Aquí es donde me desahogo. A veces, no siempre, necesito escribir. Unas veces es un recuerdo propio, otras, lo tomo prestado; otras más, es alguna noticia que me llama la atención. Por eso, esto es el típico cajón de sastre en el que puedes encontrar de todo. Espero que encuentres algo que te haga disfrutar o te entretenga. Mis libros está en Amazon.
miércoles, mayo 28, 2025
Dios aprieta, pero no ahoga
sábado, febrero 03, 2024
El desempleo va por barrios.
Recientemente y por razones que es fácil de entender, hemos necesitado contactar con diversos profesionales para asuntos domésticos. La historia comienza con un aire acondicionado de otro piso que hay que cambiar. Y ahí empiezan los problemas.
Contactamos con nuestro
profesional de confianza en esos asuntos en diciembre. Buscó un hueco en su
apretada agenda y nos visitó. La solución, la única, era cambiar el aparato
entero, tanto la unidad exterior como la interior. Con la exterior no había
problemas, pero la interior está en el techo del segundo baño. Eso quiere decir
que había que romper el techo, sacar el aparato viejo, reconstruir para
soportar el nuevo, meter el nuevo, rehacer el techo y pintarlo. ¡Ná! Una
tontería. Pero lo peor es que, lo recuerdo, estábamos en diciembre. José,
nuestro experto en aire acondicionado, se tomaba vacaciones y además se iba a
Palencia de donde es su familia. No regresaba hasta después de las fiestas,
pero no estaría operativo hasta más tarde. Mediados de enero. Tenía trabajos
anteriores a los que debía atender.
Para la obra del techo, José nos
recomendó a un profesional con el que suele trabajar. Nos pusimos en contacto
con él y acordamos (en diciembre) organizarlo todo en función de la disponibilidad
de José.
Cuando ya estaba todo listo, la
empresa de la obra destacó a uno de sus colaboradores para ir rompiendo el
techo el día anterior al que José aparecería. De esta forma, no se
entorpecerían unos con otros. El hombre rompió el techo y se llevó los
escombros. Al día siguiente, a primera hora, José tuvo que retirar el viejo
aparato, meter el nuevo y dejarlo funcionando. Todo un día.
Aprovechando que el Pisuerga pasa
por Valladolid y ya que estábamos metidos en polvo y escombros, contactamos con
un electricista. Tenía que meterle mano a todo el cuadro eléctrico, obsoleto y
fuera de la legalidad vigente y hacer unas mejoras. Otro que estaba hasta
arriba de carga de trabajo. Estuvo todo un día, desde las 09.00 hasta las 17.00
o así, currando y probando todo y ni siquiera comió.
José dejó operativo el aire
acondicionado, pero teníamos que probarlo con más tiempo. Se pasó todo el día
currando, subiendo y bajando de casa a la azotea y vuelta.
Los de la obra del techo del
baño, entre unas cosas y otras, tardaron una semana. Que si le das una mano de
pintura, que si lo tienes que dejar secar. Pero lo dejaron “niquelao”. Lo del
aire, no terminó de convencernos. No calentaba mucho y le pedimos a José que le
volviera a echar un vistazo. De nuevo tuvo que hacer un hueco en su agenda y
dedicarnos otra mañana.
Y toda esta historia viene a
cuento de que todos estos profesionales están hasta arriba de trabajo en un
país con casi 3 millones de parados, en donde la hostelería no encuentra
personal y hay gente desesperada porque no pueden cubrir las bajas.
El electricista me dijo que eso
de comer era algo variable. Que la comida la tenía en el coche porque se la
preparaba su mujer, pero que él sabía cuándo salía de casa, pero no cuándo
regresaría o si comería. Cuando estuvo con nosotros no comió.
Los de la obra del techo del
baño, el jefe venía, organizaba el trabajo, daba las indicaciones al obrero de
turno, acordaba con José dónde tenía que colocar la trampilla para dejarle
hueco en el techo para que pudiera meter mano y hacer el mantenimiento del aire
acondicionado, y después se iba a otras obras que estaba haciendo en paralelo.
