Estos días se comenta en la prensa que el programa que presenta Wyoming, "El Intermedio", ha tenido que pedir disculpas públicamente por haber dado una noticia en su programa que, además de falsa, estaba manipulada.
Al hilo de ese gesto, que tengo la constancia de que para algunos ha sido digno de elogio y aceptan encantados sus disculpas, y al margen de las valoraciones personales sobre dicho programa, que dejé de ver hace años, he estado reflexionando acerca de ese supuesto arrepentimiento y de otros a los que, de vez en cuando asistimos en los medios de comunicación.
Si comenzamos a analizar este del Gran Wyoming, debería empezar por decir que cuando una disculpa es obligada por las circunstancias, pierde mucho de su valor. En efecto, no es lo mismo que el presentador se hubiera adelantado al resto y en un gesto de buen profesional - que no lo es y por eso no lo hizo - hubiera confesado en el mismo programa en una edición posterior, que había metido la pata, que hacerlo obligado por las circunstancias, como es el caso. El caso es que otros, que sí cotejan y contrastan las informaciones, descubrieron que la noticia que dio El Intermedio, no era tal noticia, era una burda mentira. Y pedir disculpas cuando te han pillado con el carrito del helado, está bien, entre otras cosas porque no tienes otra alternativa, pero no debe tener el mismo valor que reconocer el error y confesarlo, sin necesidad de verse obligado por la opinión pública. El bochorno es una cosa y la decencia, otra.
Según el protocolo establecido por la Iglesia Católica para el perdón de los pecados, para que se produzca éste, deben concurrir las siguientes circunstancias: reconocimiento de la culpa, confesión del pecado, acto de contrición y decisión de no incurrir nuevamente. Evitemos las valoraciones religiosas del proceso y centrémonos en la parte metafísica del mismo. Parece lógico que si alguien acude en busca de perdón por una falta cometida, verifique que se cumplen las condiciones antes mencionadas; si no, podría resultar sólo una hipocresía o un burla.
Por tanto, volviendo al tema de Wyoming, no parece que se hayan dado las circunstancias necesarias para que, metafísicamente hablando, se puedan aceptar sus disculpas como buenas y ni siquiera, sinceras.
Los periodistas y mucho más, aquellos que disponen de un programa diario con alcance nacional en TV, tienen una responsabilidad en el uso de su poder e influencia. No parece que sea exigirle demasiado a un periodista, que verifique mínimamente la información que sale en su programa. No nos imaginamos lo que hubiera podido pasar en el Washington Post si el redactor del caso Watergate, hubiera sido Wyoming. Menos mal que el Destino es sabio y probablemente por esa época estaba aprendiendo - supuestamente- cómo hacerse médico, algo que, una vez más el Destino, nos evitó.
Un periodista, puede infligir un gran daño moral a la reputación de una persona, si hace un mal uso de la información. Recuerdo en ese sentido una película de Robert Redford que se llama "Sin Malicia". Y sin ir demasiado lejos, recordemos el caso del asesinato de Rocío Wanninkoff, por el que Dolores Vázquez pasó un año y medio en la cárcel, siendo totalmente inocente. A pesar de demostrarse su inocencia apresando al verdadero asesino años después, Dolores tuvo que abandonar España y marcharse a vivir a Londres. Su vida y su imagen, habían sido destruidas. La prensa no fue la única culpable, pero lo que se dijo de ella y la imagen que se trasladó a la opinión pública, fue como si la hubieran fusilado.
Los casos en los que la Justicia se ha equivocado y lo ha hecho con una contumaz insistencia, cuando no con saña, los arrepentimientos y disculpas, en casos como el de Dolores, son un puro brindis al sol. Como son un brindis al sol el supuesto arrepentimiento de los asesinos de ETA que, en un momento dado, como Saulo cuando cayó de su caballo, ven la luz, abominan del diablo, o sea ETA, y descubren que si cumplen con unos requisitos legales similares desde un punto de vista metafísico, a los que hablábamos antes de los de la Iglesia, entonces pueden acogerse a beneficios penitenciarios. Genial, ¿y con los 800 muertos qué hacemos? ¿Los ponemos en el DEBE o los dejamos en PYG?
Una cosa es pedir perdón por dar una noticia falsa en un programa de TV en el que, por cierto, machacan a los que de vez en cuando se equivocan y otra, decir "uy!, pues no sabe cuánto lo siento" a la viuda y los hijos del tío al que le metiste tres tiros en la cabeza o hiciste saltar por los aires, con una bomba lapa.
¿Aceptaríamos
de buen grado que el médico que acaba de cometer un error de
consecuencias mortales con nuestro pariente, se disculpara con un simple
"lo siento"?
Incluso hay gobiernos que también piden perdón a sus ciudadanos.
Recientemente, el Gobierno de Irlanda, ha pedido públicamente perdón por el comportamiento de la Iglesia Católica en ese país y los abusos que se cometieron en diversos centro de enseñanza y de acogida de madres solteras a lo largo de más de 40 años. Incluso se ha hecho una película sobre el tema.
Igualmente, hace pocas semanas, la primera ministra de Australia, Julia Gillard, ha pedido perdón por haber forzado
durante años a miles de madres solteras a dar a sus hijos en adopción
contra su voluntad. Se ha disculpado públicamente en
nombre del Estado por aquellas prácticas. Lo ha calificado de "errores
vergonzantes del pasado".
Algo parecido hizo no hace mucho tiempo, el primer ministro de Japón, cuando pidió perdón a los chinos por su comportamiento durante la Segunda Guerra Mundial y el abuso de millones de mujeres chinas que fueron utilizadas como esclavas sexuales.
A Galileo, le sirvió de poco el reconocimiento de la Iglesia Católica acerca de la veracidad de sus teorías, 400 años después de haberle condenado en uno de esos procesos vergonzantes.
Todo eso, evidentemente, no tiene ningún efecto en las víctimas que padecieron esas vejaciones. Sus disculpas, representan tan sólo, una parte de ese proceso que mencionaba antes, encaminado a reconocer la culpa, la responsabilidad y que debe ir acompañado del sincero deseo de no volver a incurrir en ello. Aunque a los elefantes de Botswana, les sirva de poco el arrepentimiento de todo un Rey y a sus súbditos, tampoco.
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