Aunque es conocido por todos los vecinos por ese diminutivo, Juanito es todo un señor con hijos que van a la Universidad. La razón de ese apelativo cariñoso y tan común como los motes o sobrenombres en la geografía popular española, se debe, principalmente, a que el tal Juan lleva trabajando en la comunidad como conserje desde que se fundó, hace unos cuarenta años. Se entiende mejor así, que aquel jovencito que fue contratado como ayudante fuera rebautizado como Juanito por los vecinos y que, con el paso del tiempo, con Juanito se quedó.
Todo lo que rodea a Juanito es
especial. Es todo un personaje. Una de las curiosidades más rocambolescas
entorno a esta entrañable figura es que su contrato laboral es tan antiguo que
no existe. Nadie, ni el despacho primigenio que tramitó su contratación hace
cuatro décadas, ni siquiera la Seguridad Social, guardan una copia de dicho
contrato. Al menos, sí se ha conservado la fecha de alta del mismo, pero, por
ejemplo, se desconocen a ciencia cierta cuáles son sus auténticas funciones, su
horario y en general todo lo relacionado con las cláusulas habituales de un
trabajador por cuenta ajena. Algún guasón – los de Cádiz son muy dados a las
bromas y las chanzas – al enterarse de tal circunstancia ha sugerido que tal
vez, el contrato desapareciera en el incendio de la Biblioteca de Alejandría o
incluso que permanece aún enterrado en las arenas del desierto egipcio,
esperando a que alguien encuentre la tumba de Cleopatra y sea capaz de
descifrar el mencionado contrato que, tal vez, esté redactado en sánscrito,
griego o mediante un jeroglífico. Tal es el misterio que envuelve al ignoto documento.
Las herramientas básicas de
trabajo de Juanito la componen la escoba y la manguera. La verdad es que tarea
tiene como para no hacer nada más en todo el día. El edificio tiene cuatro
plantas, más toda la zona de acceso y jardines, a lo que hay que añadir el
garaje, que no es pequeño. Y por lo que se refiere a la manguera, su trabajo no
va mucho más allá de ahogar, de vez en cuando, el alcorque de los arbustos. Pero el verdadero trabajo de Juanito, ese con
el que ha sobrevivido cuatro décadas a toda clase de presidentes de comunidad,
administradores de fincas y crisis económicas, es el de conseguidor.
Juanito, que es un tipo listo y con
la mente muy despierta, hace tiempo que se dio cuenta de que su futuro no podía
depender exclusivamente de sus ingresos como trabajador de una comunidad de
propietarios. Por eso, fundó su propia empresa de reformas. Gracias a eso,
además de su salario por realizar las tareas que se supone deberían figurar en
su desaparecido contrato laboral, se dedica a realizar todo tipo de “chapuzas”
en la misma comunidad y en las colindantes. Que un vecino quiere hacer un
armario empotrado, ahí que va Juanito, pone a un albañil y aparece el armario a
los pocos días. Que se necesita un fontanero, Juanito conoce a uno “muy bueno;
un artista”. Y lo mismo sucede con los electricistas, pintores, carpinteros,
cerrajeros, chicas de la limpieza y todo tipo de oficios relacionados con una
vivienda.
De todas formas, Juanito pertenece
a esa especie a la que hay que perseguir como a los conejos para dejar zanjado
cualquier asunto. Si se te ocurre decirle que necesitas un fontanero y no le
vuelves a llamar, olvídate del fontanero. Le llamas el primer día y la
respuesta es siempre la misma: “yo me encargo”. Un par de días después,
insistes: “ahora mismo lo llamo”. A la tercera la respuesta es: “me ha dicho
que va mañana”. Y a la cuarta es cuando le pones el ultimátum. Y así con todo.
Pero claro, tiene tantas cosas en su agenda…
Como hombre ocupado que es, su
despacho principal es la enorme finca en la que trabaja, lo que, en ocasiones,
si necesitas hablar en persona con él, te obliga a darte un paseo por los
jardines, el garaje o cualquiera de las cuatro plantas del edificio, aunque lo
mejor es que le llames al móvil. Y si todo eso no funciona y no responde al
teléfono, ve a tomar un café al bar de al lado, que, dependiendo de la hora,
hay bastantes probabilidades de que te lo encuentres allí descansando del
estrés. Eso sí, a las dos de la tarde, no lo busques por ningún lado: ha
terminado su jornada laboral hasta el día siguiente.
Ni que decir tiene, que, en la
Feria de Abril de Sevilla, no cuentes con él. Ni con él ni con nadie en dos
provincias limítrofes, que, con eso del AVE, yo creo que va gente hasta de
Madrid.
En cuestión de amores, Juanito
podría hacerle la competencia al mismísimo Casanova. Divorciado de su primera –
y que se sepa, única – esposa, no ha habido nadie que le haya convencido como para
pasar otra vez por la firma de papeles. Según sus propias palabras ¿“pa qué, si
hay una ristra de tías de aquí a San Fernando haciendo cola”?
Su tiempo libre lo ocupa en
correr maratones, hacer deporte y a la caza mayor. La de animales. Dice que
está harto de regalar cuartos de venado y jabalí a sus amigos, pero que él sólo
lo regala, que no quiere vender a ningún restaurante y que el arcón congelador
lo tiene siempre a tope. Pero es que, a ver quién tiene cocina suficiente y
medios para cocinar medio jabalí.
Y así, a grandes rasgos,
transcurre la estresante vida de Juanito, perejil de todas las salsas, a quien
todo el mundo acude en busca de ayuda, de información o de ambas. Lo sabe todo
de todos. Todo lo ve y todo lo controla. Pero se escabulle como el agua de un
cesto de mimbre. Nadie es capaz de controlarlo y ni te plantees sustituirlo
porque se llevaría todos los secretos que encierran los muros de la finca. Es
memoria viva de la comunidad y lo que sabe daría para escribir varias novelas. Es un auténtico figura.
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