Rafa, era el rico de la pandilla. Era tan rico, que aparte de tener coche propio con 18 años, su padre, tenía hasta chófer. El pobre (el chófer) se pasaba la vida recostado sobre el mercedes aparcado a la puerta del caserón de tres plantas que tenía la familia a la entrada de la urbanización. Verlo allí, más aburrido que una mona, resultaba penoso a la par que desubicado. No encajaba en el perfil medio de la gente. Tal vez fuese porque ellos eran cercanos al Opus Dei y el resto de sus vecinos, no.
Pero sea como fuere, a los amigos de Rifi, nos venía de maravilla tener a un amigo como él. Nuestro centro de reunión era la planta superior del chalet, dedicada en exclusiva a sus hijos mayores, Rafa y Reyes. Los hermanos eran la encarnación de la diferencia de educación que se recibían en esos entornos clásicos y un poco arcaicos y demodés, cercanos a la ultraderecha, el Opus Dei y afines. Rafa, recibió una educación machista en grado sumo y Reyes, como procedía por contra, fue una esclava de todo hombre que pisara esa casa, incluidos algunos amigos de su hermano, que aunque posiblemente no comulgaran con la situación, se aprovechaban de ella.
En su buhardilla, los amigos disponíamos de un sitio en donde poder charlar, escuchar música, jugar a las cartas y algunos, hasta tomar copas gratis, todos los días. Las copas, por supuesto, las servía Reyes, claro.
Rafa, alto, fuerte y con voz profunda, parecía un señor de 40. Su pelo engominado, parecía que se lo había lamido una vaca. Sus colonias caras, su dinero en el bolsillo, su botella de whisky en Snobísimo y en Keeper, y las chicas alrededor, eran algunos de los sellos de la firma. Pero lo que más caracterizaba a Rafa, eran los enormes puros cubanos que se fumaba. Todo ello, en su conjunto, le daba un aire de terrateniente con plantación de café o de algodón y una masa incalculable de esclavos negros a su servicio. Era al tiempo, curioso y algo esperpéntico.
Mientras los demás intentábamos descubrir o definir cómo iba a ser nuestro futuro en cuanto a estudios, Rafa -Rifi- hablaba directamente de dedicarse a los negocios. Se supone que a los del padre, claro, que por alguna razón, se suponía que en algún momento le cedería. Al parecer, su padre se dedicaba ya entonces, a la burbuja inmobiliaria. Era mediados de los años 70 y ya por entonces había especuladores, promotores y burbuja.
Sin embargo, aparte de los proyectos de futuro, los amigos no teníamos constancia que Rifi, hiciera nada por adentrarse en el proceloso mundo de los llamados "negocios". Se limitaba a vivir una vida plácida, de muelle, tomando el aperitivo en Richelieu, visitando la discoteca de moda Snobísimo y gastando el dinero que no ganaba jugando al backgammon y bebiendo whisky del caro. Cortejaba a las chicas que se quería ligar - y se ligaba- enviándolas ramos de rosas rojas, acompañadas con tarjetas personales. Era como Donald Tramp, pero con un Ford Fiesta.
Y pese a la enorme diferencia que había entre nuestros caracteres, nuestras situaciones personales y nuestras perspectivas de futuro, siempre consideré a Rafa como un amigo y viceversa. De hecho, del gran número de amigos que éramos de la pandilla, él fue el único con el que mantuve contacto después, cuando eso que solemos llamar "la vida", hizo que nos fuéramos alejando de pasar los fines de semana y los veranos en una urbanización de los alrededores de la sierra de Madrid. Tiempo después de compartir aquellas tardes en su chalet de 3 pisos, Rafa me seguía llamando, interesándose por mi y por mantener esa amistad. Aunque al final, como suele pasar a menudo, la relación se enfrió del todo.
Muchos años después de todo aquello, paseaba un día por un conocido sitio de copas acompañado por una amiga, cuando oigo que alguien grita mi nombre. Eran Rafa y su hermana Reyes. Mi amiga y yo, nos sentamos con ellos. A partir de ese momento, retomamos nuestra relación de amistad, interrumpida tiempo atrás. Sus padres, se empeñaban en invitarme a comer todos los fines de semana, con la excusa de que durante la tarde, jugaríamos al parchís. Y sí, vive Dios que jugábamos al parchís, pero he de decir que a veces, los dados volaban de un lado a otro del jardín, acompañados de toda suerte de improperios, exabruptos y maldiciones, generalmente escupidos por el propio Rafa al comprobar la mala suerte de la que se quejaba amargamente.
