro decidieron que ya se había terminado el cachondeo. Entonces uno de ellos, se sacó del bolsillo un silbato y se dejó los pulmones haciéndolo sonar como si hubiera pitado penalti en el minuto 95 de la final de la Champions. Otro gesto que establecía una comparación directa con una prisión o un campo de concentración. Los años venideros, lo confirmarían.

El mismo que había utilizado el silbato - que debió escucharse en todo Madrid-, no contento con ello, se agenció un megáfono y empezó a vociferar y dar órdenes. El objetivo era agrupar a los miles de alumnos que estábamos en el patio, en función de los diferentes cursos. Nos hicieron formar por filas, igual que muchos años más tarde tuve que hacer en el ejército.

Desde luego, no tenía una pinta muy agradable todo aquello. A lo de encontrarse con unos señores vestidos de negro hasta los pies, había que añadir el trauma de lo del papel higiénico, lo de las órdenes a base de silbato y ahora megáfono. La idea del campo de concentración iba tomando cuerpo.

Una vez que ya estábamos todos ordenaditos y en formación, fuimos entrando a las tripas del colegio para ir ocupando las distintas aulas.

De repente, me vi metido en un grupo con otros cuarenta o cincuenta niños de mi misma edad, en una habitación con una pizarra enorme, y sentado en un pupitre con otro niño a mi lado que no conocía de nada.

Comenzaron a decir nuestros apellidos y así nos fuimos sentando en los pupitres. Yo, como siempre, en la última fila.

En aquellos años no existían los jardines de infancia ni nada que se le pareciera. Pasabas de estar en casa al centro educativo, ya fuera público o privado. Por eso, para mí fue un hándicap no haber jugado con ningún niño jamás.

Tal fue el impacto que me causó aquella primera experiencia, que, a la hora del recreo, intenté salir por la puerta de la calle y me la encontré cerrada. La puerta, por si faltaba algún detalle, tenía unos barrotes gruesos, que hacían que se asemejara más a una cárcel que a un colegio. Me agarré a ellos con fuerza y con la misma ansia de libertad de cualquier presidiario. Y comencé a llorar, con una angustia desconocida y rezando para que mi tía me sacara de aquel infierno.

Entonces, se acercó otro niño que debió preocuparse de verme en semejante estado de depresión y me preguntó qué me pasaba, que porqué lloraba. Le respondí que no quería estar allí, que no me gustaba ese sitio, y también le solté una frase lapidaria:

- Dentro de doce años, saldré de aquí para siempre y no volveré jamás.

Por todo lo antedicho se comprenderá mejor lo que decía al comienzo de estas líneas, cuando mostraba mi extrañeza de que a los niños les encante eso de no estar de vacaciones, volver al colegio y encontrarse con los profesores y sus compañeros. Supongo que, como dice el refrán: “para gustos los colores”.

En otro orden de cosas, cumplí mi palabra. Estuve doce años allí, que ríete tú del de “Doce años de esclavitud”. Desde que salí sólo regresé un año para jugar al fútbol, aunque la verdad, es que pasé más tiempo lesionado que jugando. Como Bale, pero sin ser zurdo.

Pero lo más importante es que, desde entonces, lo primero que hago cuando entro en un baño es mirar si hay papel higiénico.

domingo, septiembre 01, 2024

El ligar no se va a acabar, pero las piñas, sí.

La imaginación del ser humano es desbordante, sobre todo, cuando se trata de ciertos aspectos relacionados con el sexo. Ahora, según dicen, se ha puesto de moda que para ligar hay que ir a Mercadona, a una hora determinada, coger una piña, y colocarla de cierta forma en el carrito. Si haces eso, estás enviando un mensaje de que estás disponible.

Hay que reconocer que es un método bastante explícito y directo. No se necesita saber idiomas, con lo que, de entrada, superas esa barrera. Ya puestos, me atrevo a sugerir, que para ahorrarme la piña – que, además, después me la tengo que comer – podría llevar un cartel, como los que se llevan en las manifestaciones, con mi nombre y el móvil, y me pongo en la entrada, o paseando por dentro, que si hace mucho calor con el aire acondicionado se está mejor.

