domingo, marzo 30, 2025

Por qué no puedo ser astronauta.


Pedro Duque, nuestro afamado astronauta, español y del Real Madrid, como todas las personas decentes, contaba en cierta ocasión una de las pruebas a las que fueron sometidos los aspirantes a formar parte del programa espacial.




La prueba consistía en que los de la NASA, les dieron unas piezas a modo de puzle de IKEA, que tenían que montar en un tiempo limitado, siguiendo las instrucciones que estaban - pongamos por caso - en ruso. Al mismo tiempo y mientras intentaban montar el objeto ese, había una o dos personas que les formulaban preguntas, en un idioma diferente al que seguían con las instrucciones de montaje. Conociendo cómo se las gastan los de la NASA, seguro que las preguntas no eran del estilo de “quién fue Pichichi de la Liga en 1974”.

Pero hay más. Las piezas que había que montar, tenían truco. Había un error, hecho a propósito, y era imposible montar el objeto.

Como todos sabemos, Pedro debió acertar porque después, fue astronauta.

Hace unos días yo tuve que enfrentarme a un desafío aún mayor. Había que cambiar la tapa del inodoro del baño por otra nueva. Así, dicho de esta forma, parece una tarea simple. Pero sólo lo parece. Basta con que un servidor se plantee realizar cualquier trabajo manual, para que se produzca la conjura de los planetas en mi contra.

El desatornillar la primera palometa con la que se sujeta la tapa, fue sencillo, aunque la palometa en sí, no tenía demasiadas alas con las que poder ejercer una buena palanca. Los problemas empezaron cuando había que hacer lo propio con la otra. Con la que estaba más pegada a la pared del baño. Esa quedaba a la mano izquierda y ya es sabido que yo mano izquierda, lo que se dice mano izquierda, en el amplio sentido de la expresión, no tengo. Yo tengo mano izquierda porque venía de serie y me hace juego con la otra, pero nada más. Y además, la cosa estaba dura. La palometa, me refiero. Aquello no giraba.

Entre que con la izquierda no tenía fuerza suficiente y que con la derecha me pillaba a trasmano, aquello empezó a parecer más un ejercicio de contorsionista. Eso sí que era un escorzo y no lo de Marcelino a la URSS en 1964 en el Santiago Bernabéu.

Era más que evidente que se necesitaba una herramienta. Unos simples alicates bastaban. Pero como ya he dicho antes, los planetas se conjuran en mi contra: NO HABÍA ALICATES. Milagrosamente, conseguí los alicates.

Ya con herramienta la cosa seguía dura, pero después de no pocos esfuerzos, de sudar un poco y de ciscarme en todos los muertos del pedazo de animal que lo había apretado en su día, conseguí aflojar la maldita palometa y quitar la tapa del inodoro. Ya sólo quedaba colocar la nueva, recién comprada.

Tras comprobar que las medidas que habíamos tomado eran buenas y encajaban con las del inodoro, sólo se trataba de poner la nueva tapa haciendo coincidir los agujeros. Parece fácil, no? Pues es más complicado de lo que parece.

Uno coge la tapa y espera encontrarse con unos agujeros que deben coincidir con los que tiene el inodoro. ¡Pues no! Ahora los hacen con un diseño ergonómico, atómico y futurista.

Con las tres piezas del rompecabezas de la tapa, te empiezas a hacer un lio monumental. Fue entonces cuando recordé la prueba de Pedro Duque, las instrucciones en ruso y las preguntas en alemán. Y fue entonces cuando me empecé a preocupar. Porque si con tres piezas no era capaz de montar la puta tapa de los cojones, no me iba a quedar más remedio que ir a la ferretería donde la habíamos comprado y preguntarle por un cursillo acelerado para montar tapas de inodoro en Youtube.

Más cabreado que una mona por no saber descifrar el misterio de la tapa del inodoro, regresamos a la ferretería. Al llegar, con la nueva tapa en las manos, la tienda estaba llena de gente. Tener la tapa del inodoro entre las manos, parecía cualquier cosa, menos algo digno y respetable. Además, el individuo que estaba delante de nosotros, parecía que iba a montar el Golden Gate porque no hacía más que comprar tuercas, tornillos, arandelas, escuadras y toda clase de artilugios. Finalmente, me toca el turno y con más vergüenza que un torero cobarde, le digo al hombre, muy bajito para que nadie me oyese:

- Necesito un cursillo avanzado para montar esto.
- No se preocupe que yo se lo dejo montado.

Y exactamente en tres segundos y medio, colocó las tres piezas del rompecabezas en su sitio.

- Si por algo elegí la informática - le dije a modo de excusa.

Y entonces recordé a Pedro Duque y fue cuando me di cuenta que yo no habría podido ser astronauta. Primero porque no sé ruso. Tampoco hablo alemán. Pero sobre todo, porque a mí me dan un puzle para montar y hay una pieza defectuosa y les meto a los de la NASA con el puzle en la cabeza.

jueves, marzo 27, 2025

Tambores de guerra.

Desde hace algunas semanas los ecos de los tambores anunciando la guerra recorren la vieja Europa de una esquina a otra. Quién nos iba a decir a los europeos que nos íbamos a ver a las puertas de una nueva guerra. Y eso, a pesar de que los mensajes de los expertos vienen avisando de ello desde hace tiempo. Concretamente desde que en 2014 Putin decidió invadir parte de Ucrania como paso previo para la guerra total que desató después.




Pero el tema de las alarmas, de los avisos, de las advertencias, funcionan sólo en base a la distancia que hay con respecto a la supuesta amenaza.

La amenaza es bien sabido, que es Rusia. Por eso, una encuesta reciente ha dejado muy claro que aquellos países que están más cerca de la frontera con su belicoso vecino, están mucho más concienciados y preocupados que lo que podamos estar en Cáceres, por poner un ejemplo.

Al poco de iniciarse la guerra de Ucrania tuve la ocasión de conocer a un señor finlandés. Era un señor ya mayor que, como muchos otros, había decidido construirse su residencia definitiva en Marbella. Como Finlandia tiene unos 1.300 kms de frontera directa con Rusia, y este caballero no era el primero que me encontraba con ganas de salir huyendo de allí, pues hablamos del asunto de la guerra y su respuesta, me dejó bien claro, el fino humor nórdico. El señor me dijo «nosotros en Finlandia, hemos aprendido una frase en ruso, cuya traducción viene a ser algo así: ¡levanta las manos, hijo de puta!».

