Hace bastantes años, charlando
con un amigo acerca de no sé qué tema, me repitió una frase que él atribuía a
Alejandra Vallejo-Nájera. La frase, según mi amigo, decía: “La enfermedad del
siglo xxi, es la soledad”. El siglo de internet, de todos los objetos
conectados, de los móviles hiperinteligentes, de las redes sociales para todas
las edades y los gustos, es la era de la soledad, lo cual, parece un
contrasentido. Y, sin embargo, tiene su lógica. La tecnología nos acerca a
quien está lejos de nosotros, a cientos o miles de kilómetros, pero nos aleja
de nuestro vecino, de nuestro amigo, de los que están más cerca.
En este tiempo largo que llevamos
conviviendo con el CORONAVIRUS, hemos visto infinidad de ejemplos de personas
que han mantenido el contacto a través de las redes y usando la tecnología. Esa
es la parte buena. La parte mala de la historia es que las televisiones no nos
han mostrado a los que no disponían de medios técnicos, o aún peor, los que no
tenían a nadie con quien comunicarse.
En la ciudad de Nueva York, había
docenas o cientos de camiones frigoríficos, llenos hasta los topes de
cadáveres, víctimas del COVID y ninguno de ellos fue reclamado por ningún
familiar. ¿Hay mayor soledad que morir, que te metan en un frigorífico como si
fueras un buey y que nadie se acuerde de ti? Y eso, también ha sucedido en
España, aunque no con esas dimensiones de población. Es la soledad de los
olvidados, la de los últimos de una estirpe, la de aquellos que han sobrevivido
a todos sus familiares, amigos y vecinos, y ya no les queda nadie con los que
relacionarse. Son los que apenas disponen de lo imprescindible para poder
subsistir y no tienen ni para tomarse un café con algún amigo superviviente.
Son los que mueren en su casa, y años después entra la policía y descubre una
momia.
Tal vez sea ese miedo a esa
soledad el que determina que no rompamos la relación tóxica de pareja en la que
estamos metidos y vayamos posponiendo la decisión un día y otro más. O tal vez
sea ese mismo miedo el que nos impulsa a mantener cientos de relaciones a
través de las redes sociales, con el único fin de tener una falsa imagen,
distorsionada, de nuestra propia vida y queramos así, intentar convencernos de
que no estamos solos. O tal vez sea ese miedo a la soledad el que nos empuja a
iniciar una relación con alguien que en condiciones normales no entraría en
nuestra vida.
Aunque a veces, la soledad te
asalta, te ataca, y en ocasiones te vence. El aislamiento es la cueva en la que
se refugia el que ha perdido su trabajo y lleva meses o años, subsistiendo como
puede, agobiado por el peso de la responsabilidad y la frustración de no ser el
dueño de su destino. No es una cuestión de orgullo, aunque lo sea en cierto
modo; es una cuestión de autoestima, de confianza, de sentirse culpable de lo
que no lo es, de acomplejarse, de vergüenza. Y al final, lo que en principio
comenzó como un aislamiento, puede terminar en soledad.
La soledad sobrevenida como
consecuencia de la muerte de nuestra pareja, del marido, de la esposa, de un
hijo y por qué no, del animal de compañía que siempre deja su huella en
nosotros.
¿Quién no ha acudido con ansia a
comprobar el contestador automático para ver si se ha recibido alguna llamada?
¿Quién no ha abierto el correo electrónico deseoso de encontrarse en la bandeja
de entrada algo diferente a propaganda y SPAM? ¿Quién no ha emprendido un largo
viaje con el único fin de intentar llenar nuestra mente de nuevos recuerdos que
sustituyan, en parte, los de nuestro ser amado perdido?
Pero como dice la propia
Alejandra, “La clave está en que no necesitas estar rodeado de personas
continuamente para no sentirte solo… La mayor soledad, de hecho, es la que se
siente estando acompañado.” Y continúa: “En Reino Unido han nombrado a
un cargo político que se ocupa de las personas que se sienten solas. Las
últimas investigaciones dicen que en España 200.000 personas certifican no
haber tenido una conversación de tú a tú, desde hace meses. La sensación de
soledad es muy triste y produce trastornos múltiples.”
El tema de la soledad y su
repercusión tanto en el paciente como en la sociedad, no es baladí. El Dr.