Sin duda alguna, el protocolo de cortejo del macho hacia la hembra – o viceversa, que no quiero herir susceptibilidades – en la especie humana, es ya de por sí bastante complejo, pero si a partir de ahora vamos a tener que añadir este nuevo método, la cosa se va a complicar bastante. Bien mirado, yo creo que la idea ha surgido del director de Marketing de Mercadona, que no sabía cómo dar salida a las toneladas de piñas que tenían almacenadas y se ha inventado esto.

En una sociedad invadida de redes sociales de todo tipo, incluidas las de ligar, tener que recurrir a métodos como éste, me parece frío, deshumanizado, le quita todo el calor, el glamour y la delicadeza y me parece un retroceso de décadas y un dispendio económico. Además, vamos a conseguir que el precio de la piña natural se dispare y sea tan caro como un litro de aceite de oliva.

Y aquellos que no lleguen a tiempo porque Mercadona se ha quedado sin piñas, ¿qué deben hacer? ¿comprarla en bote? ¿y en ese caso, qué debes hacer con el bote, mostrarlo de manera ostensible o se lo tienes que tirar a alguien a la cabeza? No sé. Yo creo que habría que darle una vuelta. Le veo fallos.

Yo recuerdo que antaño, cuando no existía internet, ni los móviles, ni guasap, ni Meetic, ni nada de esto, la gente se conocía cara a cara, en una cena con amigos, una fiesta en una casa particular, o en un pub. A mí me llevó un amigo a un pub.

- Te voy a presentar a un montón de gente, que son todos divorciados como nosotros, separados y separadas, viudos y de todo.

A mí, aquella presentación, me inquietó.

- ¿Oye, macho, de qué me estás hablando? ¿Qué es eso, un club, una asociación o algo por el estilo? Porque yo, paso, ¿eh?

 No, no, qué va. Es un grupo de gente que nos reunimos en un pub, a charlar. Si ves a alguien que te gusta, pues tú mismo, y si no, nada. Sin problemas.

La idea no es que me entusiasmara, pero bueno, salir de la rutina, tomar una copa y charlar con alguien, tampoco era la peor de las opciones. Acepté, pero con muchas reticencias.

Al igual que antiguamente, las chicas de servir tenían su día de asueto, también había un día determinado de la semana para acudir al mencionado pub.

Por alguna razón que no soy capaz de explicar, yo me había hecho a la idea de que, en el famoso pub, reinaría una atmósfera tranquila, romántica, un aforo reducido, con música suave de esa que permite que escuches lo que te dice el que tienes al lado sin necesidad de gritar al oído. En definitiva, un lugar que invitaba a la intimidad, al recogimiento y a la comunicación social.

Cuando llegamos a ese sitio y mi amigo abrió la puerta del local, creí que acababa de llegar al inframundo.

El pub estaba atestado de personas hasta hacer prácticamente imposible moverse y llegar a la barra. El griterío era ensordecedor, pero la idea que me turbó fue la de pensar que todos los que estaban ahí, querían lo mismo: ligar. Aunque fuera sólo por una noche. No pude evitar asociar aquel lugar con un antiguo mercado en donde se compraba y vendía la carne en estado salvaje. Me recordaba a los antiguos mercados de esclavos, con la diferencia de que, en éste, todos eran libres y voluntarios. Tal vez, me había hecho una idea excesivamente romántica y la cruda realidad me dio un sopapo para que espabilara.

Creo recordar que después de esa primera e inolvidable experiencia, mi amigo me arrastró una o dos veces más y ya no regresé. Pero, a pesar de la decepción, si lo comparo con esto de acudir a un supermercado, coger una piña y todo lo demás, lo cierto es que prefiero aquel viejo sistema.

No deberíamos deshumanizar aún más las relaciones entre las personas.

domingo, agosto 25, 2024

Los recuerdos perdidos.

Septiembre marca la frontera del fin del verano, aunque, en realidad, esa frontera invisible no está determinada por la temperatura. Viene definida por el regreso a las rutinas, al trabajo, el inicio del curso escolar, etc. Y todo ello nos empuja a regresar a un estado de indolente felicidad anterior. Una situación que hemos perdido. Huimos a refugiarnos en la nostalgia de revivir ese pasado reciente, repasando, tanto mentalmente, como las fotos de las que hemos ido haciendo acopio y todo lo que ellas encierran en su contorno.