Sin duda alguna la cercanía a la fuente del problema determina el grado de preocupación y la rapidez y contundencia a la hora de tomar medidas, sean del tipo que sean. Esto hace que tanto los países bálticos como Finlandia – cada vez veo más coches con matrículas de esos países circulando por aquí –– países que comparten frontera con Rusia, o esos otros como Suecia o Polonia, que aunque no tienen frontera directa están a un tiro de misil del oso loco, hayan adoptado medidas, tales como, asegurarse un espacio protegido o agenciarse un kit de supervivencia, que incluye tabletas de yodo para poder resistir las primeras 72 horas después de un ataque, supuestamente nuclear, porque si no fuera así, lo de las tabletas de yodo no tendría sentido.  

Este tipo de medidas a los españoles nos puede parecer una exageración. Aquí, ahora mismo estamos a otras cosas. Aquí, en esta adormecida, anonadada y aletargada España, estupefacta por los infinitos casos de corrupción que afectan al gobierno, al PSOE, al presidente y a su familia, nos sorprende mucho más esta actualidad que la de empezar a buscar un bunker en el que meternos cuando suenen las sirenas. Y ya hay empresas que los están fabricando.

Y tarde o temprano las sirenas van a sonar y entonces, recordaremos lo familiar que se volvió escucharlas cuando nos lo contaban en los telediarios que se emitían desde Kiev.

La amenaza es tan a corto plazo y tan seria, que ya se está hablando de organizar una fuerza europea que, por primera vez en su historia, sea un frente común y unido contra un agresor, en lugar de lo que ha sido a lo largo de la historia: una fuente de conflictos bélicos de unos contra otros.

Pero a ese inexistente pero necesario ejército, hay que armarlo. Y, también por primera vez en muchos años, Europa no puede contar con la sempiterna ayuda de los EE.UU. Es más, ahora mismo, EE.UU. es parte del enemigo porque se ha declarado amigo de Rusia, de Putin, y enemigo de Europa a quien acusa de modo falaz, de haberse aprovechado de los EE.UU. Un patético argumento con el que pretende fundamentar su incomprensible cambio de bando, similar al que ya usaron en distintos momentos de su historia como cuando la guerra de Cuba contra España o la supuesta agresión a un navío norte americano en el Golfo de Tonkin, lo que sirvió de excusa para la Guerra de Vietnam.

Como en todo proceso prebélico los sucesos se van produciendo a mayor velocidad de la que somos capaces de asimilar.

De repente, el secretario general de la OTAN nos advierte públicamente que lanzar un misil contra Varsovia o contra Madrid, es sólo cuestión de 10 minutos. Así es que me temo que, ante esta incontrovertible realidad, el supuesto argumento de la distancia y de la seguridad ha saltado por los aires. Ya no es válido ese argumento que utilizan algunos aduciendo que “esa guerra no es la nuestra”. Hoy no hay distancia que garantice la seguridad de nadie y, por tanto, en realidad, da igual que vivamos en Cádiz, provincia donde se encuentra el municipio de Rota y su base naval hispano-americana, o en Kiev. Sólo es cuestión de tiempo; de poco tiempo.

Por otra parte, como en todo proceso caótico, surgen diferentes tipologías de individuos defendiendo las posturas más dispares.

Están los supuestos pacifistas, enemigos a ultranza del rearme de la Unión Europea, de una supuesta carrera armamentística, etc. etc. etc. En primer lugar, no recuerdo haber escuchado a ninguno cuando Rusia atacó el este de Ucrania en 2014. Ni tampoco cuando se desató la guerra total hace unos años. Me pregunto si cuando escuchen las sirenas advirtiendo de un ataque con drones o misiles van a salir corriendo en busca del bunker más cercano o se quedarán en la calle lanzando sus soflamas pacifistas.

Es como si un individuo pensara que, si se encuentra en mitad de la Sabana africana con un león hambriento, éste no se lo iba a comer, por la sencilla razón de que el hombre es vegetariano.

Y aunque pueda parecer una broma de mal gusto, también están los ecologistas. Éstos surgen para protestar por la posible explotación de diversas minas distribuidas por toda España, que pueden proporcionar minerales indispensables para la fabricación de armas con las que poder dotar a los que nos vayan a defender, pertenezcan a un solo ejército o a los 26 (Hungría no cuenta).

Argumentan que dicha explotación dañaría el medio ambiente. Suena a broma que ante la clara amenaza de que no haya supervivientes en una zona atacada, alguno se preocupe por el medio ambiente. Otros a los que me gustaría preguntar qué harán cuando oigan las sirenas.

Y mientras tanto, el caos se va expandiendo lenta pero inexorablemente: ¿Hay que enviar soldados? ¿Cuántos? ¿Con qué objetivos? ¿Qué país? ¿Con qué armas? ¿Cómo se va a financiar?

Hace cinco años nadie nos advirtió del peligro del COVID a pesar de que el gobierno había sido oficialmente notificado por la OMS. Es más, se nos dijo que en España habría “un caso o dos” y que se irían tomando medidas sobre la marcha.

No soy capaz de imaginar cuán lejos huiría Sánchez ante un ataque, si cuando le tiraron un palo en Paiporta corrió como si alguien tuviera la lepra. En la Guerra Civil, sus colegas se fueron a Valencia y alguno, después, a México, bien pertrechado con parte del oro que robaron del Banco de España.  

Y los tambores de guerra continúan enviando un mensaje inequívoco: habrá guerra.

lunes, marzo 24, 2025

Nadie lleva zapatos.

Cuando era niño, al iniciarse el curso escolar allá por mediados de septiembre, recuerdo acompañar a mi madre a una zapatería que estaba en la calle Toledo de Madrid. El objetivo era comprar las botas – que no zapatos – que debían durar hasta junio del año siguiente. Recuerdo que la marca de las botas era “Gorila”.



Su función era similar a las que usaban los comandos especiales. Debían servir para los días de calor, los de frío, los de lluvia y si nevaba, también. Por supuesto, debían sobrevivir a los partidos de fútbol en el patio del colegio durante los recreos, incluso, si el terreno estaba embarrado como consecuencia de la lluvia.

De vez en cuando, si en mi agenda encontraba tiempo y sobre todo ganas, les daba un cepillado para ir eliminando las capas de barro y polvo que se iban acumulando, incluida la suela, que, al ser gruesa, guardaba estratos del paleolítico entre sus retorcidas formas. Debo decir que tampoco me esmeraba demasiado. Total, al día siguiente iban a sufrir el mismo machaque. Así es que, después de cepillar un poco aquella pasta espesa y procurando que todo eso cayera dentro del váter, le aplicaba un líquido mágico que, como por arte de magia, hacía resplandecer el cuero que había debajo. Kanfort, se llamaba aquel invento. De los bajos de los pantalones, ya hablaremos otro día.

