sábado, marzo 08, 2025

La fidelidad en la pareja

Según dice el escritor Juan Abreu, es absurdo mantener relaciones sexuales sólo con quien te has casado. 

Hombre, yo entiendo que esto de ser escritor conlleva ciertas actitudes y pronunciamientos que, en ocasiones, deben incitar a la provocación en cualquiera de sus formas, incluida, la necesaria para hacerse publicidad y que te compren el libro, aunque sólo sea por curiosidad. Y en este caso, me ha llevado a plantearme el tema de la fidelidad en la pareja.

Para empezar, deberíamos de plantearnos la cuestión de cuándo se popularizó en los humanos eso de la monogamia. La mayor parte de las especies animales en el planeta no se comportan así. Excepción hecha la de algunas aves como pingüinos, grullas, palomas, loros, cisnes, gansos, palomas, cigüeñas y albatros. Y entre los mamíferos se cree que viven en parejas monógamas los gibones, los lobos y los castores. Por tanto, la inmensa mayoría de las especies no son monógamas. Y el hombre ¿lo ha sido siempre? No parece.

Mi opinión personal es que la monogamia surge por cuestiones económicas. Una vez que el homo sapiens – o quien sea – se convirtió en agricultor, sedentario y dejó de ser nómada, ahí está el inicio de la propiedad privada, de la tierra. Y si hay propiedad privada, hay herederos y eso obliga a cerciorarse de que los herederos lo son de verdad, consanguíneos. Por eso nace la necesidad de asegurar que la descendencia pertenece al varón y sólo a él. Más tarde llegarían las costumbres judeo-cristianas y ahí la cosa se complicó incluso más.

Hay estudiosos y eruditos que afirman que en las sociedades en las que las relaciones sexuales son mucho más relajadas y sin tabúes, la gente es más feliz. Confieso que tengo cierta propensión a creerlo. Por ejemplo, los mormones.

Manuel Matheu es un experto sexólogo que realizó un estudio sobre el comportamiento sexual en 66 culturas diferentes, algunas con estudios de campo sobre el terreno. Afirma que, por ejemplo, en las islas Carolinas, en Micronesia, los chuukies, - da un poco de miedo el nombre por lo del muñeco – es una sociedad en la que todos los bienes se heredan a través de la línea materna, es decir, es la madre la que determina el poder económico.

Volvemos a ver el tema de la herencia, pero en esta ocasión, a través de la línea materna.

Dice Manuel que, frente a la sociedad occidental en la que se da una enorme importancia al tamaño del pene, allí lo que importa es el tamaño de los labios menores de los genitales de la mujer. Y allí, a diferencia también de lo que ocurre en nuestra cultura, es la mujer la que lleva la voz cantante en las relaciones sexuales, la responsable de los encuentros sexuales. Allí no existen los celos, no existe el concepto de fidelidad, la moral sexual es mucho más relajada que aquí. Y todo eso coincide con que es una sociedad muy pacífica, mientras que la sociedad occidental es muy agresiva.

Comparto con este experto la opinión de que, en el fondo, tanto la monogamia como la violencia desatada por culpa de los celos, se da exclusivamente en los pobres. Los ricos pueden casarse y divorciarse varias veces en su vida y como ejemplo, el barón Von Thyssen, los actores de Hollywood y algún que otro playboy. Los pobres no pueden llevar ese ritmo. Si ya un divorcio te marca de por vida con la pensión, la hipoteca de la casa en donde vive ella y los niños, el colegio, la universidad y un largo etcétera, lo de plantearse volver a casarse parece más un acto de masoquismo que de romanticismo.

Estoy convencido de que esta teoría es cierta. Sólo basta fijarse en las noticias que hablan de asesinatos de parejas y de ex parejas y nunca, jamás, salen los ricos en el telediario. No me imagino a las Koplovitch abriendo un telediario porque se han peleado a navajazos con su pareja. Cuando en las parejas de los ricos las cosas no van bien, cogen la maleta, se van a un hotel o a su segunda o tercera residencia, o hacen un crucero alrededor del mundo y hasta luego Lucas. Los pobres no podemos hacer eso. Cuando una pareja de pobres se pelea, discuten y llegan a las manos y ella le dice que se vaya (o al revés) no sólo se deshace una pareja, es que te quedas en la puta calle. Y eso es muy duro, pero es así. No todo el mundo puede regresar a casa de sus padres y no todos los padres quieren volver a verte.

