Pakito, era un tolili, un memo integral. En toda comunidad de vecinos siempre hay una familia que destaca y la suya, era de esas, de las que destacaba. Y había miles. Se rumoreaba que su padre, un hombre obeso y con aspecto de pánfilo y bobalicón, ejercía de médico, aunque no se tuviera constancia de ello. De su madre, había numerosos y contrastados ejemplos de su infinita estupidez. La señora, dicho sea lo de señora en el sentido de hembra, necesitaba de modo obsesivo llamar la atención de todos aquellos que estuvieran más o menos cerca, en cualquier situación y circunstancia, lo cual, si ya de por sí resulta desagradable, cuando además se realiza con contumaz persistencia, es simplemente insoportable. Para ello, para llamar la atención, solía utilizar un tono de voz que rayaba el escándalo y superaba con creces el nivel de "grito". Así es que, ¿qué pueden engendrar un pánfilo y una bruja chillona con pretensiones de señorona?, pues un memo integral, como Pakito.
Pakito, tenía una hermana, que la verdad sea dicha, no estaba nada mal, pero a tenor de la imagen que tenía su familia y lo rarita que también era la chavala, a pesar de sus 15 o 16 años, no se le acercaba nadie, no fuera a tener que sufrir al ogro de su madre.
Pakito solía utilizar para sus desplazamientos una bicicleta, con evidentes signos de que la misma hacía tiempo que se le había quedado pequeña, ya que cuando pedaleaba, los muslos le llegaban casi al pecho. Si a esto unimos que usaba unas gafas de culo de vaso y que mientras montaba en bicicleta solía llevar la cabeza echada hacia atrás, dándose la nuca con la espalda, la imagen en sí es ya para foto. Como buen memo integral, además de no tener amigos y de vivir en el espacio exterior del círculo que abarcaba a la gran mayoría de los chavales de la urbanización, no contento con ser el objeto de risas, burlas y mofas, se permitía el lujo de molestar a algunos y de insultar a otros. Lo hizo con aquellos que en principio no suponían un riesgo para su integridad física. Pero un día se equivocó y molestó a quien no debía.
María Jesús, era una chica de su misma edad o parecida y que por diversas razones, no tenía por costumbre salir con ninguna de las pandillas de chicas de su edad de la urbanización. Un día Pakito, demostrando muy poco juicio y muy poco sentido de la autodefensa, transgredió la frontera invisible de lo permitido y ofendió a María Jesús. Ésta, en cuanto tuvo ocasión, se lo comentó a su primo Alberto, algo mayor que ella y que cuando se cruzó con Pakito, se dirigió a él y en un lenguaje claro, conciso y sin ambages, le espetó: " si te vuelves a meter con mi prima, te arranco la cabeza". Pakito se sintió lógicamente intimidado y se marchó de allí, a toda velocidad, montando su escueta bici, con sus gafas de culo de vaso y su postura ridícula. Todo el mundo dio el suceso por terminado. Y mientras, Alberto, fue al guateque que había esa tarde en el garaje de su amigo Fernando, de la pandilla.
En el guateque, todo iba según lo previsto. Música, baile, coca-colas. En un momento dado, fuera del garaje, pero dentro de la finca del propietario, se empiezan a escuchar gritos y a alguien reclamar la presencia de Alberto. Eran los padres de Pakito. Iban a pedir explicaciones por las amenazas que el memo integral de su hijo había sufrido al insultar a una chica que no le había hecho nada y por eso, habían entrado en una propiedad privada, sin permiso de los propietarios y con ganas de encararse con Alberto.
Alberto salió de la fiesta, a instancias de otros amigos que le requerían porque así lo exigían los padres de Pakito. A partir de ahí, los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa.
La que llevaba la voz cantante, evidentemente, era la madre, mientras el padre mantenía una postura en segundo plano y callado. La madre, comenzó por amenazar con denuncias en la policía y con unas cuantas tonterías más. Al fin y al cabo, entre su hijo y Alberto, no había pasado nada excepto un intercambio de palabras. Ni empujones ni nada de nada. Como Alberto no se arrugó delante de la madre de Pakito, ésta empezó a perder los nervios, porque la escena, de auténtico neo-realismo italiano, se desarrollaba entre docenas de testigos, entre los que se encontraban los asistentes al guateque, y los que, estando fuera de la fiesta, habían acudido al lugar en calidad de espectadores, en vista de que se presumía "follón". La discusión verbal fue en aumento y la tensión también y la madre de Pakito al ver que estaba perdiendo el pulso, se atrevió a dar una bofetada a Alberto.
La sorpresa de todos los allí presentes, fue mayúscula; el hecho de que una señora abofeteara en público a un chaval de 15 años, delante de todo el mundo, no era algo que se viera a diario, ni mucho menos. Pero la sorpresa, aumentó hasta límites nunca antes conocidos, cuando el propio Alberto, en la siguiente micronésima de segundo a recibir la bofetada de la madre de Pakito, le asestó otra sonora bofetada y con mayor intensidad aún.
Fue entonces cuando el pánfilo, que hasta ese momento había permanecido callado y en segundo plano, intentó abalanzarse sobre Alberto con la evidente intención de continuar la pelea, pero ya en primera persona. La madre, estaba bajo estado de shock todavía, después de haber recibido una soberana bofetada. La incipiente pelea callejera, se desarmó en cuanto todos los asistentes y especialmente, los hijos propietarios de la casa, se interpusieron entre unos y el otro, al tiempo que el pánfilo intentaba continuar su agresión con insultos: "chulo!", le gritó a Alberto. "¡Calzonazos" , fue la respuesta que terminó por cerrarle la boca.
Las consecuencias de esta estúpida trifulca, alimentada artificialmente por unos padres que perdieron los papeles, fueron varias. La primera fue que cuando regresaron los padres, los propietarios del chalet y se enteraron de la movida, acudieron inmediatamente a casa de los agresores para prohibirles la entrada en su casa y negarles el saludo de por vida, no sin antes advertirles de que se pensarían si interponer una denuncia en la Guardia Civil por agresión a un menor y allanamiento de morada, pues no habían sido invitados y ellos, los padres, estaban además ausentes.
La segunda fue el total y definitivo ostracismo de la mencionada familia, que si hasta entonces no habían disfrutado de demasiadas simpatías entre sus convecinos, a partir de ese momento se les enterró en vida.
Y la tercera fue que, desde ese momento, a Alberto casi se le adoraba como a un dios griego, por haber sabido enfrentarse a una agresión de ese tipo. Sin pretenderlo, se convirtió en una especie de héroe y como tal, como si se tratara de un sheriff de un pueblo del oeste americano después de haber eliminado a los malos, su fama, su gesta, corrió de boca en boca a lo largo de toda la urbanización. Era fácil: en el evento, estaba la mitad de los chavales de la misma, así es que se publicitó enseguida.
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