Tal vez por esas experiencias - que estoy seguro tienen connotaciones Freudianas -, desde siempre me fijo en los zapatos de las personas. De todas las personas, hombres y mujeres. Esté en donde esté: sentado en una cafetería, andando por la calle, en el Mercadona o en mi farmacia favorita. Siempre presto atención al calzado de todas las petsonas. También a los pies, pero obviamente, eso es en verano.

A pesar de esos antecedentes – o tal vez por ellos mismos - desarrollé una especial atención al apasionante mundo del calzado. Todos mis zapatos usan hormas para mantener su estado del primer día. Y, cosa curiosa, desde entonces mantener los zapatos brillantes, limpios y lustrosos, se ha convertido en una manía. Hasta tal punto que hace unos años unos amigos que viven en Eslovaquia, pero pasan grandes temporadas aquí, ella se fijó en mis zapatos. Estaban brillantes, y solamente, los había cepillado, no les había dado betún. Anna me dijo que en su país ese detalle decía mucho de la persona y que se tenía en cuenta en los eventos sociales.

Como he dicho antes, me fijo en el calzado de cualquiera, incluso en los presentadores que salen en pantalla. Por supuesto, tengo un estilo de zapato preferido, tanto para ellos como para ellas y entre éstas, hay una en concreto que me encanta su estilo, pero no voy a decir quién es.

Lo que sucede desde hace bastante tiempo es que ya nadie lleva zapatos. Ahora, todo el mundo viste deportivas. Hay cientos de marcas y modelos, pero resulta casi imposible descubrir a alguien que vista zapatos. En el súper – y suelo visitar tres diferentes cada semana –, en la calle, en la cafetería, siempre tengo la impresión de ser el único que los lleva. Da igual la edad o el sexo. Hombres, mujeres, niños, personas mayores, todos usan deportivas o algo parecido. En el caso de las personas mayores, puedo llegar a entenderlo mejor porque muy probablemente tengan problemas físicos que aconsejen llevar calzado más flexible, pero me sigue llamando la atención.

Siempre que paso por delante de un escaparate, echo un vistazo al calzado y me deprimo.

Recuerdo cómo, antaño, podía pasarme varios minutos disfrutando del diseño de los diferentes pares que me gustaría tener. Más de una vez picaba y entraba en la tienda, y al final me junté con una colección nada desdeñable de zapatos…para ser hombre. Pero hoy en día sencillamente me horripilan.

Los escaparates están repletos de calzados que provienen de países donde probablemente, o no lleven zapatos o no sean como los que nos venden a nosotros. Y desde luego, en la inmensa mayoría de las zapaterías, ya casi no se ven zapatos españoles. ¿Dónde están los Yanko, los Sebago, los Lotusse, los Martinelli?

España tuvo una industria del calzado enorme, fuerte y poderosa. España era una potencia mundial a la hora de fabricar zapatos con calidad, y exportarlos. Exportábamos calzado a EEUU, por ejemplo y otros muchos países.

Creo que estos gráficos hablan mejor sobre quién fabrica y quién consume zapatos.

Hoy, para comprarte unos zapatos de calidad y diseño, como “los de antes” tienes que invertir tal cantidad de dinero que, si alguien se le ocurre pisarte en el autobús esos zapatos, no te queda otra alternativa que sacarle las tripas. Tal es el precio, que no puedes permitir que nadie se acerque.

Ahora, después de la fiebre de deslocalización masiva que afectó a las factorías de todo tipo de industrias, ya se han empezado a dar cuenta de que, a pesar de todo, parece que resulta más seguro y no tan caro, producir en Europa. Depender de barcos que provienen de lejanos países en tiempos de COVID19, ha tenido sus consecuencias positivas. Así, por ejemplo, en el diario El Economista (https://bit.ly/35amY36) se anunciaba el año pasado: «Un grupo de empresas alicantinas ha unidos sus fuerzas para desarrollar la factoría del futuro, capaz de plantar cara en costes a China gracias a la tecnología y recuperar parte de la producción que se deslocalizó con la globalización.»

Lo que realmente me cuesta trabajo entender es la razón por la cual algunos que visten zapatillas, están dispuestos a pagar 80€,90€ o más, por unas, simplemente porque son de cierta marca o una copia de la marca.

No recuerdo cuando fue la última vez que vi en un escaparate zapatos de verdad.

viernes, marzo 21, 2025

Un viaje para olvidar, pero inolvidable.

El viaje en tren desde Madrid que tenían por delante Rafa y Alfredo era de casi 600kms. La empresa – que no tenía la más mínima intención de pagar alojamiento para dos personas – decidió que se podía hacer tranquilamente en el mismo día. Así es que tenían por delante unos 1.200kms de ida y vuelta para una reunión que se presumía áspera.

La razón para tal desplazamiento y/o paliza, radicaba en el interés que tenía la compañía en recuperar al cliente al que se iba a visitar.

Un par de años atrás la entidad bancaria utilizaba unos productos informáticos de la empresa multinacional en la que trabajaban Rafa y Alfredo. Lo venían haciendo a plena satisfacción. Pero, en un momento dado, la multinacional decidió aumentar los precios del mantenimiento de su software y eso provocó un desencuentro con el cliente. Éstos, no encontraban justificación al hecho de tener que pagar mucho más por el mismo software que estaban usando y ninguno de los argumentos que esgrimía el equipo de ventas desde la multinacional, conseguía convencerles de abonar dicha subida, que consideraban desproporcionada. La situación se fue poniendo cada vez más tensa hasta que al final se rompieron las relaciones.

El problema surgió cuando los productos que usaba la entidad bancaria alcanzaron su “fecha de caducidad” y dejaron de funcionar. Efectivamente, la mayor parte del software que es utilizado en muchas empresas de cualquier tamaño tiene una especie de fecha de caducidad, según la cual, si no se le informa a dicho software de lo contrario, el software deja de funcionar. Lógicamente, en el caso de la entidad bancaria y de la multinacional, si se hubiera llegado a un acuerdo, esta fecha de caducidad se habría pospuesto hasta una fecha posterior en la que, nuevamente, se debería volver a negociar para mantener operativo el software.

La inoperatividad del mencionado software a partir del momento en el que la entidad bancaria se negó al chantaje provocó un auténtico cataclismo informático. Todos los procesos del banco en los que se utilizaban dejaron de funcionar correctamente, provocando un caos antológico, de proporciones bíblicas, obligando a resolver manualmente y bajo una inaudita presión, todos los procesos que, de modo automático, realizaban los productos de la multinacional americana. Por tanto, era fácil deducir que, desde aquella situación, las relaciones comerciales entre ambas entidades, quedaron rotas.