En esas fotos intentamos atrapar esos momentos únicos e irrepetibles y serán el testigo de todo lo que almacenamos en nuestra memoria, en nuestro cerebro. Aquel amanecer; aquella puesta de sol; esos jardines tan exuberantes; la playa semi desierta; aquella alegre comida y su larga sobremesa; aquella excursión en barco. Esas fotos notarizan lo vivido.

Hasta la aparición de las cámaras digitales esos recuerdos se imprimían en papel y se guardaban cuidadosamente en los álbumes, debidamente clasificados por años, junto con las anotaciones de fecha y lugar en donde fueron tomadas. Y lo mismo cabe decir de las películas, mudas, por supuesto.

Pero, incluso con el advenimiento de la tecnología digital, a nadie se le ha pasado por la cabeza desprenderse de esos recuerdos encapsulados en unos álbumes y en unos pequeños trozos de papel. Unos pedazos que con el tiempo van perdiendo la intensidad de los colores originales, como si los personajes allí encerrados fueran desapareciendo de nuestra vida, poco a poco. Y a veces, sucede.

El ser humano, desde que pisa la Tierra, ha sentido la necesidad de dejar su huella allá por donde ha estado. Las pinturas rupestres, los petroglifos, las grandiosas construcciones que, en ocasiones, confunden a los expertos por desconocer cómo se hicieron o la razón de por qué. Los restos de civilizaciones antiguas que desaparecieron sin motivo aparente, son sólo algunos ejemplos del interés del ser humano por dejar un legado a quien venga después. Por eso, la aparición de la fotografía y de la película, no son sino, una continuación de la historia que intentaban contar aquellos hombres y mujeres que vivieron en las Cuevas de Altamira o en Atapuerca. En realidad, los techos de Altamira son la precuela del muro de Facebook.

Nuestros antepasados más cercanos, abuelos y bisabuelos, utilizaban la fotografía, también como una distinción social. Los pobres, los obreros, no solían aparecer en las fotografías de antaño. Bastante tenían con intentar no desaparecer de la faz de la tierra debido a enfermedades, guerras, hambre o vaya usted a saber qué. No tenían mucho que recordar.

Pero en esas fotos nos reconocemos como integrantes de una tribu, de un clan, de nuestra familia. Sabemos quienes eran, de dónde venimos. Nos proporciona seguridad. Nos hablan de otros tiempos, de otras costumbres. El señor sentado en un sillón, símbolo de autoridad y poder, mientras la esposa y los hijos, permanecen alrededor del amo de sus vidas. Anacrónico para nuestros días, pero fiel reflejo de lo que fue en su momento una sociedad matrimonial. La foto de los rostros del matrimonio, con aspecto serio, como peces fuera del agua.

Y de alguna manera sucede lo mismo con las fotos actuales. Da igual si se trata de un viaje, una escapada, unas vacaciones o un cumpleaños. Dan fe de nuestra existencia y de quienes estaban a nuestro lado en esos momentos. Con la diferencia de que estas fotos, ahora digitales, se pueden guardar de diversas formas, no exclusivamente en papel. Y eso, proporciona una ventaja, aunque no elimina del todo los riesgos de perderlo todo.

Los recuerdos que sólo se pueden tener en papel están expuestos a multitud de riesgos, que, en caso de producirse, pueden arruinarlos y hacerlos desaparecer. Una mudanza en la que se pierde una caja; un incendio fortuito en la vivienda; un fenómeno natural que lo destruye todo, como un terremoto, un tsunami o un volcán. Esos recuerdos en papel, son el único vestigio de nuestro origen más cercano. La prueba irrefutable del parecido razonable con esa figura. Nuestro lazo de unión con nuestro pasado. El eslabón anterior de nuestra historia.

Y ¿qué sucede si lo perdemos? ¿Qué sensación queda cuando, debido a circunstancias ajenas, te ves en la situación de dar por perdidos todos esos recuerdos?

Recuperar la copia de la escritura de la casa, puedes hacerlo. Todos los papeles de índole legal, con más o menos esfuerzo, los puedes recuperar. Tendrás que peregrinar de un lado a otro, pero puede hacerse. Lo que no puedes recuperar, son las fotos de tus antepasados; las tuyas de aquellas primeras vacaciones cuando ni siquiera existían las cámaras digitales. Aquellos recuerdos de una vida anterior, la tuya, que ahora, tras el desastre, ya sólo anidan en tu memoria y en la de aquellos que compartían su vida contigo en esas fotos.

