sábado, abril 05, 2025

El seductor lenguaje del abanico

Hoy en día no es fácil encontrar a alguna persona – generalmente una dama – usando este ancestral sistema de refrescarse en los días más calurosos. Si ves a alguna, es muy probable que sea una señora de mediana edad. Ver a una chica joven abanicándose es como encontrarse con un mirlo blanco y ni te digo ver a un hombre usando uno. Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que el uso del abanico fue mucho más democrático y estuvo mucho más extendido que ahora.

El abanico, además de tener una función práctica, siempre ha estado ligado a las diferentes tendencias de la moda según la época. Era un complemento más, como lo pudieran ser las joyas, los zapatos o los bolsos. Así, por ejemplo, existían

  • Abanicos de lujo: que se fabricaban con elementos como el carey o el marfil. Si eran para regalar, normalmente se entregaban grabados.
  • Abanicos de violín: estos abanicos se remontan al siglo XIX, y se denominaban de esta manera porque cuando se cerraban recordaban la forma de este hermoso instrumento.
  • Abanicos para ver los toros: aunque sea algo particular, existían abanicos especialmente hechos para ir a los toros. Eran grandes para que los asistentes a este evento pudieran hacerse sombra con él.
  • Abanicos de olor: La marca británica Kimmel inventó los abanicos de olor, estos instrumentos desprendían mientras se movían un agradable y rico olor. Además, como curiosidad, a estos abanicos, el varillaje se los pintaba con motivos florales iguales a las plantas que se había usado para el perfume que desprendía.
  • Abanicos máscara: en Venecia, durante el siglo XIX, se volvieron muy comunes los abanicos llamados de careta que se usaban para ir a las mascaradas que se realizaban durante el Carnaval.

 Aquí hemos hablado de algunos tipos de abanicos, pero hay muchos más, como:

  • Abanicos de doncella o de casada.
  • Abanico español
  • Abanicos para andar por casa o de visita.
  • Abanicos para caballeros. (sorprendente)
  • Abanicos para la mañana y para la tarde.
  • Abanicos de invierno o verano.
  • Abanicos de paseo o de viaje.
  • Abanicos para bodas o para luto.

 

El abanico tiene su origen en oriente, pero que con el paso del tiempo los españoles nos apropiamos de él y lo hicimos tan nuestro como la paella, al igual que los italianos se adueñaron de la pasta cuyo origen comparte con el abanico.

Del abanico existen referencias tanto en China, - al menos desde la dinastía XIX-, como en Japón o en la propia tumba de Tutankamón.

En relación a su uso en España se tiene constancia de ello en el reinado de Pedro IV de Aragón (1319-1387), aunque los primeros fabricantes españoles de los que se tiene noticias datan del siglo XVII.

Aparte lo delicado, costoso y laborioso que puede llegar a ser la fabricación de un abanico, - que en ocasiones es una auténtica obra de arte - para mí, lo más fascinante es el lenguaje que se desarrolló en torno a él.

En efecto, en una sociedad encorsetada – literalmente – y atada a unos convencionalismos extremos, la comunicación entre hombres y mujeres debía respetar una serie de normas, entre las que mantener la distancia física entre ellos, era una de las principales. De hecho, muchos siglos después, en pleno siglo XX, cuando se hablaba de que una pareja estaba comprometida, una forma de expresarlo era decir “están hablando”, lo que debería interpretarse como una herencia del más lejano pasado en el que si te veían hablar con alguien del otro sexo, se podía considerar que existía algún tipo de interés o compromiso. 

Precisamente, para evitar ese tipo de comentarios insidiosos o malentendidos, se inventó un sistema de comunicación mediante el uso del abanico, que reunía algunas ventajas: era discreto, respetaba la distancia social y podía ser tan explícito como la dama que portase el instrumento deseara, todo lo cual me lleva a preguntarme: si al final, todos conocían los códigos que se utilizaban, aunque fuese en la distancia, ¿dónde estaba la discreción y el secreto?

El lenguaje codificado del uso del abanico representa una auténtica joya antropológica. Una joya que estaba en las exclusivas manos de las damas, quienes, con su sabia utilización, proporcionaban la información pertinente a los caballeros.



“Deseo novio, estoy comprometida, te amo, pienso en ti, indiferencia, estoy celosa, soy tuya, sufro, tengo que hablarte, nos espían, soy tímida pero dispuesta, bésame…” etc. Son algunos de los mensajes que las señoras podían enviar a los caballeros, algo que, imagino, llevaría años de práctica y en ocasiones, generaría algún malentendido que otro, porque la verdad, me parece más complejo que usar el código Morse.