Steve Cole, investigador de la Universidad de California, Los Ángeles, afirma:
“La soledad no solo se siente mal, sino que también puede ser perjudicial
para su salud. Las personas que se sienten solas corren un mayor riesgo de
contraer muchas enfermedades, incluidas las enfermedades del corazón, la
presión arterial alta y la enfermedad de Alzheimer. La soledad también puede
aumentar el riesgo de muerte en los adultos mayores.”
En los trabajos que ha realizado
dicho doctor con sus colegas, han determinado que existe una relación directa
entre la sensación de soledad y el impacto en el sistema inmunitario. Ello
provoca una bajada de defensas en los enfermos y les hacen más vulnerables a
ciertas enfermedades agresivas. Por ejemplo, el COVID-19.
¿Cuántos de nuestros mayores han
fallecido más por soledad, por el aislamiento al que estuvieron sometidos, sin
poder establecer contacto físico con sus familiares, antes que por el COVID19?
Muchos de ellos pasaban la mayor parte del día confinados en sus habitaciones,
sin más contacto que el que tenían con sus cuidadores. ¿Cuántos de nuestros
mayores van al médico con cualquier tontería, simplemente para poder hablar con
alguien?
No olvidemos que, dentro del
amplio catálogo de torturas para ciertos prisioneros, figura la del aislamiento
en una celda especial, donde se mantiene al individuo ajeno a todo estímulo
sensorial.
Existe la tendencia a identificar
soledad con edad avanzada, y es radicalmente falso. Un reciente estudio en EEUU
señala que los jóvenes allí, se sienten más solos que los adultos. Tal vez sea
esa la explicación a tanto video estúpido, a tanto selfie sin sentido que, en
ocasiones, acaba de forma trágica. Tal vez, esa soledad, esa incomunicación, se
encuentre detrás de la mayoría de tiroteos en escuelas de ese país.
¿La soledad es lo mismo que el
aislamiento? No. En absoluto.
Tal y como señalan en su libro “LA
SOLEDAD EN ESPAÑA”, sus autores Juan Díez Nicolás y María Morenos Páez,
diferencian entre los “solos voluntarios” y los “solos obligados”. En el
estudio que realizaron y publicaron en el año 2015, señalan que los “solos
voluntarios” representan el doble de personas que los “solos obligados”,
existiendo otras notables diferencias entre ellos, como es que, los
“voluntarios” suelen ser personas en activo, mientras que los obligados, no.
«Aislamiento y soledad son dos
conceptos diferentes y que ambos conceptos son diferentes de vivir solo o
acompañado. Una persona puede vivir sola pero no estar aislada porque tiene
múltiples relaciones sociales de todo tipo, y a su vez puede sentir o no la
soledad. De igual manera, una persona
que vive acompañada puede tener pocas relaciones sociales aparte de las de las
personas con las que convive, y puede o no sentir la soledad. Por tanto,
conviene diferenciar esas tres situaciones y tratar de medirlas adecuadamente
para poder llegar a un mayor conocimiento de en qué consiste la soledad»
No creo que haya nadie que no se
haya sentido solo en alguna ocasión, al margen de si vivía o no acompañado.
Porque la soledad, en el fondo, no es más que la falta de ligazón emocional con
una persona o con varias.
Un fenómeno que me llama mucho la
atención hoy en día, es ver a un grupo de jóvenes que supuestamente está
compartiendo su tiempo y sin embargo cada uno de ellos está ensimismado con su
aparatito, tecleando como un poseso y con los auriculares puestos. ¿Existe
mayor grado de aislamiento que ese? Hace unos años, en la piscina de casa,
había unos veraneantes británicos. Un matrimonio y sus dos hijos. Me resultó
tremendamente chocante que cada uno de ellos, estaba hipnotizado con su aparato
electrónico. Cada uno estaba a lo suyo, viendo una maratón de capítulos de
alguna serie, videos musicales de alguna estrella de la música con trillones de
visitas en Youtube y jugando a alguna clase de videojuego. Y yo me preguntaba,
y esta gente se ha gastado un dinero en organizar sus vacaciones en España. Van
a un lugar que tiene playa y se quedan en la piscina. Y en vez de compartir su
tiempo y sus sentimientos, cada uno se pone en una esquina de la piscina y se
dedica a usar su dispositivo. ¿Y para qué vienen tan lejos para hacer eso?
Anécdotas y chanzas aparte,
detrás de la mayoría de la idea de suicidios entre los jóvenes, se encuentra un
sentimiento de soledad.