Cuando los abuelos se fueron, dejaron su impronta y su sello. Ellos ya no estaban, pero había métodos para poder recordarlos. Ahora, esas herramientas, esos recuerdos apresados en una foto, han desaparecido. Se ha roto el eslabón de la cadena y a la pérdida de los enseres y de los bienes materiales, se une el valor sentimental de los recuerdos de los que nos precedieron.

Para mantener vivo el recuerdo de nuestros mayores, no nos quedará más alternativa que apelar al método tradicional; el que utilizó la humanidad durante siglos: la tradición oral. Un método infalible para transmitir historias y recuerdos.

 

lunes, agosto 19, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. LUNES. 12-08-2024

Hoy tenemos cita con el cirujano, nuevamente. Nos ha citado en el mismo hospital en el que operó a mi mujer, el Hospital Marítimo de Torremolinos, a las 10.30, hora en la que teóricamente, dispone de un descanso, pero prefiere dedicarlo a trabajar.

Como siempre, hemos llegado con tiempo de antelación. Me ha sorprendido comprobar que, en el aparcamiento del recinto, había plazas más que suficientes. He pensado que, por una vez, había tenido suerte, porque no es normal encontrar tantas plazas a esas horas. ¡Ingenuo!

Después de aparcar he ido hacia la entrada a ver si algún celador podía prestarme una silla de ruedas. El hecho de tener que llevar la cabeza siempre mirando al suelo, hace que ese método sea el más sencillo.

La primera sorpresa me la he llevado cuando he asomado por la puerta de entrada. En los infinitos pasillos que se extienden tanto a mi derecha como a mi izquierda, no se divisa un alma. Es un desierto. Me ha parecido algo extraño. Lo normal, lo habitual, es que esos mismos pasillos sean un constante ir y venir de personas, unos con sus batas blancas o verdes, otros con sus sillas de ruedas o con andadores, y sus acompañantes. Había algo inquietante en ese vacío, pero el hecho de que el doctor nos indicara que la atendería en su hora de descanso, nos ha despistado. Todavía no hemos sido conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.

Por ventura, por el pasillo aparece una pareja de enfermeros. Me dirijo a ellos como un náufrago en busca de tierra firme para preguntar por la consulta del doctor, pero, sobre todo, para conseguir una silla de ruedas para mi mujer. Con respecto a la primera pregunta, me indican por dónde queda la consulta y aunque no son del área en cuestión, me proporcionan una silla de ruedas.

¾     Después, cuando termine, por favor déjela ahí – me dicen-. Ahora, si quiere, vaya a traer el coche hasta aquí, a la puerta. Yo me quedo esperando con la silla.

Y en efecto, eso es lo que he hecho.

Una vez que mi mujer está en la silla de ruedas, yo he ido a aparcar, porque ese lugar está reservado exclusivamente para las ambulancias. A mi regreso, el enfermero que me ha ayudado, me indica que ha llevado a mi mujer a la consulta de Oftalmología. Y allí que voy.

Hasta el momento todo está yendo de maravilla. El coche no ha pinchado, no ha explotado; hemos llegado con tiempo de sobra; tenemos una silla…pero lo realmente extraño es que en el hospital apenas hay nadie en ningún sitio y en la consulta de oftalmología, no hay más que unas puertas cerradas a cal y canto. Ni un solo paciente. Se puede decir que somos los únicos en todo el hospital. La cosa empieza a parecer una película de terror, pero la imagen, en realidad, resulta patética. Mi mujer en una silla, en un lugar que parece abandonado, y manteniendo la cabeza baja.

Estamos frente a la consulta, sin saber si en el interior está el doctor con otro paciente. No hay más personas a nuestro alrededor. Esperamos pacientemente que se abra una puerta y nos indiquen que pasemos. Pasan los minutos. No vemos a nadie. Entonces decido intentar algo. Llamo a lo que se supone que es la centralita del hospital para ver si de ese modo consigo localizar al doctor y aclarar lo que sucede. Llamo al teléfono en cuestión y una voz mecánica me informa gentilmente:

“su llamada ocupa la posición…14”.

Creo que ya lo he dicho en alguna que otra ocasión, pero me c…. en la p…. madre de los Call Center.

Después de un buen rato paseando arriba y abajo sin encontrarme con nadie, con el móvil pegado a la oreja, escuchando en forma de bucle lo de “su llamada ocupa la posición…”, finalmente consigo establecer contacto con un ser humano telefonista.