Es una lástima que se haya perdido la sutileza, la seducción, el galanteo, la incitación, la pasión contenida que encerraba un simple elemento decorativo sabiamente manipulado. Lástima que el abanico haya sido sustituido en el lenguaje por la grosera peineta.

Actualmente, el uso del abanico prevalece tan solo entre algunas señoras de mediana edad - la mayoría-, y básicamente en España y su área de influencia en Latinoamérica.

Un abanico podía ser toda una experiencia sexual.

miércoles, abril 02, 2025

Las edades del hombre (y de la mujer).

Cuando Robert Redford anunció su retirada definitiva de toda actividad relacionada con el cine, un periodista insistió en saber si ya no iba a dirigir o producir o escribir algún guion. Entonces, el actor respondió: «Mi cerebro está igual que cuando tenía 30 años, pero mi cuerpo me recuerda cada día al levantarme, que tengo más de 80».


Con mejor o peor suerte, con mayor o menor aceptación, lo cierto es que las cosas suelen ser así. Convivimos con un conflicto, una incongruencia interna, entre nuestro cerebro y el resto del cuerpo. Una inconsistencia que puede ir agravándose – o no - con el tiempo, bien en uno de ellos o en ambos. Después, la capacidad de aceptar o no lo irremediable y ajustarse a las circunstancias, dependerá de cada uno. De cualquier forma, percatarse de esa evolución no es siempre fácil. Los cambios físicos que se van produciendo, se van reflejando en el espejo cada día, pero se producen – y sigamos con el mundo del cine – a cámara lenta. Es como la versión opuesta a Benjamín Button. Avanza tan lentamente que no lo notamos hasta que en un momento dado comparamos el punto original con el actual.

Una forma de percibir el paso del tiempo y sus estragos, consiste en sumergirse en el pasado de cada uno, revisando con un espíritu masoquista las fotos y vídeos que demuestran que has vivido, aderezado en ocasiones, por algún comentario de alguien a nuestro lado que dice - como quien no quiere la cosa-: ¿Ese eres tú? Pero, ¿qué pasa, no se ve claramente que soy yo, tanto he cambiado? ¿Es eso lo que quieres decir?

Pero sin ninguna duda el factor que demuestra que nos estamos haciendo mayores – que no viejos – es el número de pastillas que tomamos por prescripción médica. Para el tiroides, para la tensión, para el colesterol, para la próstata, para el corazón, para el hígado, para la úlcera de estómago, para dormir …Cuando haces el equipaje para salir de vacaciones te das cuenta de que necesitas un bolso de mano para meter todas las medicinas.

Hace algún tiempo hablaba con una chica de treinta años. Me preguntó la edad y resultó que era mayor que su padre y, además, tengo un hijo mayor que ella. Vale. Después de contestar a su pregunta, ella repreguntó: «¿Pero le duele algo?» ¡Claro! Ese es un factor casi determinante para calificar a alguien de mayor, viejo, anciano, tercera edad, momia, trasto, estorbo y no sé cuántos sinónimos más.

«No – le respondí -. A mí sólo me duele cuando pierde el Madrid. Todo lo demás son inconvenientes, pero ninguno doloroso».

Desde entonces vengo reflexionando sobre la imagen social que representan – yo no, ¿eh? – los mayores y creo que la publicidad, es el mejor de los resúmenes.

Alguno de los productos que se publicitan en tv para personas mayores son:

*         Pegamento para dentaduras postizas

*         Cremas milagrosas que alivian la artrosis y te permiten jugar con los nietos

*         Bebidas con suplemento de vitaminas para poder levantarte de la cama.

*         Compresas para controlar las pérdidas de orina

*         Leches con vitaminas añadidas que te permiten jugar al baloncesto.

*         Aparatos para hacer ejercicio en casa, sin hacer esfuerzo.

*         Medicamentos antidepresivos

*         Cremas contra las hemorroides

Repasar la lista es deprimente.

Sin embargo, los anuncios enfocados a los jóvenes son de este estilo:

*         Lista interminable de condones, de diferentes tamaños, colores y sabores.

*         Geles lubricantes para obtener más satisfacción sexual, incluso si estás solo.

*         Bebidas de todo tipo que te transportan al Paraíso

*         Perfumes con los que las chicas se desnudan y se entregan a modo de sacrificio vestal

 

Es decir, que no solamente existe una incongruencia interna en nuestra forma de percibir nuestro propio cuerpo, sino que también, esa dicotomía marca la percepción desde el exterior hacia nosotros, y nos condiciona. Y así se expresa la sociedad: utilizando términos como anciano, tercera edad, etc. como si se necesitara calificar la edad de cada uno, al tiempo que para el resto se usan términos como “joven”, “hombre” o “mujer”.