En el reino animal hay una especie de chimpancés, los bonobos, que se caracterizan por una actividad sexual frenética. Es bien sabido que, entre los chimpancés, en las manadas, existe una agresividad que en ocasiones termina con la vida de algunos de los que interviene en las trifulcas. Y hay una jerarquía dentro del grupo que como se le ocurra a alguien saltársela lo puede pagar caro.

 Entre los bonobos no. Cualquiera puede mantener unas relaciones sexuales de apenas unos pocos segundos con cualquier miembro de la manada. Da igual si eres macho o hembra. El objetivo no es reproducirse, no es fijar quién es el macho alfa y quién el grupo de hembras alfa. El objetivo es socializar. No hay entre ellos pendencias, luchas ni guerras.

Nunca he escuchado en las noticias que ningún mormón se haya subido a una torre de un campanario y se haya liado a tiros con la gente con un rifle de francotirador. ¿Será porque disfrutan de varias mujeres? ¿Será que el ejercicio conyugal les debilita y ya no pueden subir las escaleras hasta el campanario?

Retornando a la afirmación inicial de Juan Abreu, al margen de otro tipo de consideraciones, personalmente me cuesta trabajo entender que si estás con una única pareja porque has decidido que es especial, después consideres que eso de mantener la fidelidad a una sola persona es poco menos que una gran estupidez. Lo que me parece estúpido, pero sobre todo incongruente, es que hables de tener una pareja y te comportes como si no lo fuera cada vez que tienes ocasión.

Otra cosa es que haya algunas parejas en las que, de mutuo acuerdo, se han otorgado la alternativa de mantener relaciones con otras personas, fuera de su relación de pareja. Sigo sin entenderlo, pero ahora por partida doble. Y haberlas haylas. Yo creo que, si prefieres no tener un compromiso, nadie te obliga a ello.

Pero, ¿qué pasa cuando se produce una infidelidad? ¿Hay que perdonarla, hay que ser inflexible? ¿Cuántas se pueden perdonar?

En estos tiempos de video conferencias, plataformas para conocer gente, ligar y demás, el mismo concepto de fidelidad, se tambalea. ¿La infidelidad se trata sólo de la unión carnal de dos individuos? ¿O se trata de una conexión emocional que va mucho más allá del intercambio de fluidos? ¿Puede uno enamorarse de alguien a quien no ha conocido en persona? ¿Se considera infidelidad una relación entre personas que distan miles de kilómetros? ¿Se puede mantener una relación cuando la pareja se distancia y sólo puede tratarse por internet?

Yo creo que la fidelidad es un concepto que está mucho más unido a los sentimientos, a lo inmaterial, a las necesidades emocionales, a valores, antes que a lo físico. A veces, lo físico, nos juega malas pasadas y nos confunde; nos hace pensar que, si el sexo es bueno, la relación lo será también, y hasta que te das cuenta del error, pueden pasar muchas cosas. Por eso es tan difícil encontrar el justo equilibrio entre un mundo y el otro, entre lo emotivo y lo físico.

Tal vez el secreto se encuentre en la frase del escritor Georges Duhame: “nunca he engañado a mi mujer. No es ningún mérito: la amo”. Tal vez, al fin y al cabo, sólo se trata de eso: de amor.

miércoles, marzo 05, 2025

El día que tuve un yate de 20 metros.