Y ahí es donde entraban Alfredo y Rafa. Su objetivo era visitar nuevamente a los que habían sido clientes, ganarse nuevamente su confianza e intentar convencerles que, desde aquella nefasta experiencia, la compañía había variado, tanto de estrategia como de personas, y que ahora el enfoque era diferente.

La entrevista con el cliente estaba fijada para alrededor de las 14.00 – 14.30. Con el fin de realizar el viaje de la manera más rápida y confortable posible, y de mantener la entrevista que se vislumbraba crucial para los intereses de la empresa, se diseñó un plan. Desde Madrid, Alfredo y Rafa, viajarían en tren hasta Málaga. Allí, alquilarían un coche para desplazarse hasta Ronda. Y terminada la reunión, de vuelta por donde habían ido.

Lo malo de todo eso era que obligaba a un horario muy apretado; casi de rallye.

El tren salía de la estación de Atocha a las 07.00 de la mañana. Eso ya constituía el primer hándicap para ambos, Alfredo y Rafa, aunque mucho más para Rafa.

Alfredo vivía en Las Rozas, pero Rafa vivía en El Escorial. Acordaron que lo más razonable era que Rafa pasara por casa de Alfredo a recogerle, ya que le pillaba de paso camino de Madrid. Pero al mismo tiempo le obligaba a levantarse a las 05.00 de la mañana.

A la hora convenida sonó el despertador, aunque Rafa tardó algunos segundos en ser medianamente consciente de que su cuerpo y su mente estaban dentro de la misma habitación. Una vez se hubo recuperado de semejante susto, y después de cumplir con los requisitos del aseo personal, se dirigió a buscar a su amigo y compañero.

Llegaron puntualmente a la estación de Atocha, pero sin el tiempo suficiente como para tomarse un café y despejarse un poco. El que Rafa se había tomado en casa al levantarse, no era suficiente como para mantenerle despierto. Así es que, inmediatamente después de dejar el coche en el aparcamiento, entraron en el vagón y se dedicaron a buscar sus asientos, como prioridad uno; y como prioridad dos, el vagón cafetería. Cuando ambos empezaron a reconocerse después del café, se sentaron cómodamente en sus asientos y se dedicaron a disfrutar de 4 horas de viaje, sólo hasta Málaga. Después, todavía tenían que alquilar un coche para llegar hasta Ronda.

Alfredo, montañero apasionado y andarín sin mesura, todos los fines de semana solía andar decenas de kilómetros, ora por la montaña haciendo senderismo, ora el Camino de Santiago, el cual, había ya recorrido en diversas ocasiones y utilizando para ello, diferentes alternativas: la ruta del inglés, la clásica, desde Francia, desde Burgos, etc.

Mientras disfrutaban del paisaje, cómodamente instalados, Alfredo le contó a Rafa que ese fin de semana, su mujer y él, iban a Burgos para realizar una de las etapas del Camino. La idea era llegar a Burgos, pernoctar en un albergue de peregrinos, levantarse a eso de las 4 o las 5 de la mañana – “si no después sufres mucho el calor” – y llegar hasta la siguiente localidad fijada. Repetir el proceso el domingo y regresar a Burgos, en autobús, a recoger el coche y de regreso a Las Rozas.

A Rafa le entraron agujetas sólo de escuchar el plan. Todavía recordaba que no hacía mucho, había estado andando 4 horas por el monte haciendo senderismo, sin grandes dificultades orográficas, y estuvo con agujetas y dolorido una semana. En su mente no cabía un esfuerzo un semejante.

Sin tanto esfuerzo llegaron a la hora prevista a Málaga. Al descender del tren fueron directamente a la oficina de alquiler de coches y eligieron el primero que tenían disponible. No era cuestión de complicarse la vida. A pesar de eso los trámites les llevaron un tiempo y eso era justamente lo que no les sobraba.

Cualquiera que haya visitado Ronda estará de acuerdo en que es una localidad con auténtico encanto. Muy enfocada al turismo y repleta de visitantes, pero realmente preciosa. El único inconveniente que tiene, por poner alguna pega, es que el trayecto que se sigue una vez que se abandona la autopista desde Málaga, es muy sinuoso. Si a esta circunstancia se une el hecho de que Alfredo y Rafa, tenían prisa por llegar y mantener la reunión prevista, el camino se les hizo casi interminable.

Finalmente, llegaron a la sede de su ex cliente alrededor de las 14.00. Mientras se reunía a las personas invitadas a la reunión y el comienzo de ésta, transcurrieron unos minutos. Al fin, Alfredo y Rafa, estaban sentados alrededor de una mesa y con los representantes de la entidad bancaria junto a ellos.

Como parte de la toma de contacto, Alfredo y Rafa comentaron lo intrincado del viaje que habían tenido que hacer, y fue ahí cuando se llevaron la primera sorpresa:

-          ¿Y por qué no habéis venido en tren directamente a Ronda desde Madrid?

Anonadados y con cara de estúpidos, preguntaron inocentemente.

-          Ah, ¿pero se puede?

-          ¡Pues claro, hombre! Tardas lo mismo que habéis tardado, pero te ahorras el conducir en coche y las curvas. Las de ida y las de vuelta.

-          Pues informaremos de ello a quien nos ha organizado el viaje, por si hubiera una próxima vez – comentó Alfredo algo molesto, no ya por la noticia, sino por los inconvenientes y la falta de información.

Después de los prolegómenos y las presentaciones de rigor, Alfredo, que llevaba la voz cantante, entró en materia. Explicó, - con esa facilidad de expresión y ese dominio del lenguaje no verbal que siempre le caracterizaba, - cuáles habían sido las causas de tan nefasta experiencia con los anteriores gestores de la compañía de software, y las consecuencias que tuvieron en los protagonistas, que era una de las razones por las que Rafa y él, estaban allí. Entonó el mea culpa, un miserere y se azotó la espalda como si de un “picao” se tratara. Hizo de todo con la intención de recuperar al cliente y su confianza. Al menos, hasta donde la decencia y el orgullo le permitieron.

Los asistentes escucharon con atención sus explicaciones, sus argumentos, sus plegarias y su autoflagelación; incluso atendieron con respeto a sus promesas, pero finalmente, el jefe de todos ellos, zanjó la cuestión. Con unas formas exquisitas y no sin cierta sorna – la justa para corresponder a la que había puesto de su parte Alfredo – anunció:

-          Agradecemos el esfuerzo que habéis hecho para desplazaros hasta aquí y más después de escucharos el trayecto, emulando a Marco Polo, pero lo cierto es que aquella experiencia fue enormemente traumática, supuso un golpe muy duro para todos nosotros y no sería nada fácil convencer a la Alta Dirección para volver a confiar en quienes nos arrojaron a los pies de los caballos. Y dicho esto, y sintiéndolo mucho, me temo que debemos dar por terminada la reunión, porque – como sabéis – nuestro horario es hasta las 15.00. Además, debemos tomar un tren con destino a Madrid porque asistimos a un congreso allí en la capital.

