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miércoles, mayo 28, 2025

Dios aprieta, pero no ahoga

La vida no es que le hubiera golpeado, es que le estaba vapuleando. Era como si le hubieran hecho subir al ring a enfrentarse a Casius Clay en sus mejores tiempos, y no hacía más que recibir golpes por todas partes, que le mantenían en un estado catatónico, grogui, pero en pie, por lo que seguía recibiendo estopa de lo lindo. Podría haber optado por tirar la toalla, rendirse, hacerse el muerto, o salir huyendo de aquel combate en las que llevaba las de perder, pero su pundonor y su carácter indomable se lo impedían. En el fondo de su inocente alma, pretendía que, o bien Casius Clay se aburriría de su superioridad, o bien, que terminara por cansarse físicamente. El caso es que sobrevivía peleando como un jabato contra una mole invisible, cuyos golpes, a pesar de todo, dolían.

Subsistía en un apartamento del que sabía que tendría que salir más pronto que tarde, porque sus escasos ingresos apenas alcanzaban para comer, pagar la calefacción, la luz, internet, el mínimo uso del móvil, el seguro del coche y la escasa gasolina que usaba. Sólo utilizaba el coche lo absolutamente necesario para trasladarse a alguna entrevista de trabajo, que realmente, eran pocas o ninguna. Es decir, mantenía los servicios mínimos, imprescindibles, para poder seguir buscando trabajo, tarea que le llevaba más de diez horas diarias desde hacía más de un año. 

Había reducido la ingesta de alimentación a una ración semejante a la de un eritreo, lo cual, había contribuido a tener una figura algo más estilizada. 

A pesar del frío de aquel invierno, no se podía permitir el lujo de dormir con la calefacción encendida por la noche. Así es que, se escondía bajo la sábana y el edredón con los que se cubría, y procuraba no moverse demasiado ni sacar mucho la cara no se fuera a gangrenar algo. Lo malo era cuando tenía que levantarse en mitad de la noche al baño. Afortunadamente, el suplicio no duraba mucho porque el baño lo tenía enfrente del dormitorio y cuando salía de su cubículo calentito, procuraba taparlo para sentir algo de calor a su regreso. 

Había desarrollado unas normas de estricto cumplimiento, casi de disciplina militar. Cada día se levantaba a las nueve, encendía la calefacción y se disponía a desayunar un café y dos madalenas.  Después, cuando ya había entrado un poco en calor tanto él como el apartamento, se metía en la ducha y disfrutaba del agua hirviendo que le ayudaría durante algún tiempo a mantener una temperatura asequible. A pesar de todo, el único radiador del que disponía el apartamento en el salón, estaba estropeado y no calentaba lo suficiente, lo que le obligaba a permanecer con el plumas puesto la mayor parte del día. 

Después de asearse se sentaba delante de su ordenador con la vana esperanza de ver si tenía alguna respuesta en su bandeja de entrada, a las docenas de currículos que había enviado. Una vez verificado el silencio por vía del correo, como cada día, se disponía a navegar por internet en busca de ofertas de empleo, en España y en el extranjero, tarea a la que dedicaba la mayor parte del tiempo. 

En alguna ocasión, abandonaba la obsesiva búsqueda de empleo tan sólo unos minutos, a fin de trasladarse al supermercado más cercano a comprar lo imprescindible para subsistir. 

A pesar de su lacrimógena situación había conocido a Marina, una mujer a la que, al parecer, por alguna extraña razón, no le importaba mucho la situación tan precaria por la que estaba atravesando. Es más, él sintió desde el principio que ella estaba a su lado, le apoyaba, le aconsejaba y le animaba a no desanimarse. Dado que ella trabajaba, sólo podían verse los fines de semana y su plan, la verdad sea dicha, no es que fuera como para tirar cohetes.

Él pasaba los viernes por la tarde por casa de ella que afortunadamente, no distaba mucho de donde él vivía, con lo que el gasto de gasolina, era mínimo.  Luego, regresaban al apartamento de él y si el tiempo lo permitía, daban un ligero paseo por la zona, antes de cobijarse en la casa, donde como único lujo, se tomaban una copa, veían la tele o algún DVD, cenaban espaguetis y después hacían el amor. Lo peor de todo, es que de madrugada, debía devolver a su chica a su casa, más que nada porque la cama de era individual y a duras penas cabían los dos y así, era imposible dormir. La operación, con escasas variaciones, se repetía los sábados y los domingos.