Y de paso, a mí todos estos, me
han obligado a meterme unos madrugones del carajo de la vela. Una auténtica
indecencia para con un señor jubilado que se tenga que levantar a las 06.30 o
las 07.00. Eso, sin contar la pasta que ha supuesto la bromita.
Y todo esto me lleva a plantearme
algunas cuestiones. ¿Para qué tantos universitarios y tanto máster? Si al final
vas a terminar en el paro, de camarero o viviendo en el extranjero. Un médico a
duras penas sobrepasa los mil euros y poco, al mes. El electricista se llevó
700€ en metálico.
Cierto es que todos ellos son
grandes profesionales y se lo curran; aquí nadie regala nada. Pero también es
cierto que ninguno de ellos tiene la responsabilidad de tener una vida
dependiendo de él. ¿No sería más lógico formar a los jóvenes en aquello que la
sociedad necesita? Me parece absurdo que actualmente haya cientos de miles de
puestos sin cubrir, mientras otros se están muriendo de asco con títulos
universitarios y másteres, al tiempo que los del aire acondicionado, los
electricistas y los de los escombros, no tienen tiempo ni de respirar.
Y encima ahora, con la
Inteligencia Artificial, hay una serie de empleos que tienden a desaparecer. Los
programadores informáticos lo tienen crudo con la IA. Los traductores de
idiomas, de momento aguantan, pero irán a menos. ¿Trenes sin maquinista?
¿Metros sin conductor? ¿Taxis sin conductor? Y así sucesivamente.
Pero no han inventado un robot
que sustituya a un obrero que te dé la escayola, te pinte o te instale el aire
acondicionado.
sábado, febrero 04, 2023
La cita previa (y la madre que los parió).
Antes de la pandemia del COVID acercarse a un organismo oficial para realizar tus gestiones era algo muy sencillo. Ibas lo más temprano que podías, cogías tu turno y te sentabas a esperar a que te llamaran. Y ya está. O no. A lo mejor tenías que volver otro día, pero ese era el procedimiento.
De repente nos ataca el COVID19 y
nos trastoca la vida entera y se empieza a poner de moda eso de solicitar cita
previa para ser atendido. Da igual que se trate del SEPE, de la Seguridad
Social, de Hacienda, del carné de conducir, empadronarte en tu ayuntamiento o
de tu propio banco. Ahora resulta que, para hacer cualquier gestión, estás
obligado a solicitar cita previa. Eso sí, teóricamente puedes solicitarla por
internet o llamando a un teléfono.
Y digo teóricamente, porque en la
realidad, hay millones de personas que son analfabetos tecnológicos, - dicho sea,
con todo el respeto- , que no pueden
valerse por sí mismos para afrontar este desafío de manejar un ordenador y
menos aún un teléfono inteligente, para pedir una cita previa, porque el
diálogo es imposible: teclee usted su ID, escriba su DNI (como si la gente
mayor se acordara de memoria de su DNI, probablemente caducado; ponga su contraseña, teclee
el número de la tarjeta de la Seg. Social; verifique que usted no es un robot y
escriba los caracteres captcha que ve y de paso dígame cómo se llamaba el
lateral derecho del Oviedo en 1918.
Pero queda la alternativa de
llamar por teléfono. ¡Ja! Ese teléfono o comunica permanentemente o
sencillamente, nadie lo atiende. Las personas pierden horas y días de su vida,
intentando contactar con un ser humano inaccesible para resolver algún
problema.
Hay personas que llevan meses
intentando conseguir de modo infructuoso una cita previa para solicitar su
jubilación. Cuando alguno se harta de pasarse el día llamando a un teléfono al
que nadie atiende, toma la decisión de personarse en las oficinas de turno, en
donde un desagradable guarda de seguridad, protege con su porra y sus malos
modos a los funcionarios que hay dentro, haciendo no se sabe muy bien qué,
porque si las peticiones por internet no son viables y las citas previas por
teléfono tampoco, me pregunto a qué se dedican durante las 8 horas que tienen
que estar sentados allí.