Seguro que a muchos de vosotros os ha pasado eso de pedir todos los años el mismo juguete, algo que en un principio era un deseo, después una obsesión y terminó por convertirse en un reto. A mí me pasó con el Scalextric. Jamás tuve uno. Era demasiado caro. Más tarde, cuando ya estaba a mi alcance, me lo quitaron de la cabeza con argumentos tan sesudos como “si lo instalas ahí, no voy a poder barrer, se va a manchar de polvo, no voy a poder andar…” etc. Y más adelante, ocurrió lo que tenía que ocurrir: la empresa desapareció.

Pero, sin embargo, una vez, hace muchos años, el destino me regaló algo que no había pedido. Bueno, tampoco fue un regalo, porque no me lo quedé. De hecho, ni siquiera fue en Reyes. Aquello fue más bien, un préstamo, un usufructo temporal.

Como era mi costumbre desde hacía unos cuantos años, ese verano también pasé mis vacaciones en Mallorca. En aquel entonces la zona donde recalé comenzaba a ser tristemente popular entre los británicos, aunque todavía, ni eran mayoría absoluta ni se había instaurado la incomprensible costumbre de morir aplastado contra el suelo por hacer balconing. Compartía el apartamento con mi hijo que por entonces tenía unos tres años.

Nuestra rutina era bastante simple por no decir monótona. La playa quedaba algo retirada y el nivel de masificación era importante. Además, por alguna extraña razón, a él le gustaba más la piscina del complejo que el mar. Manías de la gente que, como él, vivía a orillas de uno. Así es que después de levantarnos a una hora prudencial y desayunar, bajábamos a la piscina, cogíamos sitio y nos disponíamos a pasar allí, el resto de la mañana.

Después de intentar durante horas que la raqueta de mi hijo devolviera dos pelotas seguidas en el agua, dar patadas a una pelota o ejercer de guardameta, las fuerzas comenzaban a decaer, momento en el cual, mi hijo buscaba a cualquier individuo cercano, de los muchos que observaban, para involucrarle en el juego. Daba igual si el individuo era alemán (mayoría), inglés o no hablaba español (ninguno). De repente, el guiri estaba jugando con un niño español que, por supuesto, le hablaba en español.

Así transcurrían nuestras vacaciones cuando un día, de improviso, se acerca a nosotros un “relaciones públicas” del complejo. El chico – era joven – no sabía muy bien en qué idioma debía dirigirse a mí. Cuando le dije que era un aborigen de España, la charla continuó en inglés.

El chico me contó que había un equipo de grabación de un vídeo promocional de un yate que estaba amarrado en el puerto deportivo de Palma. El equipo estaba buscando a una pareja, hombre y mujer, que aparecerían en el vídeo simulando ser los propietarios del yate. Que el yate era una maravilla, valorado en 20 millones de pesetas. Que en el caso de que accediera debía tener en cuenta que no me iban a pagar como si fuera un modelo profesional, pero que me darían algo por las molestias.

Habida cuenta de lo que suponía para mí romper con la bendita monotonía de mis vacaciones, a mí me daba exactamente igual que me pagaran o no. La cuestión que me planteé fue ¿cuántas oportunidades vas a tener en tu vida de subirte a un bicho valorado en 20 millones de pesetas? Acepté, pero con una condición: evidentemente mi hijo venía conmigo, por supuesto. Después de aceptar me preguntaron si estaba solo o tenía pareja. Le respondí que solo. Entonces me dijo que habían encontrado a una posible candidata a ejercer de “pareja-propietaria”, pero que teníamos que vernos a las 15.00 en uno de los restaurantes de la piscina. Y allí que nos llegamos el enano y yo a las 3 en punto.

El equipo del RP fue puntual y al cabo de unos minutos llegó la candidata a coprotagonista del vídeo. La susodicha era de Madrid como yo, también divorciada – como yo – y con una hija adolescente. Era una chica alta, rubia de bote, escaso pecho y largas piernas. Era una mujer llamativa, aunque no por sus facciones ni por su talle. Lo que más llamaba la atención era el aspecto en general que lucía. Ponía un esmerado cuidado en su aspecto personal y procuraba ir siempre, con atuendo bastante ceñido y buscando la conjunción de todos los elementos de su vestuario. En el fondo, podía llegar a resultar sin esforzarse mucho, un auténtico repollo. Sin embargo, conseguía muy a menudo el objetivo de ser foco principal de atención, sobre todo de los hombres.