-          Así es que ¿vais a Madrid a un congreso? – preguntó Alfredo cada vez más alucinado de cómo se había organizado aquel nefasto viaje.

-          Sí. Es algo sobre nuestro mundo de banca.

-          O sea – insistió Alfredo – que, de haberlo sabido, podríamos haber tenido esta reunión en Madrid, ¿no?

-          Pues la verdad es que sí. Si alguien nos lo hubiera preguntado, al menos habríamos tenido la reunión, aunque el resultado fuera el mismo.

A las 15.00 se levantó la reunión. Alfredo y Rafa salieron de allí con el rabo entre las piernas, molestos por cómo se había organizado el viaje desde su oficina en Madrid, el consiguiente madrugón y todo para mantener una reunión de escasamente 30 minutos y cuyos resultados eran fácilmente previsibles. Y, además, todavía estaban sin comer.

En el camino de vuelta pararon en el primer sitio con aspecto de mesón que se encontraron. Eran cerca de las 4 de la tarde y llevaban sin probar bocado desde las 7, más o menos. Mientras comían como pavos en el mesón, Alfredo dijo:

-          Otro de los aciertos que han tenido nuestros queridos compañeros de oficina a la hora de reservar el billete de vuelta, ha sido el de hacerlo con un tren que sale a las 22.00 horas de Málaga, lo que, para empezar, significa que en teoría llegaríamos a eso de las 02.00 de la madrugada a Atocha.

Rafa asistía mudo a la exposición, entre otras cosas porque estaba devorando lo que habían pedido a la cocina, del – por otra parte – desierto mesón.

Alfredo continuó con su plan.

-          Así es que lo que vamos a hacer es lo siguiente. Hay un tren anterior que sale de Málaga a las 19.00, que no sé por qué no lo han reservado ellos desde la oficina. Vamos a intentar llegar antes de esa hora y vamos a intentar cambiar los billetes.

-          Buena idea. Demasiado complicada para la mente que ha diseñado este viaje, por cierto. ¿Qué se esperaba que hiciéramos desde las 3 de la tarde hasta las diez de la noche que salía el tren? – comentó Rafa.

Después de engullir  – más que comer – pagar la cuenta y de salir por la puerta masticando el último bocado, se podría decir que el estilo de conducción que se imprimió al viaje de vuelta a Málaga, podría calificarse más que deportivo, de suicida. El modelo del coche que habían alquilado, no era precisamente un modelo preparado para las curvas. Tal vez por eso, por su inexistente aerodinámica y su volumen, por lo que las ruedas chirriaban casi en cada curva. Pero todo estaba permitido con el fin de intentar llegar antes de las 19.00 a la estación de tren de Málaga, y tener tiempo suficiente para devolver el coche e intentar cambiar el horario de los billetes.

Justo antes de llegar a la estación batiendo récords de toda clase, Alfredo cogió los maletines de ambos y le dio las últimas instrucciones a Rafa, como si de un pit stop se tratara.

-          Ahora, mientras yo hago el papeleo de devolver el coche, tú lo dejas aparcado. Y yo, cuando termine lo del alquiler, voy a las oficinas de RENFE e intento cambiar los billetes. Nos vemos en la entrada de la estación.

Y dicho y hecho. Rafa, frenó casi en seco el coche a las puertas del RENT A CAR. Alfredo, como si lo hubieran ensayado miles de veces, se tiró del vehículo con los maletines en la mano, los papeles en la boca y corriendo como si huyera del asesino de la sierra mecánica. Mientras tanto, Rafa, casi derrapando, como en las películas de especialistas, dejaba el coche aparcado. Salió corriendo del coche, pasó raudo y fugaz por la oficina de alquiler para tirarles – literalmente - las llaves y decir adiós, dejando a la empleada atónita ante lo raros que eran los de Madrid. Desaforado, sudoroso, cansado y algo hambriento, llegó a la entrada de la estación donde le esperaba Alfredo.

-          ¡Rápido corre! He conseguido los dos últimos billetes que quedaban. Detrás de mí había un señor que quería hacer lo mismo y no ha podido. Pero date prisa, que no llegamos.

Corrieron por la estación con los maletines a cuestas, al tiempo que rezaban para no perder el tren, esta vez, en sentido literal. Finalmente, con la lengua fuera, sudorosos, y con un fracaso estrepitoso como resultado de su mini visita, consiguieron subirse al tren, sólo un minuto antes de comprobar cómo éste se ponía en marcha. Al ocupar sus asientos, volvieron a sorprenderse.

-          Hombre, pero ¿qué hacéis aquí?

La voz correspondía al jefe de la entidad bancaria, que unas horas antes les había recomendado - con todo el cariño del mundo – que no tenían nada que hacer.

-          Pues nada de vuelta de nuestra pequeña Odisea – respondió Alfredo.

El otro los miraba con cara de asombro. Alfredo y Rafa, debían tener un aspecto deplorable. Se habían levantado de madrugada, se había metido para el cuerpo un viaje de 600 kms, habían malcomido en un mesón de carretera, engullendo como pavos, estaban sudorosos y deseando llegar a casa y meterse en la cama. Y mientras tanto, el otro, se mostraba tan tranquilo y relajado como si acabara de levantarse de una buena siesta, cómodamente instalado en su asiento, con su periódico y sin ninguna prisa.

Al menos el tren fue puntual. Durante el viaje, Alfredo fue charlando con el jefe, pero Rafa, decidió descansar algo y pasar del tema.

Llegaron a Madrid a las 23.00, recogieron el coche de Rafa del aparcamiento y acercó a su compañero y amigo hasta su casa de Las Rozas. A Rafa, todavía le quedaba un ratito de viaje. Llegó pasada la medianoche. Llevaba 17 horas en danza y 1.200kms en el cuerpo.

La mejor noticia era que al día siguiente era viernes.

En la oficina Alfredo y Rafa se reunieron con el director Comercial y la Gorda. Esta última, recibía el despectivo apodo, no ya por su condición de directora general, sino más bien por su hipopotámico tamaño.

Con la sorna que caracterizaba a Alfredo, - que a veces, era de esos que te la está clavando, pero con una sonrisa - fue relatando pausadamente todas las vicisitudes que adornaron el viaje. Era evidente que entendieron el mensaje por la cara que iban poniendo a medida que fueron conociendo los detalles. Pero, sobre todo, el resultado.