Hace unos meses mi mujer tuvo que
acudir a la sede central de Hacienda en Torremolinos. Antes de todo este
embrollo absurdo de la cita previa, ir allí era como ir a la guerra. La entrada
al edificio era un hervidero humano, gente que entraba y salía, que pasaba por
los arcos detectores de metales y que después, intentaba ubicar la sección a la
que debía ir para ser atendido, no sin hacer acopio de una acrisolada paciencia
hasta que era tu turno. Lo tenías asumido. Ibas allí a tirar la mañana. Porque
entre que aparcas el coche a unos minutos andando, llegas, haces la cola para
los arcos de seguridad, consigues pasar, coges tu turno, te sientas a esperar,
te llaman y sales, ha pasado un ratito largo. Luego, para desestresarte te ibas
al bar de enfrente a tomarte un café y poner a parir a Hacienda.
Ahora ya no es así. Mi mujer,
incomprensiblemente, cogió cita previa sin problemas. Fue tan sencillo que
parecía que había truco. Al llegar al edificio, la entrada estaba vacía. No era
como antaño con ese ir y venir constante de gente con prisas. No. No había
nadie. La dejé en la entrada y me fui a aparcar el coche. Al regresar, ella ya había
terminado y salía por la puerta. Sorprendido le pregunté qué pasaba y me
respondió: “No hay nadie. Está vacío. No he tenido que esperar ni un minuto”. Y
entonces me pregunto: ¿Y cuál es el objetivo de los funcionarios y de todo este
sistema? ¿intentar eliminar a los pesados, hacer una criba, trabajar menos?
¿Qué ventajas representa para un ciudadano tener que intentar coger cita
durante días o semanas o nunca, en vez de tener que esperar su turno a ser
llamado en la ventanilla correspondiente? ¿Quién sale claramente beneficiado de
esta situación?
Comprendo que durante la pandemia
era necesario tomar las medidas oportunas para intentar evitar las
aglomeraciones. Nunca he entendido muy bien porqué ciertas aglomeraciones como
las del metro, los aviones o los trenes, eran más benévolas con la salud que
aquellas que se daban en los bancos, en los supermercados, en el SEPE o en los
centros de salud. Y desde luego ni entiendo ni acepto que ahora mismo, se haya
implantado de facto la necesidad de solicitar cita previa para cualquier acto
relacionado entre el ciudadano de a pie y cualquier parte de la Administración.
Los ciudadanos estamos pagando un
precio demasiado elevado con nuestros impuestos como para que simplemente
elevemos la voz cuando se trata de que los bancos nos tratan – a todos, no sólo
a los mayores – como a delincuentes, obligando a formar unas colas
interminables que salen de la oficina y continúan por la calle, a semejanza de
las que hacen otras personas en busca de comida, en las llamadas colas del
hambre.
España se ha convertido en un
país de colas: colas para pedir sitio en la cola; cola para que te atienda el
cajero de tu bando; cola para pagar algún recibo atrasado; cola para comida;
cola para pedir un médico; cola para pedir trabajo; cola para pedir el
desempleo; cola para pedir un subsidio.
Creo que ya ha llegado la hora de
exigir que se nos atienda tal y como merecemos por el mero hecho de que pagamos
el salario de los funcionarios y lo hacemos para que nos atiendan en persona.
Porque a este paso y con los supuestos avances de la Inteligencia Artificial, creo
que no vamos a tardar mucho en ser atendidos por una máquina semi inteligente
que haciéndose pasar por un ser humano, nos informe via chat, o guasap, o cómo
sea, de lo que tenemos o podemos hacer. O sea, como cuando llamas a un Call Center,
pero a lo bestia.
Y mientras tanto seguiremos
pagando los sueldos de los funcionarios.