En cuanto le dijeron que por su colaboración no obtendría más que una palmadita en la espalda, un gracias y como mucho 500 pesetas (3 euros de hoy en día), ella consideró que no merecía la pena y se auto descartó de la película. Tenía otros y más interesantes planes. Sin embargo, sí que alistó a su hija como voluntaria, lo cual era una forma de quitársela de en medio en beneficio de sus otros planes.

Al día siguiente llegamos puntual a la cita en el puerto deportivo de Palma. En el pantalán señalado, se veía un impresionante yate de 40,35 metros de eslora, 8 metros de manga y más de 300 Tm de desplazamiento. El yate era propiedad de un americano que, además, disponía también de un avión privado con tres reactores, esposa y amante oficial.

El interior de la embarcación rezumaba lujo.

Maderas nobles adornaban las paredes de todos los camarotes, con una capacidad total de 8 personas. Una moqueta impoluta de color hueso, abarcaba todo el inmenso salón principal, haciendo que los pies descalzos se hundieran hasta los tobillos; la mesa del comedor, estaba preparada para 10 comensales; la vajilla, fabricada expresamente en Italia, con el anagrama del barco, igual que la cubertería y las copas, se guardaba en una alacena de madera de roble que rodeaba en forma de L la mesa del comedor. Los equipos de música de la firma Bang & Oluffsen, estaban por doquier, con unos mandos a distancia digitales. En el camarote principal, además de disponer de cuarto de baño propio con grifería de oro y vestidor, la televisión salía de detrás de un mueble empotrado en la pared, justo enfrente de la inmensa cama que ocupaba sólo una parte del espacio. En el suelo de la cocina, se podían comer sopas. En la cubierta superior de barco, había un solárium, recubierto todo él por lonas de plástico.  

Al poco de llegar al puerto, la tripulación comenzó las labores de desatraque para comenzar a navegar por la costa. Ver las caras de los transeúntes en el puerto o de las otras embarcaciones con las que nos cruzábamos, bien merecía el salario que no me iban a pagar, porque no olvidemos, que ellos al verme apoyado en la barandilla, pensaban que era el dueño.

Había dos equipos de filmación. El primero estaba en el propio yate. El otro, fue ocupando posiciones estratégicas a lo largo de la costa, en lugares remotos, escarpados y de difícil acceso, para tomar unas imágenes únicas del barco navegando.

Al finalizar el día regresamos a puerto y tanto los equipos de filmación, como la tripulación y los extras, compartimos unos sándwiches y unas bebidas – refrescos para los menores, champán para el resto - en la popa del barco, mientras los visitantes del puerto deportivo nos miraban con cara de envidia.

El segundo día no salimos del puerto, pero fue casi tan excitante o más que el día anterior. El propietario, el americano, había informado a la tripulación que se dirigía a Mallorca con su esposa. Ello originó una divertida escena que parecía extraída de una típica comedia de Jack Lemmon o Toni Curtis. La tripulación comenzó a sacar de bolsas de plástico los peines y cepillos de “la otra”, para colocar los que debían. Igual que la ropa del armario del dormitorio principal. Con las fotos de los cuadros, la cosa fue más divertida. Bastaba con extraer las fotos de los marcos, darles la vuelta, y en el reverso estaba la foto que debía estar. Todo estaba siendo ejecutado con precisión militar.

Y así fue como durante casi un día entero fui el propietario de una mega yate. También tenía una copia de la película, pero se me perdió en alguna mudanza.

Por si a alguien le pica la curiosidad, podéis ver el yate pinchando AQUÍ

sábado, marzo 01, 2025

Es fácil hacer feliz a alguien.

Es posible que, para llegar a esta conclusión -personal, sin duda y, por tanto, discutible-, sea necesario haber disfrutado de cierta experiencia y del tiempo necesario para vivir en este planeta. En la mayoría de los casos, y este creo que es uno de esos, la perspectiva del tiempo proporciona una cómoda referencia para apreciar el bosque en su conjunto, alejado del árbol más cercano.