Alfredo y Rafa, se miraban de manera cómplice durante la exposición del primero. Con la cara del segundo hubiera sido suficiente para entender el estado de ánimo de ambos. Muy a menudo, la cara de Rafa era lo suficientemente expresiva como para que a nadie se le ocurriera preguntar nada.

Al final de la jornada, Alfredo y Rafa se desearon un buen fin de semana.

-          Yo ahora, recojo a mi mujer y nos vamos a Burgos – dijo Alfredo.

Rafa le miró como esperando una risa. Era evidente que debía tratarse de una broma.

-          Pero… ¿lo dices en serio?

-          Pues claro. A mí esto no me preocupa lo más mínimo y no me va a afectar en lo personal. Si ellos no se lo toman en serio, yo lo básico.

-          ¡¿Pero te vas ahora a Burgos?! ¡Después de la paliza de ayer! Bueno de hace un rato, como quien dice, - decía casi asustado Rafa.

-          No te quepa la más mínima duda – respondió Alfredo con una sonrisa de satisfacción. Ya te contaré el lunes cómo nos ha ido.

 

miércoles, marzo 19, 2025

Los amigos distantes

Hacía bastante tiempo que no tenía noticias de mi amiga M. No sabría decirlo con exactitud, pero supongo que, si hablo de un par de años, no me voy a equivocar mucho.


Nuestra amistad surgió en la distancia; y en la distancia sigue, como alguna que otra que mantengo. Quiero decir que a lo largo de mi vida he ido construyendo relaciones de amistad con personas que estaban – y están – lejos de mí. Como mi amiga F.

F. vive en Barcelona, aunque es originaria de Zamora. Hace veinte años o más, cuando internet estaba dando sus incipientes pasos y no existía guasap ni nada de esto, nos conocimos por la red y el método más habitual era intercambiar los teléfonos. Y así lo hicimos.

Por aquel entonces, yo tenía una tarifa telefónica, según la cual todas las llamadas que hiciera desde mi fijo a otro fijo en España, a partir de las 18.00, tenían coste cero. Así es que, a partir de esa hora, llamaba a F. y nos pasábamos dos, tres y hasta cuatro horas hablando por teléfono. Gratis. Al final, teníamos que colgar para preparar la cena.

Ha pasado mucha agua bajo el puente. F. continúa con su vida en Barcelona, echando pestes de los indepes y llevando orgullosa el escudo del Real Madrid y su bandera. F. y yo nunca nos hemos conocido cara a cara, pero de vez en cuando, nos felicitamos las Navidades, los cumpleaños o nos enviamos algún archivo por Messenger.

Mi amiga Mercedes vive en Guadalajara, capital del estado de Jalisco, México. También hará cosa de veinte años o más que contactamos por internet.

Ella tiene ascendencia española, como tantos otros en ese país y supongo que nuestra amistad a través de la tecnología y del océano, podría hacerla sentir más cerca de sus ancestros. De hecho, su hermana y su cuñado, terminaron por adquirir una casa en Coruña, lo cual, por muy tentador que sea, cruzarse el Atlántico para pasar unos pocos días, no creo que merezca la pena.

Con ella hemos utilizado alguna vez los avances de la tecnología y nos hemos conectado por video conferencia. Me encanta escuchar su delicioso acento mejicano, adornado de algunas expresiones que, enseguida, me apresuro a preguntar qué significan.

A través de tantos años hemos podido compartir buenos y malos momentos: el exitoso quehacer profesional de su hija, que se la rifan las empresas; los amores que se pierden en un país extraordinariamente machista; los viajes a Nuevo México, a Texas o a cualquier otro estado de EEUU, con la familia o las amigas. Y más recientemente, la muerte de uno de sus nietos que con apenas cinco o seis años, no pudo superar un cáncer de huesos, después de un largo proceso de lucha.

¿Acaso no es eso lo que hacen los amigos: compartir sus vivencias, sus alegrías, su dolor; sus frustraciones?

En un mundo en el que, al parecer, no tienes relación alguna con tu vecino de la puerta de al lado, por algún extraño motivo eres capaz de establecer una cierta complicidad con una persona a la que no has visto en tu vida y a la que le confías tus más íntimos secretos. Bueno, es prácticamente seguro que esos secretos no van a regresar a esta parte del océano, o sea, que se guardarán a buen recaudo, pero no deja de ser llamativo que la distancia más corta entre dos personas no sea siempre el mejor camino para una sana amistad.

Pues con mi amiga M, de la que hablaba al inicio sucedió algo parecido.

Como en todos los casos que he comentado nos conocimos en la distancia a través de un curso de creación literaria.

Desde el primer momento me sorprendió la sensibilidad y la minuciosidad de sus descripciones. Su infinita capacidad de analizar y evaluar una frase hasta estrujarla y dejarla seca, tras extraer de ella todos los conceptos, todas las imágenes, todos los símiles imaginables y posibles.

M, además del gusto por la escritura y la lectura, también tiene otras tendencias artísticas, como la pintura.

La última vez que intercambiamos algún mensaje por guasap, me dijo que tenía problemas con su hijo. A partir de ese momento, me pareció que era más prudente no atosigar con constantes preguntas para conocer el estado de salud de su hijo. Otra íntima amiga, que también ha tenido a su hijo al borde la muerte, me rogó que no insistiera tanto, porque ello le obligaba a recordar una y otra vez la gravedad de la situación. Además, en el caso de esta amiga, se da la circunstancia de que es sorda y sólo se puede comunicar por escrito con guasap, lo que añade un obstáculo más.

Dejé pasar el tiempo y decidí que, si en algún momento mi amiga se encontraba con fuerzas, ya se pondría en contacto conmigo.

Ha sido hace un par de días.

Yo intentaba recuperar el sentido mientras dormitaba en el sofá. El teléfono me avisó de un mensaje. Dejé pasar los minutos. Cuando lo leí, me desperté de golpe.

Mi amiga M, se disculpaba por haber desaparecido y no haber respondido a mis mensajes. Me explicaba que los últimos nueve meses habían sido terribles. Su hijo, con serios problemas de salud mental, decidió saltar por la ventana de su casa desde el piso trece.

Con su delicadez y sensibilidad habitual, me describió con toda dulzura cómo depositaron sus cenizas en lo alto de un monte, bajo la sombra de un árbol. Seguro que allí disfrutará de las vistas y estará definitivamente en paz.

No podía creer lo que estaba leyendo. No daba crédito. No imaginaba cuánto dolor se puede sentir cuando vives algo así. No encontraba palabras de consuelo, suponiendo que las haya.

Pero al margen de la tragedia, una vez más, se puso de manifiesto que, aunque mi amiga M. viva en Canarias, mi amiga F. en Barcelona y mi amiga Mercedes en Jalisco, México, hay una cierta amistad que perdura en el tiempo y a pesar de la distancia. Tal vez sólo se trate de ponerle ganas.