    - Buenos días. Páseme, por favor, con la consulta de oftalmología.

    - Le paso con la secretaria.

    - Vale. Gracias.

El teléfono sonaba y sonaba sin parar y yo tenía la impresión de estar llamando al zapatófono del Super Agente 86.

Unos quince minutos después de hacer la llamada, no tenía sentido continuar allí. Por fin, hemos llegado a la conclusión de que, por algún extraño sortilegio, el doctor no nos va a atender. La única alternativa es encaminarnos hacia el Hospital Clínico, en Málaga. Al fin y al cabo, sólo son 12 kilómetros y unos 20 minutos de diferencia.

Menos mal que tenemos Google Maps.

Llegar no ha sido nada complicado. El problema es que, si en el Marítimo aparcar no siempre es sencillo, en el Clínico es directamente imposible. Y una vez más, tengo que resolver el tema de la silla de ruedas. Dejo el coche en medio del paso de cebra, algo que se está convirtiendo en norma. Encuentro la silla, coloco a mi mujer, la deposito en la sala de espera, que está – esta sí – a rebosar de personal y voy a la secretaría a preguntar a ver si el doctor pasa consulta hoy allí, al tiempo que rezo para que mi coche no estorbe.

La persona que estaba delante de mí sólo necesitaba un justificante, pero eso no es obstáculo, óbice o impedimento, para que la que estaba detrás de la pantalla del ordenador, tardara tanto como si estuviera escribiendo la biblia en un grano de arroz. Finalmente, el compañero que estaba a su lado, pronuncia la palabra mágica:

    - ¿Siguiente?

    - Buenos días. El doctor … ¿está pasando consulta ahora?

    - Sí.

    - ¡Ah! Es que nos ha citado en el Marítimo y allí no había ni Dios.

    - ¿No les han llamado el viernes pasado?

    - No. Hemos sido los únicos, porque no había nadie más perdido.

Ya sólo queda esperar a que llamen a mi mujer, pero yo tengo que quitar el coche del paso de cebra. Abandono a mi mujer y me dirijo al coche. Después de estar dando vueltas, desisto de seguir intentando encontrar lo que no existe: un parking. Decido quedarme en una calle ancha, bajo la sombra y en doble fila con los intermitentes dados. Espero que me den la señal para ir a recoger a mi mujer.

Al menos, el doctor da las mejores noticias.

Un día más disfrutando de la inefable eficacia española en diversos ámbitos. De todos los pacientes que tenían cita con el doctor, ¿de verdad que hemos sido los únicos a los que no se ha llamado?

sábado, agosto 17, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. SÁBADO. 10-08-2024

Hoy es el gran día. Hoy puede pasar de todo.

Los marroquíes que deberían irse a las 11.00 de Marbella, han decidido por sus musulmanes atributos que se van a las 12.00. El supuesto argumento es que, como la mujer está embarazada necesita tiempo para hacer las maletas. Me pregunto si cuando cogieron el Ferry de Tánger a Algeciras también llamaron al capitán para decirle que les esperase.

Eso implica que los otros marroquíes que entran por la tarde, no podrán hacerlo hasta las 15.00 como mínimo. Y eso teniendo en cuenta que nos dé tiempo a mí y a mi amiga Cinthia – la chica que nos ayuda en estas tareas – a hacerlo todo en ese tiempo.

Con el fin de prever inconvenientes, me he levantado temprano. O sea, como últimamente vengo haciendo. La idea es intentar arrancar el coche y si sucediera lo peor posible, llamar al seguro para que vengan a arrancar el coche, y salir zumbando. Pero para eso, tengo que contar con el tiempo que tardaría en llegar el del seguro. Además, a las 11.00 tengo que pasar a recoger a Cinthia que sale de trabajar de otro sitio y no tiene coche.

Me dirijo al coche y giro la llave de contacto con más miedo que un perseguido por la Mafia. ¡Sorpresa! Arranca. Aprovecho y de paso voy a la farmacia a comprar unas cosas y al Mercadona a comprar la comida. La verdad es que no sé a qué hora voy a comer o siquiera, si voy a comer. Al menos, todo eso me sirve para que la batería se vaya cargando y cuando termino, me dirijo directamente a recoger a Cinthia.