¿Por qué he llegado a esta conclusión? Pues por pura lógica.

Me parece realmente absurdo marcharse al otro barrio al tiempo que albergas en tu corazón los mejores sentimientos acerca de personas a las que admiras, respetas, estimas o quieres, sin haber compartido precisamente con ellas esos sentimientos. Y tampoco es necesario esperar hasta el último momento para intentar ponerte al día.

Disponemos de herramientas suficientes como para hacer llegar a las personas que nos importan, que, efectivamente, son parte importante de nuestra vida. No es absolutamente imprescindible una docena de rosas rojas o un collar de diamantes; la mayor parte de las veces basta con una palabra amable, una mirada de agradecimiento o de cariño, una suave caricia, un gesto, un abrazo o mucho mejor, un te quiero. Las palabras son mágicas según el uso que les demos.

Pondré algunos ejemplos.

Hace algunos años tuve un problema con la renovación de mi tarjeta bancaria. Durante varios meses estuve intentando convencer a los necios que me tocaban en suerte por teléfono, que el proceso estaba fallando, porque a mí, a pesar de seguir el protocolo, la renovación no me llegaba. No eran capaces de entender que el método estaba fallando en alguna parte. Les propuse que no me enviaran la tarjeta por correo, que me pasaba yo a recogerla. Nada. No hubo manera. ¿Consecuencias? Me marché de vacaciones sin tarjeta de crédito. Y, además, a Portugal.

A la vuelta, lo primero que hice fue ir al banco y exponer el problema. Me atendió una empleada que me dedicó más de una hora y media hasta solucionar el problema. Colgada del teléfono y dejándose la piel, contactando con todos los responsables de todos los departamentos con los que tuvo que hacerlo, no solamente solucionó la cuestión, sino que averiguó por qué no había funcionado el protocolo establecido. Al parecer, el software del banco había truncado parte de la dirección completa y eso hacía inviable que la tarjeta llegara a su destino. Era evidente que algo así estaba pasando cuando les comentaba a los torpes de turno que ya había pedido 6 veces la tarjeta y no me había llegado ninguna.

Después de aquello me puse en contacto con el banco para darles la enhorabuena por haber contratado a una profesional así y de paso, sugerir que podían despedir a todos los inútiles que me habían atendido con anterioridad.

Trabajar cara al público es uno de los trabajos más difíciles del mundo. Así es que, cuando me encuentro con alguien que hace bien su trabajo, es lo justo que me tome el tiempo necesario para hacer llegar a quien proceda mi satisfacción por haber sido atendido profesionalmente. Se podrá aducir que “sólo” hace su trabajo, pero no cuesta nada hacerle llegar a esa persona algo de cariño y de reconocimiento. No basta con recibir una nómina a fin de mes.

Los humanos somos una especie en la que el contacto es importante. Si se me permite la broma, salvo para los británicos.

Tengo una amiga que, hace años, tenía una clínica de estética. En cierta ocasión me comentó que era bastante habitual que, entre sus clientas, alguna se apuntara a recibir unos masajes linfáticos – o lo que sea – y que de repente, alguna se ponía a llorar. Pero no era de dolor por el masaje, era porque en ese momento, ese gesto de sentir el contacto de otro ser humano, era lo más cariñoso que había recibido probablemente en meses.

En mi vida cotidiana hay una serie de lugares que son los que más frecuento: la farmacia, la cafetería que está justo al lado y el Mercadona. Y me gustaría hacer mención especial a la farmacia.

La plantilla está compuesta al 100% por mujeres. Forman un numeroso grupo de personas que tienen que cubrir un extenso horario de doce horas diarias, incluyendo fines de semana, fiestas y demás. Pero lo que convierte en especial a este sitio es que todas ellas, sin excepción, proporcionan un nivel de profesionalidad que no baja de la excelencia en ningún momento, al margen del turno o de los miembros que estén o no de servicio. Y lo hacen, además, estableciendo una conexión con el cliente, proporcionando una calidez en el trato, una simpatía natural y, por si fuera poco, todo ello en dos idiomas.