Un famoso bolero comienza así:

“Dicen que la distancia es el olvido

Pero yo no concibo esta razón

Porque yo seguiré siendo el cautivo

De los caprichos de tu corazón”

Imagino que para mantener una relación en la distancia todo dependerá de la intensidad de los sentimientos, del tipo de relación que sea – no es lo mismo amistad que sentimental o afectiva - , del tiempo que pase, etc. Pero parece claro que la distancia no siempre tiene que significar el olvido.

domingo, marzo 16, 2025

Los distintos tipos de soledad.

Hace unas pocas semanas supe de la existencia de este libro titulado “Mapa de soledades”, de Juan Gómez Bárcena, y enseguida me llamó la atención; y lo hizo por varias razones.


La primera, porque me atrae el estudio que hace precisamente sobre todos los tipos de soledades que los seres humanos podemos sufrir. No creo que haya nadie que jamás se haya sentido solo, desamparado. De una manera o de otra, con mayor o menor intensidad, hemos padecido la soledad.

Como se dice en la propia presentación del libro: “Se puede estar solo por muchos motivos. Hay solitarios forzosos y solitarios por elección; hay soledades pasajeras y eternas; soledades que desembocan en la locura y otras que nos llevan al placer y la creación. Se puede estar solo en una isla, como el capitán Pedro Serrano, que inspiró la figura de Robinson Crusoe tras un naufragio en 1526, y también está sola el ama de casa que plancha mientras espera, la estrella del pop que se refugia en su habitación de hotel y la llamada «ballena de 52 hercios», que lleva treinta y cinco años cantando en una frecuencia que ninguna otra ballena puede oír.”

Mientras Juan Gómez en su libro se centra en la soledad entorno a las personas, esa soledad que, en ocasiones, son ellas mismas quienes las generan, y en otras son víctimas de la soledad creadas por otros, yo he querido centrarme en la soledad de algunos trabajos.

Otra de las razones por las que me interesaba tener el libro es porque este tema de la soledad, está íntimamente ligado a mi post anterior en el que hablaba de la necesidad de amar y ser amado que tenemos las personas y que, en ocasiones constituye un problema con nombre propio.

Además, también se da una circunstancia anecdótica.

Durante la pandemia mi mujer me convenció para hacer un curso online de escritura creativa. Confieso que era bastante escéptico, pero al terminar, me alegré mucho de haberlo hecho. Tal vez, porque tuve a la mejor de las profesoras, Irene Cuevas.

Pues bien, hace poco volví a entrar en la web de la academia buscando a Irene, porque al fin, se ha animado a publicar su primera novela. Y la sorpresa es que no encontré a Irene, pero entre el profesorado sí encontré al autor del libro que he mencionado al principio, Juan Gómez Bárcena. Así es que era otro aliciente más para hacerme con el libro.

Y finalmente, porque cuando se menciona la palabra soledad, enseguida me vienen a la mente algunas imágenes de personas que desempeñan trabajos que resultan especialmente solitarios.

Así es que tengo motivos más que suficientes para leer el libro y establecer algún puente con algunas de mis ideas.

Por ejemplo, siempre que dejo el coche en un parking y veo a una persona tras los cristales de la caja central, intento imaginarme a mí mismo desempeñando ese trabajo. ¿Sería capaz de soportar ocho horas diarias, enterrado en vida, en una atmósfera insana, sin más luz que la que proporcione la artificial de la oficina; sin más conversaciones que las de aquellos que no saben usar los cajeros automáticos o los que quieren abonar con un billete de gran valor? Sinceramente, me parece más que un trabajo una condena.

He puesto como primer ejemplo el del parking porque es el que más frecuento, pero hay muchos otros; y para mí el paradigma de todos ellos es el del mítico farero; ese hombre – otra vez la mayoría son hombres – solitario, aislado en un lugar sin comodidades, soportando tempestades y con escaso contacto humano pocas veces por semana.

Probablemente, hoy en día esta imagen romántica del farero, de trato hosco, taciturno, mal aseado, parco en palabras, haya mutado hacia un ingeniero treintañero que maneja, controla y gestiona el funcionamiento del faro a través de su ordenador portátil, o mediante una APP instalada en su móvil, mientras él se dedica a investigar en la paz y el sosiego que le proporciona el silencio, los agujeros negros.

Algunos de los empleos que identifico con la soledad están anclados a mi más lejana infancia y como consecuencia, la inmensa mayoría, ha desaparecido o han cambiado notablemente su carácter de aislamiento. Me refiero, por ejemplo, a los serenos.

Para los más jóvenes explicaré quiénes eran los “serenos”.

En aquella España gris, en blanco y negro, con un solo canal de TV, al anochecer, como si de murciélagos se tratara, aparecía una especie que con el tiempo se extinguió. Era el sereno.

El sereno era una figura respetada en el vecindario. Era una especie de policía de barrio que actuaba en solitario, sin uniforme y sin más armas que su garrota o chuzo, una especie de lanza corta compuesta por un palo con un pincho en la punta. Estaba a cargo de un barrio, una serie de manzanas, alrededor de las cuales vigilaba la noche impidiendo con su presencia que se produjeran robos de coches, altercados, o se alterara la paz de los durmientes. Era una especie de súper héroe de Marvel, pero más castizo y sin tanto marketing.

Para hacerse notar golpeaba el cayado contra el suelo. Si llegabas a casa y te encontrabas con tu portal cerrado y por casualidad, no tenías llave, sólo tenías que dar unas palmadas y gritar tan fuerte como pudieras ¡sereno! Dependiendo de dónde estuviera en esos momentos y de su capacidad de orientación, al cabo de unos minutos escuchabas al sereno anunciando su llegada con un ¡ya va! al tiempo que emitía señales acústicas con su palo. En caso necesario usaban un silbato, al más puro estilo Bobby londinense, para dar la señal de alarma.

Su trabajo se esfumaba cuando asomaban los primeros rayos de luz.

Sin embargo, originariamente, el cuerpo de serenos no nació con el fin de salvaguardar a los ciudadanos, como comúnmente se piensa, sino más bien para encender, apagar y mantener los faroles en óptimo estado. Su misión principal consistía en resguardar los citados elementos y evitar que los gamberros los destrozasen. Un trabajo que se remonta a 1765, cuando Carlos III liberó a la población de la obligación de cuidar los faroles, que previamente mandó colocar en las calles. ([1])

Como curiosidad cabe destacar que este cargo requería cumplir con una serie de requisitos: tener 20 años cumplidos, medir -como mínimo- cinco pies de altura, clara voz, robustez y agilidad además de no haber sido procesados por embriaguez o camorrismo.