Después de recogerla no tardamos mucho en llegar a nuestra urbanización, pero como hemos llegado con tiempo de sobra y los otros han dicho que no se iban hasta las 12.00, aprovechamos y nos tomamos un café.

A la hora convenida llegamos a casa y compruebo que efectivamente se han ido. ¡Menos mal! Y Cinthia y yo nos ponemos a lo nuestro. Terminamos a las 14.30 y avisamos a los siguientes que el apartamento ya está listo. Pero en realidad no aparecen hasta las 15.30. Media hora más es lo que empleo en contarles las cosas más importantes, los consejos de lo que no deben hacer, etc.

He llegado al garaje y me he metido en el coche confiado de que no iba a tener ningún problema con la batería. Pero justo al dar el contacto, el motor no se ha encendido. Entonces es cuando durante una milésima de segundo, me he empezado a jurar en arameo; ciscarme en el infierno y en Satán. He comenzado a imaginar cómo serían las siguientes horas: llamada al seguro, tiempo de espera, batir récords por la N-340, correr hasta casa y salir escopetado – sin comer y sin ducharme – a Norauto para no llegar tarde a mi cita. Y todo eso en un milisegundo. Por puro instinto, giro de nuevo la llave del contacto y el motor se pone en marcha. Ahora, sólo necesito que en Calahonda no se forme el atasco que se suele formar, generalmente por algún estúpido accidente de tráfico, o que a uno se le ha incendiado el coche, o cualquier bagatela de esas. Me pongo en marcha. Son las 16.00.

Al llegar a casa son las 17.00, pero necesito más una ducha que comer. Mi mujer tampoco ha comido. Me ducho, preparo una ensalada, caliento la comida que he comprado esta mañana en Mercadona y me tomo un café casi de pie. Son las 18.00 y aunque no se tarda mucho en llegar hasta Norauto, el hombre me sugirió que llegara un poco antes. ¡Qué suerte: he podido engullir a las 17.00!

He llegado a las 18.45, he dicho que tenía cita previa, me ha pedido las llaves del coche y me ha dicho que ya me avisarían.

¾     ¿Cuánto tardarán, una hora? – he preguntado.

¾     Más bien hora y media.

Afortunadamente, en la zona hay varias cafeterías, incluso algún sitio de tapas. Elijo la cafetería de las tartas y me dispongo a esperar hora y media.

La verdad es que a los diez minutos tengo la espalda hecha polvo. Las tartas están muy ricas y el café está bueno, pero las sillas creo que son medidas disuasorias para que te largues cuanto antes. Un auténtico suplicio.

Estoy harto de estar allí sentado, incómodo y aburrido. Para colmo, la batería del móvil está baja y no quiero usarlo mucho por si me tienen que llamar los del taller y no pueden contactar conmigo. Por eso, un poco antes de las 20.15 me dirijo hacia el taller, aunque no me hayan enviado ningún SMS. Falta poco para que se cumpla el tiempo estimado de intervención. Y si tengo que esperar un poco, allí también tienen unos sillones y el aire acondicionado es mejor.

He llegado al sitio y me he sentado en uno de los sillones. Sin duda, aunque no es que sean la octava maravilla, son más cómodos que los de la cafetería de las tartas. Y el aire acondicionado está más fuerte. Me dispongo a esperar lo que creo que van a ser unos minutos. Al final, esos pocos minutos se han convertido en 45 más. No es hasta las 21.00 que recibo el famoso SMS de que ya puedo retirar el vehículo.

Bien. Ya tengo neumáticos delanteros nuevos. Ahora hay que planificar cuándo cambio los traseros.

Dice una de las leyes de Murphy que, si algo puede ir mal, irá mal. Y el destino me tenía preparada una sorpresa.

Al salir del taller sólo tengo que llegar a una gran rotonda, dar la vuelta y regresar a casa. En total unos 30 segundos, mal contados. Bien, pues me he encontrado con uno de esos atascos por los que Madrid se ha hecho famosa. Un atasco gigantesco, de esos que parecen sacados de una ciudad del sudeste asiático, donde los coches están sin orden ni concierto, intentando llegar cada uno a su destino, entremezclados unos con otros, mientras las motos, la mayoría con dos ocupantes, serpentean con habilidad sorteando a los coches por todos los flancos, menos por arriba del techo. Un océano de coches, que me ha recordado a aquella famosa ardilla que podía cruzar España sin pisar el suelo, solo que en esta ocasión era Fuengirola. Los vehículos configuran una especie de masa informe y colorida hasta donde alcanza la vista. Una masa que, en ocasiones, sufre una breve y rápida convulsión cuando alguno de esos coches – aquí y allá - consigue moverse tan sólo unos pocos centímetros.