En aquellos años, me pusieron al día de las novedades familiares. Lo único que no había cambiado, era la residencia familiar en Madrid, en un barrio nada acorde con lo que siempre habían demostrado de puertas para afuera.
Reyes, se casó con un chico de la pandilla que había conocido en la urbanización. Realmente, empezó siendo el medio novio de otra chica, pero terminó por dejarla y dedicarse a Reyes. Aparte de dedicarse a Reyes, consiguió terminar la carrera de medicina y ejercer como tal. Era tal su dedicación, que no dejaba enfermera sin catar y claro, muy a su pesar, a la de sus padres y a la educación recibida, Reyes decidió que no aguantaba y se separó.
Rafa, me contó una historia similar, sólo que en su caso, se había casado dos veces y por la iglesia, ya que con la primera consiguió la nulidad mediante el sistema más viejo y conocido: dinero. De cualquier forma, con la segunda experiencia, le fue igual que con la primera.
Su padre, se había arruinado y no había ingresos por ese lado. El único dinero que entraba en esa casa era el que aportaba una tía suya y su cuñado, el marido de la hermana pequeña, que trabajaba en un banco. Lo que ganaba Reyes, era para ella y su hija y por lo menos, no eran más gastos. O sea, que en la casa familiar vivían, el matrimonio, los tres hijos (Rafa, Reyes y Marta), la hija de Reyes que tuvo con el médico, el marido de Marta con sus tres hijos y una tía. Y los fines de semana, un servidor. Ciento y la madre!
Como el padre de Rafa se había arruinado, Rafa ya no tenía coche, ni fumaba puros habanos ni visitaba las mejores discotecas, ni se jugaba el dinero al backgamon. Eso sí, tenía una novia encantadora, educada, elegante y con clase, que era quien le sufragaba los gastos y quien pagaba el hotel de El Escorial, en el que pasaban los fines de semana juntos. Un auténtico insulto para un machista y eso era, justamente, lo que le tenía atormentado, acomplejado, obsesionado.
A falta de trabajo decente ni de estudios, Rafa me confesó que se dedicaba a dar sablazos. Si se enteraba de alguien que hubiera solicitado una hipoteca y se la hubiesen denegado, él se hacía pasar por intermediario, quedaba con los sujetos y les solicitaba dinero para "engrasar la maquinaria". Luego, si te he visto no me acuerdo. O sea, un delincuente y un desalmado. Pero fue una información que supe aprovechar en su momento.
En un momento dado, cuando vendí una casa, Rafa me pidió dinero. Me soltó una bola de película de Almodóvar. Me dijo que Telefónica se había equivocado en el recibo del mes y que les habían facturado 300.000 pesetas y que si no pagaban, les cortarían el teléfono. Su desesperación llegó a tal extremo, que un día, mientras estaba en una reunión de trabajo en Argentaria, me anuncian que tengo a un amigo que me está esperando. Me vuelvo en mi silla y allí estaba: acosándome. La verdad es que me dio mucha pena. Pena y miedo.
Le regalé una cantidad importante, a sabiendas de que nunca jamás le volvería a ver...por suerte. Por supuesto, no le di lo que me sugirió, pero sí como para ir tirando. Lo hice, por nuestra vieja amistad, por los tiempos pasados, por darme su cariño en momentos difíciles y por el cariño que siempre recibí de toda su familia. Y por pena. Y por quitármelo de encima.
Y me hizo reflexionar acerca de cómo algunas personas, que en su día vivieron momentos de auténtico esplendor, cayeron más tarde en los más profundos abismos y tuvieron los más abyectos comportamientos. Esa actitud suya, desesperada y sin escrúpulos, fue lo que hizo que definitivamente, me separa de él. De allí al tráfico de cualquier cosa, distaba muy poco.
Nunca más supe de Rafa.
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