Después de haber trabajado en infinidad de empresas, algunas multinacionales y otras de chichinabo – que de todo hay en la viña del Señor – lo de esta farmacia me parece que es digno de ser estudiado en alguna escuela de gestión de recursos humanos.

En Navidad suelen tener un detallito con algunos clientes. Por ejemplo, te regalan un bote grande de gel de baño de avena. Un año, el Día de la Mujer, regalaban una rosa. Y en justa reciprocidad a semejantes muestras de cariño, también decidí ofrecer alguno de mis libros tanto a la propietaria como a su hija, que también trabaja en el negocio. Todo ello ha contribuido a establecer una relación especial entre nosotros; y retomando lo que decía al inicio, para reconocer un buen trabajo o el cariño que se tiene a una persona, no es necesario gestos desproporcionados. Por eso se me ocurrió felicitarles la Navidad, pero de una manera especial:

“No sé si ha tocado la lotería con el número que llevabais, pero incluso en ese caso, rogaría que nadie abandonara el barco. Las aspirinas saben igual en cualquier farmacia, pero ésta en concreto, no sería la misma sin todas las profesionales que nos atienden. Sería como un jardín sin flores. A nosotros, los clientes, sí que nos ha tocado la lotería.”

Y este sencillo mensaje, tuvo como respuesta, este otro de Dolores, la propietaria.

“Querido Carlos!!

Nos has emocionado con tu mensaje tan bonito y lleno de cariño. Saber que valoras nuestro trabajo de esa manera es, sin duda, el mejor regalo de esta Navidad. Para nosotras, nuestros clientes sois el alma de esta farmacia, y recibir un mensaje como el tuyo nos llena de alegría y motivación para seguir dando lo mejor cada día. Sabemos que ya somos muy afortunadas por contar con clientes como tú, que hacen de esta farmacia un lugar especial.

Te deseamos una muy Feliz Navidad y que el 2025 venga cargado de salud, felicidad y momentos inolvidables para ti y los tuyos.

Un abrazo enorme de parte de todo el equipo y uno muy especial de parte de Cristina y mío para los dos”

Y ya para terminar, simplemente añadiré lo que en su día incluí en mi libro titulado “Cartas de un (tonto) enamorado”, traducido a varios idiomas.

“Por alguna extraña razón, existe la equivocada idea generalizada de que los buenos sentimientos hacia nuestros seres queridos, se sobreentienden, se dan por sentados, se asumen. Por tanto, desde esa perspectiva, a partir de un momento indefinido en el tiempo, vamos abandonando la buena costumbre de demostrar nuestros sentimientos, dejamos de decir "te quiero", "te necesito", "me gusta esto o lo otro", etc.

Estoy convencido, sinceramente, de que no basta con hacer un regalo de vez en cuando, ya sea un collar de diamantes, un ramo de flores o una caja de bombones. Soy un entusiasta irredento de la demostración palpable, física y persistente en el tiempo, de expresar lo que sentimos por nuestros seres queridos: la pareja, los hijos, los amigos, cada uno en su escala. Lo hacemos con el perro y el gato, ¿por qué no lo hacemos con los seres humanos?

Creo que deberíamos dar muchos más abrazos, muchos más besos, decir muchos más "te quiero", muchos más "te necesito", muchos más "eres mi vida".

Y además de actuar así cada día, no estaría de más dejarlo por escrito para que haya constancia de todo ello.

¿Has probado a regalar una carta de amor a tu esposa con la que llevas años? ¿Has intentado escribir una hoja con la palabra GRACIAS? Seguro que tienes montones de razones para dar las gracias. Se trata sólo de sentarte unos minutos, reflexionar unos instantes y volcar en un papel lo que tienes en el corazón. No parece muy difícil. Creo que más de uno se sorprendería de los resultados que obtendría.”

 

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