Y lo más kafkiano es que hay guardias de tráfico, pero no dirigen nada. Sólo observan en primera fila.

Lo que normalmente me lleva 30 segundos, me ha llevado en realidad 30 minutos. Así es que, media hora después de subirme al coche para regresar a casa, he conseguido sortear la marabunta de coches y de motos que pasaban por todos lados y he conseguido enfilar camino a casa.

Ha sido un día magnífico, repleto de aventuras. He llegado a las 22.00.

Si la próxima vez que arranque el coche de mi mujer funciona, lo primero que tengo que hacer es poner gasolina. Que no se me olvide.

viernes, agosto 16, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. VIERNES. 09-08-2024

Cada vez tiene peor pinta lo de los neumáticos de mi coche, así es que, si mañana sábado quiero estar en Marbella no me queda otra que llamar al seguro para hacer funcionar la batería del Ibiza.

Al cabo de un rato, aparece un chico joven con una moto. Bajamos al garaje, pone en marcha el coche y charlamos sobre cómo es el mejor proceder.

De entrada, echa un vistazo debajo del capó y me dice que de anticongelante está a cero. Que le ponga por lo menos agua, no vaya a ser que al calentarse, la cosa empeore más.

    - Vaya usted a por agua – me dice el chaval. - Pero apague el motor, no se vaya a calentar. Yo le espero aquí, porque después la batería no va a poder arrancar sin mi ayuda.

     - OK. Enseguida vengo.

A mi regreso, relleno el recipiente con agua porque anticongelante, y en el mes de agosto, no parece que sea necesario. Ni siquiera lo es en enero.

Y efectivamente, la batería no tiene suficiente potencia y tengo que arrancarla con su ayuda.

    - Si me doy una vuelta por el pueblo, ¿será suficiente para que se cargue? – le pregunto.

      - Mucho mejor si lo saca a carretera – me responde.

      - Pero ¿voy a tener que cambiarla por otra nueva?

     - En principio pruebe a ver qué pasa. Siempre puede ir y decir que está en período de garantía y que no sabe por qué se le ha descargado. Así tal vez le den otra.

No es esa una de mis opciones.

     - Ok. Entonces me daré una vuelta en coche.

He estado una hora circulando con el coche para que se cargue la batería. Además, he procurado no usar el mando de la llave para abrir o cerrar el vehículo, para no gastar batería.

Sigo sin saber nada de los neumáticos de Norauto. Cada vez tengo más claro que mañana sábado, me va a tocar conducir el Ibiza, que, por cierto, como no lo usamos, tampoco tiene gas de aire acondicionado.

Finalmente, a eso de las 5 de la tarde, recibo el tan ansiado SMS indicando que ya tienen las ruedas. En ese momento me pregunto si no me habría traído más cuenta comprarlos por Amazon, o Aliexpress, que vienen del mismo sitio y en 24 horas.

Como es lógico llamo por teléfono para concertar cita, pero obtengo el mismo éxito que todas las veces anteriores. No me queda otra que desplazarme personalmente en persona, como diría Catarella. (Comisario Montalbano)

Al llegar frente al mostrador le explico la situación al dependiente, que, por su comportamiento, me parece que es nuevo en esta plaza.

     - ¿Y le han dado cita para colocar los neumáticos para hoy? – me pregunta con una cara de extrañeza como si me hubiera vuelto loco.

      - No, no. Me han dicho que ya han recibido el producto y ahora es cuando vengo a que me den cita.

       - ¿Y por qué no se la dieron cuando pidió las gomas?

     - Pues porque según me informaron, el sistema no permite hacerlo siempre que haya un pedido de material. Y hasta que el material no esté aquí, no se puede dar cita.

Después de consultar con un compañero porque no encontraba mi pedido, me responde finalmente.

      - Mañana, sábado a partir de las 19.00. ¿Va bien? Si no tendría que ser ya para el lunes.

       - Vale. Mañana sábado a las 19.00.

Confirmado: mañana, sábado, me toca ir a Marbella con el Ibiza. Ya sólo me queda rezar para que mañana arranque el coche.

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