A partir de cierta edad el lenguaje se modifica tanto a nivel social como individual. Una persona que haya sobrepasado los cuarenta no debería hablar de “novia/o”, “prometida/o” o términos similares. Resulta chocante, algo anacrónico y fuera de lugar, independientemente de que haya vida más allá de los cuarenta (y de los 50).

Esta especie de selección natural llamada “edadismo”, se da, sobre todo, en el mundo laboral, en el que a partir de los 45-50 años, te expulsan del mundo laboral. A partir de ese momento tienes dos opciones: o empezar de nuevo, adaptándote a algo que nunca habías hecho ni planeado o convertirte en autónomo. ¿El culpable? Tu DNI.

La sociedad sexualizada en la que vivimos todavía arrastra arquetipos ancestrales en relación a los mayores. Por ejemplo, se da por sentado que el apetito sexual, simplemente se extingue y, por tanto, a ninguna empresa de publicidad se le ha ocurrido vender productos para disfrutar del sexo a los mayores de 50, pongo por caso. ¿Es que acaso no tenemos los mismos derechos? Es que da la impresión de que, al igual que sucede en el mundo de la empresa, a partir de cierta edad te convierten en monje de clausura por defecto. Vamos que no te comes un colín ni pagando. Y tampoco es eso. No digo yo que a partir de cierta edad – y sin ayudas químicas que valgan - vayas a batir algún tipo de récord de Nacho Vidal y entres en el Olimpo de los héroes sexuales, pero entre cero y cien, hay un punto intermedio, ¿no?

En relación a este asunto en concreto sirva como ejemplo la última película de la inmensa actriz Emma Thompson. Representa a una mujer jubilada, viuda y con dos hijos independientes, que se ha dado cuenta de que jamás en su vida ha tenido un orgasmo y no quiere irse de este mundo sin experimentarlo. Entra dentro de lo probable que sólo la entenderán los que pasen de los 50 y si son mujeres, mejor.  

Existe una animadversión social contra aquellas personas “senior” que demuestran un natural interés en seguir disfrutando del sexo y se las califica de “viejos verdes”, con toda la carga despectiva que encierra el término. Y si, además, la pareja del “senior” es treinta años más joven, las críticas se recrudecen y más aún – y aquí hay otra injusticia aún más grave – si es la dama la que obtiene los favores de un hombre mucho más joven que ella. La sociedad también castiga más a la imagen de la mujer que al hombre en este terreno.

Está claro que la sociedad tiende a ignorar, a hacer invisibles a los individuos que superan cierta barrera en el tiempo, en un canto infinito a la eterna juventud, arrinconando a los mayores como si fueran inútiles.

A lo largo de estas líneas he usado el término mayores y no viejos, porque el vocablo viejo contiene connotaciones despectivas que, en ocasiones, tienen más que ver con la actitud del individuo que con la edad en sí misma.

Hace poco leí que le preguntaban a Clint Eastwood cómo lo hacía para mantenerse tan en forma, con los 90 años que tiene y él respondía que cada día luchaba para impedir que el viejo entrara en su casa, en su cuerpo. Que simplemente se mantenía activo. Y creo que esa es la clave. La percepción del otro de nosotros mismos, puede que no encaje con la que tenemos nosotros de la nuestra, y aunque en parte depende de la apariencia, también depende de la actitud.

En esto de invisibilizar a los mayores tengo la impresión de que ellas, las señoras, llevan la peor parte. El mundo de las artes escénicas, - el cine, el teatro, la televisión -, a las mujeres que cumplen más de cuarenta años se las va arrinconando. Parece que sólo son interesantes cuando ofrecen un cuerpo esbelto y una cara sin arrugas. Incluso Meryl Streep se ha quejado de que en Hollywood no se hacen guiones para mujeres mayores, excepto si son MUY mayores (paseando a Miss Daysi).

En una sociedad en la que prevalece el canto a la eterna juventud, en cuanto una mujer cumple los cincuenta, su imagen tiende a desdibujarse como la foto de “Regreso al Futuro”. A pesar de todo, ya hay webs dedicadas a esa franja temporal, que promueven el encuentro entre los mayores de 50.

Creo que todavía se deben producir innumerables cambios sociales en la manera de percibir la madurez o la edad avanzada, y reconocer sus capacidades, sus valores y sus inclinaciones, que son tan respetables, tan sanos y tan dignos, como los de cualquiera. Lamentablemente, ninguno de estos cambios se va a incrustar en la sociedad impulsado desde un ministerio.