Pasaba el tiempo y la situación ni mejoraba ni tenía visos de que fuera a hacerlo a corto plazo, lo cual, suponía una carga emocional importante en su ánimo. La situación económica fue empeorando, hasta hacerse casi insostenible. Hasta que un día llegó al máximo de lo ridículo.
Como cada viernes debía ir a buscar a su chica, pero el depósito de gasolina de su coche, estaba casi en el nivel de asfixia. Claro que su cuenta corriente estaba aún peor y no tendría ingresos hasta el día siguiente. De la tarjeta, mejor ni hablar. Así es que la alternativa era o no ver a su chica o gastar algo de dinero en gasolina. 

Estuvo haciendo cálculos infinitesimales y logarítmicos acerca de cuánto podría gastar su coche en los trayectos, habida cuenta de que la verdad, es que el coche gastaba poco, pero lo que se le iba a pedir al vehículo, rayaba la proeza y la entrada en el libro Guiness. Finalmente, tomó la decisión.

Se presentó en la gasolinera más cercana a su domicilio y con extremo cuidado - no fuera a pasarse- , rellenó el depósito con 3 euros! No tres litros, tres euros. Eso le daba para algo más de dos litros y esperaba que fuera suficiente. 

Con más orgullo que vergüenza, pasó por caja y el dependiente debió quedarse estupefacto al comprobar que había mecheros que gastaban más. Es de suponer que el hombre debió pensar que no iba a ir muy lejos, y lo cierto es que él también se lo temía. El caso es que se dirigió a buscar a Marina, a velocidad reducida para consumir menos y tuvo la suerte de que el coche no le dejara tirado por falta de combustible. 

Desde entonces está seguro que ostenta el record mundial de echar menos gasolina en un coche y que no se pare.

Como fue la última vez que utilizó esa gasolinera, también está convencido de que el dependiente piensa que se quedó tirado en mitad de ninguna parte.

sábado, febrero 03, 2024

El desempleo va por barrios.

Recientemente y por razones que es fácil de entender, hemos necesitado contactar con diversos profesionales para asuntos domésticos. La historia comienza con un aire acondicionado de otro piso que hay que cambiar. Y ahí empiezan los problemas.

Contactamos con nuestro profesional de confianza en esos asuntos en diciembre. Buscó un hueco en su apretada agenda y nos visitó. La solución, la única, era cambiar el aparato entero, tanto la unidad exterior como la interior. Con la exterior no había problemas, pero la interior está en el techo del segundo baño. Eso quiere decir que había que romper el techo, sacar el aparato viejo, reconstruir para soportar el nuevo, meter el nuevo, rehacer el techo y pintarlo. ¡Ná! Una tontería. Pero lo peor es que, lo recuerdo, estábamos en diciembre. José, nuestro experto en aire acondicionado, se tomaba vacaciones y además se iba a Palencia de donde es su familia. No regresaba hasta después de las fiestas, pero no estaría operativo hasta más tarde. Mediados de enero. Tenía trabajos anteriores a los que debía atender.

Para la obra del techo, José nos recomendó a un profesional con el que suele trabajar. Nos pusimos en contacto con él y acordamos (en diciembre) organizarlo todo en función de la disponibilidad de José.

Cuando ya estaba todo listo, la empresa de la obra destacó a uno de sus colaboradores para ir rompiendo el techo el día anterior al que José aparecería. De esta forma, no se entorpecerían unos con otros. El hombre rompió el techo y se llevó los escombros. Al día siguiente, a primera hora, José tuvo que retirar el viejo aparato, meter el nuevo y dejarlo funcionando. Todo un día.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y ya que estábamos metidos en polvo y escombros, contactamos con un electricista. Tenía que meterle mano a todo el cuadro eléctrico, obsoleto y fuera de la legalidad vigente y hacer unas mejoras. Otro que estaba hasta arriba de carga de trabajo. Estuvo todo un día, desde las 09.00 hasta las 17.00 o así, currando y probando todo y ni siquiera comió.

José dejó operativo el aire acondicionado, pero teníamos que probarlo con más tiempo. Se pasó todo el día currando, subiendo y bajando de casa a la azotea y vuelta.

