Recientemente y por razones que es fácil de entender, hemos necesitado contactar con diversos profesionales para asuntos domésticos. La historia comienza con un aire acondicionado de otro piso que hay que cambiar. Y ahí empiezan los problemas.
Contactamos con nuestro
profesional de confianza en esos asuntos en diciembre. Buscó un hueco en su
apretada agenda y nos visitó. La solución, la única, era cambiar el aparato
entero, tanto la unidad exterior como la interior. Con la exterior no había
problemas, pero la interior está en el techo del segundo baño. Eso quiere decir
que había que romper el techo, sacar el aparato viejo, reconstruir para
soportar el nuevo, meter el nuevo, rehacer el techo y pintarlo. ¡Ná! Una
tontería. Pero lo peor es que, lo recuerdo, estábamos en diciembre. José,
nuestro experto en aire acondicionado, se tomaba vacaciones y además se iba a
Palencia de donde es su familia. No regresaba hasta después de las fiestas,
pero no estaría operativo hasta más tarde. Mediados de enero. Tenía trabajos
anteriores a los que debía atender.
Para la obra del techo, José nos
recomendó a un profesional con el que suele trabajar. Nos pusimos en contacto
con él y acordamos (en diciembre) organizarlo todo en función de la disponibilidad
de José.
Cuando ya estaba todo listo, la
empresa de la obra destacó a uno de sus colaboradores para ir rompiendo el
techo el día anterior al que José aparecería. De esta forma, no se
entorpecerían unos con otros. El hombre rompió el techo y se llevó los
escombros. Al día siguiente, a primera hora, José tuvo que retirar el viejo
aparato, meter el nuevo y dejarlo funcionando. Todo un día.
Aprovechando que el Pisuerga pasa
por Valladolid y ya que estábamos metidos en polvo y escombros, contactamos con
un electricista. Tenía que meterle mano a todo el cuadro eléctrico, obsoleto y
fuera de la legalidad vigente y hacer unas mejoras. Otro que estaba hasta
arriba de carga de trabajo. Estuvo todo un día, desde las 09.00 hasta las 17.00
o así, currando y probando todo y ni siquiera comió.
José dejó operativo el aire
acondicionado, pero teníamos que probarlo con más tiempo. Se pasó todo el día
currando, subiendo y bajando de casa a la azotea y vuelta.
Los de la obra del techo del
baño, entre unas cosas y otras, tardaron una semana. Que si le das una mano de
pintura, que si lo tienes que dejar secar. Pero lo dejaron “niquelao”. Lo del
aire, no terminó de convencernos. No calentaba mucho y le pedimos a José que le
volviera a echar un vistazo. De nuevo tuvo que hacer un hueco en su agenda y
dedicarnos otra mañana.
Y toda esta historia viene a
cuento de que todos estos profesionales están hasta arriba de trabajo en un
país con casi 3 millones de parados, en donde la hostelería no encuentra
personal y hay gente desesperada porque no pueden cubrir las bajas.
El electricista me dijo que eso
de comer era algo variable. Que la comida la tenía en el coche porque se la
preparaba su mujer, pero que él sabía cuándo salía de casa, pero no cuándo
regresaría o si comería. Cuando estuvo con nosotros no comió.
Los de la obra del techo del
baño, el jefe venía, organizaba el trabajo, daba las indicaciones al obrero de
turno, acordaba con José dónde tenía que colocar la trampilla para dejarle
hueco en el techo para que pudiera meter mano y hacer el mantenimiento del aire
acondicionado, y después se iba a otras obras que estaba haciendo en paralelo.
Y de paso, a mí todos estos, me
han obligado a meterme unos madrugones del carajo de la vela. Una auténtica
indecencia para con un señor jubilado que se tenga que levantar a las 06.30 o
las 07.00. Eso, sin contar la pasta que ha supuesto la bromita.
Y todo esto me lleva a plantearme
algunas cuestiones. ¿Para qué tantos universitarios y tanto máster? Si al final
vas a terminar en el paro, de camarero o viviendo en el extranjero. Un médico a
duras penas sobrepasa los mil euros y poco, al mes. El electricista se llevó
700€ en metálico.
Cierto es que todos ellos son
grandes profesionales y se lo curran; aquí nadie regala nada. Pero también es
cierto que ninguno de ellos tiene la responsabilidad de tener una vida
dependiendo de él. ¿No sería más lógico formar a los jóvenes en aquello que la
sociedad necesita? Me parece absurdo que actualmente haya cientos de miles de
puestos sin cubrir, mientras otros se están muriendo de asco con títulos
universitarios y másteres, al tiempo que los del aire acondicionado, los
electricistas y los de los escombros, no tienen tiempo ni de respirar.
Y encima ahora, con la
Inteligencia Artificial, hay una serie de empleos que tienden a desaparecer. Los
programadores informáticos lo tienen crudo con la IA. Los traductores de
idiomas, de momento aguantan, pero irán a menos. ¿Trenes sin maquinista?
¿Metros sin conductor? ¿Taxis sin conductor? Y así sucesivamente.
Pero no han inventado un robot
que sustituya a un obrero que te dé la escayola, te pinte o te instale el aire
acondicionado.