Lo que en un principio parecía que era un pucherazo por compra de votos por correo limitado a Melilla, - con la más que probable implicación de Marruecos -, ahora ya hemos conocido que en Mojácar también hay algo que huele a podrido. Las sospechas en este caso se dirigen a toda la izquierda, empezando por el PSOE, y cabe preguntarse a quién – aparte de a los propios involucrados – beneficia que siga en el poder la coalición de extrema izquierda que nos gobierna y la respuesta parece de cajón: a Marruecos.
Tengo la impresión de que esta
conjura sólo es la punta de un iceberg que tiene como finalidad ir depurando
los errores y los fallos, para tenerlo todo a punto en diciembre para las
Generales. Simplemente, se están afinando los instrumentos para el concierto de
Año Nuevo.
Y como toda buena conjura que se
precie, siempre hay que tener una cortina de humo para despistar y para eso ha
surgido un tema bien candente: Vinicius.
Ahora la atención de los
españoles se divide al 50% entre el Real Madrid y las pasiones que despierta a
favor y en contra en ciertos ámbitos, y el más que claro intento de pucherazo
en – todavía- no se sabe cuántos más lugares de España. Casualmente, también se
habla de Cataluña donde el número de marroquíes es el mayor de España.
Ahora, de lo que se habla no es
solamente de si hay pucherazo o no, sino de si los españoles somos o no,
racistas. Pues sí, claro que lo somos. No diré que a mucha honra, pero hay que
aceptar las evidencias y desde luego, esto de la raza y de la pureza de sangre
nos viene de antiguo, de cuando había que demostrar que uno no era judío, que
no era árabe y que se era “cristiano viejo”.
El caso de Vinicius es algo que
más pronto que tarde tenía que explotar y lo ha hecho ahora y ya sea por
casualidad o no, le ha venido genial al gobierno y sus compinches. Sólo en esta
temporada de fútbol, a Vini le han insultado en casi todos los campos que ha
visitado. A bote pronto, que yo recuerde: Mallorca, Osasuna, Betis, At. Madrid,
Valladolid, Barcelona, son algunos ejemplos. Aun así, todavía hay quien afirma
que eso no es racismo, pero que racistas, haberlos haylos. Lo de siempre: que
son casos aislados y que cuando se dan, no es todo el campo, que sólo son 2.000
o 3.000, y que eso lo hace más disculpable.
El asunto no es baladí toda vez
que el propio presidente del gobierno de Brasil y últimamente la ONU, se han
metido en el tema. El empeño en intentar evitar que España sea catalogada como
una nación racista, es total, pero los hechos contradicen las buenas
intenciones. ¿Cuántas agresiones verbales debe sufrir un jugador para que se
admita que en el fútbol hay racismo? ¿Cuántos aficionados y seguidores de
equipos de fútbol tienen que morir para que se atajen estos comportamientos?
Porque hay que recordar que, en España, un seguidor de la Real Sociedad y otro
del Depor de la Coruña, fueron asesinados en las inmediaciones del estadio del
At. Madrid y no se supo nunca quiénes fueron los responsables. ¿Alguien se
imagina esos gritos racistas en un partido de Copa Davis o en Wimbledon? ¿Cuántas
agresiones físicas deben sufrir los de VOX antes de que alguien tome las
medidas necesarias?
Supongo que en España la idea de
ser catalogados como racistas es una imagen que está íntimamente ligada a la
Alemania nazi y los judíos. Una nación que promulga leyes contra una etnia,
evidentemente eso sí es racismo, como el que imperó durante siglos en EEUU o en
la República de Suráfrica durante décadas. Todo lo que esté por debajo de eso,
al parecer, son casos aislados, puntuales.
Hace cosa de veinte años o así
tuve la oportunidad de impartir un curso a un grupo de personas. Era un curso
del SEPE o del INEM o como quiera que se llamase entonces. Era un grupo de unas
15 personas, todas ellas mujeres, de diferente edad y condición. Había alguna
ama de casa y una chica que jugaba al fútbol de lateral izquierdo. En ese grupo
sólo había un varón, un chico joven.
Antes de empezar el curso que duraba
como dos semanas o así, me llamó la responsable del centro a su despacho. Me
indicó que por impartir ese curso recibirían una subvención, pero la condición
imprescindible para ello era QUE NADIE PODÍA ABANDONAR EL CURSO. Con tan sólo
una persona que lo hiciera, no se cubría el cupo y se perdía la subvención. Vale.
Lo insultante vino después. Me dijo que el único varón, el chico joven, era
gitano y que si yo creía que debía ser excluido desde el principio para evitar
que en mitad del curso abandonara y perdieran la subvención. Parece ser que
tenía miedo de que el chaval dejara aquel curso de “gestión de recursos humanos”
y se fuera a tocar las palmas a un tablao o a rasgar la guitarra. Mi respuesta
fue clara y tajante: yo no iba a definir o coartar el futuro de nadie y menos
basándome en un prejuicio racista. Tengo que decir que el chico, no faltó ni un
solo día, algo que no se puede decir lo mismo de alguna de las otras personas.
Esta mañana, mientras me debatía entre la ira, la frustración y las ansias de coger un Kalashnikov, me preguntaba qué pensarán de nosotros, los españoles, en Alemania, o en EEUU o en Reino Unido, cuando en las noticias aparezcan los insultos racistas a varios jugadores de fútbol a lo largo de la historia – Vinicius no ha sido el primero ni el único - y después hablen de las próximas elecciones municipales y los intentos de pucherazo que, por el momento, se han descubierto.
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