Los de la obra del techo del baño, entre unas cosas y otras, tardaron una semana. Que si le das una mano de pintura, que si lo tienes que dejar secar. Pero lo dejaron “niquelao”. Lo del aire, no terminó de convencernos. No calentaba mucho y le pedimos a José que le volviera a echar un vistazo. De nuevo tuvo que hacer un hueco en su agenda y dedicarnos otra mañana.

Y toda esta historia viene a cuento de que todos estos profesionales están hasta arriba de trabajo en un país con casi 3 millones de parados, en donde la hostelería no encuentra personal y hay gente desesperada porque no pueden cubrir las bajas.

El electricista me dijo que eso de comer era algo variable. Que la comida la tenía en el coche porque se la preparaba su mujer, pero que él sabía cuándo salía de casa, pero no cuándo regresaría o si comería. Cuando estuvo con nosotros no comió.

Los de la obra del techo del baño, el jefe venía, organizaba el trabajo, daba las indicaciones al obrero de turno, acordaba con José dónde tenía que colocar la trampilla para dejarle hueco en el techo para que pudiera meter mano y hacer el mantenimiento del aire acondicionado, y después se iba a otras obras que estaba haciendo en paralelo.

Y de paso, a mí todos estos, me han obligado a meterme unos madrugones del carajo de la vela. Una auténtica indecencia para con un señor jubilado que se tenga que levantar a las 06.30 o las 07.00. Eso, sin contar la pasta que ha supuesto la bromita.

Y todo esto me lleva a plantearme algunas cuestiones. ¿Para qué tantos universitarios y tanto máster? Si al final vas a terminar en el paro, de camarero o viviendo en el extranjero. Un médico a duras penas sobrepasa los mil euros y poco, al mes. El electricista se llevó 700€ en metálico.

Cierto es que todos ellos son grandes profesionales y se lo curran; aquí nadie regala nada. Pero también es cierto que ninguno de ellos tiene la responsabilidad de tener una vida dependiendo de él. ¿No sería más lógico formar a los jóvenes en aquello que la sociedad necesita? Me parece absurdo que actualmente haya cientos de miles de puestos sin cubrir, mientras otros se están muriendo de asco con títulos universitarios y másteres, al tiempo que los del aire acondicionado, los electricistas y los de los escombros, no tienen tiempo ni de respirar.

Y encima ahora, con la Inteligencia Artificial, hay una serie de empleos que tienden a desaparecer. Los programadores informáticos lo tienen crudo con la IA. Los traductores de idiomas, de momento aguantan, pero irán a menos. ¿Trenes sin maquinista? ¿Metros sin conductor? ¿Taxis sin conductor? Y así sucesivamente.

Pero no han inventado un robot que sustituya a un obrero que te dé la escayola, te pinte o te instale el aire acondicionado.

sábado, febrero 04, 2023

La cita previa (y la madre que los parió).

Antes de la pandemia del COVID acercarse a un organismo oficial para realizar tus gestiones era algo muy sencillo. Ibas lo más temprano que podías, cogías tu turno y te sentabas a esperar a que te llamaran. Y ya está. O no. A lo mejor tenías que volver otro día, pero ese era el procedimiento.

De repente nos ataca el COVID19 y nos trastoca la vida entera y se empieza a poner de moda eso de solicitar cita previa para ser atendido. Da igual que se trate del SEPE, de la Seguridad Social, de Hacienda, del carné de conducir, empadronarte en tu ayuntamiento o de tu propio banco. Ahora resulta que, para hacer cualquier gestión, estás obligado a solicitar cita previa. Eso sí, teóricamente puedes solicitarla por internet o llamando a un teléfono.

Y digo teóricamente, porque en la realidad, hay millones de personas que son analfabetos tecnológicos, - dicho sea, con todo el respeto-  , que no pueden valerse por sí mismos para afrontar este desafío de manejar un ordenador y menos aún un teléfono inteligente, para pedir una cita previa, porque el diálogo es imposible: teclee usted su ID, escriba su DNI (como si la gente mayor se acordara de memoria de su DNI,  probablemente caducado; ponga su contraseña, teclee el número de la tarjeta de la Seg. Social; verifique que usted no es un robot y escriba los caracteres captcha que ve y de paso dígame cómo se llamaba el lateral derecho del Oviedo en 1918.