Algunos datos a tener en cuenta
para comprender mejor el alcance y la importancia de este auténtico problema de
salud nacional.
«En España, hay 4,7 millones
de hogares unipersonales. Dos millones de personas, mayores de 65 años, viven
solas y 1,5 millones, son mujeres» ().
«La soledad es el problema
de exclusión más grave en una sociedad que envejece». ()
«Es un fenómeno generalizado y
sus consecuencias son también muy diversas: cuestiones de seguridad, que te
ocurra algo y nadie se entere; personas que necesitan algún tipo de apoyo y no
lo van a tener... Pero, sobre todo, el tema emocional. Un tema gravísimo, que
no se tiene en cuenta porque los otros son más fáciles de abordar, aunque la falta
de relaciones empobrece muchísimo la vida de las personas».
«Antes nacías en una ciudad y
lo normal era que vivieras en el barrio de tus padres o en el de al lado. Ahora
puedes tener un hijo en Zaragoza, que estudie la carrera en Madrid, el máster
en Londres y se vaya a trabajar a Alemania o a la India. El día que te haces
mayor, estás solo, porque, aunque te quiera mucho, no te vas a ir a vivir con
él a la India».
Cuando surgen estas situaciones,
algunas personas tratan de paliarlas acudiendo a las redes sociales, bien
colaborando activamente en subir videos, imágenes y recuerdos, o bien
intentando conseguir “amigos”. Pero como ya dije al principio, la tecnología es
un arma de doble filo.
Antiguamente, cuando te asaltaba
la soledad, no te quedaba otra que vestirte y salir a la calle en busca de los
amigos o parientes. Hoy, te puedes quedar todo el día en pijama y hacer una
video conferencia…si en el otro lado hay alguien interesado. Por lo tanto, nos
enfrentamos a un lento pero inexorable proceso de individualización, estando
cada vez más solos y con relaciones menos comprometidas.
«El 20% de las personas entre 20
y 40 años tienen peligro de aislamiento social por soledad» ().
¿No resulta aterrador el dato?
¿Qué impacto tiene o tendrá en nuestra sociedad?
Pero aún peor lo tienen los que
sufren problemas de movilidad o directamente, son dependientes.
En España hay más de 850.000
mayores de 80 años que viven solos y muchos presentan problemas de movilidad
que les impiden salir de casa sin ayuda.
Según el Informe de la asociación
estatal de directores y gerentes en servicios sociales, “Durante 2020
fallecieron 55.487 personas en las listas de espera de la dependencia. 21.005
personas pendientes de resolución de grado de dependencia y 34.370 sin haber
podido ejercer sus derechos derivados de la condición de persona en situación
de dependencia. No fallecieron por esa causa, pero sí lo hicieron con la
expectativa incumplida de ejercer sus derechos y recibir atenciones. Esto
supone que diariamente fallecen más de 152 personas dependientes sin haber
llegado a recibir prestaciones o servicios. Si hubiese un índice de
sufrimiento, ellos/as y sus familiares y cuidadores/as ocuparían los primeros
puestos”.
No hay una fórmula mágica para
poder luchar contra el sentimiento de soledad. Pero al final, no puedo evitar
recordar el libro de Paulo Coelho, “El Alquimista”. El protagonista emprende un
largo viaje en busca de un tesoro, y el tesoro lo llevaba dentro; él era el
tesoro.
Hace muchos años un amigo
psicólogo me dijo que la soledad, - me refiero, claro, a la obligada- era
terrible, pero que era necesaria. El peregrinar por ese desierto, como dicen
que hizo Jesús hace unos dos mil años, es encontrarse con uno mismo y ese es el
viaje más difícil, más duro y sorprendente que puedas tener. No todos son
capaces de emprender ese viaje y no todos lo terminan como debieran. Los hay
que se atrincheran detrás de algún vicio, preferiblemente, de los que les
mantenga fuera de la realidad. En alguna ocasión leí “el sueño es el refugio
del pobre” y es cierto. En él se acomodan los cobardes, los pusilánimes, los
débiles y los que se dan por vencidos.
Al igual que el tema de los
suicidios, - que no parece que a nadie le importe mucho, a pesar de las
preocupantes cifras estadísticas-, hay otros asuntos relacionados con la salud
de nuestra sociedad, que requieren nuestra atención y la puesta en marcha de
soluciones eficaces. Los problemas derivados de la soledad, en cualquiera de
sus formas, deben ser abordados sin dilación.