Esta figura desapareció de nuestra geografía nocturna en 1977. Más de doscientos años después de haber sido instaurada.

Pero olvidémonos de los trabajos que ya han desaparecido; como el del sereno, el vendedor de carbón para los braseros con los que muchos se calentaban en sus casas cuando no había calefacción; el de la chica que arreglaba las “carreras” en las medias de las señoras, el vendedor ambulante de lana de oveja para relleno de los colchones, o el afilador, un vagabundo que afilaba toda clase de cuchillos, navajas y tijeras.

A pesar de la evolución de la sociedad y de sus empleos, sigue habiendo trabajos en los que la soledad puede provocar trastornos importantes en esos trabajadores. Por ejemplo, los vigilantes nocturnos, los teletrabajadores, los que hacen guardia nocturna en una gasolinera, etc.

Y he dejado para el final -y no por menos importantes- a los estudiantes; a esos jóvenes que en un momento dado, deben abandonar su entorno natural, su familia, sus amigos, sus compañeros de colegio o instituto, y comenzar a vivir, de la noche a la mañana, una vida radicalmente distinta, en una ciudad desconocida, en un entorno hostil, lejos de sus seres queridos y enfrentados a los lugareños que sí dominan el entorno.

Como bien dice el autor del libro, hay muchas clases de soledad. Yo añadiría que hay muchas personas que tienden a confundir la soledad con la independencia. La soledad, generalmente viene impuesta; la independencia es un ejercicio de tu libertad.


[1] Cristian Quimbiulco – ABC (02/07/2015)

viernes, marzo 14, 2025

Víctimas de la limerencia.

Prácticamente cada día los medios de comunicación nos advierten de nuevas y sofisticadas formas de las que se valen los bandidos para conseguir nuestro dinero, usurpar nuestra identidad o vaya usted a saber qué fines inconfesables pretenden. De hecho, hace ya años, una persona que yo conocí muy de cerca, fue víctima de una estafa por internet, lo cual, además de un quebranto económico y el bloqueo por vía judicial de sus cuentas, le supuso estar bajo sospecha de la policía por blanqueamiento de capitales. Bromas, las justas. Su situación económica era angustiosa y terminó perjudicando a su capacidad de analizar fríamente la situación. Se trataba, en definitiva, de una persona desvalida, una condición indispensable para este tipo de engaños.

Quien más, quien menos, recibimos en nuestro email o en nuestro WhatsApp alguna noticia que en principio tiene toda la apariencia de ser inofensiva y, por tanto, legal, pero que, en realidad, encierra una trampa, más o menos sofisticada. En este sentido, los que “pican” no es que sean especialmente ingenuos o lerdos; no olvidemos que el software de espionaje Pegasus, por poner sólo un ejemplo, se instaló en los móviles del presidente del Gobierno y de varios ministros, sin que hasta la fecha sepamos cuántos fueron infectados, ni qué tipo de información consiguieron, ni quién fue el responsable. A lo mejor fue a raíz de esos hechos cuando les entró a todos una fiebre convulsa por borrar mensajes y cambiar de móvil cada semana.

Sin embargo, a los mortales nos llegan otro tipo de mensajes: unos nos hacen creer que tenemos un paquete pendiente de ser entregado; otros, que hemos sido elegidos para formar parte de un sorteo; o bien, que nuestro banco ha decidido confirmar los datos que ya tienen, etc. y como denominador común, o bien, enviar una cierta cantidad de dinero o proporcionar datos bancarios.

Pero, lamentablemente, también se ha puesto de moda un tipo de estafa que encuentro de una vileza y una bajeza moral inauditas. Se trata de hacer creer a algunas personas que han despertado un inusitado interés amoroso en quien les escribe.

Quién puede negarse a sí mismo la posibilidad de despertar semejante pasión, aunque tan solo se trate de una foto y un perfil en una red social. Quien va a renunciar, tenga la edad que tenga, a volver a sentir las mariposas en el estómago, las palpitaciones del corazón, la respiración agitada, propias del estado del enamoramiento. Quien puede hacer oídos sordos a unas palabras vertidas con estudiada sagacidad en un papel, que nos halagan y nos rejuvenecen. ¿Acaso la mera presencia en ciertas redes sociales no tiene como objetivo paliar la soledad, encontrar de nuevo el amor?

El proceso es bien simple en su maquiavélico objetivo: se trata de convencer a la víctima de la sinceridad de los sentimientos vertidos en unos mensajes, para, una vez que la víctima ha mordido el anzuelo, el estafador comenzará a solicitar el envío de dinero por las razones más esotéricas y variopintas, mientras la víctima, convencida de que está haciendo un bien a su amado(a), continúa colaborando con el mayor de los entusiasmos, convencida de que, al fin, el destino le ha proporcionado el amor, el cariño y el afecto que tanto tiempo ha estado anhelando.

El perfil característico de este tipo de víctimas es el de una persona con unas carencias afectivas severas, lo que las convierte en especialmente vulnerables ante las supuestas demostraciones de una pasión desenfrenada. Podemos hacernos mayores, incluso muy mayores, pero la necesidad de afecto, de cariño, de sentirnos queridos, amados, eso no desaparece. En algunos casos podemos encontrarnos con que lo que empezó como un enamoramiento puede llegar a derivar en obsesión. Es lo que se conoce como limerencia. 

A veces, para asegurar la colaboración del pobre ingenuo, el falso perfil representa a un famoso. Hoy mismo, en las noticias, ha salido una mujer mayor que estaba convencida de que Enrique Iglesias se había enamorado perdidamente de ella. La pobre señora, llorando a lágrima viva, le transmitía que sus sentimientos eran sinceros y le rogaba al cantante que le confirmara si él sentía lo mismo por ella.

¡Cómo somos los seres humanos! Incluso cuando nos demuestran que nos han estafado en el más amplio y perverso sentido del término, necesitamos que nos lo confirmen.

Habrá gente que, al conocer este tipo de estafas se burlen de las víctimas, por incrédulas, por necias o por lo que sea, pero a mí, personalmente, aparte de los trastornos psicológicos que puedan tener – que seguro que los tienen – me producen una pena inmensa. Y para aquellos que se aprovechan de su vulnerabilidad el mayor de mis desprecios.

Fue la psicóloga Alejandra Vallejo Nájera la que dijo:

"El desamor es el principal problema emocional de nuestros días y todas las heridas emocionales adyacentes: el rechazo, la humillación, el abandono, la injusticia, la traición. Necesitamos amar y que nos amen”. 

Basarse en esta necesidad para realizar una estafa, es de una mezquindad infinita.