Pero queda la alternativa de llamar por teléfono. ¡Ja! Ese teléfono o comunica permanentemente o sencillamente, nadie lo atiende. Las personas pierden horas y días de su vida, intentando contactar con un ser humano inaccesible para resolver algún problema.

Hay personas que llevan meses intentando conseguir de modo infructuoso una cita previa para solicitar su jubilación. Cuando alguno se harta de pasarse el día llamando a un teléfono al que nadie atiende, toma la decisión de personarse en las oficinas de turno, en donde un desagradable guarda de seguridad, protege con su porra y sus malos modos a los funcionarios que hay dentro, haciendo no se sabe muy bien qué, porque si las peticiones por internet no son viables y las citas previas por teléfono tampoco, me pregunto a qué se dedican durante las 8 horas que tienen que estar sentados allí.

Hace unos meses mi mujer tuvo que acudir a la sede central de Hacienda en Torremolinos. Antes de todo este embrollo absurdo de la cita previa, ir allí era como ir a la guerra. La entrada al edificio era un hervidero humano, gente que entraba y salía, que pasaba por los arcos detectores de metales y que después, intentaba ubicar la sección a la que debía ir para ser atendido, no sin hacer acopio de una acrisolada paciencia hasta que era tu turno. Lo tenías asumido. Ibas allí a tirar la mañana. Porque entre que aparcas el coche a unos minutos andando, llegas, haces la cola para los arcos de seguridad, consigues pasar, coges tu turno, te sientas a esperar, te llaman y sales, ha pasado un ratito largo. Luego, para desestresarte te ibas al bar de enfrente a tomarte un café y poner a parir a Hacienda.

Ahora ya no es así. Mi mujer, incomprensiblemente, cogió cita previa sin problemas. Fue tan sencillo que parecía que había truco. Al llegar al edificio, la entrada estaba vacía. No era como antaño con ese ir y venir constante de gente con prisas. No. No había nadie. La dejé en la entrada y me fui a aparcar el coche. Al regresar, ella ya había terminado y salía por la puerta. Sorprendido le pregunté qué pasaba y me respondió: “No hay nadie. Está vacío. No he tenido que esperar ni un minuto”. Y entonces me pregunto: ¿Y cuál es el objetivo de los funcionarios y de todo este sistema? ¿intentar eliminar a los pesados, hacer una criba, trabajar menos? ¿Qué ventajas representa para un ciudadano tener que intentar coger cita durante días o semanas o nunca, en vez de tener que esperar su turno a ser llamado en la ventanilla correspondiente? ¿Quién sale claramente beneficiado de esta situación?

Comprendo que durante la pandemia era necesario tomar las medidas oportunas para intentar evitar las aglomeraciones. Nunca he entendido muy bien porqué ciertas aglomeraciones como las del metro, los aviones o los trenes, eran más benévolas con la salud que aquellas que se daban en los bancos, en los supermercados, en el SEPE o en los centros de salud. Y desde luego ni entiendo ni acepto que ahora mismo, se haya implantado de facto la necesidad de solicitar cita previa para cualquier acto relacionado entre el ciudadano de a pie y cualquier parte de la Administración.

Los ciudadanos estamos pagando un precio demasiado elevado con nuestros impuestos como para que simplemente elevemos la voz cuando se trata de que los bancos nos tratan – a todos, no sólo a los mayores – como a delincuentes, obligando a formar unas colas interminables que salen de la oficina y continúan por la calle, a semejanza de las que hacen otras personas en busca de comida, en las llamadas colas del hambre.

España se ha convertido en un país de colas: colas para pedir sitio en la cola; cola para que te atienda el cajero de tu bando; cola para pagar algún recibo atrasado; cola para comida; cola para pedir un médico; cola para pedir trabajo; cola para pedir el desempleo; cola para pedir un subsidio.

Creo que ya ha llegado la hora de exigir que se nos atienda tal y como merecemos por el mero hecho de que pagamos el salario de los funcionarios y lo hacemos para que nos atiendan en persona. Porque a este paso y con los supuestos avances de la Inteligencia Artificial, creo que no vamos a tardar mucho en ser atendidos por una máquina semi inteligente que haciéndose pasar por un ser humano, nos informe via chat, o guasap, o cómo sea, de lo que tenemos o podemos hacer. O sea, como cuando llamas a un Call Center, pero a lo bestia.

Y mientras tanto seguiremos pagando los sueldos de los funcionarios.